lunes, 18 de mayo de 2015

Educar al joven en el deporte de competición

Educar al joven en el deporte de competición

La competición es el eje central alrededor del cual gira la actividad deportiva. Sin ella, no habría propiamente deporte, sería sólo un juego. Precisamente porque hay competición, se necesitan normas que la regulen.

Los deportistas de alta competición o de élite son aquellos cuyas marcas deportivas se hallan entre las más altas de su categoría, es decir, pueden competir con los denominados plusmarquistas.

La adolescencia es la etapa en la  que empiezan a despuntar los llamados deportistas de élite, que reciben este nombre por pertenecer al pequeño grupo de deportistas preparados y entrenados especialmente para la alta competición. Estos jóvenes presentan unas características físicas y psicológicas muy especiales, adecuadas para un deporte determinado. Normalmente suelen ser elegidos con mucha antelación, incluso siendo niños en edad escolar. En esa temprana época, se fijaron en ellos al presentar destacadas características morfológicas y de habilidad que llamaron la atención, por ejemplo, como corredor o como nadador.

Para ser un deportista de alta competición se exige un gran compromiso tanto por parte del joven como por parte de los padres.

Cualquier joven ha soñado alguna vez con llegar a ser un gran deportista. No obstante, son minoría los que llegan a alcanzar algún día las cotas más altas de la competición. Sin tener que llegar a esos extremos, se puede ser un deportista con una calidad aceptable y conseguir un reconocimiento por parte de amigos, compañeros y conocidos.

La agresividad en el deporte

Toda actividad deportiva se caracteriza por dos elementos muy importantes: la combatividad y la competitividad; una no puede existir sin la otra.

No debe olvidarse que el deporte se basa en el enfrentamiento contra un oponente en condiciones de igualdad de oportunidades, es decir, en el deporte siempre está presente de una manera más o menos manifiesta la agresividad.

Esta agresividad se expresa esencialmente bajo la forma de dominación, en definitiva se trata de vencer al oponente según las reglas establecidas para cada deporte. Si bien cierta agresividad en los deportistas es necesaria para la obtención de los objetivos propuestos, ésta aparece más manifiesta cuando el afán de ganar, de conseguir el logro, se convierte en el único sentido de la actividad deportiva, es decir, cuando se pierde lo que entendemos como el «espíritu deportivo».

Cuando la consecución de los logros predomina como una exigencia por encima de todo, sin tener en cuenta los valores deportivos, el deporte en sí degenera, perdiendo su valor formativo.

Los resultados que se obtienen siempre son efímeros y, por tanto, toda actividad deportiva puede fácilmente pasar de una situación de éxito a otra de fracaso. Pero tal vez ahí radique la pasión que todo acontecimiento deportivo suscita, lo efímero de su éxito produce un estado de expectación casi constante.

Los padres han de tener presente este carácter efímero de los logros deportivos para inculcar a sus hijos el valor de la lucha deportiva como parte de la nobleza humana, donde el buen juego sea reconocido por su valor, más que por el resultado.