Me encontré con una noticia que me dejó pensando durante días: el veneno del sapo Bufo, esa sustancia que durante mucho tiempo se conoció como un potente alucinógeno, ahora está siendo estudiada para tratar trastornos mentales. Una mezcla de asombro y esperanza me invadió al leer sobre este tema, porque habla de algo que me parece profundamente humano: la búsqueda de respuestas en lugares inesperados. Y también, de cómo la naturaleza sigue siendo, a veces sin que nos demos cuenta, la madre de todas las medicinas.
He oído muchas historias sobre el sapo Bufo, ese pequeño anfibio que vive en los desiertos y que guarda en su piel un secreto que, según quienes lo han experimentado, puede cambiarlo todo. Su veneno, conocido como 5-MeO-DMT, no es una droga cualquiera. Es una sustancia que, en dosis muy controladas, provoca experiencias tan profundas que algunas personas las describen como “un renacer espiritual”. Pero, como todo en la vida, no es tan simple. No se trata de un remedio milagroso que borra los problemas como por arte de magia. Es un portal que abre puertas, pero también despierta preguntas que no siempre tienen respuestas.
Lo que más me mueve de este tema es cómo la ciencia y la espiritualidad parecen encontrarse en un mismo punto. Porque, mientras algunos lo ven como un tratamiento prometedor para la depresión, la ansiedad o el estrés postraumático, otros lo viven como una ceremonia sagrada, un viaje hacia lo más hondo de uno mismo. Y yo creo que ahí está el corazón de esta historia: en esa frontera entre el conocimiento y la fe, entre el cuerpo y el alma.
Me gusta pensar que esto no es casualidad. Que estamos volviendo a mirar a la naturaleza como una maestra, no como un recurso que podemos explotar sin fin. Porque este veneno del sapo Bufo no es algo creado en un laboratorio: es un regalo que la tierra nos da, pero que también nos exige respeto y conciencia. No podemos tratarlo como una pastilla más, como una solución rápida. Hay que entenderlo como lo que es: una herramienta poderosa que puede abrir heridas tanto como puede cerrarlas.
En mi blog personal (https://juanmamoreno03.blogspot.com/), siempre he escrito sobre esa necesidad de reconciliar la tecnología con lo más humano, de encontrar el equilibrio entre el progreso y el respeto por la vida. Y este tema del sapo Bufo me parece un símbolo perfecto de ese equilibrio. Porque sí, la ciencia está encontrando formas de usarlo para ayudar a personas que sufren, pero también hay algo más grande en juego: la forma en que nos relacionamos con lo que nos rodea, con la naturaleza, con la espiritualidad.
He leído que algunas personas que han probado este veneno, bajo la guía de expertos y en entornos controlados, sienten como si algo dentro de ellos se limpiara. Como si, por unos minutos, las cargas del pasado y los miedos del futuro se disolvieran y quedara solo la verdad de lo que somos. No sé si todos podemos o debemos pasar por esa experiencia, pero me conmueve pensar que existe esa posibilidad: la de tocar algo tan puro y tan antiguo que nos devuelva un poco de nuestra propia esencia.
En “Mensajes Sabatinos” (https://escritossabatinos.blogspot.com/), hemos hablado mucho de la importancia de no tenerle miedo a lo desconocido, de abrirnos a lo que puede enseñarnos algo nuevo. Y siento que eso es justo lo que nos pide esta medicina natural: valentía para explorarla, pero también humildad para reconocer que no todo está en nuestras manos. Que a veces, lo más importante es aprender a escuchar, a dejar que la sabiduría de la naturaleza nos hable sin imponerle nuestra voz.
Sé que este tema no es para todos. Y está bien. No todos tenemos que querer adentrarnos en estos territorios. Pero incluso si nunca lo probamos, creo que hay algo que podemos aprender de él: que la salud mental no es solo una cuestión de medicamentos o diagnósticos. Que es un camino que mezcla cuerpo, mente y espíritu. Que no hay una única receta para sanar, y que, a veces, la respuesta está donde menos lo esperamos.
En la Organización Todo En Uno (https://organizaciontodoenuno.blogspot.com/), donde reflexionamos mucho sobre cómo cuidarnos mejor en el trabajo y en la vida, hablamos de la importancia de la salud mental como un derecho, no un lujo. Y creo que explorar estas nuevas posibilidades —con respeto y conciencia— es parte de esa lucha por reconocernos como seres completos, no como máquinas que solo tienen que funcionar.
La naturaleza nos ofrece constantemente recordatorios de que la vida es más grande que nuestras preocupaciones. Que un simple sapo puede contener en su piel el poder de transformar nuestro mundo interno. Y que, si somos capaces de honrar eso, de cuidarlo y de cuidarnos, tal vez podamos encontrar un camino más auténtico y más amoroso hacia nosotros mismos.
Quiero cerrar este blog con la imagen que, para mí, captura todo esto: imagina un joven sentado a la orilla de un río, con un cuaderno en las manos y la mirada perdida en el horizonte. El cielo está pintado de naranjas y morados, y, a su lado, un pequeño sapo descansa tranquilo. No hay nada que explicar. Solo la certeza de que, a veces, las respuestas están justo donde menos las esperamos.
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— Juan Manuel Moreno Ocampo
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