A veces me pregunto si nos estamos volviendo demasiado buenos en construir cosas… pero cada vez más torpes en construirnos a nosotros mismos. Creemos que la tecnología va a salvar el mundo, que la inteligencia artificial lo va a solucionar todo. Y en parte, sí, puede ser una herramienta increíble. Pero cada día siento con más fuerza que lo verdaderamente revolucionario no es la IA, sino nuestra capacidad de comprometernos con la vida, con el planeta y con los otros. Eso, que parece tan humano, tan esencial… lo estamos dejando en manos de códigos, de algoritmos y de dispositivos.
No estoy en contra de la tecnología, ni mucho menos. Nací en el 2003, crecí con ella, aprendí a hablar casi al mismo tiempo que a buscar en Google. Estudié programación antes de terminar el colegio, y escribo este blog desde un portátil que entiende mis ritmos mejor que algunas personas. Pero desde muy joven entendí que la tecnología no es buena ni mala. Es una lupa: amplifica lo que somos. Y si lo que somos es desconexión, apatía o indiferencia, eso es lo que la tecnología va a reproducir. La verdadera revolución —la que el planeta necesita— no es digital: es humana.
Leí hace poco un artículo de Gestión en TI titulado "La era de la IA nos desafía a progresar comprometidos con el futuro del planeta", y aunque tiene razón en muchas cosas, también me hizo ruido. Porque se habla de progreso como si fuera algo inevitable, como si estuviéramos caminando hacia el futuro en línea recta. Pero el futuro no es una autopista: es una decisión. Y estamos en un punto donde debemos elegir si seguimos usando la tecnología solo para optimizar negocios y automatizar procesos, o si empezamos a usarla para sanar, para educar, para reconectar con el planeta que hemos estado desconectando.
Mi abuelo me decía algo que nunca se me olvida: “Uno no puede amar lo que no conoce, ni cuidar lo que no ama”. Y creo que esa es la raíz del problema. Nos alejamos tanto de la Tierra que ya no la sentimos viva. Creemos que defender el medio ambiente es una causa para activistas o para marcas que quieren vender imagen verde. Pero la verdad es que es un tema de todos, porque todos respiramos, todos comemos, todos existimos en este mismo planeta, aunque se nos olvide. La IA puede ayudarnos a medir el cambio climático, a crear modelos predictivos o a diseñar soluciones eficientes. Pero no va a cambiar nuestras decisiones si no cambiamos primero nuestra conciencia.
Me gusta pensar que la tecnología puede ser un puente, no un destino. Un puente entre la ciencia y la espiritualidad, entre el conocimiento técnico y el compromiso social, entre lo urgente y lo importante. Pero solo si somos capaces de caminarlo con consciencia. Porque también puede ser una muralla: una excusa para alejarnos más del otro, para reemplazar vínculos por interfaces, conversaciones por notificaciones, humanidad por eficiencia.
Hace poco publiqué una reflexión en mi blog personal El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, donde hablaba sobre lo que significa progresar de verdad. No se trata de tener más diplomas, más seguidores o más dispositivos. Se trata de vivir con propósito. Y eso requiere coraje, reflexión, y también contradicción. Porque a veces hay que renunciar a lo cómodo para vivir con sentido. Hay que parar para avanzar. Hay que preguntarse cosas incómodas, como: ¿Lo que estoy haciendo con mi vida suma al mundo o solo a mi ego?
Y no, no tengo todas las respuestas. Pero tengo preguntas que me arden, y sé que no soy el único. En mi generación hay una sed de autenticidad, de impacto real, de proyectos que no solo generen ingresos, sino también esperanza. Y lo estamos buscando. A veces en los lugares equivocados. A veces en el silencio. A veces escribiendo, como lo hago yo ahora.
Por eso, cuando pienso en cómo la IA puede ayudar al planeta, no puedo evitar pensar en cómo nosotros mismos podemos ayudarlo primero. Desde decisiones tan pequeñas como dejar de usar plásticos innecesarios, hasta elegir trabajar en empresas que tengan compromisos ambientales reales. Desde consumir menos contenido vacío, hasta crear contenido que despierte. Desde estudiar carreras con propósito, hasta replantear la manera como enseñamos y aprendemos.
Y ahí es donde siento que hay esperanza. Porque también he visto cómo muchas personas están despertando. Cómo proyectos como Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías nos invitan a pensar más allá del ruido, más allá de lo material. Cómo iniciativas espirituales, tecnológicas y educativas se están cruzando para generar una conciencia colectiva más despierta, más compasiva, más real.
Hoy no quiero decirte que la IA va a salvar el planeta. Quiero decirte que tú puedes ser parte de la solución. Que tus decisiones diarias importan más de lo que crees. Que tu voz puede sumar. Que si tienes un celular en la mano y una conciencia despierta, puedes empezar a cambiar tu entorno desde ya. Y que no estás solo. Estamos muchos preguntándonos lo mismo, dudando de lo mismo, creyendo que algo mejor sí es posible.
Y si la inteligencia artificial puede ayudarnos, bienvenido sea. Pero no olvidemos que hay otra inteligencia que ya tenemos: la del corazón, la del alma, la que no se programa pero se cultiva. Esa que nos dice cuándo algo está mal, aunque todos digan que está bien. Esa que nos empuja a actuar, incluso cuando no es popular. Esa, sí, podría salvar el mundo.
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