Hay días en los que me doy cuenta de que la convivencia entre especies —entre humanos y animales— es mucho más compleja de lo que parece en los vídeos tiernos de internet. En TikTok vemos bebés abrazando perros, en Instagram vemos gatos y niños durmiendo juntos. Todo parece perfecto. Pero detrás de esas imágenes hay una realidad: no todo es improvisable. No todo es intuitivo. Y no basta con “amar a los animales” para que todo salga bien.
Cada vez hay más familias con perros y peques conviviendo en casa. Y cada vez hay más situaciones que incomodan, que tensan, que no sabes cómo abordar. Ni como profesional. Ni como tutor. Parece que no pasa nada… hasta que pasa. Un gruñido, un susto, una mirada que nadie supo leer. Y de repente alguien dice: “¿El perro? Mejor que se vaya”. Y así, un vínculo se rompe.
Si estás pensando que esto solo ocurre en casos extremos, tengo que decirte que nada más lejos de la realidad. En situaciones que no sabemos cómo gestionar, tendemos a tomar decisiones que no tomaríamos en ningún otro contexto. Y es ahí donde creo que, como sociedad, necesitamos cambiar de chip: dejar de ver estos casos como “uno más” y empezar a reconocer que requieren una atención especial.
En “Mensajes Sabatinos” leí hace poco sobre la importancia de sostener el cuidado cuando todo se complica. Me resonó porque es exactamente esto: cuando hay un perro y un niño en casa, no basta con educar bien al perro. Eso se sobreentiende, por supuesto. Pero hay que entender más: la etapa en la que está el niño, los ritmos de la familia, lo que puede sostenerse y lo que no. Lo que el perro intenta decir sin palabras. Lo que los adultos ignoran sin querer —o queriendo—.
A mí me tocó verlo en carne propia. Una amiga tuvo que reubicar a su perro después de años juntos porque la llegada de un bebé cambió toda la dinámica de la casa. No porque no lo amara, sino porque nadie le enseñó a manejar la situación. Ni a leer al perro ni a anticipar las etapas del bebé. Y esa historia me dejó una pregunta que todavía me ronda: ¿cuántas veces confundimos amor con improvisación?
En “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” encontré un texto sobre la importancia del discernimiento: saber cuándo actuar y cuándo esperar, cuándo pedir ayuda y cuándo sostener. Creo que eso es fundamental aquí. Estos casos no vienen con manual. Pero ante situaciones tan importantes, el margen de error es muy estrecho.
Para bien o para mal, vivimos en un mundo donde hay más información disponible que nunca, pero seguimos actuando como si “ya supiéramos” cómo manejar todo. Convivir con perros y niños no es solo “tener cuidado”. Es una disciplina, un aprendizaje, una red de apoyo. Necesitamos profesionales preparados y familias informadas.
Por eso me llamó la atención una clase online gratuita que imparte Tamara Hernán, fundadora de Crianza Multiespecie, sobre 3 herramientas para asumir casos de riesgo entre perros y niños sin derivar ni improvisar. Tamara ha trabajado con más de 3.000 familias y su enfoque es de comprensión, adaptación y vínculo. Esa experiencia es oro porque no se queda en la teoría; viene de ver los matices, las grietas y las soluciones reales.
No puedo evitar conectar esto con lo que escribo en “Bienvenido a mi Blog” sobre la importancia de no improvisar con lo esencial. No improvisamos con una cirugía, no improvisamos con un vuelo, no improvisamos con una inversión importante. ¿Por qué improvisaríamos con la seguridad y el bienestar de quienes amamos?
Yo no organizo esta clase, pero creo en su valor. Porque cada vez que un vínculo se rompe por falta de información, perdemos todos. Y cada vez que una familia aprende a leer antes de actuar, a pedir ayuda antes de desesperarse, ganamos todos.
Me doy cuenta de que esto no va solo de perros y niños. Va de cómo vivimos la vida. De cómo abordamos situaciones complejas. De cómo necesitamos humildad para decir “no sé” y pedir guía. De cómo podemos prevenir antes que lamentar.
Para mi generación, que creció con tutoriales de YouTube para todo, esto puede sonar contradictorio: no todo se aprende en un vídeo. No todo se improvisa. Hay casos donde necesitamos formación real, acompañamiento real, personas que ya recorrieron ese camino.
Si estás leyendo esto y convives con animales y niños, quizá este sea tu recordatorio para parar, informarte y prepararte. No esperes a que pase algo para aprender. No esperes a sentirte sobrepasado para pedir ayuda. Porque cuando se trata de vínculos y seguridad, cada segundo cuenta.
Al final, esta reflexión también me hace mirar mi propia vida. ¿En qué otras áreas estoy improvisando cuando debería prepararme? ¿En qué relaciones estoy asumiendo que todo “fluye” sin cuidar los detalles? Quizá ahí también haya una alerta. Quizá ahí también haya una invitación a ser más consciente.
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