martes, 5 de agosto de 2025

Por qué sentimos tanto y tan distinto?


Hay algo que siempre me ha inquietado y, al mismo tiempo, me ha hecho sentir profundamente humano: las emociones. No esas emociones que describen los libros o las películas, sino las que sentimos de verdad, las que se nos clavan en el pecho y nos cambian la manera de ver el mundo. Desde niño, me preguntaba por qué a veces la tristeza me parecía tan necesaria como la alegría. O por qué el miedo me obligaba a detenerme, mientras la rabia me daba fuerzas para seguir.

Hace poco volví a ver Intensamente, esa película que nos muestra de forma tan simple y tan profunda lo que pasa dentro de nosotros. Y ahora que se habla de la segunda parte, con nuevas emociones como la ansiedad y la vergüenza, me di cuenta de algo que me revolvió el corazón: somos un universo emocional que no termina nunca de expandirse. Cada día, cada momento, cada persona que nos toca o nos rompe, deja una marca invisible en nuestras emociones, que a su vez marcan nuestras células, nuestros pensamientos y hasta nuestras decisiones más pequeñas.

Lo curioso es que la ciencia está cada vez más interesada en entender cómo funciona ese universo invisible. Y aunque nos hablan de circuitos neuronales, neurotransmisores y patrones cerebrales, yo creo que lo más importante no es lo que la ciencia puede medir, sino lo que nosotros podemos vivir. Porque sentir —así, sin filtro— es lo que nos hace reales.

Me acuerdo de una vez que estaba con un amigo en un parque y me contó que siempre había sentido culpa por no poder expresar lo que siente. Me miró con esa mezcla de miedo y alivio que se siente cuando decides contar algo muy tuyo. Le dije que no estaba solo. Porque todos, de alguna forma, cargamos emociones que no sabemos poner en palabras. Y a veces lo que más necesitamos no es entenderlas, sino abrazarlas.

Las emociones no son solo descargas químicas: son la voz de lo que somos. Son la memoria de lo que hemos amado, de lo que hemos perdido, de lo que soñamos. La ciencia lo confirma cada vez que estudia cómo la tristeza nos ayuda a reflexionar, cómo la alegría nos conecta con los demás o cómo el miedo nos protege cuando algo nos amenaza. Pero también hay algo que la ciencia no puede medir del todo: el latido invisible de lo que sentimos cuando nadie nos ve.

Es loco pensar que nuestras emociones no son ni buenas ni malas. Solo son. Son señales que nos dicen qué necesitamos, qué nos duele o qué nos llena. Y, como escribí hace un tiempo en mi blog El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, aprender a escucharlas es el acto más revolucionario y más íntimo que podemos hacer por nosotros mismos.

La verdad es que vivimos en un mundo que nos exige controlarlo todo: las notas, el trabajo, la imagen. Pero las emociones no se controlan: se escuchan, se aceptan y se transforman. Y ahí es donde está la verdadera magia: cuando entendemos que la tristeza puede ser un refugio, que la rabia puede ser un motor y que la ansiedad —esa emoción tan presente hoy en mi generación— puede ser una llamada a frenar y mirarnos sin juicio.

Yo mismo he tenido días donde la vergüenza parecía un muro imposible de saltar. O donde la alegría me estallaba en el pecho sin razón aparente. Y he aprendido que no tengo que elegir entre ellas. Que todas forman parte de mí. Que, como en Intensamente, la vida es más real cuando dejamos que todas las emociones tengan su lugar, sin pelear por expulsarlas.

Sé que para muchos de nosotros, crecer en este tiempo significa aprender a lidiar con emociones que no sabemos de dónde vienen. O que nos han enseñado a reprimir porque “no es el momento” o “no está bien visto”. Pero quiero decirte algo que me repito cada vez que me siento perdido: no hay emoción pequeña. No hay emoción sin sentido. Cada emoción es una llave que abre un pedazo de lo que somos. Y si no la escuchamos, si no la dejamos hablar, estamos negando lo más puro que llevamos dentro.

Me inspiro mucho en lo que comparto también en el blog de mi abuelo Bienvenido a mi blog, donde la sabiduría y la calma me recuerdan que todo tiene un tiempo. Que las emociones también pasan y vuelven, como las olas del mar. Y que cada vez que nos atrevemos a sentirlas sin miedo, nos hacemos un poco más libres.

Hoy, más que nunca, necesitamos espacios para hablar de lo que sentimos sin vergüenza. Necesitamos amigos que nos escuchen sin juzgar. Necesitamos momentos de silencio donde podamos preguntarnos: ¿cómo estoy de verdad? Porque la respuesta no siempre está en la cabeza. A veces está en el pecho, o en el estómago, o en esa sensación rara que no sabemos explicar.

Por eso me emociona tanto que la ciencia quiera entender las emociones. Porque significa que, como sociedad, estamos empezando a darle valor a lo que por mucho tiempo se trató de ignorar. Pero más allá de la ciencia, está la vida: esa que late en cada lágrima y en cada risa, en cada abrazo y en cada palabra que elegimos compartir.

Y si algo quiero dejarte con este blog, es la certeza de que no estás solo en lo que sientes. Que todos, en algún momento, hemos sido un mar de emociones que no sabe a dónde va. Y que está bien. Porque a veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.

Imagen sugerida:
Un joven sentado al borde de un lago en la noche, con el reflejo de la luna iluminando su rostro y pequeñas ondas de agua que simbolizan las emociones. El cielo está lleno de estrellas que representan los pensamientos y los recuerdos. El estilo es realista con un toque de arte moderno, transmitiendo introspección, conexión y energía vital.

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— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

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