sábado, 12 de julio de 2025

Educar para vivir: cuando la vía también es un reflejo de quién eres

 


Desde que tengo memoria, me ha impresionado lo fácil que es olvidar que detrás de cada carro, cada moto, cada cicla, hay una vida. Una historia. Una persona con sueños, con problemas, con alguien que la espera en casa. Pero la calle, esa que recorremos todos los días, se nos convierte a veces en un escenario sin rostro, donde la velocidad, la rabia o la prisa nos desconectan de lo que realmente está en juego: la vida misma.

Y digo esto no desde la teoría ni desde la cátedra, sino desde las calles que recorro a diario, desde las veces en que me ha tocado esquivar a alguien que va con afán, o ver un accidente y sentir ese vacío en el estómago que te recuerda que todo puede cambiar en un segundo. He sido peatón, ciclista, pasajero, y algún día también conductor. Pero más allá del rol, soy alguien que observa. Que se pregunta. ¿Qué estamos haciendo con nuestra vida cuando no cuidamos cómo nos movemos por ella?

La educación vial no debería ser un curso aburrido que se pasa para obtener una licencia. Debería ser una forma de aprender a cuidarnos y cuidar al otro. Porque no se trata solo de respetar semáforos o saber quién tiene la vía. Se trata de algo más profundo: de cómo entendemos el espacio compartido, de cómo manejamos la ansiedad, de cómo priorizamos la vida sobre el ego o la adrenalina. Y esto no es solo para mayores. Esto es también (y sobre todo) para nosotros, los jóvenes.

En una sociedad como la nuestra, donde muchos apenas están empezando a ganarse el derecho a tener una moto o un carro, pareciera que se nos olvidara que ese derecho trae una responsabilidad enorme. He visto amigos manejar como si fueran invencibles, sin casco, sin cinturón, cruzando a toda velocidad. Y sí, puede que llegues más rápido. Pero, ¿a qué precio? ¿Cuántas vidas se han perdido por segundos de imprudencia? ¿Cuántas madres no han vuelto a abrazar a sus hijos por un adelantamiento mal hecho?

Yo he tenido conversaciones profundas con mi familia sobre esto. Porque en casa siempre se nos ha enseñado que lo importante no es solo vivir, sino cómo vivimos. Y la vía pública es uno de esos espacios donde más se refleja lo que somos por dentro. ¿Te desesperas rápido? ¿Te da rabia ceder el paso? ¿Te burlas del que va lento? Eso también es una forma de violencia. Una violencia silenciosa, pero peligrosa. Por eso no es solo una cuestión de normas. Es una cuestión de conciencia.

He leído algunas reflexiones similares en el blog de mi papá, Bienvenido a mi blog, donde muchas veces habla de cómo lo que ocurre afuera es reflejo de lo que pasa dentro. Y no podría estar más de acuerdo. La vía, el tráfico, los cruces… todo eso puede ser una metáfora de nuestras decisiones. ¿Nos movemos con respeto o con impulso? ¿Cuidamos al otro o lo pasamos por encima?

En lo personal, cada vez que me subo a una moto con alguien o cruzo una calle, no puedo evitar pensar que somos frágiles. Que en este mundo de acero, ruido y velocidad, nuestros cuerpos son vulnerables, y nuestras almas también. ¿No es hora de que pongamos un poco más de humanidad en todo esto? ¿De que dejemos de pensar en la vía como un campo de batalla y empecemos a verla como un tejido colectivo?

No tengo todas las respuestas. Pero sí tengo preguntas. Y a veces, hacer buenas preguntas es más importante que repetir reglas. ¿Qué pasaría si enseñáramos educación vial desde el colegio como parte de formar mejores personas, no solo mejores conductores? ¿Qué pasaría si en lugar de solo multas hubiera más diálogo, más reflexión, más escucha? ¿Y si, en lugar de poner tanto foco en lo que no se puede hacer, empezamos a inspirar a la gente sobre lo que sí se puede construir con respeto, empatía y conciencia?

Quizás este blog no cambie las estadísticas. Pero si logra que al menos uno de nosotros se detenga un segundo más antes de cruzar, si hace que alguien se ponga el casco no por miedo, sino por amor propio, ya habrá valido la pena.

Una fotografía artística en estilo realista de una joven o joven caminando por un paso peatonal en la noche, con luces de carros desenfocadas al fondo y un leve halo de luz blanca que ilumina su figura. La calle está mojada por la lluvia reciente y el reflejo en el asfalto transmite calma, conciencia y vulnerabilidad. Paleta de color azul oscuro, blanco y negro.

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— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

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