Es extraño pensar que, mientras escribo esto desde la esquina de una habitación cualquiera en Colombia, en algún punto de Texas hay niños y jóvenes sentados frente a una pantalla que no solo les muestra información, sino que dialoga con ellos, los observa aprender, reconoce sus silencios, sus dudas, sus patrones de atención y hasta sus formas únicas de comprender el mundo. La educación impulsada por inteligencia artificial parecía, hasta hace poco, una idea sacada de una película futurista, de esas que uno veía con ojos curiosos de niño y pensaba: “eso no lo voy a ver en vida”. Sin embargo, aquí está, ocurriendo ahora, naciendo en un lugar concreto y anunciando, casi en voz baja, que pronto estará más cerca de lo que creemos, quizá en una escuela de nuestro barrio, quizá en la casa de al lado, quizá en el teléfono de un niño que hoy mismo está descubriendo letras y números.
No puedo evitar conectar esta idea con los recuerdos que me acompañan desde pequeño. Crecí escuchando conversaciones sobre tecnología, cambios sociales, educación, futuro. En mi familia siempre existió una inquietud por aprender, por entender lo que venía, por no quedarnos congelados en una sola forma de ver la vida. Y, aun así, la educación que vi y viví estuvo marcada por cuadernos, pizarras, profesores con el alma cansada pero el corazón firme, y compañeros que, como yo, buscaban una respuesta más profunda a la vida de lo que dictaba el currículo. Hoy pienso que esa mezcla de carencias y riquezas fue preparando el terreno para entender que la educación nunca ha estado completa, que siempre ha sido un proceso en construcción, imperfecto, humano, contradictorio.
La inteligencia artificial entra ahora en ese escenario como un personaje nuevo, inquietante y fascinante a la vez. No llega simplemente a reemplazar un libro o un salón de clase; llega a replantear la forma misma en la que entendemos el aprendizaje. Una IA no se cansa, no se desmotiva, no se distrae, puede adaptar sus respuestas a cada estudiante, reconocer su ritmo, recomendarle ejercicios específicos, recordarle lo que olvidó, felicitarlo cuando progresa. Eso suena maravilloso, casi perfecto, pero también despierta una pregunta incómoda: ¿qué pasa con el error humano, con la duda, con la improvisación, con el gesto cálido de un maestro, con la mirada que acompaña, con el silencio compartido entre dos seres conscientes que se reconocen?
Tal vez el verdadero desafío no es tecnológico, sino profundamente humano. Porque una máquina puede entregar información más rápido que cualquier profesor, pero ¿puede inspirar propósito? Puede explicar un concepto mil veces sin perder la paciencia, pero ¿puede comprender el dolor de un adolescente que no logra concentrarse porque su mundo se está desmoronando? Puede personalizar una clase, pero ¿puede escuchar de verdad? En ese punto, la inteligencia artificial parece más bien un espejo que nos obliga a mirar qué es lo que hemos descuidado como sociedad. Tal vez la llegada de estas nuevas escuelas en Texas —y pronto, en otros lugares— nos está diciendo que la educación tradicional ya no responde a las necesidades del alma contemporánea, que hay un vacío que ni los libros ni las pantallas han logrado llenar por completo.
He leído y reflexionado sobre estos temas en distintos espacios, incluso en mis propios escritos y en los textos que me han rodeado desde siempre. En mi propio blog, https://juanmamoreno03.blogspot.com, he explorado cómo la tecnología puede ser herramienta, pero también reflejo de nuestras carencias internas. En el legado que encuentro en https://juliocmd.blogspot.com, reconozco una mirada profunda sobre la vida, el pensamiento y el aprendizaje que no se limita a un aula ni a un programa educativo. Y en los mensajes de https://escritossabatinos.blogspot.com he sentido esa voz interior que recuerda que el conocimiento real nace de la conciencia y no solo de los datos. Incluso desde la perspectiva espiritual que aparece en https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com, es posible entender que todo avance tecnológico es parte de un proceso mayor, que no puede separarse del sentido ético, humano y trascendente de nuestra existencia.
Por supuesto, también hay otra cara de esta historia: la desigualdad. Mientras en Texas se levantan escuelas inteligentes, con sistemas capaces de seguir el progreso de cada estudiante al detalle, en muchos rincones de Latinoamérica todavía hay niños que caminan kilómetros para llegar a una escuela sin techos adecuados, sin libros suficientes, sin conexión a internet. La inteligencia artificial en la educación puede convertirse en un puente… o en un muro más alto. Todo dependerá de las decisiones que tomemos ahora. ¿Será un privilegio para unos pocos o una oportunidad para muchos? ¿Reducirá las brechas o las hará más evidentes?
En este punto vuelve a aparecer una sensación que me acompaña con frecuencia: la contradicción. Soy parte de una generación fascinada por la tecnología, que aprende rápido, que se adapta, que explora, que crea en mundos digitales casi sin darse cuenta. Pero también soy parte de una juventud que siente el peso del mundo, el cansancio de un sistema que no siempre escucha, que promete mucho y entrega poco, que confunde progreso con acumulación y aprendizaje con competencia. La educación impulsada por IA podría ayudarnos a descubrir talentos ocultos, a liberar el potencial de mentes brillantes, a democratizar el conocimiento. Pero también podría volvernos más dependientes, más desconectados del cuerpo, del entorno natural, de las conversaciones reales, del contacto humano que nos hace sentir vivos.
Quizá, más que preguntarnos si la IA debe o no entrar en las escuelas, deberíamos preguntarnos cómo queremos que lo haga. Con qué valores, con qué límites, con qué propósito. Porque una máquina programada por humanos siempre llevará dentro las intenciones, los miedos, las esperanzas y las sombras de quienes la crearon. Y ahí es donde aparece la importancia de la ética, de los datos, del uso responsable de la información personal de niños y jóvenes. Temas que también están presentes en los debates de https://todoenunonet-habeasdata.blogspot.com, donde se recuerda que detrás de cada dato hay una persona, una historia, una vida que merece respeto.
En el fondo, creo que la educación del futuro no será solo una cuestión de algoritmos, sino de conciencia. No bastará con saber programar, analizar o automatizar. Será necesario aprender a sentir, a distinguir, a cuestionar, a escuchar el silencio, a hacer pausa. Tal vez la IA pueda enseñarnos matemáticas en segundos, pero alguien tendrá que enseñarnos qué hacer con ese conocimiento cuando nos enfrentemos al dolor de otro ser humano, a la pérdida, a la injusticia, al amor, al miedo, al cambio. Y ese alguien no será una máquina.
Mientras tanto, imagino esos salones en Texas, con niños interactuando con una inteligencia artificial que los llama por su nombre, que reconoce su voz, que les propone retos personalizados. Me pregunto cómo se sentirán. ¿Se sentirán comprendidos o simplemente evaluados? ¿Se sentirán acompañados o vigilados? ¿Encontrarán libertad en ese nuevo modelo o sentirán otra forma de presión invisible? No lo sé. Pero sí sé que cada avance en la historia ha sido una invitación a reflexionar, no solo a consumirlo sin pensar.
Tal vez ese sea nuestro rol como generación: no negar la tecnología, pero tampoco idolatrarla. Caminar con ella, cuestionarla, humanizarla, recordarle que existe un mundo más grande que cualquier código, que hay una conciencia que no se puede programar, un misterio que no se deja capturar por ningún sistema. Tal vez la verdadera escuela del futuro no esté solo en Texas, ni en una pantalla, ni en un dispositivo portátil. Tal vez la verdadera escuela siempre ha estado dentro, en ese lugar silencioso donde nos atrevemos a hacernos preguntas que ninguna inteligencia artificial puede responder por nosotros.
Y aun así, no puedo negar que siento esperanza. Esperanza de que estas nuevas formas de educación logren despertar mentes, sanar heridas, abrir caminos que antes parecían imposibles. Esperanza de que la tecnología no nos quite humanidad, sino que nos obligue a redescubrirla. Esperanza de que, en medio de todo este avance, todavía quede espacio para un abrazo, una mirada honesta, una conversación sin filtros, una verdad compartida.
Quizá la educación impulsada por IA no sea el final de algo, sino el comienzo de una nueva etapa donde lo humano y lo tecnológico aprendan a coexistir de una manera más consciente. Y si eso ocurre, si alguna vez una escuela cerca de mí se transforma gracias a esta nueva forma de aprender, quiero llegar allí con el corazón abierto, con la mente despierta y con la certeza de que aprender no es solo acumular datos, sino comprender la vida en toda su complejidad, su belleza y su contradicción.
Agendamiento: Whatsapp +57 310 450
7737
Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros
grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro
Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
👉 “¿Quieres más tips como
este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.






