viernes, 11 de julio de 2025

Cuando el hambre no es solo del cuerpo: TDAH, comida rápida y decisiones que pesan más de lo que parecen

 


Desde pequeño escuché muchas veces esa frase que se lanza sin mucha conciencia: “¡come rápido que se enfría!” O también esa otra: “¡deja de pensar tanto y termina de comer!” Y es que en muchas casas, como la mía, comer siempre fue una mezcla de rutina, cariño y, a veces, un poco de ansiedad disfrazada de necesidad. Pero con el tiempo, y con más conciencia, entendí que muchas veces lo que parecía hambre no era hambre, y que mis impulsos —como los de muchos jóvenes— tenían más relación con lo emocional que con lo nutricional. Hace poco leí un artículo de Psyciencia sobre la relación entre el TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad) y la comida rápida en adultos, y algo dentro de mí hizo clic.

No tengo un diagnóstico oficial de TDAH, pero sí reconozco comportamientos impulsivos, momentos de hiperfoco seguidos por lapsos en los que mi mente salta como una piedra sobre el agua. Y en medio de ese ritmo cambiante, comer muchas veces ha sido más que una necesidad: ha sido una respuesta automática. Lo interesante del artículo que leí es que no solo habla de nutrición o salud mental, sino que conecta dos aspectos que muchos tratamos como cosas separadas.

La impulsividad, uno de los rasgos más marcados del TDAH, no es solo tomar decisiones apresuradas. Es también ese momento en que estás estudiando y, sin pensarlo dos veces, pides por Rappi una hamburguesa triple con gaseosa. Es ese segundo en el que vas caminando y el olor a fritanga en la calle te gana el paso. Es sentir que tu cuerpo necesita una “recompensa”, algo que te devuelva al centro después de un día de sobrecarga mental.

Pero lo más profundo de esto no es la comida. Es lo que hay detrás. Las emociones que no se reconocen. El cansancio que no se nombra. El vacío que se tapa con papas fritas y salsas artificiales. Lo digo no para juzgar a nadie, ni siquiera a mí, sino porque me parece brutalmente honesto aceptar que muchas de nuestras decisiones alimenticias vienen de lugares emocionales mal digeridos.

La ciencia, sí. Claro que ayuda. La dopamina —ese neurotransmisor asociado con el placer y la motivación— tiene un papel central en todo esto. Las personas con TDAH suelen tener un sistema dopaminérgico “distinto”, por así decirlo, y la comida rápida, alta en azúcares y grasas, puede actuar como un disparador temporal de satisfacción. Pero esa satisfacción es como una bengala: brillante, intensa, y fugaz. Luego viene el bajón. Y muchas veces, también la culpa.

Pero, ¿qué hacemos con esta información? ¿Cómo bajamos esto al día a día sin que se sienta como una exigencia más o una nueva dieta que seguir? Yo, desde mi experiencia, no tengo una fórmula mágica. Pero sí he intentado pequeños gestos que me conectan más con lo que como y por qué lo como. A veces, antes de pedir algo, me detengo y me pregunto: “¿es hambre o es otra cosa?” A veces, escribo. A veces, hablo. A veces, simplemente dejo pasar el impulso. No siempre lo logro. Y eso también está bien.

Una de las cosas más duras para quienes lidian con el TDAH —diagnosticado o no— es sentirse desbordado por uno mismo. Sentir que no hay control. Que el cuerpo va por un lado y la mente por otro. Que el mundo pide foco cuando tu atención se disuelve. Y en esos momentos, la comida se convierte en refugio, en escape, en silencio. Por eso es importante hablar del tema con respeto, pero también con profundidad.

En casa hemos hablado mucho de esto. No solo del TDAH, sino de cómo nos relacionamos con lo que comemos. En uno de los artículos de Bienvenido a mi blog, mi papá habla de lo importante que es hacer pausas para mirar la vida con otros ojos. Y yo creo que esa pausa también aplica para mirar nuestro plato, nuestras elecciones, nuestras emociones.

No se trata de satanizar la comida rápida —porque seamos honestos, una pizza con amigos también tiene su valor emocional—, pero sí de empezar a preguntarnos si estamos comiendo para vivir o viviendo para llenar vacíos con comida. Porque al final, lo que comemos también nos construye. Y la forma en que lo hacemos dice mucho de cómo estamos habitando la vida.

Esta reflexión no busca darte soluciones. Busca darte compañía. Saber que no estás solo si alguna vez sentiste que te ganaron las ganas, que fallaste, que tu cuerpo actuó sin que tu mente alcanzara a decidir. Es parte de ser humano. Pero también es parte de crecer empezar a mirarse sin juicio, con más curiosidad y menos castigo.

Si algo de lo que leíste aquí te resonó, te invito a que lo compartas. O a que escribas. O simplemente a que la próxima vez que tengas hambre, te preguntes qué parte de ti realmente está pidiendo atención.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

Agendamiento: Whatsapp +57 310 450 7737

Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo

Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo

Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos

Grupo de WhatsApp:    Unete a nuestro Grupo

Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal  

Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo

👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario