Hay preguntas que parecen incómodas, pero en realidad son necesarias. Una de ellas es esta: ¿tu gato es realmente feliz contigo? Sé que puede doler leerlo, porque cuando tenemos un animal que consideramos parte de la familia, tendemos a pensar que con darle comida, techo y cariño es suficiente. Pero no siempre lo es. La felicidad de un gato —igual que la nuestra— no depende solo de necesidades básicas, sino de algo más profundo: conexión, confianza, libertad y un espacio para ser él mismo.
Me lo he preguntado varias veces, no porque dude del amor que sentimos por nuestras mascotas, sino porque he aprendido que amar de verdad implica ir más allá de lo que creemos que el otro necesita. A veces, ese otro es un amigo, un hermano, una pareja… y a veces, también es un gato.
Lo curioso es que, aunque la ciencia y la etología felina nos den pautas claras, la mayoría de familias no logra interpretar esas señales. Según datos en España, 3 de cada 10 hogares con gatos no saben identificar el lenguaje que expresa su bienestar. ¿Y en Colombia? Aquí la estadística no está tan clara, pero basta mirar a nuestro alrededor: gatos que pasan días encerrados en balcones diminutos, que se estresan con los ruidos de la ciudad, que no tienen espacios de juego ni estímulos. Y aún así, solemos convencernos de que “están bien” porque los vemos dormir mucho o porque comen con normalidad.
Dormir y comer no siempre es sinónimo de felicidad. ¿Acaso en los humanos no pasa lo mismo? Hay personas que duermen por evasión y comen por ansiedad. Los gatos también pueden ocultar su malestar en rutinas que parecen normales.
Pienso en esto y no puedo evitar recordar lo que leí alguna vez en mensajes sabatinos, sobre cómo las señales más importantes en la vida casi nunca son las más evidentes. Ahí entendí que a veces lo que vemos como “tranquilidad” puede ser, en realidad, desconexión.
La sutileza de las señales
Un gato feliz no necesita hablar; lo hace con gestos que, si aprendemos a leer, nos abren un universo distinto. El ronroneo, por ejemplo, no siempre significa alegría. Puede ser también una forma de calmarse a sí mismo cuando siente dolor o miedo. Pero cuando lo hace contigo, en momentos de contacto tranquilo, suele ser la forma más pura de decir: “aquí estoy bien”.
Otro gesto que me conmueve es cuando un gato amasa con sus patas. Ese movimiento que aprendieron de pequeños al lactar, cuando presionaban para estimular el flujo de leche de su madre. Que lo repitan contigo, ya de adultos, es una forma de regresarse a ese espacio de confianza absoluta. Es como si te dijera: “te veo como mi refugio”.
Y no hablemos de cuando decide dormir a tu lado. No lo hace por costumbre ni porque no tenga otro sitio. Los gatos eligen con cuidado dónde y con quién descansar, porque saben que en esos momentos son vulnerables. Si tu gato se acurruca a tu lado, no es solo comodidad: es una declaración silenciosa de seguridad.
El amor no es posesión, es comprensión
He aprendido, tanto en mis relaciones humanas como en la forma de convivir con animales, que amar no es tener, sino comprender. Y comprender requiere observar con humildad.
Si tu gato te sigue por la casa, incluso hasta el baño, no es dependencia ni capricho. Es su forma de decirte que disfruta de tu presencia. Que su territorio se expande contigo. Lo mismo pasa cuando se frota contra tus piernas: está marcando con sus feromonas lo que considera valioso. Tú.
Pero aquí es donde quiero ser honesto. No basta con reconocer esas señales cuando aparecen. También debemos preguntarnos qué pasa si no las vemos. ¿Qué ocurre si nuestro gato nunca ronronea en nuestra compañía? ¿Si duerme siempre lejos de nosotros, si no nos busca ni nos elige?
En Amigo de ese ser supremo encontré una idea que se me quedó grabada: “no confundas el silencio con la paz, porque a veces el silencio es solo ausencia”. Lo mismo puede aplicarse a los gatos. No confundamos la quietud con la felicidad, porque a veces la quietud es solo resignación.
La conexión que trasciende
Creo que el bienestar de un gato es también un espejo del nuestro. Si en casa hay caos, gritos, tensiones constantes, el animal lo absorberá. Si lo que hay es calma, respeto y rutinas claras, él también lo sentirá. Los gatos perciben energías más allá de lo visible, y de alguna manera se convierten en un termómetro emocional de quienes los rodean.
Por eso, cuando pienso en lo que significa “hacer feliz a mi gato”, ya no me quedo solo en los juguetes, la comida o las visitas al veterinario. Me pregunto también qué tipo de energía estoy proyectando en mi vida diaria. ¿Soy alguien con quien vale la pena compartir silencio? ¿Soy un refugio en medio del ruido del mundo?
En Bienvenido a mi blog encontré reflexiones similares, pero aplicadas a la vida humana: cómo no basta con querer a alguien, sino con aprender a quererlo en el lenguaje que esa persona necesita. Con los gatos pasa lo mismo.
Y si no lo ves…
Si al leer esto notas que tu gato no muestra estas señales, no lo tomes como una condena ni como un juicio. Tómalo como una oportunidad. Los gatos no son rencorosos ni llevan cuentas del pasado. Con pequeños cambios —espacios de juego, rascadores, rutinas de afecto respetuoso, momentos de calma compartida—, puedes transformar su calidad de vida.
Quizás lo más difícil no sea aprender a leer a tu gato, sino desaprender la idea de que “con comida y techo basta”. El bienestar es más complejo, en ellos y en nosotros.
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