viernes, 26 de septiembre de 2025

Por qué mi perro no me hace caso? Lee esto

 



Recuerdo perfectamente el día que me rendí por primera vez. Había intentado que mi perro, Milo, dejara de tirar de la correa. Una vez. Otra vez. Y otra más. Pero no había manera. Miraba vídeos, leía libros y preguntaba a profesionales, pero parecía que Milo simplemente no quería aprender.

—Es cabezota —pensaba.
—O quizás yo no sé hacerlo.

La frustración era tan real que dolía. Seguro que tú también la has sentido alguna vez. Lo que no sabía entonces era esto: no era culpa de Milo. Y probablemente, tampoco era culpa mía. Simplemente, no conocía la forma correcta de enseñarle.

Hoy quiero compartir contigo algo que cambió por completo mi relación con los perros: la verdadera razón por la que algunos perros “parecen no aprender nunca”. Y no tiene nada que ver con inteligencia ni terquedad. Tiene que ver con cómo enseñamos.

Cuando descubrí esto, no fue en un manual, fue en la vida real, en el parque, en esos paseos largos donde no hay filtros ni trucos. Fue también leyendo reflexiones en “Mensajes Sabatinos” sobre cómo la paciencia es una forma de amor invisible. Ahí entendí que educar a un perro —igual que acompañar a una persona— es un acto de coherencia, constancia y respeto.

Hay tres errores que veo repetirse mucho y que yo mismo cometí. Y quiero contártelos aquí, no como recetas milagrosas, sino como aprendizajes de alguien que se equivocó mil veces y aún así sigue intentando hacerlo mejor.

El primero: incoherencia en las señales. A veces decimos “quieto”, a veces “espera”, a veces “para”. No importa qué palabra uses, pero usa siempre la misma para pedir el mismo comportamiento. Escoge una única palabra para cada comportamiento que enseñes y asegúrate de usarla siempre igual. Según Karen Pryor (2002), esta coherencia multiplica el éxito en el aprendizaje. Lo aprendí a la mala: Milo no entendía nada porque yo cambiaba las órdenes sin darme cuenta.

El segundo: falta de constancia. Un día me parecía bien que subiera al sofá y otro día no. Esto confunde mucho a tu perro, porque no entiende qué esperas de él. Define reglas claras y constantes desde el principio, sin cambiarlas según tu humor o tus circunstancias. La constancia acelera el aprendizaje y reduce enormemente la frustración (Rooney & Cowan, 2011). En “Bienvenido a mi Blog” hablo mucho de esto aplicado a la vida: no puedes pedir resultados distintos si tu señal es ambigua.

El tercero: reforzar comportamientos no deseados sin darte cuenta. Tu perro ladra y le prestas atención (aunque sea negativa), o tira de la correa y le dejas avanzar más rápido hacia el parque. Sin querer, estás premiando justo lo que quieres evitar. Fíjate muy bien en cómo reaccionas ante las conductas no deseadas y asegúrate de no premiarlas accidentalmente. Ignorar o redirigir correctamente estas conductas es clave para que dejen de repetirse (Yin, 2011).

Cuando entendí estos tres puntos, algo increíble pasó: Milo empezó a aprender más rápido, sin estrés y con mucha más alegría. Porque aprender nunca debería ser frustrante ni para ti ni para tu perro. La convivencia dejó de ser una batalla y se volvió una conversación silenciosa donde ambos aprendíamos juntos.

En “El blog Juan Manuel Moreno Ocampo” he escrito sobre cómo la espiritualidad y la tecnología me han enseñado a no esperar resultados inmediatos. Con los perros es igual: no se trata de “programarlos” para que obedezcan, sino de construir un vínculo donde ambos entienden las reglas del juego.

Si hoy tienes la sensación de que “no hay manera” con tu compañero canino, prueba esto que te he contado. Verás cómo todo empieza a cambiar. No necesitas convertirte en adiestrador profesional, solo necesitas coherencia, constancia y atención a lo que refuerzas.

La próxima vez que te sientas frustrada, recuerda: tu perro sí quiere aprender, solo necesita que le enseñes bien. Y tú también puedes aprender a enseñarle distinto. Es un camino, no una meta.

A veces pienso que educar a un perro es como educar nuestra propia mente. Si somos incoherentes, si cambiamos de idea cada día, si premiamos nuestros hábitos dañinos sin darnos cuenta, terminamos confundidos y frustrados. Pero si somos claros, constantes y atentos, creamos un entorno donde el aprendizaje es natural y hasta placentero.

En “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” se habla de cómo el amor verdadero no es solo emoción, sino también estructura y cuidado. Con los perros pasa igual: amar no es solo acariciar, es también guiar, sostener, marcar límites claros y consistentes.

Quizá la enseñanza más grande que me dejó Milo es esta: ningún vínculo florece en la incoherencia. Si quieres que tu perro confíe en ti, dale motivos para confiar. Señales claras. Reglas estables. Recompensas justas. Y paciencia, mucha paciencia.

Así, poco a poco, la pregunta “¿por qué mi perro no me hace caso?” se transforma en “¿cómo puedo yo comunicarme mejor?”. Y ahí es cuando todo cambia. Porque la comunicación no es un lujo, es el puente que sostiene el vínculo.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

📲 WhatsApp directo: +57 310 450 7737
📘 Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
🐦 Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
💬 Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos
📢 Canal de Telegram: Únete aquí

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

jueves, 25 de septiembre de 2025

¿Tu perro es feliz? 5 preguntas clave



Hace unos años, alguien me preguntó, casi sin previo aviso:

—¿Cómo sabes que tu perro es feliz contigo?

Me quedé en silencio. No porque no creyera que fuera feliz, sino porque nunca me lo había planteado así, tan directamente. Esa pregunta se me quedó pegada varios días. Y creo que, desde entonces, no se me ha terminado de despegar.

La realidad es que no siempre es fácil estar seguro de que estamos haciendo las cosas bien. Los perros no hablan con palabras. No te dicen: “Sí, estoy perfecto, gracias por todo”. Y ahí está nuestro desafío: tenemos que aprender a escucharlos de otra manera, con sus gestos, con sus movimientos, con pequeñas señales que a veces se nos escapan.

Por suerte, hoy sabemos cómo hacerlo. Existen señales claras, validadas científicamente, que muestran si tu perro se siente a gusto, cómodo y feliz contigo. Y no tienen que ver con comprarle juguetes caros o darle premios cada hora, sino con construir un vínculo real y cotidiano.

Cuando leo textos en “Mensajes Sabatinos” sobre el cuidado invisible que sostiene los vínculos, pienso justo en esto. La felicidad de un perro no es una casualidad, es un resultado de presencia, de atención, de coherencia.

Una de las señales más claras es el juego espontáneo y frecuente. Un perro feliz juega. No solo contigo, sino también por su cuenta. Salta, corre, persigue pelotas invisibles, mueve juguetes por la casa sin miedo ni inhibición. El juego es una señal clara de bienestar emocional (Boissy et al., 2007). Si tu perro juega, está diciendo que su mundo es seguro.

Otra señal es el descanso profundo y regular. Un perro tranquilo emocionalmente es capaz de descansar profundamente. Se tumba cerca de ti con confianza, duerme en posturas relajadas (patas estiradas, cuerpo extendido, respiración lenta) y logra entrar en sueño profundo fácilmente. Según el estudio de Kis et al. (2017), el sueño tranquilo y profundo es clave en el bienestar canino. En otras palabras, un perro que duerme bien es un perro que confía en su entorno.

También está la curiosidad. La curiosidad es otra señal fundamental de bienestar. Un perro feliz explora nuevos lugares con calma, olfatea objetos y entornos nuevos sin ansiedad ni temor constante. Esto demuestra seguridad y ausencia de estrés excesivo (Ley et al., 2007). Cuando paseas con él y ves que se atreve a investigar, que no camina encogido ni con la cola metida, ahí hay un indicador potente.

En “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” he leído varias veces sobre aprender a leer los signos de la vida con calma. Esto aplica también aquí: leer al perro sin exigir, sin proyectar. Solo observar y reconocer lo que ya está ahí.

Y por supuesto, está la cercanía relajada. Se acerca a ti con confianza, busca tu contacto de forma tranquila. Se apoya en ti, se tumba a tu lado, te mira despacio con parpadeos lentos. La cercanía relajada indica apego seguro y felicidad emocional (Rehn & Keeling, 2016). Ese momento en que tu perro se tumba a tus pies sin pedir nada más es un mensaje enorme: está cómodo, está seguro, está contigo.

Si mientras lees esto has reconocido a tu perro en alguna de estas señales, tranquila: lo estás haciendo bien. Y si te has dado cuenta de que falta algo, ahora ya sabes en qué fijarte. La felicidad de tu perro no depende de grandes cosas. Depende de que lo entiendas, lo escuches y lo cuides bien. Nada más (y nada menos).

Cuando escribo en “Bienvenido a mi Blog” sobre cómo aprender a vivir con más conciencia, me doy cuenta de que el mismo principio aplica para la relación con los animales: no es un checklist que se cumple, es una sensibilidad que se cultiva.

Yo también tuve momentos de duda. Hubo días en que mi perro estaba distante y yo pensaba que algo estaba mal conmigo. Hasta que aprendí a leerlo. Entendí que los perros, igual que nosotros, tienen días buenos y días raros. Que su lenguaje no es lineal. Que la felicidad se construye a diario, no en un solo gesto.

Por eso, si te preguntas “¿Mi perro es feliz conmigo?”, no te angusties. Hazte estas preguntas:
—¿Juega de forma espontánea?
—¿Descansa profundo y sin miedo?
—¿Explora con curiosidad?
—¿Se acerca a ti con confianza?

No hay receta mágica, pero estas señales son brújula. Si están presentes, es muy probable que estés haciendo las cosas bien. Si no, no es un fracaso, es una invitación a ajustar, a aprender, a acompañar distinto.

En “El blog Juan Manuel Moreno Ocampo” he escrito sobre la importancia de no esperar al último momento para cuidar los vínculos. Esto también aplica a tu perro. No esperes a que aparezca un problema para revisar su bienestar. No esperes a que te “lo diga” con conductas extremas. Aprende a leer los signos tempranos.

Quizá la enseñanza más grande es que cuidar de un perro no es solo alimentarlo. Es acompañarlo también en lo invisible. Es estar atento a lo que no dice, a lo que expresa con su cuerpo. Es sostener su mundo con la misma delicadeza con la que sostendrías el de un niño.

Así, la pregunta “¿Mi perro es feliz conmigo?” deja de doler y se convierte en guía. Porque no importa tanto la respuesta absoluta, importa tu disposición a mirar, a escuchar y a mejorar. Importa que te lo preguntes. Porque quien se pregunta ya está cuidando distinto.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

📲 WhatsApp directo: +57 310 450 7737
📘 Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
🐦 Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
💬 Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos
📢 Canal de Telegram: Únete aquí

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

miércoles, 24 de septiembre de 2025

En qué se parece un café a un gato?



Quizá suene raro. Pero quédate conmigo.

Hay algo en común entre un café recién hecho y un gato que se te acerca. Ambos aparecen en el momento exacto en que más los necesitas. Ambos te invitan a parar, a respirar, a hacer una pausa. Lo descubrí un día cualquiera, sentado frente al computador, con una taza de café caliente al lado y mi gato enrollado en el sofá, mirándome. Fue ahí cuando entendí que la vida, como un buen café y como un gato, no espera eternamente.

Muchas veces nos preparamos un café con cariño, lo servimos, lo olemos… y lo dejamos sobre la mesa mientras hacemos “una cosa más”. Cuando por fin volvemos a él, está frío. Ya no es lo mismo. A veces pasa igual con los sueños. Con ese pensamiento que vuelve una y otra vez: “Ojalá pudiera dedicarme a cuidar gatos”. “Ojalá pudiera trabajar con lo que me emociona”. “Ojalá me atreviera a intentarlo”. Lo sientes con fuerza, te lo preparas mentalmente… y justo cuando estás a punto te dices: “No ahora”. “Después”. “Cuando tenga más tiempo”.

Pero después no siempre llega. Y cuando llega, lo que una vez te ilusionó ya no calienta igual. No porque no lo desees, sino porque llevas demasiado tiempo dejándolo para después. En “Mensajes Sabatinos” leí una vez que “el alma se enfría cuando pospones lo que amas”. Esa frase me acompañó mucho cuando sentí que mis ganas de escribir se apagaban.

Mi gato me enseñó algo parecido. Él no espera que yo lo acaricie “después”. Él llega y se sube a mis piernas ahora. Su ronroneo no se guarda para más tarde. Su presencia es un recordatorio vivo de que hay cosas que se disfrutan cuando suceden, no cuando “por fin tengas tiempo”. Y si no lo haces, se enfrían. Se apagan. Se van.

A veces me preguntan cómo hago para mantener tantos proyectos, blogs y estudios al mismo tiempo. Y la respuesta es esta: aprendí a no dejar que se enfríen. En “Bienvenido a mi blog” hablo de cómo convertir pequeñas ideas en acciones inmediatas. No tienes que hacerlo todo ya, pero sí dar un paso ahora. Un email, un boceto, un mensaje, una prueba. Algo que le diga a tu deseo “te estoy escuchando” antes de que se enfríe.

Cuando me siento frente a mi gato con una taza caliente en las manos, pienso en todas las veces que pospuse mis sueños. Las veces que me dije “cuando acabe la universidad” o “cuando tenga más dinero” o “cuando esté listo”. Y me doy cuenta de que nunca estás del todo listo. Que la vida no es un manual que se sigue página a página. Que a veces tienes que dar el salto cuando todavía no estás seguro, porque es ahí cuando está caliente.

En “El blog Juan Manuel Moreno Ocampo” compartí hace poco una reflexión sobre el tiempo: “no existe el momento perfecto; existe el momento presente”. Esta frase no es solo filosofía barata. Es práctica. Es mi forma de vivir. Porque si esperas demasiado, el café se enfría. El gato se va. El sueño se apaga.

La metáfora del café y del gato también me ayuda a entender las relaciones. ¿Cuántas veces dejamos para después la llamada, el abrazo, el mensaje? ¿Cuántas veces creemos que la gente va a estar ahí eternamente esperando? Y no. Como el café, como el gato, como los sueños, las personas también necesitan calor presente. Necesitan saber que son prioridad ahora, no “después”.

Yo no escribo esto para presionar a nadie. Lo escribo porque sé lo que se siente ver cómo algo que te emocionaba se vuelve rutina, cómo un deseo vivo se convierte en idea lejana. Sé lo que es arrepentirse de no haber empezado antes. Por eso te lo recuerdo: el deseo de dedicarte a algo que amas no es una tontería. Es una parte tuya que quiere hacerse realidad. Y merece ser escuchada a tiempo.

Hace poco, en “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías”, leí una frase que decía “lo que honras ahora se convierte en tu futuro”. Me pareció tan cierto que lo anoté en mi libreta. Porque es eso: cada acción pequeña es una forma de honrar lo que quieres. Cada sorbo de café caliente, cada caricia al gato, cada paso hacia tu sueño es un hilo que construye tu vida.

Si hoy estás leyendo esto y tienes un sueño en pausa, piensa en tu café y en tu gato. ¿Qué puedes hacer hoy —no mañana— para acercarte a eso? No tiene que ser grande. Solo tiene que ser caliente. Un mail, una investigación, un boceto, un primer cliente, una conversación honesta. Algo que le diga a la vida que estás listo para recibir.

En mi caso, fue escribir. Escribí cuando tenía miedo, escribí cuando no sabía si alguien leería, escribí sin permiso. Y eso fue mi sorbo caliente. Gracias a eso hoy puedo decir que vivo de lo que amo, que escribo desde mi experiencia, que comparto con ustedes.

Al final, el café y el gato son metáforas, pero también son maestros. Uno te invita a pausar, el otro a estar presente. Ambos te muestran que el momento es ahora, que la vida sucede aquí y no en el “después”.

Así que antes de que tu café se enfríe, antes de que tu gato se levante, antes de que tu sueño se apague, empieza. No importa si tiemblas, si dudas, si no sabes. Empieza. Porque la vida, como un buen café y como un gato que te busca, se disfruta más cuando todavía está caliente.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

📲 WhatsApp directo: +57 310 450 7737
📘 Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
🐦 Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
💬 Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos
📢 Canal de Telegram: Únete aquí

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

martes, 23 de septiembre de 2025

7 de cada 10 conflictos con perros se deben a malentendidos (y puedes evitarlo)



Desde pequeño crecí viendo a perros y humanos convivir como si fuera lo más natural del mundo. En mi familia siempre hubo algún canino rondando la casa y, como la mayoría de la gente, yo creía que “entender” a un perro era casi automático. Bastaba con quererlo, alimentarlo y jugar con él. Con los años descubrí que no era así de simple.

Por primera vez, Hugo Fernández (@enclavedecan), referente europeo en bienestar y comunicación canina, llega a Latinoamérica. Y lo hará en Chile, Argentina y Perú. Más allá del viaje, lo que trae consigo es mucho más importante: una forma distinta de mirar a los perros, de escucharlos incluso cuando no emiten sonido alguno.

¿Por qué esto es urgente? Porque 7 de cada 10 conflictos entre humanos y perros se deben a malentendidos en la comunicación (University of Lincoln, 2016). Porque el 60 % de los perros que viven en ciudades muestran signos de estrés crónico: ansiedad, reactividad, frustración (Universidad de Helsinki, 2020). Y porque aunque convivimos con ellos cada día, la mayoría no sabe interpretar sus señales básicas de incomodidad.

Las consecuencias las soportamos a diario: vínculos que se tensan, perros que no consiguen adaptarse, familias que desconocen cómo ayudarlos. En “Mensajes Sabatinos” leí una vez: “Las grietas de la convivencia no aparecen de golpe; son silencios no escuchados”. Esta frase me viene a la cabeza cada vez que veo a un perro gruñir sin que nadie entienda por qué.

Hugo propone un enfoque distinto. No se trata solo de entrenar, se trata de observar, empatizar y respetar. Y esa forma de entender al perro puede transformar hogares, paseos y relaciones. A mí me habría ahorrado más de una situación incómoda en mi adolescencia, cuando me encargaba de pasear al perro de la familia y no entendía por qué se tensaba con ciertos estímulos en la calle.

Hay tres claves por las que yo iría sí o sí a uno de sus seminarios si estuviera en alguna de estas ciudades. La primera: las claves del bienestar del perro en ciudad. Para familias que quieren saber qué necesita realmente un perro para sentirse seguro en entornos urbanos. Qué condiciones mínimas hacen posible la tranquilidad, la calma y el vínculo.

La segunda: observación y comunicación canina. Aprender a ver lo que antes pasaba desapercibido. Estrategias de afrontamiento, señales sutiles, intentos de regularse. Después de este seminario te costará no mirar con otros ojos. Y la tercera: el juego humano-perro. ¿Sabías que muchas conductas ansiosas empeoran por un mal juego? Conocerás qué es realmente el juego, por qué importa tanto y cómo convertirlo en un canal de bienestar. No todo lo que parece diversión lo es.

En “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” leí sobre la importancia de los vínculos silenciosos y el respeto a los ritmos del otro. Eso también aplica aquí. El 80 % de los casos que no progresan tienen un mal enfoque desde el inicio. No es falta de amor, es falta de comprensión.

Cuando escribo en “Bienvenido a mi Blog” sobre convivencia humana, suelo insistir en algo que aprendí con los años: no improvises en lo esencial. No improvisamos con la salud, no improvisamos con un viaje importante, no improvisamos con la crianza de un hijo. ¿Por qué improvisaríamos con la seguridad emocional de un perro y de un niño en la misma casa?

Yo crecí creyendo que un perro “educado” era suficiente. Hoy sé que un perro entendido es mucho más importante. Entender significa leer sus señales, respetar sus tiempos, crear espacios seguros, no forzar interacciones. Significa también saber cuándo pedir ayuda profesional. Porque no hay vergüenza en decir “no sé qué hacer”. Vergüenza es mirar a otro lado hasta que algo grave ocurra.

Los estudios de la Universidad de Helsinki sobre estrés canino urbano son claros: los perros sufren con nuestros ritmos acelerados, con los estímulos constantes, con la falta de espacios tranquilos. Y nosotros sufrimos con sus reacciones cuando no entendemos su lenguaje. Romper ese ciclo es posible, pero requiere consciencia.

Mientras escribo esto, pienso en cuántas veces he malinterpretado una señal no verbal en humanos: una mirada, un silencio, un gesto. Somos una sociedad que habla mucho y escucha poco. Quizá aprender a leer a los perros sea también un entrenamiento para aprender a leernos entre nosotros.

En “El blog Juan Manuel Moreno Ocampo” he compartido cómo la espiritualidad y la tecnología pueden convivir si hay sensibilidad. Creo que esta llegada de Hugo Fernández a Latinoamérica es también un acto espiritual en cierto modo: venir a recordarnos que la convivencia es un arte, no un protocolo.

Si tienes perro y estás en alguna de estas ciudades, te invito a que no dejes pasar esta oportunidad. No es publicidad vacía: es un recordatorio de que podemos vivir distinto, criar distinto, vincularnos distinto. Y de que en cada paseo hay un lenguaje secreto esperándonos a ser descubierto.

Quizá ahí está la enseñanza final: los perros —igual que los gatos, igual que nosotros— no se explican del todo. Se leen. Y leerlos con empatía puede cambiarlo todo.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

📲 WhatsApp directo: +57 310 450 7737
📘 Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
🐦 Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
💬 Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos
📢 Canal de Telegram: Únete aquí

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

lunes, 22 de septiembre de 2025

Hay casos donde no puedes improvisar



Hay días en los que me doy cuenta de que la convivencia entre especies —entre humanos y animales— es mucho más compleja de lo que parece en los vídeos tiernos de internet. En TikTok vemos bebés abrazando perros, en Instagram vemos gatos y niños durmiendo juntos. Todo parece perfecto. Pero detrás de esas imágenes hay una realidad: no todo es improvisable. No todo es intuitivo. Y no basta con “amar a los animales” para que todo salga bien.

Cada vez hay más familias con perros y peques conviviendo en casa. Y cada vez hay más situaciones que incomodan, que tensan, que no sabes cómo abordar. Ni como profesional. Ni como tutor. Parece que no pasa nada… hasta que pasa. Un gruñido, un susto, una mirada que nadie supo leer. Y de repente alguien dice: “¿El perro? Mejor que se vaya”. Y así, un vínculo se rompe.

Si estás pensando que esto solo ocurre en casos extremos, tengo que decirte que nada más lejos de la realidad. En situaciones que no sabemos cómo gestionar, tendemos a tomar decisiones que no tomaríamos en ningún otro contexto. Y es ahí donde creo que, como sociedad, necesitamos cambiar de chip: dejar de ver estos casos como “uno más” y empezar a reconocer que requieren una atención especial.

En “Mensajes Sabatinos” leí hace poco sobre la importancia de sostener el cuidado cuando todo se complica. Me resonó porque es exactamente esto: cuando hay un perro y un niño en casa, no basta con educar bien al perro. Eso se sobreentiende, por supuesto. Pero hay que entender más: la etapa en la que está el niño, los ritmos de la familia, lo que puede sostenerse y lo que no. Lo que el perro intenta decir sin palabras. Lo que los adultos ignoran sin querer —o queriendo—.

A mí me tocó verlo en carne propia. Una amiga tuvo que reubicar a su perro después de años juntos porque la llegada de un bebé cambió toda la dinámica de la casa. No porque no lo amara, sino porque nadie le enseñó a manejar la situación. Ni a leer al perro ni a anticipar las etapas del bebé. Y esa historia me dejó una pregunta que todavía me ronda: ¿cuántas veces confundimos amor con improvisación?

En “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” encontré un texto sobre la importancia del discernimiento: saber cuándo actuar y cuándo esperar, cuándo pedir ayuda y cuándo sostener. Creo que eso es fundamental aquí. Estos casos no vienen con manual. Pero ante situaciones tan importantes, el margen de error es muy estrecho.

Para bien o para mal, vivimos en un mundo donde hay más información disponible que nunca, pero seguimos actuando como si “ya supiéramos” cómo manejar todo. Convivir con perros y niños no es solo “tener cuidado”. Es una disciplina, un aprendizaje, una red de apoyo. Necesitamos profesionales preparados y familias informadas.

Por eso me llamó la atención una clase online gratuita que imparte Tamara Hernán, fundadora de Crianza Multiespecie, sobre 3 herramientas para asumir casos de riesgo entre perros y niños sin derivar ni improvisar. Tamara ha trabajado con más de 3.000 familias y su enfoque es de comprensión, adaptación y vínculo. Esa experiencia es oro porque no se queda en la teoría; viene de ver los matices, las grietas y las soluciones reales.

Lo que enseña ahora es más importante que nunca:
—Porque cada vez hay más bebés naciendo en casas con perros.
—Porque cada vez hay más padres que no quieren elegir entre el perro y el hijo.
—Porque cada vez más profesionales se enfrentan a estos casos sin saber muy bien por dónde empezar.

En esta clase se aprende:
—Cuándo un caso es de riesgo y cómo actuar desde el primer minuto.
—Tres herramientas básicas para intervenir con criterio.
—Cómo adaptar tus pautas según la etapa de desarrollo del niño para no pedir lo imposible a nadie.

No puedo evitar conectar esto con lo que escribo en “Bienvenido a mi Blog” sobre la importancia de no improvisar con lo esencial. No improvisamos con una cirugía, no improvisamos con un vuelo, no improvisamos con una inversión importante. ¿Por qué improvisaríamos con la seguridad y el bienestar de quienes amamos?

Yo no organizo esta clase, pero creo en su valor. Porque cada vez que un vínculo se rompe por falta de información, perdemos todos. Y cada vez que una familia aprende a leer antes de actuar, a pedir ayuda antes de desesperarse, ganamos todos.

Me doy cuenta de que esto no va solo de perros y niños. Va de cómo vivimos la vida. De cómo abordamos situaciones complejas. De cómo necesitamos humildad para decir “no sé” y pedir guía. De cómo podemos prevenir antes que lamentar.

Para mi generación, que creció con tutoriales de YouTube para todo, esto puede sonar contradictorio: no todo se aprende en un vídeo. No todo se improvisa. Hay casos donde necesitamos formación real, acompañamiento real, personas que ya recorrieron ese camino.

Si estás leyendo esto y convives con animales y niños, quizá este sea tu recordatorio para parar, informarte y prepararte. No esperes a que pase algo para aprender. No esperes a sentirte sobrepasado para pedir ayuda. Porque cuando se trata de vínculos y seguridad, cada segundo cuenta.

Al final, esta reflexión también me hace mirar mi propia vida. ¿En qué otras áreas estoy improvisando cuando debería prepararme? ¿En qué relaciones estoy asumiendo que todo “fluye” sin cuidar los detalles? Quizá ahí también haya una alerta. Quizá ahí también haya una invitación a ser más consciente.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

📲 WhatsApp directo: +57 310 450 7737
📘 Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
🐦 Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
💬 Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos
📢 Canal de Telegram: Únete aquí

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

domingo, 21 de septiembre de 2025

Los gatos no se explican. Se leen



De niño me enseñaron a leer letras antes de aprender a leer personas. La escuela me enseñó palabras, reglas, gramáticas. Pero nadie me enseñó a leer silencios, gestos o miradas. Cuando llegó mi gato a casa, hace ya unos años, me di cuenta de que estaba frente a otro tipo de lenguaje. Uno que no cabe en los libros. Un lenguaje hecho de pausas, movimientos casi invisibles y pequeñas vibraciones.

Un gato no te lo pone fácil. No hace discursos. No traduce lo que siente. No te explica con palabras. Y sin embargo, cuando aprendes a leerlo, lo entiendes todo. El leve movimiento de su cola. El giro mínimo de orejas cuando algo no le cuadra. El parpadeo lento que te lanza desde el otro lado del sofá. Todo eso es información. Todo eso es cariño, alerta, juego, miedo o confianza. Pero nadie nos lo enseñó en el colegio. Nadie nos dio ese diccionario.

Crecí en un entorno donde me decían que el amor había que demostrarlo con palabras, con abrazos o con llamadas. Y aunque eso es valioso, descubrí que también existe un amor que se expresa en silencios. En “Mensajes Sabatinos” encontré una frase que me acompañó mucho: “Lo sagrado habita en los gestos pequeños”. Cuando miro a mi gato moverse por la casa, siento que esa frase cobra vida. Porque él no grita su amor; lo susurra.

Los estudios lo confirman: más del 60 % de las personas que conviven con gatos no saben interpretar su lenguaje corporal básico. No es por falta de amor; es por falta de traducción. No sabemos que levantar la pata no siempre es amenaza, que esconderse no es desprecio, que un mordisco suave a veces es juego. Creemos que nos ignora cuando, en realidad, nos está mostrando confianza. Creemos que “es arisco” cuando, en realidad, tiene miedo.

En “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” he leído textos sobre aprender a mirar más allá de la superficie. Siento que eso es justo lo que necesitamos con los gatos: aprender a mirar con ojos nuevos. No exigir palabras, sino leer gestos. No imponer, sino acompañar. No apurar, sino esperar.

Al principio, yo también me frustraba. Quería que mi gato “me entendiera”, que se adaptara a mis horarios, que respondiera cuando yo quería. Pero con el tiempo comprendí que él ya me entendía, solo que a su manera. Su lenguaje no era el mío. Y que parte del vínculo estaba justo en ese ajuste, en ese aprendizaje mutuo.

Los gatos no se explican. Se leen. Como se lee un poema: con calma, con respeto, con intuición. La primera vez que entendí esto fue cuando estaba triste y mi gato vino y se tumbó en mis pies. No hizo nada más. No me lamió, no me maulló. Solo estuvo ahí. Y yo entendí que me estaba acompañando. Que me estaba diciendo “estoy contigo” sin necesidad de voz.

Cuando empecé a escribir en “Bienvenido a mi Blog” sobre la importancia de los gestos pequeños en nuestras relaciones humanas, me di cuenta de que era la misma lección que mi gato me daba. Los humanos también tenemos colas invisibles que se mueven, orejas que giran, parpadeos lentos. Solo que no sabemos leerlos.

Vivimos en una cultura donde todo debe explicarse, justificarse, traducirse. Pero los gatos nos muestran que también existe otro ritmo. Un ritmo en el que se puede estar sin explicar, acompañar sin hablar, cuidar sin intervenir. Y creo que ahí hay una lección profunda para nuestra generación, tan saturada de palabras y notificaciones.

Me gusta pensar que cuando aprendes a leer a un gato, también aprendes a leerte a ti mismo. Empiezas a notar tus propios gestos: cómo se tensan tus hombros, cómo se mueve tu respiración, cómo tu mirada cambia según tu estado de ánimo. Empiezas a entender que no todo es racional, que hay cosas que se sienten antes de nombrarse.

Y entonces, sin darte cuenta, también mejoras tus relaciones humanas. Porque leer a un gato te entrena para leer a tus amigos, a tu pareja, a tu familia. Te vuelve más empático, más paciente, más atento. Te enseña que detrás de un gesto puede haber cansancio, detrás de un silencio puede haber miedo, detrás de un “no” puede haber necesidad de espacio.

En mi blog personal he escrito sobre cómo la tecnología y la espiritualidad pueden convivir. Y creo que este tema de “leer” en vez de “exigir explicaciones” es un punto en común entre ambos mundos. La tecnología nos llena de datos, pero sin sensibilidad esos datos no tienen vida. Los gatos nos llenan de gestos, pero sin atención esos gestos se pierden. En ambos casos, la clave es aprender a interpretar.

Cuando pienso en todo esto, recuerdo a mi abuela diciéndome “no todo se dice con la boca”. En ese momento no lo entendía. Ahora, con mi gato, tiene todo el sentido. Porque la vida está llena de lenguajes silenciosos. Y aprender a leerlos es un acto de amor.

Los gatos no se explican. Se leen. Y al leerlos, no solo los conoces a ellos: también te conoces a ti.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

📲 WhatsApp directo: +57 310 450 7737
📘 Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
🐦 Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
💬 Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos
📢 Canal de Telegram: Únete aquí

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

sábado, 20 de septiembre de 2025

El abandono empieza mucho antes de que el gato salga por la puerta



Desde pequeño he escuchado historias de abandono animal. Imágenes duras: un gato dejado en una carretera, una caja en un parque, una puerta que se cierra. Esa idea se nos queda tan grabada que creemos que el abandono empieza en ese instante, en el momento visible. Pero con los años y con mi propio gato entendí algo que duele aún más: el abandono empieza mucho antes. Y muchas veces ocurre con el gato todavía dentro de casa.

Comienza en los pequeños gestos. Cuando dejamos de intentar entender por qué maúlla tanto. Cuando nos molesta que se esconda. Cuando pensamos “lo hace por fastidiar” en vez de “algo le pasa”. Cuando dejamos de hablarle, de mirarlo con la misma ternura. No es por falta de amor; es porque estamos cansados, saturados, porque no sabemos cómo ayudar. Pero el gato sigue ahí, esperando que volvamos a conectar, que le miremos otra vez como al principio. Sin reproches. Sin palabras. Solo esperando.

A veces pienso que en esto se parece mucho a las relaciones humanas. Cuando dejamos de escuchar de verdad a quien tenemos cerca, cuando lo damos por sentado, cuando no queremos ver su malestar porque nos confronta con nuestro propio cansancio. Me lo recordó un texto de “Mensajes Sabatinos”: “abandonar no siempre es soltar, a veces es dejar de mirar”. Esa frase se me quedó clavada porque refleja exactamente este proceso invisible.

Las estadísticas muestran que uno de los factores más comunes en el abandono animal es la falta de información. Muchas personas no abandonan a sus gatos por falta de amor, sino porque no saben cómo seguir queriéndolos bien cuando la convivencia se complica. Nadie les enseñó a leer sus señales, a acompañarlos, a sostener el vínculo cuando llegan los roces. Y en eso, creo que podemos aprender de la misma manera que aprendemos sobre vínculos humanos: con paciencia, con educación, con empatía.

En “Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías” hay reflexiones sobre cómo sostener relaciones más allá del cansancio. Me gusta esa idea porque nos recuerda que cuidar no es solo dar comida o techo, es acompañar en lo invisible. Con un gato, ese acompañar invisible puede ser sentarse al lado cuando está asustado, buscar un veterinario cuando su comportamiento cambia, hablarle aunque no responda, respetar sus tiempos de adaptación.

En redes sociales solemos ver videos de gatos adorables y graciosos, pero pocas veces vemos los momentos difíciles de la convivencia. Yo mismo he pasado por ellos: cambios de casa, estrés, comportamientos inesperados. He tenido que aprender que detrás de un arañazo puede haber miedo, que detrás de un esconderse puede haber dolor. Y cuando logro verlo así, algo cambia en mí. Ya no siento que me está “fallando” como compañero; siento que me está mostrando su vulnerabilidad.

La buena noticia es que hay herramientas y gente dispuesta a ayudar. Educadores felinos, veterinarios con enfoque conductual, comunidades online que comparten consejos basados en ciencia y experiencia. En “Bienvenido a mi blog” he escrito sobre cómo pedir ayuda no nos hace menos capaces, nos hace más humanos. Con los gatos es igual: pedir ayuda no es señal de fracaso, es señal de que queremos hacerlo bien.

Me gustaría que más personas entendieran que cuidar de un gato no es solo alimentarlo y limpiar su arenero. Es sostener un vínculo vivo, en constante cambio. Es aprender su lenguaje, su contexto, sus miedos y alegrías. Es aceptar que también podemos equivocarnos y que siempre es posible reconstruir. Porque sí, hay gatos que siguen en casa pero hace tiempo que se sintieron un poco solos. Y reconocerlo es el primer paso para cambiarlo.

Yo mismo he tenido momentos en que me sentí superado. Días de trabajo y estudio en los que llegaba tarde y no tenía energía para jugar con él o para prestarle atención. Y sin embargo, él seguía ahí, esperándome. Su paciencia me enseñó a no dar por sentado lo que amo. Me enseñó que puedo reparar, que puedo volver a mirar, que el abandono no tiene que ser destino.

Hay algo profundamente sanador en volver a conectar con un gato que pensabas distante. Basta con mirarlo a los ojos, con sentarte cerca sin esperar nada, con hablarle suavemente. Los gatos sienten ese cambio. Responden. Se acercan. El vínculo puede renacer. Y esa experiencia de reconstrucción no solo salva la relación con tu gato, también te transforma a ti.

Me gusta pensar que en este momento, mientras lees esto, ya estás haciendo algo distinto. Ya estás mirando con otra intención. Y eso cuenta. Porque la conciencia es el primer paso para cualquier cambio real. En “El blog Juan Manuel Moreno Ocampo” he compartido varias veces que la vida se transforma cuando dejamos de actuar en piloto automático. Lo mismo aplica aquí: si estás leyendo sobre abandono invisible, es porque ya no quieres repetirlo.

La próxima vez que escuches maullidos insistentes, antes de molestarte pregúntate qué necesita. La próxima vez que tu gato se esconda, en vez de asumir “me ignora”, piensa “quizá tiene miedo”. La próxima vez que te sientas superado, recuerda que pedir ayuda no te hace menos, te hace más responsable.

El abandono visible empieza con una puerta que se cierra. El abandono invisible empieza cuando dejamos de mirar. Pero también ahí podemos elegir. Podemos volver a mirar. Podemos volver a escuchar. Podemos reconstruir ese pequeño puente entre su mundo y el nuestro. Y en ese acto simple, hay algo profundamente humano, profundamente vivo.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

📲 WhatsApp directo: +57 310 450 7737
📘 Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
🐦 Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
💬 Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos
📢 Canal de Telegram: Únete aquí

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”