Desde hace un tiempo me viene rondando una pregunta que no se va fácilmente: ¿qué tanto silencio puede cargar una persona antes de romperse por dentro?
En mi generación se habla más de salud mental que nunca, pero a veces siento que se habla más que se escucha. Se crean hashtags, campañas, frases tipo “no estás solo”, pero muy pocas veces nos atrevemos a mirar de frente lo que en verdad duele. Lo que no solo incomoda, sino que confronta. Y de todas las heridas que arrastramos como sociedad, hay una especialmente silenciada: el abuso sexual infantil.
Sé que no es un tema cómodo. Y sé también que no es algo que uno suela tratar en una conversación entre amigos o en redes, al menos no sin incomodar. Pero por eso mismo hay que hablarlo. Porque cuando callamos lo que duele, permitimos que siga ocurriendo.
Hace poco leí un artículo en Psyciencia sobre los avances en la terapia cognitivo conductual centrada en el trauma (TCC-CT) para niños víctimas de abuso sexual. Y aunque el artículo era técnico, sentí que había algo más profundo detrás de lo que explicaba: una esperanza real, científica y humana de que sanar sí es posible, incluso cuando la herida ocurrió en la infancia y dejó una marca difícil de describir.
En palabras simples, esta terapia se enfoca en ayudar a niños y adolescentes a procesar el trauma a través de una combinación de herramientas cognitivas, emocionales y conductuales. Es una especie de acompañamiento donde se les enseña a nombrar lo que pasó, a entender que no fue su culpa, y a construir nuevas formas de relacionarse con ellos mismos y con el mundo.
Pero más allá de la técnica, lo que me conmovió fue entender que detrás de cada caso hay un niño o una niña que, por un instante, sintió que el mundo se rompía. Y que aún así, dentro de ese caos, todavía es posible volver a sentirse seguro. Volver a confiar. Volver a jugar sin miedo.
Yo no soy terapeuta. No soy psicólogo. Pero soy humano. Y he crecido rodeado de personas que cargan historias que nadie más conoce. He escuchado relatos que me han dejado con un nudo en la garganta, de amigos, de conocidos, de gente que simplemente necesitaba que alguien no los mirara con lástima, sino con respeto. Y por eso escribo esto. No para dar lecciones, sino para recordarnos que todos tenemos algo que sanar. Que todos podemos ser un espacio seguro para alguien.
El abuso sexual infantil no distingue estrato, ciudad, nivel educativo o religión. Y lo más triste es que, muchas veces, ocurre en entornos cercanos: familias, escuelas, comunidades religiosas. Lugares donde se supone que debería existir cuidado. Y cuando ese cuidado se rompe, no solo se pierde la inocencia. Se quiebra algo más profundo: la posibilidad de confiar en lo que debería protegerte.
En uno de los blogs que más me ha influenciado —Mensajes Sabatinos— leí una vez que el alma también necesita abrazos que no se ven, pero se sienten. Y eso es precisamente lo que creo que puede ofrecer una terapia bien hecha: un espacio donde el alma pueda respirar otra vez. Donde no se le exija al niño que “supere” lo ocurrido, sino que se le permita reconstruirse a su ritmo.
Lo que no debería pasar es que esa oportunidad solo esté al alcance de quienes pueden pagarla. Porque sanar no puede ser un privilegio. Sanar debería ser un derecho.
Imaginen cuántas vidas cambiarían si cada colegio, cada barrio, cada comunidad, tuviera acceso real a psicólogos formados en TCC-CT. No solo para intervenir cuando ya todo explotó, sino para prevenir, para educar, para enseñar a los niños que su cuerpo es suyo, que su voz tiene valor, que el amor no duele ni confunde.
Una sociedad que no cuida a su infancia está destinada a repetir su dolor en generaciones futuras. Y en un país como Colombia, donde tantas heridas vienen del silencio y del abuso de poder, sanar desde la infancia no es solo un acto de compasión. Es una revolución.
En mi propio blog El blog Juan Manuel Moreno Ocampo, he hablado de cómo muchas veces la espiritualidad se convierte en refugio para lo que no entendemos. Pero también he aprendido que el cuerpo guarda lo que el alma no puede procesar. Y por eso necesitamos ambas cosas: un lenguaje que nos conecte con lo invisible, pero también herramientas concretas que nos ayuden a reconstruir lo visible.
Sé que esto no es un tema fácil de digerir. Y está bien si necesitas procesarlo. Lo importante es que no lo ignores. Que si conoces a alguien que ha vivido algo así, no le pidas que “siga adelante” como si nada. Escúchalo. Cree en su historia, aunque no tengas pruebas. Abrázalo con presencia, no con pena.
Y si tú, que me estás leyendo, viviste algo parecido en tu infancia y aún no lo has contado… este es un recordatorio suave pero firme: no estás solo. No estás rota. No es tu culpa. Y sí, mereces sanar. A tu tiempo, a tu modo, con ayuda o sin ella… pero mereces vivir una vida donde tu historia no sea una condena, sino un punto de partida.
Agendamiento: Whatsapp +57 310 450
7737
Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros
grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro
Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
👉 “¿Quieres más tips como
este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.
—
No hay comentarios.:
Publicar un comentario