miércoles, 6 de agosto de 2025

El turismo que late con cuatro patas



Siempre me ha parecido curioso cómo la forma en que nos relacionamos con los animales dice tanto de nosotros mismos. Desde que era niño, he sentido que los perros son algo más que compañeros de vida: son espejos, maestros, y a veces, la fuerza que nos recuerda lo que significa confiar y soltar. Ahora, cuando escucho sobre el turismo con perros en libertad, siento que no es solo un tema de viajes o de destinos: es una pregunta sobre la libertad y la conexión real que tenemos con los que amamos, y con lo que somos.

Porque viajar con perros no es solo cargar una maleta y buscar un lugar bonito. Es entender que esos seres que corren felices por la playa o la montaña no son “mascotas” en el sentido clásico, sino almas que nos acompañan en el viaje de conocernos a nosotros mismos. Ellos no entienden de destinos turísticos ni de agendas de viaje: entienden del presente, del ahora. Y cuando los vemos moverse con esa alegría casi salvaje, nos recuerdan algo que a veces olvidamos en la rutina: que la libertad no es solo un derecho, sino una forma de existir.

Hay algo que me quedó grabado de una caminata que hice con mi perro, hace unos años. Era un lugar sencillo, un sendero de tierra entre árboles, sin señales ni planes. Lo vi correr adelante, detenerse, oler cada rama, cada flor, y volver a buscarme con los ojos brillantes. En ese momento entendí que la felicidad —la de él y la mía— estaba ahí, en ese instante compartido. Sin pretensiones, sin más pretensión que respirar y sentir que estábamos vivos. Esa lección me sigue acompañando.

Hoy en día, cuando veo cómo crece el turismo con perros, pienso que es también una respuesta a un mundo que muchas veces nos pide desconectarnos de la naturaleza, de la ternura y de la simpleza. Viajar con perros en libertad no es solo un estilo de viaje: es un acto de resistencia y de amor. Porque no se trata solo de permitirles correr: se trata de darnos el permiso de correr con ellos, de recuperar la curiosidad que a veces perdemos.

Me hace pensar en algo que escribí en el blog Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías. Hablaba de cómo la espiritualidad se vive en lo cotidiano: en cada respiración, en cada mirada limpia, en cada abrazo sin palabras. Y creo que eso aplica también a cómo viajamos con nuestros perros: cuando nos quitamos la idea de “tener que” y nos entregamos al “poder ser”. Porque viajar con ellos es aprender a escuchar sin expectativas, a descubrir sin prisa, a compartir sin miedo.

Pero también siento que hay una responsabilidad que a veces olvidamos. Porque la libertad no significa hacer lo que queramos sin pensar en el otro. Significa entender que nuestros perros son seres con emociones, con límites, con miedos. Y que cuando viajamos con ellos, debemos cuidar su bienestar tanto como el nuestro. No todos los perros disfrutan lo mismo; no todos están preparados para largas caminatas o ríos helados. Escuchar su cuerpo, sus miradas, sus pausas, es tan importante como elegir el mejor sendero.

La libertad es un regalo, pero también un compromiso. Y creo que, como generación, tenemos el desafío de crear formas de turismo que no sean solo para “disfrutar”, sino para respetar. Que no vean a los perros como accesorios para fotos bonitas, sino como compañeros de vida que merecen respeto y cuidado.

Viajando con mi perro aprendí que las mejores rutas no están en Google Maps, sino en el corazón. Que los mejores paisajes son los que descubrimos cuando dejamos de lado el reloj y la señal del celular, y nos conectamos con lo que realmente importa. Y que los mejores recuerdos no siempre son los más espectaculares, sino los más auténticos.

Me emociona ver que más personas quieren compartir sus aventuras con sus perros. Porque eso significa que estamos volviendo a valorar la compañía y la naturaleza. Pero me gustaría que recordáramos siempre que la libertad no es solo para ellos: es para nosotros también. Para romper las jaulas que nos creamos con el trabajo, las preocupaciones y las apariencias. Para recordar que la vida —igual que el amor— es un camino que se disfruta más cuando se comparte con los que corren a nuestro lado, sin miedo y con el corazón abierto.

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— Juan Manuel Moreno Ocampo
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