Cuando adopté a Kira, me hice una promesa: que haría todo lo posible para entenderla y darle la vida más feliz que pudiera. Creí que sería fácil porque ya había tenido perros, porque había visto videos y leído artículos. Pero pronto descubrí algo: entender a un perro no es tan fácil como parece cuando creces rodeado de mitos.
Al principio yo también caí en ellos. Creía en esas frases que repetimos sin pensar: que hay que mostrarle quién manda, que algunas razas son “complicadas”, que si mueve la cola está contento… Confiaba ciegamente en esos mitos. Y cometí errores. Errores que afectaron a Kira, a nuestra relación y a cómo nos sentíamos juntos.
Lo bueno es que los errores también enseñan. Empecé a formarme, a leer estudios, a asistir a cursos y a escuchar a profesionales que hablaban con datos reales en lugar de prejuicios. Ahí descubrí algo más profundo: que amar a un perro es, ante todo, aprender a mirarlo sin filtros.
En “Mensajes Sabatinos” he leído reflexiones sobre cómo los vínculos se sostienen con verdad y no con hábitos heredados. Con los perros pasa igual: no basta con quererlos, hay que desaprender creencias dañinas y construir otras nuevas.
Quiero compartirte hoy los cinco mitos más extendidos sobre perros que yo mismo creí, junto con datos reales para que nunca más vuelvas a dudar.
El primero: “Tu perro quiere dominarte.” Esta idea, muy extendida hace años, está completamente desfasada. Los perros no ven el mundo en términos de dominio y sumisión con los humanos. Necesitan líderes claros, sí, pero líderes basados en calma, comunicación y coherencia, no en dominio. La teoría de la dominancia ha sido completamente desmentida por la ciencia moderna del comportamiento animal. La American Veterinary Society of Animal Behavior publicó en 2009 un comunicado oficial explicando que estos enfoques causan más estrés y problemas de comportamiento.
El segundo mito: “Hay razas agresivas por naturaleza.” Esto es falso y puede ser peligroso, porque genera prejuicios hacia ciertos perros. La agresividad es un comportamiento, no una característica genética exclusiva de una raza. El American Veterinary Medical Association (AVMA) afirma claramente que ningún estudio científico serio confirma que determinadas razas sean naturalmente agresivas. La agresividad depende del entorno, la educación, las experiencias y el bienestar emocional.
El tercero: “Si mueve la cola, está feliz.” Esto es una simplificación extrema que confunde a muchos tutores. Mover la cola indica excitación, no necesariamente felicidad. Un perro puede mover la cola también por estrés, incertidumbre o incluso miedo. Un estudio publicado en Current Biology (Artelle & Mills, 2011) indica que la posición y velocidad del movimiento de cola puede significar emociones tan diversas como miedo, ansiedad o alegría. Aprender a distinguirlas es clave para una convivencia segura.
En “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” he leído sobre cómo el lenguaje verdadero no siempre tiene palabras. Con los perros es igual: su lenguaje es corporal y emocional. Si no aprendemos a leerlo, interpretamos mal.
El cuarto mito: “El perro que muerde una vez, lo hará siempre.” Esto también es incorrecto. Los perros muerden por motivos específicos: miedo, dolor, incomodidad o sensación de amenaza. Si solucionamos la causa que desencadenó ese comportamiento, es probable que no vuelva a pasar. Según la American Society for the Prevention of Cruelty to Animals (ASPCA, 2015), la mayoría de mordidas podrían evitarse comprendiendo las señales previas de incomodidad y gestionando mejor las situaciones de riesgo.
El quinto mito: “Los perros saben cuándo han hecho algo mal y sienten culpa.” Esto es un mito humano muy común. En realidad, lo que interpretamos como “culpa” (mirada baja, esconderse, agachar las orejas) es solo una respuesta a nuestro lenguaje corporal y tono de voz, que anticipa una reprimenda, pero no significa que el perro entienda que hizo algo “malo”. Un estudio publicado en Behavioural Processes (Horowitz, 2009) demostró que la famosa “mirada culpable” de los perros ocurre por la reacción del dueño, no por el conocimiento del perro de haber hecho algo incorrecto.
Conocer estos mitos y entender por qué son erróneos me ayudó a construir una relación más sana, real y feliz con Kira. Y espero que ahora también pueda ayudarte a ti. Porque nuestros perros merecen tutores que no solo les quieran mucho, sino que también sepan cuidarles bien.
En “El blog Juan Manuel Moreno Ocampo” he escrito sobre cómo, en la vida, el primer paso para cuidar bien es informarse. No basta con el amor intuitivo, necesitamos amor informado. Y eso aplica tanto a nuestras relaciones con las personas como con los animales.
Cuando miro atrás, pienso en todo lo que Kira me enseñó. Que ningún vínculo se construye sobre el miedo. Que ninguna convivencia florece en la incoherencia. Y que la ternura se aprende tanto como se siente.
Así que, si estás leyendo esto y tienes un perro en casa, te invito a cuestionar los mitos que heredaste. Observa. Escucha. Aprende. No para ser el “dueño perfecto”, sino para ser un compañero más consciente y justo.
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