miércoles, 5 de noviembre de 2025

Reflexión desde lo íntimo: ¿Por qué tantos educadores caninos lo están dejando?



Hubo un día en que me encontré con el número 73 %. Setenta y tres por ciento de educadores caninos abandonan su profesión antes de los cinco años. Esa cifra me sacudió por completo — y como joven de 21 años, crecí con entusiasmo por la tecnología, la conciencia colectiva, el vínculo humano-animal y los matices que generan la vida y el trabajo. Y me dije: esto no es solo un dato, es una señal. Hoy quiero caminar contigo por ese sendero de preguntas, luchas y reflexiones que no siempre se cuentan, pero que se viven.

Cuando empecé a leer sobre el fenómeno del “burn‐out” en profesionales de la conducta canina, descubrí algo que me resonó profundamente: no se trata de que el formador de perros no tenga técnica, no se trata de que no sepa de adiestramiento. No. Se trata de un desgaste emocional, de una tensión que se filtra entre lo que desean lograr (para el perro, para la familia) y lo que finalmente se puede conseguir. Ese espacio, intangible pero real, es el que está rompiendo a tantos.

Creo que esa tensión toca tres polos: “el perro”, “la familia humana” y “yo como profesional”. Y cada uno conlleva expectativas, cargas, sueños, frustraciones.

El perro

Cuando decidimos formarnos, amamos a los perros. Nos familiarizamos con sus modos, sus silencios, su cuerpo, su mirada. Pero formar un perro no es solo enseñarle “siéntate”, “camina” o “no saltes”. Es comprender al perro como ser vivo, como vínculo, como espejo de nosotros mismos. Y cuando el vínculo con la familia no responde —cuando el perro avanza y la familia humana no acompaña— se hace difícil. Esa sensación de conocer la ruta, pero que otros no la transiten contigo, genera una herida. Y cuando esa herida se repite sesión tras sesión, empieza a pesar.

La familia humana

En los foros se comenta así:

“A lot of people think being a dog trainer is just about loving dogs — it’s not. … You can’t just show up and show the dog what to do. You have to be a people person, empathetic, … I’ve cried with clients … There are going to be people that are difficult and don’t want to listen.”  

Y en ese simple testimonio aparece lo que rara vez se dice: educar caninos es también educar familias. Es influir sobre relaciones humanas, expectativas, patrones, dinámicas. Y eso requiere más que técnica; requiere contención, paciencia, humildad, conversación. Si el profesional no ha sido entrenado para ese “trabajo humano detrás del perro”, la frustración empieza a crecer.

Yo como profesional

Aquí es donde quiero detenerme bien. Porque algo clave que descubrí es que muchos profesionales sienten que el problema es de ellos: “no lo estoy haciendo bien”, “no estoy progresando”, “elegí mal mi carrera”. Y aceptan que quizá el sacrificio emocional es parte del paquete. Pero, desde mi mirada (y mi juventud que se nutre de conciencia y espiritualidad) quiero decirte: no eres tú solo. No eres tú sólo. Hay algo sistémico que está fallando. Algo que no se enseña. Algo que se subvalora.

Por ejemplo, la investigación revisa el desgaste del cuidador humano de perros con problemas comportamentales —que podría equipararse al formador que está constantemente “en el frente” de la familia-perro-profesional— y dice: “la cercanía de la responsabilidad, el apoyo escaso, la sensación de culpa, la carga emocional, todo genera un desgaste que termina por romper vínculos”.

Si esto sucede entre cuidadores, ¿cuánto más para los educadores que constantemente rediseñan estrategias, intentan motivar familias, gestionan emociones y perros, a veces en situaciones complicadas?

¿Qué está fallando sistemáticamente?

Voy a enlistar tres grandes áreas que, en mi reflexión, requieren atención profunda:

1. Formación incompleta en “familia humana”
Se forma al profesional en técnicas, métodos, conducta canina. Pero pocas veces en “trabajar con familias”, en gestionar resistencia, en entender dinámicas humanas (“mi perro tira, mi pareja no coopera, mis hijos interfieren”). Sin ese entrenamiento, muchas sesiones se convierten en “yo controlo al perro y nadie me escucha” y eso desgasta.

2. Falta de espacio para el propio profesional
El educador se convierte en contenedor de frustraciones: de la familia, del perro, de sus propias expectativas. ¿Dónde está su red, su supervisión, su formación continua, su salud emocional? En el foro citado más arriba, se afirma que “burn-out is real because you try to help everybody but can’t always help everybody.” Es decir: incluso con buen corazón, hay un límite invisible al que muchos no prestan atención.

3. Modelo de negocio o mercado que no considera el humano detrás del perro
En muchos casos se espera al educador como “solución rápida”, como “apresurar resultados”, como “producto”. Eso introduce presión, expectativas externas y autocrítica. Y cuando la familia humana no cumple el plan, o cuando la adopción del cambio es lenta, el profesional siente que “fracasa”. Pero quizás no es fracaso, sino un modelo mal diseñado.

Hacia una mirada esperanzada

Y aquí es donde mi tono joven, sí, pero con conciencia, te invita a algo distinto: a repensar la profesión, a reconectar con la vocación, a rediseñar el trabajo.

Cuando yo vislumbro un profesional de conducta canina que se queda en la profesión más de cinco años, no lo veo solo entrenando perros: lo veo también construyendo relaciones humanas, gestionando emociones, desarrollándose como persona, reflexionando sobre su práctica. Veo a alguien que entiende que el vínculo no es solo perro-familia, sino profesional-sí mismo.

¿Y cómo comenzar ese camino?

  • Reconocer que también estás trabajando con humanos: cuando entres a sesión, no solo pienses “cómo le enseño al perro” sino “cómo conecto con los humanos que acompañan al perro”. Ese paso marca la diferencia.

  • Construir soporte interno: hazte preguntas: ¿Cómo cuidaré mi energía? ¿Dónde iré si siento que estoy agotado? ¿Tengo colegas con quienes hablar? Porque el cansancio emocional no es debilidad, es señal de que estás moviendo algo profundo.

  • Rediseñar tu propuesta: quizá ya no solo hagas sesiones técnicas, sino que incluyas conversación previa con la familia, claridad de expectativas, seguimiento de compromiso humano. Esa inversión de tiempo temprano puede ahorrar desgaste después.

  • Volver al “por qué” vocacional: ¿Por qué amaste esta profesión? ¿Qué quieres transformar? Cuando el “qué” (adiestrar perros) se conecta con el “por qué” (mejorar vidas, conectar vínculos, generar consciencia) el trabajo gana otro sentido y el desgaste pierde poder.

Conexiones con vida, espiritualidad y tecnología

Porque, como joven que mira la vida con tecnología, espiritualidad y sociedad, también quiero traer esta mirada: este trabajo no se hace en un vacío. Vivimos en tiempos de conexión digital, de conciencia animal, de colectivos que reclaman ética, responsabilidad, cuidado. Un profesional de conducta canina puede integrarse en esa corriente.

Por ejemplo, la tecnología está proponiendo nuevos escenarios para la relación humano-perro. Un estudio reciente dice que “el papel de la tecnología en la relación humano-perro puede devenir en pesadilla o en sueño” dependiendo de cómo se use.  Es decir: como educador, puedes ver la tecnología como aliada para facilitar, monitorear, acompañar, o puedes verla como factor que distancia, que genera expectativas desmedidas, que transforma la relación en “producto”. Requiere conciencia.

Y la espiritualidad —esa fuerza de conexión, de humildad, de servicio— también tiene lugar. Porque cuando ayudas a perros y familias, estás participando de un acto mayor: aliviar sufrimiento, generar armonía, construir vínculo. Esa dimensión suele olvidarse, y sin ella la profesión se vuelve solo técnica y se apaga el fuego que la encendió.

Mi invitación desde la experiencia joven

Quiero dejarte con algo que me resuena profundo. Hace cuatro años, leyendo algo sobre vocaciones, encontré que lo más importante no es la “gran meta”, sino los pequeños actos diarios que suman. Aquí lo aplico: cada sesión, cada escucha paciente, cada familia que te dice “gracias”, cada perro que hace un pequeño avance… todo cuenta.

Y si hoy estás ahí, sosteniendo la correa de un futuro profesional y sientes ese cansancio, esa duda, ese “¿acaso no vale la pena?”, quiero que lo veas diferente: no estás solo, no es solo tu falla, es señal de que algo puede cambiar. Puedes recuperar la ilusión, rediseñar tu misión, conectar con tu “por qué”, rodearte de soporte y aportarle a tu profesión algo que trascienda: más humanidad, más relación, más consciencia.

Y si eres educador que está dejando la profesión, te digo: puede que sea momento de reinventarte sin abandonar lo que amas. Tal vez no salir del sector, sino transformar tu propuesta: menos perfección, más acompañamiento; menos velocidad, más relación; menos técnica mecánica, más vínculo consciente.

Cierre de presente y futuro

Como joven que mira al mañana sin desconectarse del hoy, te digo: hay espacio para los que quieren quedarse y transformar. Que la cifra del 73 % no sea tu historia, sino el punto de giro que te inspira a escribir la tuya. Porque al final, lo que importa no es sólo el perro que se sienta, sino la familia que entiende, el profesional que crece y la comunidad que se fortalece.

La imagen que acompaña este texto sería: un joven (como yo) de perfil, en medio de un parque urbano al atardecer, con un perro junto a él, ambos en calma, mientras en el fondo un grupo humano conversa. La luz es tenue, dorada; los colores cálidos y serenos. No hay texto, solo transmisión de introspección, conexión, energía joven y madura al mismo tiempo.

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