viernes, 18 de julio de 2025

¿Y si jugar con tu perro también te está sanando a ti?


A veces los días se sienten como un loop: despertamos, miramos el celular, respondemos mensajes, corremos a clase o al trabajo, y cuando por fin cae la noche, no sabemos si el día fue nuestro… o solo algo que nos pasó por encima. Pero entonces llega un momento distinto. Un instante que no parece importante en lo externo, pero que adentro lo cambia todo. A mí me pasa cuando llego a casa, abro la puerta, y mi perro ya me está esperando. Sin juicio. Sin reloj. Solo con ganas de estar, de correr, de jugar.

Y fue justo eso lo que me llevó a escribir este blog.

Hace poco leí un artículo en Antrozoología que hablaba del impacto positivo que tiene el simple acto de jugar con nuestros perros. Lo leí primero como una curiosidad, pero terminé bajando el ritmo de mi respiración y reflexionando en serio. El artículo hablaba de cómo el juego activa procesos físicos que reducen el cortisol —la hormona del estrés— tanto en nosotros como en los perros. Y aunque eso suena técnico, en el fondo me pareció algo poético: nos sanamos mutuamente sin siquiera hablar.

Pensé en mi perro, en su forma de mover la cola, de buscarme la mirada, de traer su juguete con insistencia cuando nota que estoy "muy metido en el mundo de los grandes". Pensé en cómo, sin proponérselo, él me recuerda que también soy cuerpo, que también soy presente. Y que no todo tiene que ser tan serio todo el tiempo.

Lo loco es que si esto lo dijera en voz alta en una clase universitaria o en un espacio laboral, muchos levantarían la ceja, como si hablar de perros o de juego fuera una pérdida de tiempo. Pero lo que no ven es que jugar también es un acto político, emocional, espiritual. Y jugar con un perro es, quizá, una de las formas más sinceras de estar en el mundo.

No hay máscaras. No hay poses. No hay negociaciones mentales. Hay piel, hay energía, hay conexión.

Mi generación habla mucho de ansiedad, y con razón. Vivimos en una época en la que parece que si no estamos haciendo algo “productivo”, estamos perdiendo el tiempo. Y entonces dormimos mal, comemos sin hambre, nos distraemos para no sentir. Pero al mismo tiempo, nunca antes habíamos tenido tantas herramientas de autocuidado al alcance. Solo que no todas vienen en formato de app o de terapeuta. Algunas tienen cuatro patas y una mirada que atraviesa cualquier tristeza.

Recuerdo una tarde de octubre, en uno de esos días grises de universidad, donde nada salía como yo quería. Había perdido un parcial, discutido con alguien que quería mucho, y me sentía… roto. No encontraba palabras para explicarlo, ni energías para hacer nada. Solo llegué a casa, me senté en el piso y dejé que mi perro se recostara junto a mí. No me pidió que hablara. No me exigió soluciones. Solo estuvo. Respiró conmigo. Y en ese silencio compartido, sentí que estaba volviendo a mí.

Después de eso, salimos a caminar. No muy lejos. No muy rápido. Solo caminamos. Y en ese juego de ritmo, de estar sin deber, me di cuenta de algo simple pero profundo: yo también necesitaba ser cuidado. Y él ya lo estaba haciendo.

El artículo que leí hablaba también de cómo el juego fortalece el vínculo entre humano y perro. Y sí, claro que sí. Pero más allá del vínculo, lo que se fortalece es la humanidad. Porque jugar no solo nos conecta con ellos… nos conecta con la parte nuestra que todavía recuerda cómo era ser niño. Y en un mundo que nos exige ser adultos todo el tiempo, eso es un acto de resistencia emocional.

Me atrevería a decir que muchos de nosotros no necesitamos solo terapia. Necesitamos juego, naturaleza, mirada sincera. Y nuestros perros —esos maestros silenciosos— nos ofrecen todo eso sin pedir nada a cambio.

Este tema también me hizo pensar en una entrada que vi hace poco en el blog Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías, donde se hablaba del amor como presencia. Y creo que eso es justamente lo que hace un perro cuando juega contigo: te ama con presencia. No necesita entender lo que te pasa. Solo está. Te toca. Te busca. Te recuerda que estás vivo.

Y ahora que lo pienso, también tiene algo de espiritual. Como si fueran pequeños emisarios de ese ser supremo. No tienen religiones, pero tienen fe. No te predican, pero te enseñan. No te juzgan, pero te sanan. Y cuando se van… porque sí, a veces se van demasiado pronto… uno siente que se ha ido algo sagrado. Porque lo era.

Jugar con un perro es, en muchos sentidos, una práctica espiritual. Te enseña a estar en el presente. A soltar el control. A abrir el corazón. A no tener miedo de ensuciarte, de reír, de correr.
Y eso, aunque suene simple, es revolucionario.

No necesitas mucho. Solo tu presencia. Tus manos. Tu tiempo. Tu entrega.
El juego no es algo que se hace para distraer. Es algo que se hace para recordar.
Recordar que estás aquí. Que puedes volver a reír. Que puedes confiar en el ahora.

Y si tienes perro y no has jugado con él últimamente… ¿qué estás esperando?

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

Agendamiento: Whatsapp +57 310 450 7737

Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo

Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo

Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos

Grupo de WhatsApp:    Unete a nuestro Grupo

Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal  

Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo

👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

— Juan Manuel Moreno Ocampo
"A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad."

No hay comentarios.:

Publicar un comentario