A veces me pregunto cuántas cosas vemos de lejos sin detenernos a tocarlas de verdad. Cuántos lugares conocemos solo por fotos o por la prisa de un viaje. Cuántos árboles, cuántas montañas, cuántas personas se nos cruzan, pero no se nos quedan. Hoy quiero escribir sobre el Valle del Cocora, pero no solo como un destino turístico o un paisaje bonito de Instagram. Quiero escribirlo como un símbolo de lo que significa sembrar algo más que árboles. De lo que significa sembrarnos a nosotros mismos en el lugar donde estamos, aunque sea solo un instante.
Leí hace poco una nota que contaba cómo un grupo de turistas llegó al Valle del Cocora a plantar especies nativas. Lo vi como una noticia chiquita, pero me pareció enorme. Porque no siempre el turismo deja algo más que huellas de paso o basura. A veces, si lo entendemos bien, puede ser una forma de devolverle algo a la tierra que nos sostiene. Y eso me hizo pensar en mi propia forma de caminar por el mundo: ¿estoy dejando solo huellas que se borran con la lluvia o estoy dejando raíces que crecen con el tiempo?
El Valle del Cocora siempre ha sido para mí un lugar que va más allá de las postales. Lo conocí hace algunos años, cuando mi familia decidió hacer un viaje para reconectarnos con la naturaleza y entre nosotros. Recuerdo que llegamos temprano, con el aire frío que corta la piel y despierta el alma. Vi las palmas de cera levantarse como columnas infinitas, como si quisieran enseñarnos que crecer hacia arriba solo es posible cuando tenemos raíces profundas. Y entendí que ese lugar no era solo un paisaje: era un llamado.
Cuando supe que ahora los turistas están sembrando especies nativas allí, sentí que algo estaba cambiando. Porque plantar un árbol es un acto de humildad y también de esperanza. Es decirle al futuro: “Aquí estuve yo, y esto es lo que dejo”. Y no es un acto vacío de turistas queriendo sacarse una foto y ya. Es un acto de amor, aunque dure solo el tiempo que toma poner las manos en la tierra. Me gusta pensar que cada uno de esos árboles es como un mensaje silencioso: que podemos ser turistas conscientes, que podemos viajar no solo para ver, sino para cuidar.
Me quedé pensando en eso. En que muchas veces vivimos como turistas también en nuestra vida. Pasamos rápido por los días, por las personas, por los momentos. Vamos de un lugar a otro, de una conversación a otra, sin preguntarnos qué estamos dejando sembrado en cada uno. Y ahí es donde siento que este tema conecta con algo mucho más profundo. No se trata solo de reforestar un valle, sino de reforestar el corazón.
Creo que todos tenemos un Valle del Cocora interior: un lugar que necesita que sembremos algo bueno, algo verdadero. Puede ser una palabra amable, un gesto que no espera nada a cambio, una disculpa que nos hace libres, un “te quiero” que no nos atrevemos a decir. Porque al final, sembrar vida no es solo plantar un árbol en la montaña. Es plantar humanidad en un mundo que a veces se olvida de ser humano.
En estos días, he estado leyendo algunos textos de mi blog https://juanmamoreno03.blogspot.com, y me doy cuenta de que siempre vuelvo a esta misma idea: que lo que hacemos importa más cuando nace del corazón. Y que cada uno de nosotros tiene la capacidad de sembrar algo que dure, algo que no se borre con el paso de los días.
No digo que sea fácil. Vivimos en una época en la que todo es rápido, en la que parece que no hay tiempo para detenerse a cuidar un árbol o un vínculo. Pero creo que la única manera de no ser turistas en nuestra propia vida es elegir con conciencia dónde y cómo queremos quedarnos. Así como esos turistas decidieron que su paso por el Valle del Cocora no fuera solo una caminata, sino una siembra.
Esto me conecta también con algo que he leído en el blog de “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com). Ahí se habla mucho de la gratitud y de cómo nuestras pequeñas acciones pueden ser una forma de oración. Y pienso que sembrar un árbol —o sembrar un gesto de amor— es una forma de agradecer lo que recibimos. Es una forma de decirle a la vida: “Gracias por tanto. Esto es lo que te devuelvo.”
Y creo que necesitamos más de eso. Más espacios donde podamos dejar de ser turistas y empezar a ser parte de algo más grande. Porque la vida no es solo un lugar por el que pasamos: es un lugar que podemos cuidar, y que puede cuidarnos si aprendemos a escucharlo.
La próxima vez que mires un chat lleno de mensajes o una fila de pendientes en tu agenda, acuérdate de esto: la vida está hecha de momentos, pero también de raíces. Y las raíces solo crecen si nos damos el permiso de parar y de poner las manos en la tierra, literal o simbólicamente. Porque al final, lo que siembres es lo que queda. Y lo que queda es lo que te sostiene.
Hoy, desde esta voz joven que soy y que sigue aprendiendo, quiero invitarte a que te preguntes: ¿qué estás sembrando? No solo en los lugares que visitas, sino en los corazones que tocas. Porque en un mundo que cambia tan rápido, lo que más necesitamos no es más velocidad, sino más conciencia. Más manos abiertas, más tierra fértil en nuestras relaciones, más esperanza plantada donde otros solo ven paso.
Así lo veo yo. Así lo escribo y lo vivo. Con la certeza de que cada paso que damos puede ser un acto de amor si lo hacemos con intención. Y con la confianza de que, aunque a veces no sepamos exactamente qué crecerá de lo que sembramos, vale la pena intentarlo. Porque al final, lo que queda no es lo que vimos, sino lo que dimos.
¿Sentiste que esto te habló directo al corazón? Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.
Agendamiento: Whatsapp +57 310 450
7737
Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros
grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro
Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
👉 “¿Quieres más tips como
este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario