domingo, 13 de julio de 2025

Y si el gimnasio no era para likes, sino para sanar?


Hay una escena que no se me borra de la mente. Estaba en el gimnasio, un lunes cualquiera, intentando concentrarme en mi rutina mientras sonaba reguetón de fondo. Al lado, un grupo de chicos grababa con un aro de luz y una cámara enorme. No molestaban, al menos no directamente. Pero había algo en el ambiente que se sentía incómodo. Algo que rompía la intimidad de ese espacio. Algo que me hacía preguntar si seguimos entrenando para cuidar el cuerpo… o para alimentar el ego.

Desde hace unos años, ir al gimnasio se volvió una experiencia visual. Ya no solo te esfuerzas, sudas, te exiges. Ahora también tienes que verte bien, grabarte bien, mostrar progreso, explicar la rutina, enseñar motivación. Y claro, no estoy en contra de los creadores de contenido, de hecho, admiro a muchos. Pero me pregunto si todos los que graban están también viviendo su proceso… o solo representándolo.

El artículo que leí hace poco en El País me puso a pensar más a fondo. Hablaba de cómo esta tendencia de grabarse constantemente en el gimnasio está generando incomodidad en otros usuarios que solo quieren un espacio de tranquilidad. Y ahí me sentí identificado. Porque me ha pasado. No porque odie las cámaras, sino porque a veces solo quiero ser, existir, sudar, desconectarme. Y cuando siento que puedo salir en un video sin haberlo consentido, algo se rompe.

A veces pienso que lo que más necesitamos en estos espacios no es más contenido, sino más respeto. El respeto por la experiencia ajena. Por el cuerpo del otro. Por su silencio. Por su derecho a verse como quiera, sin pensar si será parte del fondo de una historia. Porque no todo en la vida es contenido. Algunos momentos están hechos para quedarse en el alma, no en el feed.

Yo, como joven de esta generación hiperconectada, sé lo difícil que es no compartir. Nos han entrenado para mostrarlo todo, medirlo todo, convertirlo todo en algoritmo. Pero también sé lo poderoso que es guardar algo solo para ti. Solo para sanar. Solo para crecer sin testigos. He aprendido eso en las conversaciones con mi papá, en los textos de Mensajes Sabatinos, donde se habla mucho de lo sagrado, de lo íntimo, de lo esencial. Y lo esencial, muchas veces, no necesita espectadores.

Creo que el gimnasio debería ser uno de esos espacios donde podamos ser vulnerables sin miedo. Donde podamos tener mala cara, fallar en una repetición, llorar si es necesario. Porque el cuerpo también guarda emociones. Y si estamos convirtiendo todos los lugares de sanación en escenarios… entonces ¿qué nos queda para simplemente sanar?

Conozco amigos que no vuelven al gimnasio porque se sienten observados, juzgados, fuera de lugar. Y eso me duele. Porque moverse, habitar el cuerpo, conectar con uno mismo no debería dar vergüenza. No debería estar condicionado por cuántos seguidores tienes o qué tan bien luces con luz natural. Debería ser algo profundamente humano. Algo sagrado. Algo libre.

Y claro, entiendo que muchos influencers también están trabajando, construyendo una comunidad, mostrando avances que inspiran. No todo es malo. Pero ojalá también puedan preguntarse, con honestidad, si su cámara está sumando o restando. Si están grabando con conciencia o con prisa. Si están dejando espacio para que otros también respiren sin tener que posar.

Vivimos en una época donde todo se monetiza, incluso el bienestar. Pero me aferro a la idea de que aún podemos tener espacios donde lo primero no sea el clic, sino el cuidado. Y si vamos a grabar, que sea con amor. Que sea con límites. Que sea sabiendo que al lado hay alguien que tal vez está en su peor día y no quiere quedar en una historia ajena. Que también tiene derecho a existir sin ser contenido.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón? Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita. 


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— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

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