Hay decisiones en la vida que parecen ilógicas cuando se miran desde afuera. Adoptar un gato que no te quiere ver es una de ellas. La mayoría de personas esperan amor inmediato, fotos tiernas para Instagram, una compañía disponible en todo momento. Pero, ¿qué pasa cuando el gato no responde a esas expectativas? ¿Qué pasa cuando, en lugar de correr hacia ti, se esconde debajo de un mueble y apenas se atreve a existir en tu presencia?
He pensado mucho en esto, porque la historia de Laia y su gata Nina se parece, en realidad, a muchas de nuestras propias historias humanas. Adoptar a Nina fue un acto de amor que parecía fracasar desde el inicio: ella huía, se escondía, evitaba cualquier contacto. Laia llegó a preguntarse si no le había cambiado simplemente una jaula por otra. Y esa pregunta, que parece tan doméstica, en realidad refleja algo más grande: ¿qué significa convivir con lo distinto, con lo frágil, con lo que no está listo para abrirse?
Yo mismo he sentido esa contradicción en la vida. He conocido personas que, como Nina, viven escondidas en su propio dolor, en sus propios silencios, y uno se pregunta si realmente se puede llegar a ellas. Pero el tiempo me ha mostrado que la ternura no siempre es inmediata; a veces es resistencia, paciencia, un acto de quedarse, como hizo Laia. Ella decidió no rendirse. No exigir. Simplemente estar. Ese gesto de presencia silenciosa cambió todo. Y un día, sin previo aviso, Nina salió de la sombra y se acurrucó a su lado. No porque le hubieran insistido, sino porque sintió que, por fin, era seguro hacerlo.
En una sociedad obsesionada con la rapidez, los resultados y la gratificación instantánea, esta historia me recuerda que lo más valioso de los vínculos no siempre es visible al inicio. Queremos que los afectos sean claros, las respuestas inmediatas y las recompensas palpables. Pero lo humano (y lo animal, al final somos parte de la misma vida) se teje de procesos lentos, de confianzas que nacen en silencio. Como escribí alguna vez en mi propio blog, la vida no es un espectáculo para los demás: es un proceso íntimo donde a veces las respuestas llegan tarde, pero llegan con una fuerza transformadora.
Quizás por eso me conmueve tanto la decisión de Laia de quedarse. De no juzgar a Nina por no ser “el gato de Instagram”, sino de aceptar que el vínculo tendría otro ritmo, otra forma. Es lo mismo que pasa en las relaciones humanas cuando dejamos de comparar a las personas con lo que deberían ser y las acompañamos en lo que realmente son. ¿No es acaso lo mismo en nuestras familias, en nuestras amistades, incluso en nuestros espacios de trabajo? Muchas veces exigimos amor, productividad o cercanía en tiempos que no son los del otro. Y terminamos generando más distancia que encuentro.
Recuerdo que en Mensajes Sabatinos encontré una frase que me marcó: “El amor no siempre es ruidoso; a veces es simplemente la capacidad de permanecer en silencio sin huir”. Ese pensamiento me llevó a reflexionar sobre cuántas veces me he sentido como Nina: encerrado en mis propias sombras, con miedo a salir. Y cuántas veces alguien se quedó ahí, sin presionarme, hasta que me sentí listo para volver a confiar.
Adoptar un gato que no te quiere ver no es una contradicción: es un recordatorio de que no todo amor se construye de inmediato. Que a veces lo más grande se gesta en lo pequeño, en la paciencia de sentarse al lado de un armario a leer en voz baja, esperando a que el otro sienta que puede acercarse. En ese acto, hay más amor del que creemos: es un amor sin condiciones, que no pide ser visto para existir.
Laia entendió que acompañar no era forzar, sino abrir espacio. Y yo creo que eso mismo necesitamos en nuestra vida social: abrir espacios de confianza para quienes han aprendido a esconderse. No todos los vínculos son instantáneos, pero todos tienen la posibilidad de florecer si existe respeto.
En un mundo que corre demasiado, tal vez lo más revolucionario sea aprender a esperar. A no rendirse. A no dar por fracasado lo que simplemente aún no está listo para mostrarse. Porque, como en el caso de Nina, un día cualquiera, sin avisar, la vida nos sorprende y nos muestra que sí valía la pena quedarse.
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