A veces, cuando llego a casa y lo veo ahí, esperándome sin moverse mucho, sin saltar encima, sin mover la cola como lo haría un perro emocionado… simplemente siendo, no puedo evitar preguntarme: “¿Mi gato confía en mí? ¿Me quiere o solo le sirvo para la comida?”
Y no lo digo con tristeza. Lo digo desde esa curiosidad que me brota cada vez que me detengo a mirar los vínculos que tejemos en silencio. Porque sí, los gatos tienen su forma particular de querer, de estar, de necesitar. Y a veces no es como quisiéramos, pero es real.
En estos días me encontré con un artículo sobre los diferentes estilos de apego felino. Me sorprendió darme cuenta de que, al igual que nosotros los humanos, los gatos también pueden tener una forma segura, ambivalente o incluso evitativa de relacionarse. La fuente lo explica con claridad, pero quiero llevarlo un paso más allá. Porque detrás de cada maullido, cada arañazo inesperado o cada ronroneo que parece eterno, hay un universo que vale la pena entender.
Lo primero que entendí es que los gatos no nacieron para obedecer. Nacieron para ser. Y eso, a veces, les da fama de fríos o indiferentes. Pero quienes hemos convivido con ellos sabemos que no es así. Que hay miradas que no se pueden fingir. Que cuando un gato se te sube encima mientras estás triste y no hace nada más que estar ahí, ese es un lenguaje más profundo que cualquier palabra.
Hay estilos de apego felino, claro. Algunos gatos desarrollan apego seguro, y son esos que buscan tu compañía, se sienten a gusto a tu lado, pero no dependen de ti emocionalmente. Están, sin invadir. Son el equilibrio que a veces desearíamos tener en nuestras relaciones humanas.
Otros, en cambio, tienen un apego ambivalente: no sabes si quieren mimos o si te van a clavar las garras. Se acercan, se alejan, y parece que tu presencia les genera tanto placer como incomodidad. ¿Te suena? Es como esa amistad que no se termina de definir, ese “casi algo” que nunca fue nada pero te dejó pensando. Y está el apego evitativo, el del gato que mantiene la distancia, que se esconde, que parece que está en su mundo y tú en el tuyo. Pero aun así, algo dentro de ti te dice que te ve.
Me pasa que, al observar a los gatos, empiezo a ver también mis propios reflejos. Mis formas de vincularme. Mis miedos. Mis silencios. Mis apegos rotos. Porque la forma en que un gato se relaciona con su humano muchas veces no depende solo del gato, sino también de cómo fue criado, de sus traumas, de su historia. Y lo mismo va con nosotros.
Recuerdo una vez que escribí en mi blog personal: “No siempre se trata de curar al otro. A veces, solo basta con estar, sin pretensión de cambiar nada.” Y eso es exactamente lo que me enseñó mi gato. Que su forma de amar es sutil, pero profunda. Que su confianza no se exige, se gana. Y que cuando decide dormir contigo, acurrucarse cerca de tu pecho, te está dando algo más que compañía: te está diciendo que ahí, contigo, puede bajar la guardia.
Esto me hizo pensar también en cómo educamos el amor. En cómo los humanos esperamos de otros una forma de afecto que entendamos, que nos guste, que nos dé seguridad. Pero no siempre es así. A veces, como en los gatos, el amor se da en fragmentos pequeños: una mirada, un roce, una presencia que no pide nada.
He leído en algunos textos de Mensajes Sabatinos y de Amigo de ese Ser Supremo que incluso Dios (o esa energía suprema en la que cada uno cree) a veces se comunica en silencio. En la brisa, en el amanecer, en una lágrima. Pues bien, creo que los gatos hacen algo similar. Son pequeños mensajeros de lo no dicho. Y si uno se detiene a observar, a dejar de imponer lo que “deberían” ser, empieza a descubrir que detrás de cada acto, por mínimo que parezca, hay una historia de confianza en construcción.
Claro, no todos los gatos fueron criados igual. Algunos fueron abandonados, otros golpeados, otros simplemente no recibieron afecto desde pequeños. Y su estilo de apego tiene cicatrices. Como nosotros.
En muchos hogares, el gato no es visto como alguien que necesita acompañamiento emocional. Pero sí lo necesita. Y a su forma, lo busca. En mi caso, cuando lo vi escondido por primera vez bajo la cama por tres días seguidos después de adoptarlo, entendí que su miedo era real. Que la confianza no se construye en un día. Que las heridas pasadas a veces no se borran con comida ni con juguetes. Se sanan con constancia.
También me hizo pensar en cómo nos tratamos entre humanos. ¿Cuántas veces exigimos que alguien nos quiera “a nuestra manera”? ¿Cuántas veces no entendemos que el otro está dando todo lo que puede, desde su forma de sentir, desde su propio dolor?
Este tipo de preguntas no tienen respuestas absolutas, pero sí me han hecho mirar distinto a mi gato… y también a la gente que amo. Porque así como él ha aprendido a confiar, yo también he aprendido a soltar.
Quizás lo más valioso que me ha enseñado es que no se trata solo de si él confía en mí… sino de si yo confío en que, a su manera, él está presente. Y eso, para mí, ya es amor.
Agendamiento: Whatsapp +57 310 450
7737
Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros
grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro
Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
👉 “¿Quieres más tips como
este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario