miércoles, 3 de septiembre de 2025

La doble vida de un amante de los gatos



Nunca le conté a nadie lo que estaba haciendo. Para mi familia, mis amigos y mis compañeros de trabajo yo seguía en lo mismo de siempre: despertarme, cumplir con la rutina, hacer como que todo estaba bajo control. Pero, en secreto, algo había cambiado.

Todo empezó una noche cualquiera, cuando un gato callejero se sentó en mi ventana. No sé cómo explicarlo, pero su mirada me atravesó. No era un simple animal buscando refugio; había en sus ojos una mezcla de cansancio y misterio que me hizo sentir que me estaba pidiendo algo más. Desde ese día, no volví a mirar a los gatos de la misma manera.

Empecé a notarlos en todos lados: los tímidos que se esconden bajo los carros, los ansiosos que no paran de maullar, los agresivos que parecen llevar el mundo entero en sus uñas. Y detrás de ellos, siempre, humanos que no sabían leer sus señales, que confundían cariño con indiferencia o juego con estrés. Descubrí un dato que me marcó: uno de cada tres humanos no sabe detectar signos de estrés en su gato, y más de la mitad de los gatos domésticos tienen sobrepeso por culpa de la mala alimentación o la falta de estímulo.

Eso me explotó en la cabeza. ¿Cómo podía ser que convivamos con estos seres y, aun así, no los entendamos? Era casi un espejo de lo que pasa en la sociedad: la gente se frustra con lo que no comprende y termina dañando lo que más ama. En Mensajes Sabatinosleí una vez que "el verdadero amor empieza en la paciencia", y entendí que el vínculo con un gato también era un ejercicio de paciencia y respeto.

Así que me puse a investigar. A leer. A ver videos. A seguir expertos. Y, sin darme cuenta, pasé de ser "ese joven que ama los gatos" a alguien que podía explicar por qué un felino se escondía o dejaba de comer. Al principio lo hacía solo por curiosidad, como un escape de la rutina, pero pronto se volvió algo más serio.

El giro llegó cuando una persona me hizo una pregunta que nunca imaginé:
—¿Me cuidarías el gato? ¿Cuánto me cobras?

Me quedé en shock. ¿Pagarme por algo que ya hacía gratis? No fue solo ella. Poco a poco, más personas empezaron a buscarme. Querían a alguien que no solo alimentara a sus gatos, sino que entendiera su lenguaje, sus silencios, sus miedos. En ese momento comprendí que estaba viviendo una doble vida: trabajador común de día, intérprete felino de noche.

Y no es casualidad. En los últimos diez años, el número de gatos en hogares ha crecido un 30%. Cada vez hay más familias multiespecie que ya no buscan a cualquiera que les cuide el gato: quieren profesionales, gente con sensibilidad y conocimiento. Algo parecido leí en Organización Todo En Uno sobre cómo las profesiones del futuro no siempre serán las que enseñan en las universidades, sino aquellas que nazcan de necesidades reales y humanas. Cuidar gatos, aunque suene simple, es también parte de ese futuro.

Pero ser “cat sitter” va más allá de la tarea de alimentar o limpiar la arena. Es un acto de confianza. Alguien abre las puertas de su casa y te deja a cargo de un miembro de su familia. Es, literalmente, cuidar un pedazo de su corazón. Y eso me enseñó algo que también aplica a la vida: no se trata de hacer las cosas rápido ni de aparentar que sabemos, sino de detenernos, observar y acompañar en silencio cuando hace falta.

Lo curioso es que esta pasión felina empezó a conectarse con mis otras búsquedas. En Amigo de ese ser supremo muchas veces he leído reflexiones sobre cómo la espiritualidad se refleja en lo cotidiano. Yo lo sentí cuando entendí que los gatos también son maestros: te obligan a respetar su tiempo, a aceptar que no puedes controlarlo todo, a valorar la presencia silenciosa como una forma de amor.

Al final, mi doble vida me hizo preguntarme algo más grande: ¿qué pasaría si todos pudiéramos ganar dinero haciendo lo que amamos? Si alguien puede convertir el cuidado de gatos en un camino, entonces cada quien tiene dentro de sí un espacio que puede transformarse en vocación. Pero para eso hay que estar dispuesto a escuchar las señales, a confiar en la intuición, a salir del guion que la sociedad nos dicta.

Hoy ya no escondo tanto esa otra parte de mí. Algunos amigos saben que me dedico a cuidar gatos y se ríen, otros me dicen que soy raro, y yo les respondo que prefiero ser raro antes que vivir con la sensación de que me perdí de lo que realmente me conecta. La vida es demasiado corta para ignorar lo que nos apasiona, demasiado frágil para dejarla pasar en silencio.

Quizá mañana decida llevar esta pasión aún más lejos. Quizá termine abriendo un espacio físico donde humanos y gatos aprendan a convivir mejor, un punto de encuentro donde el amor y el respeto por los animales sea el centro. No lo sé todavía. Pero sí sé que esta doble vida me devolvió algo que creía perdido: la sensación de estar construyendo algo mío, algo auténtico, algo que late.

Y ahora te lo pregunto a ti, que llegaste hasta aquí: si pudieras ganar dinero haciendo lo que amas, ¿qué harías? No lo pienses como un sueño lejano. Míralo como ese gato en la ventana: inesperado, misterioso, pero lleno de señales que te invitan a mover un pie hacia adelante.

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— Juan Manuel Moreno Ocampo
"A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad."

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