viernes, 28 de noviembre de 2025

Cuando tu perro te lame: la verdad que nadie te dijo (y que dice más de ti que de él)



Hay comportamientos que parecen tan normales que nunca los cuestionamos. Crecemos viendo que los perros lamen a sus dueños y lo interpretamos como “cariño”. Como una especie de abrazo húmedo y torpe que ellos dan porque no hablan. Una muestra de afecto que damos por hecha.
Pero un día, mientras leía un artículo sobre por qué realmente un perro lame a su humano, sentí que se abría una puerta distinta. No a la biología —esa explicación ya la conocía— sino a algo más profundo: ¿por qué damos por hecho que todo lo que parece cariño… es cariño?

A veces lo que creemos que entendemos, solo lo repetimos. Y eso nos pasa con la vida, con las personas y hasta con nuestras mascotas.

Leer esa investigación me hizo sentir como si alguien prendiera una luz fuerte en una habitación donde creía que todo estaba ordenado. Porque, según la experta citada por El Tiempo, cuando un perro lame no necesariamente lo hace desde el amor… sino desde la necesidad, la ansiedad, el instinto, el gusto por el sabor de la piel humana… o incluso por estrés.
Y eso, más que decepcionarme, me llevó a una pregunta que se quedó instalada como una piedra pequeña en el zapato:

¿Cuántas cosas de mi vida interpreto como “cariño” cuando en realidad son otra cosa?

Y ahí fue cuando el tema dejó de ser sobre perros y pasó a ser sobre nosotros.

Desde muy niño crecí viendo la vida de los animales con una mezcla de respeto y curiosidad. En mi casa, y gracias al legado de mi papá, siempre aprendí que los vínculos —todos— merecen ser entendidos con conciencia. Que detrás de cada gesto había un mensaje profundo. Eso está escrito muchas veces en Bienvenido a mi Blog (https://juliocmd.blogspot.com), aunque uno no lo note a primera vista.
Y quizá por eso, cuando veo a un perro lamer a su dueño, ya no lo siento igual. No es un gesto simple. No es evidente. No es solo “ternura”. Es un reflejo grande de lo que somos como humanos: interpretadores compulsivos de señales.

Lo hacemos con los amigos.
Con las parejas.
Con los compañeros de trabajo.
Con los desconocidos.
Y con los animales que viven a nuestro lado.

La experta mencionada en el artículo decía algo que me quedó sonando:
el lamido es, muchas veces, un comportamiento aprendido.
El perro detecta que cuando te lame, tú reaccionas con alegría, risa, juego, atención.
Y entonces aprende que lamer = conexión.

Ahí fue cuando sentí el golpe interno.
Porque eso es exactamente lo que hacemos los humanos para sobrevivir emocionalmente: aprendemos qué gestos producen conexión… y los repetimos aunque no sepamos muy bien por qué.

Un perro lame porque tú celebras su lamido.
Un humano actúa “como debe” porque alguien celebra ese comportamiento.

De repente, el tema dejó de ser “perros que lamen” y se convirtió en una conversación sobre reflejos emocionales.
Sobre las veces en que decimos “te quiero” pero lo que sentimos es miedo a perder.
Sobre cuando damos un abrazo para evitar una discusión.
Sobre cuando compartimos algo en redes buscando validación, no conexión.
Sobre cuando actuamos desde la ansiedad, pero lo disfrazamos de amor.

Y aunque suene intenso, la verdad es que a veces somos más parecidos a los animales de lo que queremos aceptar. No porque seamos “menos”… sino porque también hemos aprendido a asociar determinados gestos con afecto, aprobación o pertenencia.

Los perros lamen para calmarse.
Los humanos también.

Solo que nosotros no usamos la lengua.

Usamos otros mecanismos: mensajes, complacencia, silencio, exageración, cercanía obligada, risa nerviosa, atención excesiva, sacrificarnos para sentirnos necesarios.
Cosas así.

También pensé en algo más espiritual —porque si has leído Amigo de ese ser supremo (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com), sabes que siempre termino ahí—:
¿Y si la vida siempre nos está lamiendo para mostrarnos algo?
Suena extraño, lo sé. Pero déjame explicarte.

La vida tiene una forma rara de llamar la atención: a veces nos “lame” con momentos dulces, a veces con momentos incómodos.
Y cada vez que lo hace, espera una reacción.
Como los perros.
Como todo lo vivo.

Quizá cada vez que algo nos incomoda es la vida diciendo:
—Ey, mírate.
—Hay algo que aún no has entendido.
—No todo es lo que parece.
—¿Seguiste creyendo que esto era cariño? ¿O ya te diste cuenta de que era costumbre?

Y cuando lo interpretamos mal, sufrimos.
Porque igual que con los perros, creemos que todo lo que parece afecto… es afecto.
Y no.

A veces es hambre emocional, o rutina, o ansiedad, o deseo de atención.

No solo en ellos.
En nosotros.

Algo que me gusta de los animales es que ellos no se complican con las explicaciones. Ellos hacen. Ellos sienten. Ellos reaccionan.
Los humanos, en cambio, hacemos algo más raro: nos inventamos historias sobre lo que creemos que está pasando.
Y esas historias terminan pesando más que la realidad.

Por eso cuando la experta decía que un perro puede lamer para liberar tensión, pensé en todas las veces que yo he hecho lo mismo, solo que sin saliva:
Cuando hablo de más.
Cuando callo de más.
Cuando busco compañía aunque quiero estar solo.
Cuando digo que estoy bien para no preocupar a nadie.
Cuando me acerco para sentirme visto.

Y sí… hay momentos donde entiendo que también estoy “lamiendo” simbólicamente a mi entorno para regular lo que siento, como quien respira hondo antes de entrar a una reunión o escribe en su blog para ordenar la vida.

Si te pasa, no estás solo.

También hay una parte científica que no quiero ignorar:
Los perros lamen porque detectan sales, sudor, feromonas, texturas. Porque lo disfrutan.
Y eso me recordó otra cosa:
A veces confundimos placer con cariño.

Le pasa a los animales.
Nos pasa a nosotros.
Lo vemos en relaciones afectivas, laborales, familiares.

No todo lo que se siente bien viene del amor.
A veces viene del hábito.
De la necesidad.
De la dependencia emocional.
De la búsqueda de seguridad.

Recordé una entrada que escribí en El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo (https://juanmamoreno03.blogspot.com) donde hablo del significado oculto detrás de los gestos cotidianos. En ese momento hablé de las personas. Hoy lo aplico a los animales.
Y es bonito porque descubrir esto no te hace querer menos a tu perro; te hace quererlo mejor.

Te hace entender que él también es un ser lleno de impulsos, aprendizajes y emociones.
Y que tú, como humano, también eres un conjunto de patrones que repites sin darte cuenta.

Quizá lo más fuerte de esta reflexión es algo simple:
Comprender a tu perro, al final, te ayuda a comprenderte a ti.

A entender por qué buscas lo que buscas.
Por qué reaccionas como reaccionas.
Por qué repites las mismas historias.
Por qué te aferras a gestos que no significan lo que crees.
Por qué confundes compañía con conexión.
Y por qué a veces llamas “amor” a cosas que nacen del miedo.

Si me preguntas hoy qué pienso, te diría esto:

Cuando un perro te lame, no siempre te está diciendo “te quiero”.
A veces te está diciendo “te necesito”, “estoy nervioso”, “quiero atención”, “me gusta cómo sabes”, “estoy aprendiendo de ti”.

Y cuando un ser humano actúa buscando “afecto”, muchas veces está diciendo exactamente lo mismo.

Lo importante no es juzgarlo.
Lo importante es mirarlo.

Mirarte.
Entenderte.
Y decidir si quieres seguir repitiendo esos patrones… o empezar a construir otros nuevos.

Porque el cariño verdadero no siempre es lo que parece.
Y cuando dejamos de interpretarlo desde la costumbre, empezamos a sentirlo desde la conciencia.

Y ahí, justo ahí, la vida deja de lamer por ansiedad… y empieza a lamer por conexión auténtica.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

Agendamiento: Whatsapp +57 310 450 7737

Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo

Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo

Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos

Grupo de WhatsApp:    Unete a nuestro Grupo

Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal  

Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo

👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

Juan Manuel Moreno Ocampo
"A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad."

No hay comentarios.:

Publicar un comentario