jueves, 7 de agosto de 2025

El arte de cuidar desde la distancia: la telemedicina veterinaria como oportunidad de negocio y humanidad



A veces me pregunto cómo nos conectamos con el mundo más allá de lo que vemos. Cómo, con cada paso que damos en el presente, también tocamos algo más grande que nosotros: la vida que late en todos los seres, incluso en aquellos que no tienen voz pero que nos miran con la misma fuerza de la vida misma.

Hace poco leí sobre la telemedicina veterinaria y no pude evitar pensar en esa conexión invisible que une nuestros corazones con los de los animales. Porque no se trata solo de un negocio o una oportunidad para ganar dinero. Se trata de aprender a cuidar de los otros, incluso a distancia, usando la tecnología como puente y no como barrera.

¿Te has detenido a pensar en cómo la vida nos está pidiendo que nos adaptemos, que escuchemos las necesidades de quienes nos rodean, más allá de nuestras ganas de acumular o de que todo sea para nosotros? Yo creo que este tema es un espejo de lo que está pasando con nuestra conciencia colectiva: nos estamos dando cuenta de que los negocios pueden ser también un acto de servicio, un acto de empatía. Y que el cuidado animal es parte de esa responsabilidad compartida que tenemos con el planeta.

Recuerdo que cuando era niño, mis abuelos me contaban historias de cómo se hacían las cosas antes. Todo era físico, todo era cara a cara. Pero ahora, a mis 21 años, vivo en un mundo que me exige moverme con rapidez y adaptarme sin perder la esencia de lo que me enseñaron. La telemedicina veterinaria me parece una de esas formas nuevas de estar cerca, incluso cuando la distancia parece decir lo contrario.

Lo más interesante es que no necesitas ser un veterinario para sentirte llamado por este mundo. Puedes ser un amante de los animales, alguien que entiende que detrás de cada ladrido o maullido hay una vida que merece respeto. Puedes ser un comunicador, un programador, o alguien que simplemente quiere darle forma a sus sueños de una manera que ayude a otros.

Porque el negocio de la telemedicina veterinaria es mucho más que videollamadas y consultas. Es una puerta a la creatividad y a la empatía. Una manera de hacer que la tecnología no nos aleje, sino que nos acerque. He visto cómo muchas personas empiezan con miedo, pensando que sin un local físico no pueden hacer nada. Pero la verdad es que hoy en día, las barreras se están cayendo. Si tienes un celular, una computadora y un corazón dispuesto a aprender, ya tienes la mitad del camino recorrido.

Me impacta también saber que este sector crece año tras año. Más de 130 millones de dólares en 2022, y se espera que pase los 750 millones en 2032. Pero para mí, más allá de los números, lo que importa es la transformación que esto trae para los animales y sus cuidadores. Imagínate la tranquilidad que siente alguien que no puede mover a su gato anciano, pero que igual puede hablar con un veterinario y encontrar soluciones reales. O la esperanza que siente alguien que adopta un perro y necesita ayuda para educarlo sin que eso implique un viaje largo o costoso.

Esa es la parte humana detrás de la tecnología. Y siento que mi generación tiene un papel muy importante aquí: no repetir los errores de los que vieron a la tecnología solo como un negocio, sin corazón. Nosotros podemos hacer las cosas de otra manera. Podemos crear plataformas que no sean solo una pantalla fría, sino un espacio para escuchar, para aprender y para acompañar. Un espacio donde los animales y sus familias se sientan vistos, aunque sea a través de un pixel.

En mi blog personal, El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, he compartido muchas veces cómo creo que la tecnología puede ser una herramienta de transformación. Y esto que estoy escribiendo hoy es un ejemplo vivo de eso. Así como lo mencioné en Bienvenido a mi blog, donde hablo de cómo cada paso que damos puede ser una forma de oración, pienso que cada consulta online es también una forma de honrar la vida.

Claro que no todo es tan fácil como suena. Hay retos. El cumplimiento legal, por ejemplo: muchos países no permiten que se receten medicamentos sin un examen físico previo. O la necesidad de cuidar la forma en que nos comunicamos, para que el calor humano no se pierda en la pantalla. Pero me parece que todos esos retos son también oportunidades para que pongamos la conciencia en el centro. Para que no nos olvidemos de que al otro lado hay alguien que confía en nosotros, y un animal que no puede decir lo que siente pero lo muestra con cada mirada.

Me gusta pensar que emprender en este sector es como una extensión de lo que somos como personas. Si eres veterinario, puedes usar tus conocimientos para dar segundas opiniones, para hacer seguimientos posoperatorios que ayuden a sanar más rápido. Si eres educador o etólogo, la teleconducta es una herramienta poderosa para evitar que las familias renuncien a sus animales por problemas de comportamiento. Y si eres como yo, un soñador que siempre quiere construir puentes, puedes pensar en crear un marketplace donde todas estas personas se encuentren y se potencien mutuamente.

El negocio veterinario online no tiene por qué ser solo un negocio. Puede ser también un movimiento. Un espacio donde las historias de transformación sean el motor y no solo el resultado. Donde cada sesión sea un acto de cuidado y de respeto por la vida. Como lo decía en Mensajes Sabatinos, a veces las soluciones más grandes vienen cuando dejamos de pensar solo en el beneficio propio y empezamos a ver cómo podemos ayudar a otros a florecer.

Quizá ahora mismo estás leyendo esto y pensando: “pero yo no tengo el conocimiento técnico, ¿qué puedo hacer?”. Y te entiendo. No todos nacimos para ser veterinarios o expertos en etología. Pero todos nacimos con la posibilidad de aprender, de unir fuerzas con otros y de aportar lo que somos. Puedes ser la persona que ayude a construir la plataforma, o el que se encargue de que la comunicación sea cercana, o el que inspire a más personas a unirse a este cambio.

La vida me ha enseñado que a veces no hay que esperar a tener todo claro para dar el primer paso. La claridad llega cuando empiezas a caminar. Si esto te llama la atención, investiga, pregunta, conecta. No tienes que hacerlo solo. Hoy más que nunca, hay comunidades como Organización Empresarial TodoEnUno.NET que ayudan a dar forma a las ideas y a hacerlas realidad. Y no estás solo: siempre habrá personas dispuestas a compartir lo que saben y a caminar contigo.

Yo me quedo con la idea de que el negocio veterinario, en esta forma digital y flexible, nos enseña mucho sobre la vida misma. Nos recuerda que no todo lo valioso tiene que ser presencial para ser real. Que el amor y el cuidado pueden viajar a través de la pantalla si lo hacemos con honestidad. Y que la tecnología, bien usada, puede ser un puente que salve vidas y construya sueños.

¿Te imaginas un mundo donde todos los que aman a los animales encuentren un espacio para ayudar y ser ayudados? Yo sí. Y quiero que tú también lo veas. Porque al final, todo lo que construimos desde el corazón termina por encontrar eco en la vida misma.


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miércoles, 6 de agosto de 2025

El turismo que late con cuatro patas



Siempre me ha parecido curioso cómo la forma en que nos relacionamos con los animales dice tanto de nosotros mismos. Desde que era niño, he sentido que los perros son algo más que compañeros de vida: son espejos, maestros, y a veces, la fuerza que nos recuerda lo que significa confiar y soltar. Ahora, cuando escucho sobre el turismo con perros en libertad, siento que no es solo un tema de viajes o de destinos: es una pregunta sobre la libertad y la conexión real que tenemos con los que amamos, y con lo que somos.

Porque viajar con perros no es solo cargar una maleta y buscar un lugar bonito. Es entender que esos seres que corren felices por la playa o la montaña no son “mascotas” en el sentido clásico, sino almas que nos acompañan en el viaje de conocernos a nosotros mismos. Ellos no entienden de destinos turísticos ni de agendas de viaje: entienden del presente, del ahora. Y cuando los vemos moverse con esa alegría casi salvaje, nos recuerdan algo que a veces olvidamos en la rutina: que la libertad no es solo un derecho, sino una forma de existir.

Hay algo que me quedó grabado de una caminata que hice con mi perro, hace unos años. Era un lugar sencillo, un sendero de tierra entre árboles, sin señales ni planes. Lo vi correr adelante, detenerse, oler cada rama, cada flor, y volver a buscarme con los ojos brillantes. En ese momento entendí que la felicidad —la de él y la mía— estaba ahí, en ese instante compartido. Sin pretensiones, sin más pretensión que respirar y sentir que estábamos vivos. Esa lección me sigue acompañando.

Hoy en día, cuando veo cómo crece el turismo con perros, pienso que es también una respuesta a un mundo que muchas veces nos pide desconectarnos de la naturaleza, de la ternura y de la simpleza. Viajar con perros en libertad no es solo un estilo de viaje: es un acto de resistencia y de amor. Porque no se trata solo de permitirles correr: se trata de darnos el permiso de correr con ellos, de recuperar la curiosidad que a veces perdemos.

Me hace pensar en algo que escribí en el blog Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías. Hablaba de cómo la espiritualidad se vive en lo cotidiano: en cada respiración, en cada mirada limpia, en cada abrazo sin palabras. Y creo que eso aplica también a cómo viajamos con nuestros perros: cuando nos quitamos la idea de “tener que” y nos entregamos al “poder ser”. Porque viajar con ellos es aprender a escuchar sin expectativas, a descubrir sin prisa, a compartir sin miedo.

Pero también siento que hay una responsabilidad que a veces olvidamos. Porque la libertad no significa hacer lo que queramos sin pensar en el otro. Significa entender que nuestros perros son seres con emociones, con límites, con miedos. Y que cuando viajamos con ellos, debemos cuidar su bienestar tanto como el nuestro. No todos los perros disfrutan lo mismo; no todos están preparados para largas caminatas o ríos helados. Escuchar su cuerpo, sus miradas, sus pausas, es tan importante como elegir el mejor sendero.

La libertad es un regalo, pero también un compromiso. Y creo que, como generación, tenemos el desafío de crear formas de turismo que no sean solo para “disfrutar”, sino para respetar. Que no vean a los perros como accesorios para fotos bonitas, sino como compañeros de vida que merecen respeto y cuidado.

Viajando con mi perro aprendí que las mejores rutas no están en Google Maps, sino en el corazón. Que los mejores paisajes son los que descubrimos cuando dejamos de lado el reloj y la señal del celular, y nos conectamos con lo que realmente importa. Y que los mejores recuerdos no siempre son los más espectaculares, sino los más auténticos.

Me emociona ver que más personas quieren compartir sus aventuras con sus perros. Porque eso significa que estamos volviendo a valorar la compañía y la naturaleza. Pero me gustaría que recordáramos siempre que la libertad no es solo para ellos: es para nosotros también. Para romper las jaulas que nos creamos con el trabajo, las preocupaciones y las apariencias. Para recordar que la vida —igual que el amor— es un camino que se disfruta más cuando se comparte con los que corren a nuestro lado, sin miedo y con el corazón abierto.

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martes, 5 de agosto de 2025

Por qué sentimos tanto y tan distinto?


Hay algo que siempre me ha inquietado y, al mismo tiempo, me ha hecho sentir profundamente humano: las emociones. No esas emociones que describen los libros o las películas, sino las que sentimos de verdad, las que se nos clavan en el pecho y nos cambian la manera de ver el mundo. Desde niño, me preguntaba por qué a veces la tristeza me parecía tan necesaria como la alegría. O por qué el miedo me obligaba a detenerme, mientras la rabia me daba fuerzas para seguir.

Hace poco volví a ver Intensamente, esa película que nos muestra de forma tan simple y tan profunda lo que pasa dentro de nosotros. Y ahora que se habla de la segunda parte, con nuevas emociones como la ansiedad y la vergüenza, me di cuenta de algo que me revolvió el corazón: somos un universo emocional que no termina nunca de expandirse. Cada día, cada momento, cada persona que nos toca o nos rompe, deja una marca invisible en nuestras emociones, que a su vez marcan nuestras células, nuestros pensamientos y hasta nuestras decisiones más pequeñas.

Lo curioso es que la ciencia está cada vez más interesada en entender cómo funciona ese universo invisible. Y aunque nos hablan de circuitos neuronales, neurotransmisores y patrones cerebrales, yo creo que lo más importante no es lo que la ciencia puede medir, sino lo que nosotros podemos vivir. Porque sentir —así, sin filtro— es lo que nos hace reales.

Me acuerdo de una vez que estaba con un amigo en un parque y me contó que siempre había sentido culpa por no poder expresar lo que siente. Me miró con esa mezcla de miedo y alivio que se siente cuando decides contar algo muy tuyo. Le dije que no estaba solo. Porque todos, de alguna forma, cargamos emociones que no sabemos poner en palabras. Y a veces lo que más necesitamos no es entenderlas, sino abrazarlas.

Las emociones no son solo descargas químicas: son la voz de lo que somos. Son la memoria de lo que hemos amado, de lo que hemos perdido, de lo que soñamos. La ciencia lo confirma cada vez que estudia cómo la tristeza nos ayuda a reflexionar, cómo la alegría nos conecta con los demás o cómo el miedo nos protege cuando algo nos amenaza. Pero también hay algo que la ciencia no puede medir del todo: el latido invisible de lo que sentimos cuando nadie nos ve.

Es loco pensar que nuestras emociones no son ni buenas ni malas. Solo son. Son señales que nos dicen qué necesitamos, qué nos duele o qué nos llena. Y, como escribí hace un tiempo en mi blog El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, aprender a escucharlas es el acto más revolucionario y más íntimo que podemos hacer por nosotros mismos.

La verdad es que vivimos en un mundo que nos exige controlarlo todo: las notas, el trabajo, la imagen. Pero las emociones no se controlan: se escuchan, se aceptan y se transforman. Y ahí es donde está la verdadera magia: cuando entendemos que la tristeza puede ser un refugio, que la rabia puede ser un motor y que la ansiedad —esa emoción tan presente hoy en mi generación— puede ser una llamada a frenar y mirarnos sin juicio.

Yo mismo he tenido días donde la vergüenza parecía un muro imposible de saltar. O donde la alegría me estallaba en el pecho sin razón aparente. Y he aprendido que no tengo que elegir entre ellas. Que todas forman parte de mí. Que, como en Intensamente, la vida es más real cuando dejamos que todas las emociones tengan su lugar, sin pelear por expulsarlas.

Sé que para muchos de nosotros, crecer en este tiempo significa aprender a lidiar con emociones que no sabemos de dónde vienen. O que nos han enseñado a reprimir porque “no es el momento” o “no está bien visto”. Pero quiero decirte algo que me repito cada vez que me siento perdido: no hay emoción pequeña. No hay emoción sin sentido. Cada emoción es una llave que abre un pedazo de lo que somos. Y si no la escuchamos, si no la dejamos hablar, estamos negando lo más puro que llevamos dentro.

Me inspiro mucho en lo que comparto también en el blog de mi abuelo Bienvenido a mi blog, donde la sabiduría y la calma me recuerdan que todo tiene un tiempo. Que las emociones también pasan y vuelven, como las olas del mar. Y que cada vez que nos atrevemos a sentirlas sin miedo, nos hacemos un poco más libres.

Hoy, más que nunca, necesitamos espacios para hablar de lo que sentimos sin vergüenza. Necesitamos amigos que nos escuchen sin juzgar. Necesitamos momentos de silencio donde podamos preguntarnos: ¿cómo estoy de verdad? Porque la respuesta no siempre está en la cabeza. A veces está en el pecho, o en el estómago, o en esa sensación rara que no sabemos explicar.

Por eso me emociona tanto que la ciencia quiera entender las emociones. Porque significa que, como sociedad, estamos empezando a darle valor a lo que por mucho tiempo se trató de ignorar. Pero más allá de la ciencia, está la vida: esa que late en cada lágrima y en cada risa, en cada abrazo y en cada palabra que elegimos compartir.

Y si algo quiero dejarte con este blog, es la certeza de que no estás solo en lo que sientes. Que todos, en algún momento, hemos sido un mar de emociones que no sabe a dónde va. Y que está bien. Porque a veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.

Imagen sugerida:
Un joven sentado al borde de un lago en la noche, con el reflejo de la luna iluminando su rostro y pequeñas ondas de agua que simbolizan las emociones. El cielo está lleno de estrellas que representan los pensamientos y los recuerdos. El estilo es realista con un toque de arte moderno, transmitiendo introspección, conexión y energía vital.

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lunes, 4 de agosto de 2025

La calidad de vida de los perros y lo que me enseñó sobre mí mismo

 


A veces pienso en lo curioso que es que nos preocupamos tanto por lo que sentimos nosotros, pero tan poco por lo que sienten los que amamos. Y no hablo solo de las personas. Hablo de esos seres que a veces damos por sentados: los perros, que corren a nuestro lado como si nada más importara. Estos días me encontré con un tema que me hizo detenerme un momento, como esas pausas necesarias que a veces no sabemos darnos.

Leía sobre las evaluaciones de calidad de vida para los perros, esas herramientas que miden más que su salud física. Que buscan entender cómo está su corazón, su mente y su energía. Y me quedé pensando en cómo muchas veces nosotros mismos, como humanos, no sabemos cómo medir lo que realmente importa. Vivimos tan rápido, tan pendientes de lo urgente, que dejamos de lado lo esencial. ¿Cuántas veces hemos hecho eso también con los perros que nos acompañan?

Siempre he tenido perros en casa. Desde que era niño, aprendí que un perro no es solo un compañero de juegos. Es un espejo, un maestro silencioso que nos muestra lo que somos capaces de dar y de recibir. Cuando un perro está feliz, lo notas en su mirada, en su cola que no deja de moverse, en la forma en que salta como si el mundo fuera un lugar más amable. Pero cuando algo no está bien, a veces no tenemos ni idea de cómo ayudarlo. Porque no nos enseñaron a escuchar más allá de lo evidente.

Estas evaluaciones que leí no son solo una lista de preguntas técnicas. Son una invitación a ver con otros ojos. A dejar de pensar que la salud de un perro es solo si come bien o si no tiene fiebre. A entender que también siente miedo, ansiedad o tristeza. Y eso me hizo pensar en algo que siempre me repito: que la salud, para todos, no es solo un cuerpo sin heridas. Es un corazón que se siente seguro y una mente que puede descansar.

Me gustó mucho cómo explicaban que estas evaluaciones permiten que los dueños se involucren más en la vida de sus perros. Porque no es lo mismo llevarlo al veterinario y esperar que todo se solucione rápido, a sentarte y responder preguntas sobre cómo duerme, cómo juega o cómo se siente. Es como abrir una ventana a su mundo interior. Y creo que eso, más que cualquier medicina, es lo que más sana.

Me hizo recordar algo que leí en el blog de “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com). Allí hablan de la gratitud y de cómo ver a los demás con ojos de compasión. Creo que eso es exactamente lo que pasa con estas evaluaciones: que son un acto de gratitud hacia un perro que siempre nos da más de lo que pedimos.

También pienso en lo importante que es que los veterinarios y los dueños trabajen juntos. Que no sea solo un “te pago y me voy”, sino un diálogo, una relación. Porque así como en las relaciones humanas necesitamos confiar, los perros también necesitan saber que estamos ahí, no solo para alimentarlos, sino para sostenerlos en todo lo que no saben decir con palabras. Y cuando eso pasa, cuando todos se unen para cuidar, el perro lo siente. Y lo agradece.

Me da esperanza ver que aunque todavía no es algo común en todos lados, cada vez hay más gente interesada en esto. Porque si algo he aprendido es que las cosas buenas empiezan con pequeños pasos. Y que cada árbol que sembramos —o cada pregunta que hacemos con amor— es una semilla que puede cambiar mucho más que un resultado de una consulta veterinaria. Cambia la forma en que entendemos la vida.

También me pregunto: ¿por qué nos cuesta tanto aplicar esto en otras áreas? Si podemos pensar así con los perros, ¿por qué no podemos hacerlo con nuestros amigos, nuestra familia o incluso con nosotros mismos? ¿Cuántas veces necesitamos hacer una evaluación de calidad de vida a nuestro propio corazón, para ver cómo están nuestras emociones, nuestro ánimo, nuestros sueños? Porque al final, todos —perros y humanos— somos más que lo que se ve.

Y ahí es donde encuentro una conexión que me toca mucho. La de ver la vida como un acto de cuidado mutuo. No como algo que se consume y se olvida, sino como algo que se cultiva, que se escucha y que se sostiene. Porque lo que le damos a un perro, a un amigo o a cualquier ser, también nos lo damos a nosotros mismos.

Me gusta pensar que en cada perro que recibe un cuidado más consciente, hay un mensaje para todos: que el amor no está en lo grande, sino en lo pequeño. Que la calidad de vida no es un lujo, sino un derecho. Y que cuando aprendemos a mirar con ojos más abiertos, descubrimos que el bienestar no es algo que se mide, sino algo que se siente.

Hoy quería compartir esto porque siento que a veces necesitamos recordarnos que no basta con querer, hay que demostrarlo. Que no basta con dar comida o techo, sino que hay que dar escucha y comprensión. Y que cuando lo hacemos, todo cambia. Porque un perro feliz no es solo un perro que juega. Es un perro que siente que su mundo tiene sentido, porque nosotros también lo sentimos así.

Así lo veo yo. Así lo escribo, desde este lugar de aprendiz que soy. Con la certeza de que cada palabra que nace desde el corazón puede ser un pequeño árbol que dé sombra, aunque sea solo a uno. Y con la esperanza de que sigamos aprendiendo, no solo a cuidar, sino a vivir con más verdad.

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domingo, 3 de agosto de 2025

Sembrar vida donde otros solo pasan: una mirada al Valle del Cocora y más allá



A veces me pregunto cuántas cosas vemos de lejos sin detenernos a tocarlas de verdad. Cuántos lugares conocemos solo por fotos o por la prisa de un viaje. Cuántos árboles, cuántas montañas, cuántas personas se nos cruzan, pero no se nos quedan. Hoy quiero escribir sobre el Valle del Cocora, pero no solo como un destino turístico o un paisaje bonito de Instagram. Quiero escribirlo como un símbolo de lo que significa sembrar algo más que árboles. De lo que significa sembrarnos a nosotros mismos en el lugar donde estamos, aunque sea solo un instante.

Leí hace poco una nota que contaba cómo un grupo de turistas llegó al Valle del Cocora a plantar especies nativas. Lo vi como una noticia chiquita, pero me pareció enorme. Porque no siempre el turismo deja algo más que huellas de paso o basura. A veces, si lo entendemos bien, puede ser una forma de devolverle algo a la tierra que nos sostiene. Y eso me hizo pensar en mi propia forma de caminar por el mundo: ¿estoy dejando solo huellas que se borran con la lluvia o estoy dejando raíces que crecen con el tiempo?

El Valle del Cocora siempre ha sido para mí un lugar que va más allá de las postales. Lo conocí hace algunos años, cuando mi familia decidió hacer un viaje para reconectarnos con la naturaleza y entre nosotros. Recuerdo que llegamos temprano, con el aire frío que corta la piel y despierta el alma. Vi las palmas de cera levantarse como columnas infinitas, como si quisieran enseñarnos que crecer hacia arriba solo es posible cuando tenemos raíces profundas. Y entendí que ese lugar no era solo un paisaje: era un llamado.

Cuando supe que ahora los turistas están sembrando especies nativas allí, sentí que algo estaba cambiando. Porque plantar un árbol es un acto de humildad y también de esperanza. Es decirle al futuro: “Aquí estuve yo, y esto es lo que dejo”. Y no es un acto vacío de turistas queriendo sacarse una foto y ya. Es un acto de amor, aunque dure solo el tiempo que toma poner las manos en la tierra. Me gusta pensar que cada uno de esos árboles es como un mensaje silencioso: que podemos ser turistas conscientes, que podemos viajar no solo para ver, sino para cuidar.

Me quedé pensando en eso. En que muchas veces vivimos como turistas también en nuestra vida. Pasamos rápido por los días, por las personas, por los momentos. Vamos de un lugar a otro, de una conversación a otra, sin preguntarnos qué estamos dejando sembrado en cada uno. Y ahí es donde siento que este tema conecta con algo mucho más profundo. No se trata solo de reforestar un valle, sino de reforestar el corazón.

Creo que todos tenemos un Valle del Cocora interior: un lugar que necesita que sembremos algo bueno, algo verdadero. Puede ser una palabra amable, un gesto que no espera nada a cambio, una disculpa que nos hace libres, un “te quiero” que no nos atrevemos a decir. Porque al final, sembrar vida no es solo plantar un árbol en la montaña. Es plantar humanidad en un mundo que a veces se olvida de ser humano.

En estos días, he estado leyendo algunos textos de mi blog https://juanmamoreno03.blogspot.com, y me doy cuenta de que siempre vuelvo a esta misma idea: que lo que hacemos importa más cuando nace del corazón. Y que cada uno de nosotros tiene la capacidad de sembrar algo que dure, algo que no se borre con el paso de los días.

No digo que sea fácil. Vivimos en una época en la que todo es rápido, en la que parece que no hay tiempo para detenerse a cuidar un árbol o un vínculo. Pero creo que la única manera de no ser turistas en nuestra propia vida es elegir con conciencia dónde y cómo queremos quedarnos. Así como esos turistas decidieron que su paso por el Valle del Cocora no fuera solo una caminata, sino una siembra.

Esto me conecta también con algo que he leído en el blog de “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com). Ahí se habla mucho de la gratitud y de cómo nuestras pequeñas acciones pueden ser una forma de oración. Y pienso que sembrar un árbol —o sembrar un gesto de amor— es una forma de agradecer lo que recibimos. Es una forma de decirle a la vida: “Gracias por tanto. Esto es lo que te devuelvo.”

Y creo que necesitamos más de eso. Más espacios donde podamos dejar de ser turistas y empezar a ser parte de algo más grande. Porque la vida no es solo un lugar por el que pasamos: es un lugar que podemos cuidar, y que puede cuidarnos si aprendemos a escucharlo.

La próxima vez que mires un chat lleno de mensajes o una fila de pendientes en tu agenda, acuérdate de esto: la vida está hecha de momentos, pero también de raíces. Y las raíces solo crecen si nos damos el permiso de parar y de poner las manos en la tierra, literal o simbólicamente. Porque al final, lo que siembres es lo que queda. Y lo que queda es lo que te sostiene.

Hoy, desde esta voz joven que soy y que sigue aprendiendo, quiero invitarte a que te preguntes: ¿qué estás sembrando? No solo en los lugares que visitas, sino en los corazones que tocas. Porque en un mundo que cambia tan rápido, lo que más necesitamos no es más velocidad, sino más conciencia. Más manos abiertas, más tierra fértil en nuestras relaciones, más esperanza plantada donde otros solo ven paso.

Así lo veo yo. Así lo escribo y lo vivo. Con la certeza de que cada paso que damos puede ser un acto de amor si lo hacemos con intención. Y con la confianza de que, aunque a veces no sepamos exactamente qué crecerá de lo que sembramos, vale la pena intentarlo. Porque al final, lo que queda no es lo que vimos, sino lo que dimos.

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sábado, 2 de agosto de 2025

Cuando la Tierra Nos Habla: Un Aceite, una Esperanza y el Valor de Escuchar



Hay algo que siempre me ha inquietado: la forma en que la naturaleza nos devuelve todo lo que le damos, como un espejo implacable y, a la vez, lleno de amor. Crecí viendo a mi abuelo cuidar la tierra, enseñándome que lo que uno siembra, tarde o temprano florece… o se marchita. Y cuando leí sobre ese emprendimiento colombiano que creó un aceite para descontaminar las zonas afectadas por el petróleo, sentí que era como una respuesta a esas lecciones familiares: una semilla de esperanza plantada en un terreno que parecía estéril.

Vivimos en un país donde la tierra ha sido herida tantas veces, donde el petróleo, que parece sinónimo de progreso, también arrastra consigo cicatrices profundas. Zonas manchadas, comunidades desplazadas, ecosistemas devastados. Sin embargo, me conmueve ver cómo, de esas mismas heridas, surgen ideas que transforman lo oscuro en luz. Este aceite biotecnológico, hecho por un grupo de emprendedores colombianos, no es solo un producto: es un acto de reconciliación con la naturaleza, un puente que une la tecnología y el corazón humano.

A veces siento que, como jóvenes, nos cuesta ver la magnitud de lo que enfrentamos. La contaminación parece un problema tan grande, tan lejano, que preferimos ignorarlo. Pero no es un asunto de “otros”: es nuestro futuro, nuestro aire, nuestra agua, nuestras raíces. Cuando un grupo de personas decide crear algo como este aceite, lo que están haciendo es recordarnos que cada acción, por pequeña que parezca, puede ser un hilo más en la red de cuidado y responsabilidad que tejemos entre todos.

Me gusta pensar que esta historia tiene mucho que ver con lo que comparto en mi blog, “El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo” (https://juanmamoreno03.blogspot.com/), donde la reflexión personal y la conciencia colectiva se entrelazan. No se trata solo de contar lo que ocurre, sino de preguntarnos qué significa para nosotros. ¿Qué nos dice la tierra cuando la vemos sangrar petróleo? ¿Qué nos dice nuestra conciencia cuando sabemos que podríamos hacer algo y no lo hacemos?

En mis charlas con amigos y con mi familia, a menudo surge esa sensación de impotencia. Sentimos que no tenemos el poder para cambiar las cosas grandes. Pero luego, al ver emprendimientos como este, recuerdo que el poder está en lo que decidimos hacer con lo que sabemos. Ellos no se quedaron en la queja: buscaron una forma concreta de sanar, de limpiar, de devolverle a la tierra un poco de lo que le hemos quitado.

Me parece importante rescatar lo humano detrás de lo tecnológico. Porque, claro, este aceite es un producto de innovación, de ciencia y de investigación. Pero también es el fruto de muchas manos, de muchas preguntas, de muchos días de ensayo y error. Es la expresión de una esperanza colectiva: la de un país que se niega a rendirse, incluso cuando las circunstancias parecen adversas.

En la página de “Organización TodoEnUno.NET” (https://organizaciontodoenuno.blogspot.com/), se habla mucho de cómo la tecnología puede ser una herramienta para el bien común. Yo creo que eso es clave: no quedarnos en la idea de que la tecnología está separada de la vida, sino entenderla como una prolongación de nuestros valores, de nuestra forma de ver el mundo. Este emprendimiento es un ejemplo vivo de eso: usar la ciencia no para enriquecerse a costa de la naturaleza, sino para restaurarla.

Me imagino que este aceite debe tener un aroma particular, como una promesa hecha líquido. Imagino a los emprendedores probándolo en las tierras manchadas, viendo cómo poco a poco la capa negra se va retirando y debajo aparecen los colores de la tierra viva. Imagino también la emoción contenida en sus miradas, como cuando uno logra algo que parecía imposible.

Pero no quiero idealizarlo. Sé que el camino para estas iniciativas no es fácil. Hay burocracia, hay desconfianza, hay intereses económicos que muchas veces se interponen. Sin embargo, también sé que hay algo más fuerte que todo eso: la convicción de que cuidar la tierra es cuidarnos a nosotros mismos. Esa convicción no nace en los laboratorios: nace en el corazón, en la conciencia y en la memoria de quienes entienden que somos parte de un ciclo que no podemos seguir rompiendo.

Hace poco, en el blog “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com/), encontré un texto que hablaba sobre el amor como la fuerza más poderosa para transformar el mundo. Y creo que ese amor está en cada gota de este aceite. Porque limpiar las heridas de la tierra no es un negocio cualquiera: es un acto de amor. Amor por lo que somos, por lo que podemos llegar a ser, por lo que heredaremos a quienes vienen detrás.

Me gusta pensar que este emprendimiento no es solo un invento, sino también una historia. Una historia de cómo podemos ser creativos y compasivos al mismo tiempo. De cómo, incluso cuando parece que todo está perdido, siempre hay alguien que decide hacer algo diferente. Y eso, para mí, es lo que hace que esta historia valga la pena contarla y compartirla.

La imagen que imagino para este blog es la de un joven de pie, con un recipiente transparente en las manos, sosteniendo el aceite que brilla con la luz dorada del atardecer. Al fondo, un paisaje de árboles y un cielo que, aunque muestra las huellas del petróleo, también deja ver el verde que renace. Su mirada está fija en el horizonte, como si supiera que este pequeño frasco es solo el inicio de algo más grande.

A quienes están leyendo esto, quiero decirles que no subestimemos nunca el poder de nuestras acciones. Tal vez no tengamos la fórmula para crear un aceite mágico, pero todos podemos encontrar maneras de limpiar nuestras propias huellas, de sembrar algo bueno, de tejer esa red que sostiene la vida.

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“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

viernes, 1 de agosto de 2025

Vacíos Digitales y Puentes Humanos: Reflexiones de un Joven en un Mundo Conectado



A veces siento que la palabra "brecha digital" suena como algo lejano, como si fuera una excusa para no ver lo que está justo frente a nuestros ojos: que estamos más conectados que nunca, pero también más dispersos. Crecemos creyendo que porque tenemos acceso a internet o un teléfono inteligente, ya tenemos todas las respuestas; pero no siempre es así. He notado, y no solo en mí, que el verdadero reto es aprender a usar esas herramientas, no solo consumirlas.

Hoy quiero compartir esta reflexión sobre esos vacíos que dicen que tenemos los jóvenes en habilidades críticas digitales. Lo vi en un artículo que hablaba sobre cómo, a pesar de estar tan metidos en el mundo digital, aún nos faltan muchas habilidades para adaptarnos a lo que exige el mundo laboral y empresarial. La verdad es que me resonó mucho, porque lo veo en mis amigos, lo veo en las charlas que tengo con mi familia, e incluso lo veo en mis propios silencios cuando me enfrento a algo que no entiendo y me da miedo preguntar.

Cuando escuchamos que "los jóvenes no tienen habilidades digitales críticas", puede sonar como un ataque, pero también puede ser un espejo. Para mí, más que una acusación, es un llamado a vernos con honestidad. Porque no es que no sepamos usar la tecnología, sino que muchas veces no sabemos usarla para algo más que entretenernos o para llenar vacíos que no queremos enfrentar.

He crecido con la convicción de que la tecnología es un puente. Un puente hacia el conocimiento, hacia la gente, hacia mí mismo. Pero también sé que, si ese puente no tiene bases firmes, cualquier viento fuerte lo puede derribar. Y esas bases no son solo técnicas: no son solo aprender a usar un Excel o a programar, sino también aprender a pensar, a crear, a preguntar. A saber que no está mal no saber, que lo importante es tener la disposición de aprender y la humildad de reconocer que no lo sabemos todo.

En mi familia siempre me enseñaron que el aprendizaje no se detiene cuando sales del colegio. Mi abuelo solía decir que la verdadera universidad es la vida, y yo cada vez lo entiendo más. Es curioso cómo en mi blog, “Bienvenido a mi Blog” (https://juliocmd.blogspot.com/), he ido dejando pistas de esa búsqueda constante. Y en el de mi papá, “El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo” (https://juanmamoreno03.blogspot.com/), encontré la misma huella: esa mezcla de curiosidad y de respeto por lo que uno todavía no sabe.

Me acuerdo de un momento en particular: tenía 16 años y me pidieron hacer una presentación sobre inteligencia artificial. Me sentí tan perdido, como si de repente todo el mundo entendiera un lenguaje que yo ni siquiera sabía pronunciar. Pero en lugar de cerrarme, decidí preguntar. Pregunté a mis amigos, a mis profesores, a mi familia. Me di cuenta de que no hay nada más valioso que la curiosidad honesta, porque esa es la chispa que enciende el fuego del aprendizaje.

Hoy sigo creyendo que la clave está en preguntarnos a nosotros mismos: ¿qué quiero aprender? ¿para qué lo quiero aprender? Porque si no sabemos para qué sirve algo, lo más probable es que lo aprendamos solo de forma superficial, sin que realmente nos transforme.

Los vacíos en habilidades críticas digitales no son solo un problema de currículos escolares o de empresas que no capacitan bien. Son también una señal de cómo nos relacionamos con la tecnología. A veces me preocupa ver que muchos jóvenes se sienten inseguros de sus capacidades, como si el mundo digital les exigiera ser expertos en todo. Pero la verdad es que no se trata de saberlo todo, sino de tener la capacidad de aprender, de colaborar y de adaptarse.

Esa es una de las cosas que más me gusta de los espacios como la “Organización TodoEnUno.NET” (https://organizaciontodoenuno.blogspot.com/): que promueven no solo el uso de herramientas digitales, sino también la conciencia de lo que esas herramientas pueden construir en nuestras vidas. Porque al final, las habilidades digitales críticas no se quedan en la pantalla; tienen que ver con cómo usamos esa tecnología para crear soluciones reales, para ayudar a otros, para crecer juntos.

Creo que parte de la respuesta está en dejar de ver la tecnología como algo aparte de la vida. Está tan metida en nuestra rutina que a veces nos olvidamos de que es solo una herramienta. Lo que hace la diferencia es la intención con la que la usamos. ¿La usamos para distraernos o para aportar? ¿Para competir o para colaborar?

Y ojo, no lo digo como alguien que lo tenga resuelto. Sigo tropezando cada día con mis propias contradicciones: a veces me quedo pegado horas en TikTok o me dejo llevar por la inercia de no querer aprender algo nuevo. Pero también me doy cuenta de que cada vez que logro salir de ese ciclo y enfocarme en algo que me nutra, siento una energía diferente, una certeza de que estoy creciendo.

En el blog “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com/), se habla mucho de cómo la fe y la espiritualidad pueden dar sentido a lo que hacemos. Y para mí, esa conexión es vital. Porque aprender no es solo acumular datos: es también aprender a vivir mejor, a ser más humanos, más conscientes, más compasivos.

He aprendido que cuando hablamos de habilidades críticas, no podemos separar lo técnico de lo humano. Saber programar o manejar una hoja de cálculo importa, claro, pero también importa saber escuchar, saber compartir, saber construir relaciones reales. La tecnología sin humanidad es solo un ruido más en un mundo ya demasiado ruidoso.

Por eso, creo que lo que necesitamos es un equilibrio: formarnos en lo técnico, pero sin perder la esencia de lo que somos. Porque la vida no es solo un tutorial de YouTube o una hoja de cálculo. La vida es también ese momento en que te das cuenta de que no sabes algo, pero igual te lanzas a aprenderlo. Es ese momento en que te equivocas y te das cuenta de que no pasa nada, porque el error también es un maestro.

Me encantaría que esta reflexión se convierta en un punto de partida para quienes la lean. Que no se queden solo con la idea de que "hay vacíos", sino que vean esos vacíos como oportunidades para crecer, para construir puentes más sólidos. Porque al final, lo que realmente importa no es lo que no sabemos, sino lo que estamos dispuestos a aprender.

Para cerrar, quiero decirte algo que me digo a mí mismo cada día: no tengas miedo de ser principiante. Ser principiante no es ser menos; es tener la valentía de empezar, de equivocarte, de volver a empezar. Y esa es, para mí, la habilidad más crítica de todas.

La imagen que imagino para acompañar este blog es la de un joven con un computador portátil en las piernas, sentado en un parque lleno de árboles. Su mirada no está clavada en la pantalla, sino que observa el horizonte: curioso, algo expectante, pero con una sonrisa que dice que está dispuesto a aprender. Al fondo, un cielo al atardecer con tonos cálidos que recuerdan que cada día es una nueva oportunidad para construir algo diferente.

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