No sé si tú también lo has sentido. Esa sensación de que el suelo se abre, de que algo cambia para siempre y ya no puedes volver atrás. A veces es una pérdida. Otras, un diagnóstico. A veces ni siquiera es algo grande: es un silencio largo, una traición leve, una decepción que se te clava en el pecho sin pedir permiso. El trauma no siempre tiene nombre rimbombante. A veces es cotidiano. Invisible. Y, sin embargo, nos marca.
Pero lo que más me ha sorprendido en mi propia vida —y en las historias que me han compartido— es que muchas veces, después del dolor, no viene el fin. Viene algo nuevo. Algo más honesto. Más fuerte. Más verdadero. De eso quiero hablar hoy.
Hace unos días leí un artículo de Psyciencia sobre los predictores del crecimiento postraumático (fuente original). Me dejó pensando. Decía que no todas las personas que atraviesan un trauma terminan rotas. Algunas, por el contrario, emergen con más claridad. Con más amor. Con más propósito. No porque el dolor fuera necesario, sino porque supieron transformarlo.
Eso me voló la cabeza. Porque muchas veces pensamos que sufrir es simplemente “mala suerte”, y que lo único que queda es sobrevivir. Pero ¿qué pasa si ese dolor nos está pidiendo algo más? ¿Qué pasa si la herida es también semilla?
He tenido que tocar fondo más de una vez. A mis 21 años no es que tenga una vida tan larga, pero sí una historia cargada. He perdido personas que amaba. He sentido ansiedad sin poder dormir. He dudado de mi valor. Y lo que más me dolía no era lo que pasaba afuera, sino cómo me hablaba a mí mismo por dentro. Me culpaba. Me exigía. Me apagaba.
Y sin embargo, aquí estoy. No porque haya sanado del todo, sino porque aprendí a caminar con las cicatrices a la vista. Como quien dice: “esto también soy yo”.
En un momento en el que ya no quería seguir escribiendo, alguien me compartió un texto de Mensajes Sabatinos que hablaba del dolor como un maestro. No uno amable, pero sí uno sabio. Me hizo pensar en cómo los traumas pueden convertirse en puertas si decidimos cruzarlas con conciencia.
El artículo de Psyciencia explica que el crecimiento postraumático no ocurre por arte de magia. Hay ciertos factores que lo facilitan. Por ejemplo, la capacidad de reflexionar profundamente, la apertura a nuevas formas de pensar, y el apoyo emocional. Y, aunque suene obvio, no siempre lo tenemos claro: necesitamos red. Necesitamos espacio para procesar. Necesitamos libertad para cambiar.
Me resonó mucho lo que decía sobre las diferencias entre hombres y mujeres. A veces, por los roles que nos imponen, a los hombres nos cuesta más expresar el dolor. Nos enseñaron a “aguantar”, a “no llorar”, a seguir como si nada. Pero eso nos deja aislados. Y cuando uno se aísla, el trauma se pudre por dentro.
Por eso escribo. Por eso hablo. Porque no quiero ser un hombre que traga silencios y luego explota. Quiero ser alguien que se mira, que se rompe si toca, y que después se reconstruye con más conciencia.
En mi blog personal, escribí una vez que el crecimiento no siempre se ve bonito. A veces se parece más a un caos interno que a una escalera. Pero es real. Y, si lo transitamos con autenticidad, nos regala algo que nadie puede quitarnos: la certeza de que somos capaces.
También aprendí que el trauma nos cambia la manera de mirar. Después de un golpe fuerte, dejamos de dar por sentado muchas cosas. El amor. El tiempo. La salud. La risa. Todo se vuelve más sagrado. Incluso la rutina. Incluso los lunes. Incluso el silencio.
No digo que todo trauma sea una bendición disfrazada. No voy a romantizar el dolor. Hay cosas que duelen y punto. Y a veces no sanan del todo. Pero sí creo, desde lo más profundo de mi experiencia, que podemos elegir qué hacer con lo que nos pasa. Podemos elegir si nos encerramos o si creamos algo nuevo. Podemos elegir si dejamos que el miedo nos paralice o si lo usamos como impulso.
Recuerdo una charla de Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías donde se hablaba del “dolor redentor”. No en el sentido religioso clásico, sino como una energía que, si se encausa, puede convertirse en compasión. En servicio. En arte. En algo que no solo nos salva a nosotros, sino que también toca a otros.
Quizá por eso algunos se vuelven psicólogos, otros escriben canciones, otros empiezan fundaciones, y otros simplemente aprenden a abrazar con más ternura. Porque algo se rompió. Pero también, algo nació.
Lo que más me ha servido a mí es escribir. Y hablar con personas que también han pasado por lo suyo. A veces no necesitamos respuestas. Solo compañía. Solo un “yo también”. Solo un espacio donde no tengamos que fingir fortaleza.
Si tú estás pasando por algo duro ahora mismo, no tengo fórmulas mágicas. Pero sí puedo decirte algo que aprendí desde el fondo: no estás solo. No eres débil por sentir. No eres raro por no poder más. Y no estás condenado a quedarte ahí. Porque así como hay heridas, también hay caminos. Y no estás aquí leyendo esto por casualidad. Algo dentro de ti quiere levantarse. Escúchalo.
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