A veces siento que la vida es como un camino en la montaña: lleno de subidas que agotan, bajadas que asustan y curvas que nos confunden. Y creo que así mismo funciona cuando uno se aferra a algo que, en apariencia, le da tranquilidad, pero que en el fondo está encadenando su mente. Las benzodiacepinas, esos fármacos que para muchos son como un salvavidas en medio del naufragio de la ansiedad o el insomnio, también pueden convertirse en ese ancla que no deja movernos hacia la orilla.
Leí hace poco en Psyciencia que existe una manera segura de dejar las benzodiacepinas, y esa lectura me tocó de una forma especial porque siento que no habla solo de medicina, sino de la vida misma. Ellos explican cómo retirarlas de manera gradual, con el apoyo de un profesional y entendiendo que el proceso no es lineal. Pero más allá del paso a paso técnico, sentí que hay una lección más grande: aprender a soltar sin que el miedo nos paralice.
Es curioso cómo, desde pequeños, aprendemos que la fortaleza está en aguantar, en soportar y en seguir cargando con lo que sea que nos haga sentir seguros, aunque a veces eso signifique soportar el peso de lo que ya no nos sirve. En mi familia, siempre he visto a personas que luchan con sus propios fantasmas: el miedo a perder algo que creen que necesitan para estar bien. Y he aprendido que la verdadera fortaleza no está en retener, sino en decidir dejar ir.
La verdad es que soltar las benzodiacepinas o cualquier cosa que nos da una falsa sensación de control, es una de las cosas más valientes que se pueden hacer. Porque no es solo un tema de pastillas, es un tema de conciencia. De mirar dentro de uno mismo y preguntarse: “¿Qué tanto de lo que me mantiene hoy quieto me está robando la posibilidad de caminar sin miedo?”
En mis propios días de ansiedad y de dudas, me he dado cuenta de que hay muchas formas de depender de algo externo para no enfrentar lo que duele. Para unos pueden ser las pastillas, para otros puede ser el trabajo excesivo, las relaciones tóxicas, la búsqueda constante de validación. Y cada uno tiene que encontrar su manera de volver a escucharse.
He visto cómo la espiritualidad, esa relación con algo más grande que uno mismo —llámalo Dios, la Vida o el Misterio—, es una fuente de consuelo real cuando uno decide soltar. Y también he descubierto que hablarlo, compartirlo, hacerlo comunidad, es una medicina que a veces vale más que cualquier receta.
Por eso escribo esto. Para decirte que si estás pensando en dejar algo que sientes que te controla, no estás solo. Que no importa si el camino se ve largo o si hay momentos en que sientes que vas a caer. Lo importante es tener claro que cada paso cuenta, que cada día que eliges caminar hacia una vida más consciente es un acto de amor propio.
El artículo de Psyciencia explica que el proceso de retirada de las benzodiacepinas debe ser lento, que no se trata de “dejarlas de golpe” porque eso puede traer más daño que bien. Y siento que esa es otra metáfora de la vida: nada se suelta de la noche a la mañana. Hay que respetar los tiempos del cuerpo y del corazón. Hay que reconocer que los miedos no desaparecen porque uno decide ignorarlos, sino que se calman cuando uno los mira de frente, con ternura y sin prisa.
Me gusta pensar que, así como el cerebro necesita adaptarse a la ausencia de las benzodiacepinas, el alma también necesita tiempo para adaptarse a la ausencia de cualquier cosa que la tenía dormida. Y eso está bien. Está bien pedir ayuda, está bien sentirse vulnerable y está bien no tener todas las respuestas.
El otro día, escribí en mi blog EL BLOG JUAN MANUEL MORENO OCAMPO sobre lo difícil que es confiar cuando no sabes qué va a pasar después de soltar. Pero también escribí que la vida no se trata de tener certezas, sino de animarse a vivir con la certeza de que uno tiene la fuerza para lo que venga. Y siento que esa certeza es la que nos hace humanos.
Si tú que estás leyendo esto estás pasando por un proceso de dejar las benzodiacepinas, o cualquier otro hábito que te hace sentir atado, quiero decirte que tu historia importa. Que no es una carrera que tienes que correr solo, que hay redes, amigos, familia y profesionales que pueden acompañarte. Y que no tienes que cargar con la culpa o la vergüenza: todos, de alguna manera, estamos tratando de soltar lo que no nos deja ser.
Quiero cerrar este blog con una imagen que me nace del corazón: imagina un amanecer en lo alto de una montaña. Imagina que estás ahí, con el viento frío en la cara y el sol tibio en la piel. Que cierras los ojos y respiras hondo. Que en ese instante, sientes que no necesitas nada más para sentirte vivo. Porque, al final, de eso se trata todo: de encontrar la manera de ser tú mismo, sin depender de nada más que tu propia respiración.
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