Hace unos días, entre lecturas casuales y búsquedas que siempre terminan conectándome con algo más grande, encontré un artículo que hablaba sobre si es viable una sanidad pública para los animales. Y se me quedó rondando la pregunta como un zumbido suave pero constante: ¿de verdad creemos que cuidar a los animales es una opción, y no un deber ético? ¿En qué momento dejamos de verlos como parte del todo que somos?
Sé que a veces este tipo de temas parece “de otro mundo”, o que solo deberían preocuparle a los activistas, veterinarios o personas con muchas mascotas. Pero si algo me ha enseñado mi vida —y lo que he escrito en mi blog El blog Juan Manuel Moreno Ocampo— es que lo que le pase a un ser vivo, cualquiera que sea, nos afecta a todos. Porque todo está conectado. No es poesía: es conciencia.
Yo nací en 2003, y crecí viendo cómo los animales eran tratados con cariño en mi casa, pero también con indiferencia en la calle. Vi cómo muchas veces los humanos deciden que una vida vale menos solo porque no habla, no vota o no factura. Pero lo que sí hacen los animales es sentir, acompañar, sostener silenciosamente. Hay perros que curan depresiones mejor que pastillas. Hay gatos que salvan a las personas de su propia soledad. Hay caballos que devuelven la movilidad emocional a niños autistas. Y aun así, su salud sigue siendo un lujo, no un derecho garantizado.
¿No es curioso que podamos llevar a nuestro perro al parque y encontrar una fuente de agua para él, pero no podamos llevarlo al hospital si se enferma, a menos que tengamos plata? ¿No es contradictorio que exista una ley que penaliza el maltrato animal, pero que no garantiza atención médica básica gratuita? ¿Dónde está la coherencia?
El artículo que leí pone sobre la mesa un debate real: ¿es viable la sanidad pública para animales en nuestros países? Y aunque desde lo económico se podrían levantar muchas alertas, mi respuesta desde el corazón y la razón es: no solo es viable, es necesaria.
Piénsalo así: cuando un animal enferma, no solo sufre él. Sufre su entorno humano. Se interrumpen rutinas, se detonan angustias, se multiplican gastos que muchas familias no pueden asumir. He visto casos de personas de bajos recursos que cuidan a sus perros como a un hijo, y que cuando se enferman, no tienen más opción que verlos morir porque no pueden pagar una consulta. ¿Qué sentido tiene hablar de “sociedad consciente” si no podemos cuidar de quienes dependen de nosotros?
Ahora, yo no soy economista ni político. Soy un joven que observa, que siente y que se cuestiona. Pero sí sé que cuando una sociedad decide invertir en el bienestar más allá de la especie humana, da un salto evolutivo. Porque demuestra que entendió que el amor no se limita a lo que camina en dos patas.
He conocido adultos que ven este tema como “secundario”. Me han dicho que tenemos demasiados problemas en la salud humana como para preocuparnos por la veterinaria gratuita. Pero yo creo que si seguimos dividiendo tanto lo importante de lo urgente, nunca vamos a salir del círculo de dolor que hemos normalizado.
¿No será que si nos ocupáramos más de lo que parece “menor”, todo lo “grande” empezaría a sanar desde la raíz?
Lo que más me impacta de esta discusión es la oportunidad que abre: pensar en salud no como un servicio, sino como un ecosistema. En el blog Mensajes Sabatinos muchas veces se habla de cómo todo está interrelacionado. Y es cierto: la salud de un animal impacta en la salud emocional de un niño, en la sanidad de una comunidad, en la ética de una cultura. Cuando cuidamos a los animales, estamos cultivando algo más grande: la compasión que después se extiende a los humanos.
Además, no se trata solo de perros y gatos. También están los animales callejeros, los que viven en zonas rurales, los que sufren por negligencia humana. ¿Quién se encarga de ellos? ¿Qué pasa con los caballos usados para cargar escombros? ¿Con los animales de granja en pueblos sin acceso a veterinarios? ¿Por qué su vida sigue siendo invisible?
Mi abuela decía que uno reconoce la grandeza de una persona por cómo trata a los que no tienen cómo devolverle el favor. Y esa frase siempre me vuelve cuando pienso en este tema. Porque los animales no tienen cómo pagar, ni cómo votar, ni cómo levantar la voz. Pero sí tienen alma. Y cuando uno cuida un alma sin esperar nada a cambio, está haciendo el acto más puro de humanidad posible.
Sé que no es fácil implementar un sistema de salud pública veterinaria en un país como el nuestro. Hay prioridades, hay crisis, hay corrupción. Pero ¿acaso no podemos empezar a construir un modelo más empático, más colaborativo? ¿Por qué no pensar en alianzas entre universidades, municipios, ONGs y clínicas privadas para crear programas solidarios? ¿Por qué no enseñar desde los colegios la responsabilidad de cuidar a los animales, más allá del deber legal?
Yo creo en las soluciones pequeñas que cambian mundos. Y también creo que una sociedad que cuida a sus animales, inevitablemente empieza a cuidarse mejor a sí misma.
Ojalá este blog no quede solo como una reflexión bonita. Ojalá te lleve a actuar, aunque sea con un gesto: compartir este texto, ayudar a una fundación, levantar la voz en tu barrio cuando veas un animal abandonado, apoyar a quienes ya están trabajando por esto.
Y sobre todo, ojalá algún día no tengamos que pedir salud pública para los animales, porque ya la hayamos hecho realidad como sociedad despierta.
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