martes, 30 de junio de 2015

Qué son los celos y cómo prevenir que tu hijo los sienta

Qué son los celos y cómo prevenir que tu hijo los sienta

Los celos podemos definirlos como un estado afectivo caracterizado por la emoción de miedo intenso a perder o ver mermados el cariño y la atención de alguien querido o el temor de que esa persona prefiera a otra. El niño celoso percibe la realidad algo distorsionada, piensa que es menos querido que antes, su autoestima disminuye, se encuentra ansioso y angustiado, puede rechazar aquello que le gustaba hacer y le cuesta mantenerse concentrado, incluso puede aislarse.

Los celos en la familia

En la familia, la rivalidad entre hermanos por sentirse queridos y atendidos por los padres y la llegada de un nuevo miembro a la familia suelen ser los motivos principales que desencadenan los celos. Los celos son una etapa relativamente normal que se debe superar y no tiene importancia si es circunstancial y pasajera, pero madres y padres debemos estar atentos cuando estos celos alteran significativamente la convivencia y el desarrollo normal del niño, o sean demasiado frecuentes y no remitan a los cinco años de edad.
Nuestra intervención como padres es esencial para evitar el sufrimiento de estos niños, ya que su duración excesiva puede llevar a un desarrollo anómalo de su personalidad, y pueden aparecer algunos comportamientos negativos muy variados, como agresividad, impulsividad, inseguridad y desajustes en sus relaciones sociales, como la desconfianza hacia los demás, terquedad o envidias.

Pautas a seguir ante los celos

El estado prolongado de la situación de celos de nuestro hijo dentro de la familia depende, mayormente, de nuestro comportamiento, por lo tanto, aquí tenemos algunos consejos para poner en práctica:

  1. Reforzamos los comportamientos contrarios a los celos, como la cooperación, el cuidado, la amabilidad y el afecto. En este caso, el ‘refuerzo social’ (abrazos, elogios o prestarle atención) es un medio muy adecuado para que disminuya esta actitud de celos.
  2. Ignoramos las conductas en las que predominen emociones celosas, es un método muy eficaz para eliminarlas. Al principio, este método puede aumentar la intensidad de los celos pero, si aguantamos y somos perseverantes, disminuirán significativamente.
  3. Evitamos comparar a los hermanos entre sí.
  4. En el caso de celos por la llegada de un hermano, sacamos tiempo para dedicarlo en exclusiva a cada uno de nuestros hijos. A veces, la llegada de un bebé que requiere tantos cuidados hace que nos olvidemos de que hay otra persona que también necesita nuestra atención.
  5. Explicamos al niño que papá y mamá le van a querer igual que antes, aunque no podamos dedicarle tanto tiempo.
  6. Mantenemos los hábitos y rutinas del niño lo máximo posible ya que, de esta manera, se adaptará mejor a la nueva situación familiar.

lunes, 29 de junio de 2015

El rechazo a la escuela ¿Qué hacer con los niños que no quieren ir al cole?

El rechazo a la escuela ¿Qué hacer con los niños que no quieren ir al cole?

En el momento en que el niño entra en la escuela, va a tener que adaptarse a un sistema de vida, de relaciones y de valores diferentes a los que había conocido anteriormente. Cuando llega a la escuela, su única experiencia son las vivencias familiares y sus expectativas sobre la vida escolar son bastante confusas. Algunos de ellos rechazan la escuela, lo que supone un motivo de alarma, tanto para los padres como para los maestros.
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Aparecen las enfermedades y ausencias

Con cierta frecuencia, el rechazo a la escuela no se manifiesta abiertamente, sino que se encubre tras un supuesto malestar físico, en forma de trastornos de este orden, fiebre, diarreas o dolores de cabeza, justo los días que el niño tiene que ir a la escuela y nunca cuando tiene vacaciones o cuando hay alguna actividad interesante para él. Generalmente, no se tiene en cuenta la estrecha relación que existe entre este tipo de enfermedades y una posible inadaptación. Las ausencias por pequeñas enfermedades denotan la dificultad del niño para adaptarse a su nueva situación: separación de la madre, relacionarse con desconocidos, nuevos ritmos y horarios. Enfrentarse a todo esto constituye un nuevo mundo para él.
Los dolores de cabeza, vómitos, faringitis y diarreas repetidas pueden ser síntomas de conflictos psicológicos que el niño manifiesta inconscientemente, aunque estas exteriorizaciones son a veces momentáneas y pueden desaparecer al cabo de días si la escuela tiene un ambiente acogedor. Hay que tener en cuenta que el absentismo es una de las causas más frecuentes del retraso escolar. El niño que no tiene buena salud tendrá más dificultades para concentrarse, bajo rendimiento intelectual y cansancio a la hora de hacer sus tareas escolares, lo que tendrá como consecuencia un detrimento en su desarrollo evolutivo.

El niño vuelve a hacerse pipí

El niño que controla sus esfínteres, en el momento de ingresar en la escuela puede sufrir una regresión en este terreno. Evidentemente se trata de una manifestación de la dificultad que el niño tiene ante esta nueva situación. Es necesario que la escuela lo tenga en cuenta y no aumente las dificultades al pretender reprimir este problema. Hay que pensar que, aunque el control de esfínteres se adquiere hacia los 2 años, este control no se domina totalmente hasta los 4 años y representa un esfuerzo psicológico importante para el niño que bajo la presión de una situación difícil puede ceder fácilmente.

Cuidado con los comportamientos retraídos

La mayoría de los niños lloran el primer día de clase y posiblemente unos cuantos días después. Llorar es la manifestación de algún tipo de malestar. Los niños lloran ante una situación desconocida o ante la pérdida momentánea de la seguridad que representa su familia. Si el ambiente que encuentra es acogedor, enseguida sabrá reconocer las ventajas que la nueva situación le representa; se adaptará rápidamente y el progreso realizado con la entrada en la escuela será sorprendente.

Pero no todos los niños reaccionan de la misma manera ante lo que no les gusta: algunos lo hacen de manera abierta (lloran, se enfadan, hacen una pataleta) y otros, por el contrario, reaccionan de forma más tranquila, pero no por eso debemos dejar de estar atentos a su comportamiento. Estos últimos, aunque aparentemente pueden mostrarse mejor adaptados, quizá viven situaciones desagradables que son más difíciles de captar y que solo se manifiestan en forma de cierta tristeza o desgana. En el extremo de esta conducta hay niños que tienen un comportamiento retraído: no hablan con sus compañeros, no juegan en el patio y se quedan aislados en un rincón. Estos niños, a veces, tienen una dependencia acentuada respecto a la madre, cuando ésta se encuentra con el niño en casa. Si estas conductas persisten se tiene que observar qué sucede, no sólo en el momento en que se le lleva a la escuela, sino indagar también qué le pasa cuando está en ella.

domingo, 28 de junio de 2015

La actividad social del niño entre los 6 y los 12 años

La actividad social del niño entre los 6 y los 12 años

La actividad social del niño varía según su edad y sus propias experiencias. El niño afronta sus relaciones dando a cada uno un trato diferenciado. En la primera infancia sólo los padres son importantes. Más tarde, al entender que existe otro mundo más extenso aparte de su familia, se inicia en la independencia respecto de la madre y valora al resto del grupo familiar, entablando con ellos relaciones de amistad, de prepotencia, descaro o sensiblería. Pero también existen otros grupos sociales con los que el niño entrará en contacto. La escuela y los amigos le ayudarán a integrarse en una actividad social en la que, a medida que crezca, tendrá que aceptar normas, esperar turno y saber escuchar. Además, entablará relaciones de verdadera camaradería y adquirirá valores tan específicos como la lealtad y la amistad.

Una actitud intolerante a los 6 años

El niño de 6 años se mantiene en continua discusión, sobre todo con su madre. Aunque es con ella con la que mantiene un duelo más fuerte, también es a ella a quien más necesita. La madre, con una correcta actuación y sin pretender cambiar autoritariamente la conducta de su hijo, puede conseguir que desista en sus intentos y que suavice su irritabilidad. El niño capta cualquier tensión en casa y es capaz de adoptar posturas variables de dulzura o desprecio frente a problemas que puedan surgir con la madre. Frente a otras personas se puede mostrar francamente maleducado, adoptando un comportamiento insolente. En lo que respecta al padre, es bastante exigente con él y le gusta acaparar su tiempo; con él se muestra menos batallador y le gusta compartir juegos y actividades. No es extraño que el niño se muestre egoísta e intolerante, ni que quiera acaparar la atención de los demás. Le gusta ser el primero en todo y le cuesta aceptar que los demás puedan vencerle. A pesar de todo, le gusta jugar con otros niños, en grupos que suelen ser muy variables.

La colaboración aparece a los 7 años

El niño de 7 años colabora dentro del grupo familiar y cumple con las responsabilidades que se le designan, y lo hace generalmente de forma consciente. Se identifica con su familia y le gusta demostrar que él, al igual que el resto de los miembros que la configuran, tiene unas funciones y unas tareas específicas que debe realizar para garantizar que todo marche bien. No es tan testarudo como lo era el año anterior y se muestra más comprensivo y dulce en su relación con la madre. Mantiene buenas relaciones con el padre y siente admiración y cariño por el resto de la familia. No obstante, puede mostrarse celoso ante algún hermano menor y es bastante influenciable en sus relaciones. Con los amigos ya no es tan agresivo y las peleas no resultan tan constantes, aunque no desaparecen del todo. Puede jugar con compañeros del sexo opuesto sin discriminación, pero ya empieza a establecer algunas diferencias a la hora de escoger un grupo para jugar. Ya no le resulta tan necesaria la presencia del adulto, ni para jugar ni para realizar tareas concretas.

Aceptación fuera de casa a los 8 años

A los 8 años, el grado de dominio que posee el niño de gran parte del comportamiento social hace que guarde la compostura y se muestre educado y atento frente a los demás. Se comporta mucho mejor fuera de casa, y amigos y conocidos quedan encantados con las atenciones del niño y valoran su actitud. No tiene problemas para entablar nuevas relaciones. Con sus amigos, el juego empieza a ser bastante organizado, aunque es exigente con ellos y también reclama su constante atención. Le gusta salir y visitar a otros niños. Los mejores amigos suelen ser de su mismo sexo, especialmente en el caso de las niñas.

El despiste a los 9 años

A los 9 años el niño se muestra más dócil y menos exigente que a los 8 años, pero está absorto en su mundo y parece que no escuche a nadie. Aunque es francamente despistado, lo cierto es que cuando se le recuerda una tarea, la lleva a cabo sin problemas. Le gusta entablar conversaciones que le aporten información y en ocasiones desestima el juego para poder charlar.

La relevancia familiar a los 10 años

La familia adquiere una relevancia especial para el niño de 10 años. Vuelve a establecer una intensa relación con la madre, alejada de discusiones y problemas. Si el ambiente familiar es normal, el niño idealiza a su familia. No cree que exista otra familia mejor que la suya y disfruta con las salidas y actividades conjuntas. Tiene facilidad para demostrar su admiración y es cariñoso y afectuoso.

Desmitificación de los padres a los 11 y 12 años


Al llegar a los 11-12 años reduce considerablemente el tiempo que pasa junto a sus padres. Le gusta estar en casa y fuera de ella, pero con sus amigos. Se vuelve más realista y desmitifica esa familia ideal de los 10 años. La familia ya no resulta tan perfecta y empieza a criticar algunas actuaciones de sus padres. Empieza a tornar algunas iniciativas, pero sólo en temas que le interesan. Tiene muy en cuenta las críticas de sus padres, aunque ello no hace que sea más responsable.

sábado, 27 de junio de 2015

Amigos, el mejor refugio del adolescente

Amigos, el mejor refugio del adolescente

La amistad es clave en la vida del adolescente. Los amigos representan el escalón que permite saltar de la dependencia infantil a la autonomía adulta, con la consiguiente inclusión en la sociedad. Actúan como relevo de los padres, sin ser sus sustitutos, y proporcionan la compañía necesaria para afrontar esta nueva situación de independencia. Los amigos adolescentes se vuelven inseparables y no se cansan nunca de estar juntos, aunque se aburran y no sepan qué hacer. Aún así, cuando un adulto recuerda su adolescencia, las experiencias que suelen haberle quedado mejor grabadas son los momentos que pasó con los amigos. De hecho, las amistades de la adolescencia suelen convertirse más tarde en los «mejores amigos» y permanecen con el paso de los años.
En la adolescencia, los amigos ocupan un lugar preferente porque en ellos se depositan los sentimientos, las comunicaciones más íntimas, la fidelidad incondicional y los vínculos afectivos, a veces casi más profundos que con los padres. Si los padres entienden estos sentimientos y los aceptan sin sentir que su hijo ya no los quiere, los amigos no se convertirán en el único refugio al que acudir.
Uno de los factores que hace que la amistad cobre tanta relevancia es que permite al adolescente encontrarse consigo mismo y con los demás en un plano de igualdad diferenciada. Hasta entonces el adolescente no había elegido ni decidido, a título personal, con quién quería relacionarse: la familia, hermanos, primos, amigos de la escuela… todo era «obligatorio», venía dado por su inclusión genealógica o por la decisión de los padres de asistir a tal o cual lugar. La amistad del adolescente supone una elección de con quién quiere ir. Esta libertad de elección hace que sean «sus amigos» y que resulte tan difícil admitir opiniones de los padres acerca de la conveniencia o no de ellos.

La figura del líder


La amistad conlleva necesariamente un funcionamiento grupal: los componentes del grupo comparten intereses, gustos, aficiones, colegio, etc. En principio no existe una organización estructurada, ya que no existe un líder y sus lazos de unión se basan en la coincidencia de costumbres o gustos. Cuando el grupo se consolida, pueden surgir de manera espontánea ciertas reglas internas y emerge entonces también la figura del líder como representante de los intereses colectivos. ¿Qué consigue el adolescente con esta figura? Supone la autoafirmación personal del «yo soy eso», en la medida en que este «eso» es compartido por todos. La pandilla reafirma y reasegura su identidad y, retroactivamente, cada miembro aporta continuidad y estabilidad a la pandilla. Por su parte; el líder potencia la cohesión interna de la banda y la realización de sus intereses. En algunos casos, esta cohesión interna se consigue a través de una postura de provocación y de llamar la atención a la sociedad.

viernes, 26 de junio de 2015

La autoridad positiva

La autoridad positiva

Los padres, a menudo, nos encontramos con la dificultad de hallar un equilibro entre la tolerancia total y la falta de paciencia a la hora de poner límites claros a nuestros hijos. Pero es importante explorar las maneras de acercarnos a ese equilibrio para ejercer nuestra autoridad en forma positiva.
En lo cotidiano, a veces, nos encontramos con situaciones que nos exceden en lo que refiere a la educación de nuestros hijos. Parece que se nos hace difícil congeniar el desgaste que produce el trabajo, las tareas del hogar y las ocupaciones diarias con la enorme tarea de educar. Es común observar cómo en ocasiones debilitamos nuestra propia autoridad y, en consecuencia, perjudicamos el desarrollo sano y feliz de nuestros niños.

En general, los errores que cometemos todos los padres son similares, y es interesante analizarlos para poder reflexionarlos. Vamos a repasar algunos de ellos:

La permisividad excesiva

En primer término, la permisividad excesiva. Muchas veces, los niños pueden interpretar las faltas de participación por parte de los padres como una falta de estima o valoración, por lo que no es posible educar sin intervención alguna. Nuestros pequeños precisan referentes y límites para crecer felices y equilibrados.
  • Somos los adultos los que tenemos que indicarles lo que está bien, lo que está mal y lo que significa el respeto. Ellos nos necesitan para esto, porque no han nacido sabiéndolo.

El autoritarismo anula la personalidad

En el otro polo de la permisividad se encuentra al autoritarismo, que es creer que el niño debe hacer siempre todo lo que sus padres le indiquen, lo que anula su personalidad. Se trata de enseñarles a obedecer por obedecer, con el riesgo de que esto convierta a nuestro hijo en una persona sumisa, sin dominio de sus actos, esclavo de lo que otros le dicen que haga.
  • Es importante escuchar las razones de nuestros hijos, ceder cuando creemos que es conveniente que él pueda decidir determinadas cuestiones y dejar que se exprese.
Además, también es conveniente aprender a negociar con ellos, lo que no implica permisividad, sino escucha, explicaciones y comunicación constructiva entre padres e hijos.

Evitar contradicciones

Un error habitual es caer en la falta de coherencia, y esto es en varios sentidos. En primer término, la contradicción entre lo indicado por el padre y por la madre. Esto, en ocasiones, genera discusiones entre ambos frente al pequeño, que se siente indefenso ante la falta de claridad. Es importante actuar en conjunto, y conversar las diferencias en privado para poder educar en equipo.
Otra incoherencia habitual ocurre cuando decimos que no, pero luego nos retractamos y accedemos a lo que anteriormente negamos. Lo aconsejable es no dar marcha atrás cuando decimos que no, porque esto confunde a nuestros hijos. Lo mismo ocurre con no cumplir con las penitencias que decidimos llevar a cabo. Por eso conviene no negar por negar, ni amenazar con penitencias que no cumpliremos luego.

No perder la paciencia ni gritar a la mínima

Es común también en los padres y madres gritar y perder la paciencia fácilmente. Esto supone un abuso de fuerzas para el niño, y además, en caso de repetirse con frecuencia, tampoco servirá para que él mismo tome consciencia de algún hecho, sino que es probable que se acostumbre a los gritos, y ya no reaccione frente a ellos. Pero lo esencial es que gritando no se construye un hogar armónico, donde exista una comunicación afectiva y pacífica, sino que genera tanto para padres como para hijos un trato hostil, lo que corroe la salud emocional de toda la familia. Por eso, si nos sentimos desbordados podemos pedir ayuda a profesionales, a la institución educativa o a nuestros pares.

Estos errores, si tratamos de corregirlos, nos permitirán educar a nuestro hijo de una manera más efectiva. Por último, os dejamos más consejos para reforzar nuestra autoridad positiva como padres: dar ejemplo, reconocer los propios errores, valorar los intentos de nuestros hijos por mejorar, darles tiempo para incorporar aquellas cosas que pretendemos enseñarles, educar con claridad, confiar en ellos. Y, sobre todo, comprender que a veces tan sólo debemos actuar desde el amor y desde el sentido común, comprendiendo que los límites son para nuestros pequeños como las barandas de un balcón: los necesitan para no caer.

jueves, 25 de junio de 2015

Cómo hacer que tu hijo asuma responsabilidades en casa?

¿Cómo hacer que tu hijo asuma responsabilidades en casa?

Si queréis conseguir que vuestros hijos asuman responsabilidades en el hogar, organizad una asamblea en la que participe toda la familia. En ella, debéis completar una planificación que incluya las tareas que deben realizar. Para ser equitativos con vuestros hijos en el reparto de sus obligaciones, proponedles que elijan las tareas de acuerdo con la siguiente clasificación:
  •  Por preferencia. Cada uno tiene que pensar lo que le gustaría hacer o qué responsabilidad les apetecería asumir, como: sacar la basura, bajar al perro, poner y quitar la mesa, etcétera. Si optan por sus preferencias, es más probable que las cumplan.
  • Por viabilidad. Las tareas se dispondrán de acuerdo con los horarios escolares y a las actividades que tengan por las tardes o en el fin de semana, para que no entorpezcan sus planes y a la vez puedan cumplir con sus obligaciones.
  • Por destreza. De esta forma, las tareas les resultarán más cómodas y sencillas y, sobre todo, acordes con su edad.
Por supuesto, recordad que nunca debéis permitir que el reparto de tareas se realice por distinción de género, es decir, tareas de chicos y tareas de chicas. De esta manera educaréis en la igualdad. Y, por último, finalizad amablemente la asamblea dándoles las gracias por su cooperación.
Los padres y madres a menudo asumen responsabilidades que realmente no les corresponden a ellos, sino a sus hijos, pero que lo hacen con la mejor intención. Creen que es bueno para los hijos que mientras sean pequeños se dediquen únicamente a sus estudios y a sus actividades extraescolares. Los padres y madres, pensando en el porvenir de los hijos, quieren que únicamente se dediquen a estudiar, sin darse cuenta de que eximirles de ciertas responsabilidades sólo traería como consecuencia privarles del aprendizaje más importante: valerse por ellos mismos, ser capaces de tomar decisiones y responsabilizarse de ellas como personas autónomas e independientes.
Si vuestros hijos consiguen las cosas por la vía fácil, les estaréis demostrando que se puede tener todo a bajo precio y sin esfuerzo. Cuando quieran algo y no lo obtengan, desde muy pequeños, llorarán, tendrán rabietas y gritarán cada vez más alto para que les deis lo que piden. Con esta forma de actuar provocaríais en ellos que generen muy poca tolerancia a la frustración, por lo que buscarán hasta límites insospechados cualquier argucia para conseguirlo. Si optáis por darles todo, les estaréis proporcionando una educación que les convertirá en seres con comportamientos egocéntricos y en pequeños tiranos, que para satisfacer sus propias exigencias habrán aprendido actitudes y comportamientos de amenaza y desafío tanto frente a vosotros como frente a sus profesores, educadores e incluso amigos y compañeros.
Ya se trate de niños o de adolescentes o incluso de algunos de esos inquilinos treintañeros que aún viven con sus padres y siguen chupándoles la sangre y vaciándoles el monedero, el hecho es que cada vez asumen menos responsabilidades. Tienen todos los derechos y muy pocas obligaciones. Parece que, de un tiempo a esta parte, ellos ya no tienen que aportar tanto dentro de la familia, sino que les da todo hecho, no como en épocas anteriores en las que cada uno de los hermanos se responsabilizaba de sus tareas cotidianas desde pequeño y sin rechistar.

Si lo tienen todo desde niños, ¿existe algún motivo por el cual al llegar a la adolescencia quieran renunciar a esos beneficios? ¿Querrán dejar de seguir teniéndolo todo? Obviamente, no. Si no delegáis en ellos responsabilidades y tampoco les enseñáis ni les motiváis para que cooperen en casa, seguiréis siendo el mayordomo de vuestros hijos. Invertid tiempo en educar con firmeza y cariño para que cumplan con sus obligaciones y la batalla no estará perdida.

miércoles, 24 de junio de 2015

Qué hacer y qué no para educar en valores a nuestros hijos

Territorio SP | Qué hacer y qué no para educar en valores a nuestros hijos

Educar a nuestros hijos y transmitirles los valores necesarios para encarar la vida de la mejor manera posible no es fácil. Como padres, queremos ofrecer a nuestros pequeños todos los recursos que estén a nuestro alcance para que tengan una vida feliz y plena. Pero, a veces, no sabemos por dónde empezar, cómo hacerlo o si lo estamos haciendo bien.
En este sentido, Bernabé Tierno, psicólogo, psicopedagogo y asesor de Superpadres.com, nos ofrece algunas pautas de comportamiento para que los padres sepamos cómo tenemos que actuar si queremos plantar y ver florecer en nuestros hijos la semilla de los valores. Son éstas:
  • Respetar la individualidad de cada niño. Nuestro hijo ha de sentirse único, independiente y libre para tomar sus decisiones. Como padres, no podemos obligarlo a ser lo que nosotros queremos que sea, ni intentemos encauzar su futuro. Nuestra función es educarle y apoyarle, pero siempre respetar su vocación y sus decisiones.
  • Descartar las etiquetas y los juicios negativos. Las comparaciones nunca son buenas, mucho menos si se trata de nuestros hijos. Si les comparamos con otros niños o les ponemos etiquetas, aunque puedan sonarnos positivas, les podemos hacer sentir mal consigo mismos.
  • Reforzar lo positivo. A los niños, como a los adultos, les influye el humor y estado de ánimo de la gente que les rodea. Por eso, si queremos hijos alegres y positivos debemos serlo nosotros también. Las formas a la hora de decir las cosas son determinantes, por eso si les hablamos en positivo y destacamos lo que hacen bien en lugar de lo que hacen mal, les motivaremos mucho más.
  • No halagar constantemente nuestro hijo. Aunque no seamos conscientes de ello, el hecho de repetir una y otra vez lo bien que hacen las cosas puede transmitirles la sensación de que los estamos juzgando constantemente.
  • No premiarles con regalos cuando hacen bien las cosas. La verdadera motivación para ser buenos y actuar correctamente debe ser que nos sintamos orgullosos de ellos. Es importante que el niño se sienta a gusto y satisfecho con el simple hecho de saber que está haciendo bien las cosas o que se ha esforzado al máximo para que las cosas salgan bien.
  • No fingir lo que no somos. Desde el principio debemos contar a los niños la realidad de nuestra familia, sea la que sea. Siempre con palabras acordes a su edad para que las puedan entender pero nunca hay que mentirles. Esto les hace fuertes y les enseña que no deben avergonzarse de quien son.
  • Ponernos de acuerdo padre y madre. No siempre será fácil, pero debemos intentar mostrar el máximo consenso delante de los hijos. La táctica del “poli bueno y el poli malo” no funciona. Y si no es posible llegar a un acuerdo, en algunas ocasiones se pueden someter a votación las decisiones y dejar participar también al niño. A partir de los 7 años los niños ya pueden opinar y participar en la toma de decisiones.
  • Manifestarnos como somos. No se trata de ser padres perfectos, sino de ser padres humanos. Si nos equivocamos, debemos reconocerlo y disculparnos si la situación lo requiere. Con esta actitud estamos enseñándole al niño que no pasa nada por cometer errores siempre que nos responsabilicemos de ellos y hagamos lo posible por solucionarlos.
  • No poner demasiadas normas. Es mucho mejor tener pocas normas y que sean claras. Además, no debemos olvidar que la mejor manera para que el niño aprenda a comportarse como debe y adquiera una buena educación en valores es que los padres prediquemos con el ejemplo.