sábado, 20 de septiembre de 2025

El abandono empieza mucho antes de que el gato salga por la puerta



Desde pequeño he escuchado historias de abandono animal. Imágenes duras: un gato dejado en una carretera, una caja en un parque, una puerta que se cierra. Esa idea se nos queda tan grabada que creemos que el abandono empieza en ese instante, en el momento visible. Pero con los años y con mi propio gato entendí algo que duele aún más: el abandono empieza mucho antes. Y muchas veces ocurre con el gato todavía dentro de casa.

Comienza en los pequeños gestos. Cuando dejamos de intentar entender por qué maúlla tanto. Cuando nos molesta que se esconda. Cuando pensamos “lo hace por fastidiar” en vez de “algo le pasa”. Cuando dejamos de hablarle, de mirarlo con la misma ternura. No es por falta de amor; es porque estamos cansados, saturados, porque no sabemos cómo ayudar. Pero el gato sigue ahí, esperando que volvamos a conectar, que le miremos otra vez como al principio. Sin reproches. Sin palabras. Solo esperando.

A veces pienso que en esto se parece mucho a las relaciones humanas. Cuando dejamos de escuchar de verdad a quien tenemos cerca, cuando lo damos por sentado, cuando no queremos ver su malestar porque nos confronta con nuestro propio cansancio. Me lo recordó un texto de “Mensajes Sabatinos”: “abandonar no siempre es soltar, a veces es dejar de mirar”. Esa frase se me quedó clavada porque refleja exactamente este proceso invisible.

Las estadísticas muestran que uno de los factores más comunes en el abandono animal es la falta de información. Muchas personas no abandonan a sus gatos por falta de amor, sino porque no saben cómo seguir queriéndolos bien cuando la convivencia se complica. Nadie les enseñó a leer sus señales, a acompañarlos, a sostener el vínculo cuando llegan los roces. Y en eso, creo que podemos aprender de la misma manera que aprendemos sobre vínculos humanos: con paciencia, con educación, con empatía.

En “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” hay reflexiones sobre cómo sostener relaciones más allá del cansancio. Me gusta esa idea porque nos recuerda que cuidar no es solo dar comida o techo, es acompañar en lo invisible. Con un gato, ese acompañar invisible puede ser sentarse al lado cuando está asustado, buscar un veterinario cuando su comportamiento cambia, hablarle aunque no responda, respetar sus tiempos de adaptación.

En redes sociales solemos ver videos de gatos adorables y graciosos, pero pocas veces vemos los momentos difíciles de la convivencia. Yo mismo he pasado por ellos: cambios de casa, estrés, comportamientos inesperados. He tenido que aprender que detrás de un arañazo puede haber miedo, que detrás de un esconderse puede haber dolor. Y cuando logro verlo así, algo cambia en mí. Ya no siento que me está “fallando” como compañero; siento que me está mostrando su vulnerabilidad.

La buena noticia es que hay herramientas y gente dispuesta a ayudar. Educadores felinos, veterinarios con enfoque conductual, comunidades online que comparten consejos basados en ciencia y experiencia. En “Bienvenido a mi blog” he escrito sobre cómo pedir ayuda no nos hace menos capaces, nos hace más humanos. Con los gatos es igual: pedir ayuda no es señal de fracaso, es señal de que queremos hacerlo bien.

Me gustaría que más personas entendieran que cuidar de un gato no es solo alimentarlo y limpiar su arenero. Es sostener un vínculo vivo, en constante cambio. Es aprender su lenguaje, su contexto, sus miedos y alegrías. Es aceptar que también podemos equivocarnos y que siempre es posible reconstruir. Porque sí, hay gatos que siguen en casa pero hace tiempo que se sintieron un poco solos. Y reconocerlo es el primer paso para cambiarlo.

Yo mismo he tenido momentos en que me sentí superado. Días de trabajo y estudio en los que llegaba tarde y no tenía energía para jugar con él o para prestarle atención. Y sin embargo, él seguía ahí, esperándome. Su paciencia me enseñó a no dar por sentado lo que amo. Me enseñó que puedo reparar, que puedo volver a mirar, que el abandono no tiene que ser destino.

Hay algo profundamente sanador en volver a conectar con un gato que pensabas distante. Basta con mirarlo a los ojos, con sentarte cerca sin esperar nada, con hablarle suavemente. Los gatos sienten ese cambio. Responden. Se acercan. El vínculo puede renacer. Y esa experiencia de reconstrucción no solo salva la relación con tu gato, también te transforma a ti.

Me gusta pensar que en este momento, mientras lees esto, ya estás haciendo algo distinto. Ya estás mirando con otra intención. Y eso cuenta. Porque la conciencia es el primer paso para cualquier cambio real. En “El blog Juan Manuel Moreno Ocampo” he compartido varias veces que la vida se transforma cuando dejamos de actuar en piloto automático. Lo mismo aplica aquí: si estás leyendo sobre abandono invisible, es porque ya no quieres repetirlo.

La próxima vez que escuches maullidos insistentes, antes de molestarte pregúntate qué necesita. La próxima vez que tu gato se esconda, en vez de asumir “me ignora”, piensa “quizá tiene miedo”. La próxima vez que te sientas superado, recuerda que pedir ayuda no te hace menos, te hace más responsable.

El abandono visible empieza con una puerta que se cierra. El abandono invisible empieza cuando dejamos de mirar. Pero también ahí podemos elegir. Podemos volver a mirar. Podemos volver a escuchar. Podemos reconstruir ese pequeño puente entre su mundo y el nuestro. Y en ese acto simple, hay algo profundamente humano, profundamente vivo.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

📲 WhatsApp directo: +57 310 450 7737
📘 Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
🐦 Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
💬 Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos
📢 Canal de Telegram: Únete aquí

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario