martes, 19 de agosto de 2025

Cuando alguien acaricia a todos los perros: lo que dice sin decirlo

 


Hay gestos que parecen pequeños, casi automáticos, como si no dijeran nada. Pero dicen. Y dicen mucho. Uno de ellos es ese reflejo casi inconsciente de acariciar a los perros que nos cruzamos por la calle, en el parque, en casa de un amigo o incluso cuando vamos camino a alguna parte y no tenemos tiempo. No importa. Vemos un perro, bajamos la mano, lo saludamos. Hay quienes lo hacen con naturalidad, como quien respira. Y sí, puede parecer un simple acto de ternura, pero detrás de ese gesto hay una historia. Una herida, una búsqueda, un mensaje.

La psicología ha empezado a ponerle nombre a este tipo de conductas. Según lo publicado recientemente en El Tiempo (fuente original), acariciar a los perros con frecuencia podría estar relacionado con nuestra necesidad de afecto, conexión emocional y empatía. Pero más allá de la ciencia, para mí —y para muchas personas que sentimos más de lo que mostramos— este gesto es una forma de hablarle al mundo sin usar palabras.

Yo soy de los que acaricia a todos los perros. No importa si es grande, viejo, mestizo o de raza, callejero o con collar. Me acerco, lo miro a los ojos, dejo que me huela y si puedo, le doy una caricia. A veces lo hago por instinto. Pero otras, lo hago porque lo necesito. Porque en esa caricia, soy yo quien también está buscando algo.

No siempre lo supe. Pero en algún momento me di cuenta de que muchas veces esos perros que acariciaba me ayudaban a contener emociones que ni yo entendía del todo. Era como si ellos pudieran sostener mis silencios sin pedirme explicaciones. Y ahí entendí algo clave: los perros no cargan con nuestras culpas. Nos reciben sin juicio, sin condiciones. Y esa es una de las cosas más raras de encontrar entre humanos.

Desde pequeño he convivido con perros. No como mascotas, sino como parte de la familia. Recuerdo que en mi casa, incluso cuando no alcanzaba el dinero para lujos, nunca faltó un plato de comida para los animales. Y no por lástima, sino por amor. Un amor que mis abuelos y mis padres me enseñaron con hechos, no con discursos.

En esos tiempos, cuando aún no entendía mucho de psicología ni de emociones reprimidas, yo ya sabía que los perros eran más que compañía. Eran sanadores. Me abrazaban con la mirada, me despertaban cuando tenía pesadillas y, a veces, me escuchaban mejor que algunos adultos.

Hoy, con 21 años, lo sigo sintiendo igual. Pero también me pregunto: ¿qué hay detrás de esa conexión tan directa que tenemos con los animales, especialmente con los perros?

La respuesta, creo, está en el reconocimiento. Cuando acariciamos a un perro, reconocemos su existencia. Lo validamos. Le decimos: “te veo, estás aquí”. Y en un mundo donde cada vez nos cuesta más mirarnos a los ojos entre humanos, donde los mensajes se reducen a emojis y donde la ansiedad nos hace correr sin pausa, ese acto de detenernos para acariciar a un ser vivo que no nos pide nada… es un acto de resistencia. De humanidad.

Lo curioso es que muchas personas que acarician a los perros no siempre son igual de cercanas con otras personas. Puede sonar paradójico, pero tiene sentido. A veces, quienes más necesidad tienen de amar y ser amados, son quienes más se han quemado con vínculos humanos. Y entonces, encuentran refugio en los animales. Porque ellos no traicionan. No cuestionan. No te rechazan por ser sensible, llorón, o “raro”.

Me pasa. Y he hablado con más personas que sienten lo mismo. En una conversación reciente que compartí en Bienvenido a mi blog, se abordaba la ternura como una forma de sabiduría silenciosa. Acariciar a un perro es un acto tierno. Pero también es una forma de sanar.

En otro de mis espacios favoritos, Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías, se habla del amor incondicional desde la fe. Y ¿saben qué? Hay algo profundamente espiritual en la forma como los perros nos aman. Porque, aunque no entiendan nuestras palabras, comprenden nuestras emociones. Y si Dios habita en lo simple, quizás un perro es una de sus formas más puras de recordarnos que no estamos solos.

He visto personas endurecidas por la vida que solo sonríen cuando ven un perro. He visto niños tímidos acercarse sin miedo a un animal que les dobla el tamaño. He visto adultos que acarician a un perro sin saber que, al hacerlo, están acariciando partes rotas de su propia infancia.

Y por eso me dan tristeza quienes desprecian a los animales. Porque no entienden lo que se están perdiendo. No es solo un perro. Es un vínculo, una historia, una posibilidad de volver a sentir.

Este blog no es solo una defensa de los perros. Es una invitación a observarnos. A darnos cuenta de cómo actuamos, de qué hacemos sin pensar, y qué revela eso de lo que llevamos por dentro. Si eres de los que siempre acaricia a los perros, no es casualidad. Quizás llevas una ternura dentro que aún no has terminado de aceptar. Y eso está bien. Acéptala. Es tu fuerza.

Y si no lo haces, no importa. Pero detente a mirar. A lo mejor un día descubres que ese peludo desconocido que se te acerca no es solo un animal… es un espejo.

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Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

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