martes, 8 de julio de 2025

No todo lo que te conecta te cura: sobre ayahuasca, antidepresivos y la espiritualidad que duele



Nunca pensé que hablaría de esto tan públicamente, pero creo que ya es hora. He visto con mis propios ojos cómo personas cercanas a mí buscan sanación a través de la ayahuasca, como si fuera una llave mágica que lo resuelve todo. Y sí, no lo voy a negar: hay algo profundamente espiritual en ese encuentro con lo invisible, con lo que no se ve pero te atraviesa. Lo que me duele, sin embargo, es cómo algunos la convierten en una excusa rápida, en un escape, en una moda peligrosa que no siempre tiene en cuenta el cuerpo, el contexto, ni el alma.

Hace poco leí un artículo en Psyciencia que hablaba sobre los riesgos reales de mezclar ayahuasca con antidepresivos. Y me sacudió. No tanto por los datos técnicos (que son importantes y deberían ser más conocidos), sino porque me llevó a recordar cómo, entre tantos jóvenes como yo, se ha vuelto “normal” jugar con lo sagrado sin entenderlo. Como si la medicina ancestral fuera lo mismo que tomarse un Red Bull espiritual.

Me puse a pensar cuántas veces nos enseñan a buscar "la conexión" sin enseñarnos primero a sostenerla. Nos dicen: ve, lánzate al abismo, abre tu alma, despierta tus chakras… pero nadie te habla de qué hacer con eso que aparece después. ¿Qué pasa si lo que se despierta no es luz, sino sombra? ¿Qué pasa si lo que conectas no te libera, sino que te desordena más?

No quiero sonar como un moralista ni como un “adulto regañón”. Solo quiero hablar desde lo que he vivido y lo que he sentido. Tengo 21 años, y como muchos de mi generación, también he tenido mis noches oscuras, mis bajones, mis preguntas sin respuesta. He tenido días en los que una conversación me salvó más que cualquier medicina. Y también he tenido días donde necesité ayuda profesional y la pedí sin vergüenza.

Por eso, cuando veo a personas que mezclan antidepresivos con ayahuasca sin saber lo que están haciendo, me preocupa. Porque no es solo un tema físico —aunque los riesgos de síndrome serotoninérgico son reales y graves— sino espiritual. No puedes entrar a lo sagrado con el cuerpo dopado y el alma desconectada. No puedes pretender que una planta haga el trabajo que tú has evitado por años.

Y es que ahí está la trampa: nos han vendido que “la medicina natural” es siempre segura, que “lo ancestral” no tiene efectos secundarios, que “si es espiritual, no hace daño”. Pero eso no es verdad. Nada es inocuo cuando se toma sin consciencia. Nada sagrado sana cuando se usa sin respeto.

Yo crecí rodeado de palabras grandes: Dios, espíritu, verdad, humildad. Las escuché en la voz de mi papá, en los libros que me dejaba sobre la mesa, en los blogs que empecé a escribir desde muy joven como Bienvenido a mi blog o Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías. Aprendí que no todo lo que brilla te ilumina. Que hay caminos que se ven mágicos, pero están llenos de espejismos.

No estoy en contra de la ayahuasca. Sería absurdo. Es una medicina sagrada para muchas culturas, y he visto casos donde, acompañada por sabiduría y guía, ha hecho milagros. Lo que critico es el uso irresponsable, la búsqueda desesperada de un “viaje” que se supone va a sanar sin que uno se comprometa con su propio proceso. Lo que me preocupa es que, en este mundo tan roto, queremos soluciones rápidas para dolores profundos. Queremos un ritual que nos arregle lo que no nos hemos atrevido a mirar en terapia, en el silencio, o en una conversación con nosotros mismos.

La depresión no se resuelve con una ceremonia. A veces, ni siquiera con un tratamiento. A veces solo se puede habitar. Y eso, aunque suene duro, también es espiritual. Porque la verdadera espiritualidad no siempre eleva: a veces te sumerge. Te pone de frente con lo que no quieres ver. Te quiebra para reconstruirte.

Y ahí entra otro tema que me toca personalmente: el respeto por el cuerpo. Nuestro cuerpo no es un obstáculo para la conciencia, es su vehículo. No se trata de escapar de él para “viajar” a otros planos. Se trata de habitarlo, de escucharlo, de cuidarlo. Si estás tomando antidepresivos, hay un proceso que ya está en marcha. Forzar al cuerpo a sostener un “despertar” cuando apenas está aprendiendo a estar en paz… es violencia.

En nuestro blog Mensajes Sabatinos lo he dicho muchas veces: todo lo que te aleje de tu propio cuidado no puede ser espiritual. Así se llame ritual, medicina o ceremonia. Así esté envuelto en humo de copal o música ancestral. Lo espiritual verdadero te vuelve más presente, no más desconectado. Más amoroso contigo, no más exigente.

¿Entonces qué hacemos? Primero, informarnos. Confiar en los médicos, pero también en los sabios. Preguntar. Dudar. Ser humildes. La humildad, para mí, es la base de toda transformación real. No tenerle miedo a decir “no sé”, “no estoy listo”, “necesito ayuda”. Y también saber decir: “hoy no quiero expandirme, hoy solo quiero descansar”.

No todas las experiencias espirituales necesitan ser intensas. No todos los caminos necesitan incluir plantas o rituales. A veces, la forma más profunda de despertar es escuchar a alguien con atención. A veces, la verdadera ceremonia es aprender a estar contigo mismo sin ruido. Y créeme, eso no es fácil. Pero es real.

La espiritualidad no es una moda. No es una playlist de mantras ni una bebida de raíces. Es una forma de vivir. Y vivir, cuando se hace con verdad, también duele. Pero es ese dolor el que limpia. El que revela. El que conecta, de verdad.

Así que si estás leyendo esto y estás considerando usar ayahuasca mientras tomas antidepresivos, por favor: detente. Respira. Infórmate. Habla con un profesional. Y sobre todo, pregúntate: ¿desde dónde quiero hacerlo? ¿Desde el miedo o desde el amor? ¿Desde el vacío o desde la escucha? Porque solo desde el amor se sana. Y para llegar al amor, a veces hay que pasar primero por uno mismo.


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— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

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