jueves, 28 de agosto de 2025

Lo de los gatos es…



Nunca deja de asombrarme cómo un animal tan cotidiano puede seguir guardando secretos que nos cambian la mirada. Los gatos, con esa mezcla de misterio y cercanía, parecen caminar por la vida recordándonos que todavía hay cosas que no entendemos del todo. Uno de sus trucos más fascinantes es ese “superpoder” de caer siempre de pie.

Y no, no es magia ni casualidad. Es ciencia pura. Se llama reflejo de enderezamiento, y cada vez que lo pienso me parece un acto de poesía en movimiento. El gato cae, el mundo parece voltearse, pero él encuentra la forma de girar en el aire, de acomodarse, de aterrizar como si nada hubiera pasado. Como si la gravedad y el caos fueran solo un juego más.

Cuando me enteré de cómo lo logran, me sentí pequeño, casi torpe, pensando en lo mucho que a nosotros nos cuesta enderezarnos después de una caída. Ellos, en cambio, lo hacen en milisegundos.

La explicación es fascinante. Resulta que dentro de su oído interno tienen un órgano que actúa como brújula instantánea. Detecta su posición en el espacio casi al instante, mucho antes de que sus patas toquen el suelo. Luego, su cerebro se enciende, envía órdenes a sus músculos y empieza la danza. Primero giran las patas traseras, luego las delanteras, hasta quedar alineados para el impacto. Sus patas, diseñadas como amortiguadores, suavizan el golpe. Como resortes naturales.

Lo increíble no es solo la precisión biomecánica, sino la lección que esconden detrás. Ellos no se quedan paralizados en medio de la caída, no se lamentan ni se resisten. Actúan. Se ajustan. Se preparan para aterrizar. Y pienso: ¿qué pasaría si nosotros viviéramos con esa misma disposición?

Porque al final, la vida también es una caída tras otra. No todas mortales, claro, pero sí suficientes para sacudirnos. Fracasos, rupturas, proyectos que no salen, sueños que se aplazan. Y a diferencia de los gatos, solemos quedarnos demasiado tiempo pensando en lo que salió mal, en por qué caímos, en cómo nos vieron los demás caer. Nos castigamos más por el tropiezo que por no levantarnos.

Los gatos nos recuerdan que lo importante no es el tropiezo, sino la forma en que aterrizamos. Y eso me conecta con algo que escribí en El blog Juan Manuel Moreno Ocampo, cuando hablaba de cómo en la juventud uno aprende que las derrotas también son maestras, y que muchas veces nos enseñan más que las victorias fáciles.

Si lo pienso, no es tan diferente de lo que pasa en la vida social y en la espiritualidad. En Amigo de ese ser supremo alguna vez reflexioné sobre cómo la fe es, en esencia, ese acto de confianza de que, incluso si caes, hay una forma de ponerte de pie. Los gatos lo hacen de manera instintiva, nosotros lo necesitamos recordar. Tal vez el desafío humano sea volver a confiar en nuestra capacidad natural de enderezarnos.

Lo de las caídas también lo relaciono con lo que pasa en las familias y en los negocios. En Organización Empresarial Todo En Uno se habla mucho de resiliencia, de cómo los líderes enfrentan las crisis. Y es cierto: no importa cuán alto caiga un proyecto, una empresa o una persona; lo que define la historia no es la caída, sino la capacidad de ajustarse en medio del aire.

A veces siento que los gatos nos miran con cierta compasión, como diciendo: “ustedes complican demasiado lo sencillo”. Y tienen razón. Nosotros nos enredamos en pensamientos, nos quedamos atrapados en culpas o miedos, cuando en realidad lo que toca es moverse, cambiar de ángulo, rotar en el aire y prepararnos para tocar tierra con firmeza.

No quiero sonar a discurso de autoayuda barato, porque la verdad es que no es fácil. Aterrizar de pie cuando estás roto por dentro, cuando la caída fue dura, cuando todo parece tambalear, es un reto gigante. Pero es ahí donde entra la enseñanza más poderosa de los gatos: no importa cuánto dure la caída, siempre hay tiempo para reacomodarse antes de tocar el suelo.

En medio de todo esto me doy cuenta de que crecer —en la juventud, en la vida adulta— es aceptar que las caídas son inevitables. Pero también es descubrir que llevamos dentro la capacidad de girar, de equilibrarnos, de aterrizar con dignidad. Aunque no sea perfecto, aunque terminemos con un rasguño o dos, lo importante es seguir de pie.

Y pienso que, quizás, deberíamos vivir con más espíritu felino. No para ser indestructibles, sino para ser flexibles. No para negar las caídas, sino para transformarlas en aprendizajes. Porque, como ellos, también nosotros tenemos lo necesario para salir adelante.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?

Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

Agendamiento: Whatsapp +57 310 450 7737

Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo

Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo

Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos

Grupo de WhatsApp:    Unete a nuestro Grupo

Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal  

Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo

👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario