martes, 23 de diciembre de 2025

Querido jefe: a veces duele más lo que callas que lo que dices


Hay conversaciones que nunca se dicen, pero que igual pesan. Palabras que no fueron pronunciadas, miradas que se esquivaron, silencios que se acumularon hasta volverse incómodos. Y lo curioso es que, con el tiempo, uno termina recordando más lo que no recibió que lo que sí. Me pasa en la vida, y me ha pasado también en esos espacios donde uno trabaja, aprende, se equivoca y se transforma. Y por eso este blog nace de algo muy simple: una sensación que muchos hemos tenido, pero pocos decimos en voz alta.

A veces, querido jefe… lo que más duele no es lo que dices, sino lo que omites.

No lo digo desde la rabia. Lo digo desde ese punto medio donde conviven la madurez que apenas estoy alcanzando con la vulnerabilidad que todavía me acompaña. Tengo 21 años y he estado en entornos donde se supone que uno aprende a punta de experiencia, pero hay experiencias que pesan más de lo que deberían. Y una de ellas es trabajar con personas que ejercen liderazgo desde la distancia emocional, como si hablar fuera una concesión y no una responsabilidad humana.

He visto equipos completos que se apagan porque nunca reciben una palabra clara. He visto talentos que florecen, sí, pero también otros que se marchitan por falta de dirección. Y he visto, sobre todo, cómo el silencio puede convertirse en un arma silenciosa que erosiona la motivación, la autoestima y hasta la percepción que uno tiene de sí mismo.

No pretendo culpar a nadie. Todos venimos de historias distintas, de modelos de liderazgo que aprendimos sin cuestionarlos. Muchos jefes nunca tuvieron un buen jefe. Y uno termina repitiendo lo que conoce. Pero por eso mismo vale la pena hablar del tema hoy, cuando el mundo laboral cambió tanto, cuando las generaciones ya no toleran lo que antes se normalizaba y cuando la salud mental dejó de ser un lujo para convertirse en algo tan básico como respirar.

La omisión también comunica

Crecer en esta época te obliga a ser observador. Todo comunica: lo que se dice, lo que se insinúa, lo que se deja a medias. Pero, sobre todo, comunica aquello que no se entrega:

  • El feedback que nunca llega.

  • La claridad que nunca se ofrece.

  • El reconocimiento que se evade.

  • El acompañamiento que se promete y no se da.

  • La empatía que se esconde detrás de un “usted verá”.

Lo entendí cuando escuché a un amigo que trabaja en tecnología decirme: “Yo no renuncié por el salario, sino porque mi jefe nunca me dijo qué esperaba realmente de mí”. Y me hizo pensar en cuántas personas se sienten así. No solo en tecnología. En contabilidad, en proyectos, en marketing, en obra, en consultoría.

En Mi Contabilidad, por ejemplo, hay un artículo que reflexiona sobre cómo las relaciones laborales se sostienen en la claridad y la responsabilidad compartida. Y cada vez que lo leo, pienso que la claridad es un acto de amor. Aquí está el enlace por si quieres darte una vuelta:

Porque sí: dar claridad también es cuidar.

El silencio no siempre es neutral

Hay silencios que protegen. Y hay silencios que hieren. Uno no debería aprenderlo a la fuerza, pero así es. Y en ambientes laborales, el silencio del jefe tiene un peso muy distinto al silencio de cualquier otro.

Ese silencio nos hace dudar:
¿Lo hice bien?
¿Me equivoqué?
¿Esto se corrige?
¿Sigo siendo parte del equipo?
¿O simplemente dejo de encajar?

No tiene sentido que un líder, con tanto poder para transformar, elija desaparecer emocionalmente cuando más se le necesita.

La expectativa que no se dice también rompe

En mi blog “Bienvenido a mi blog” (https://juliocmd.blogspot.com/), crecí escribiendo sobre las expectativas silenciosas. Y hoy, ya más adulto, lo veo aún más claro: cuando alguien espera algo de ti que nunca te expresó, el error no es tuyo. Pero igual duele.

Porque uno quisiera hacer las cosas bien.
Porque uno quiere aportar.
Porque uno quiere sentir que encaja en un propósito más grande.

Y eso no se logra a punta de adivinanzas.

Las empresas que lo entienden están creando culturas más transparentes, más humanas, más conscientes de que liderar no se trata de tener la razón, sino de sostener el proceso emocional de otros sin convertirse en peso adicional.

También hablo desde mis propias contradicciones

No quiero sonar como quien tiene todo resuelto. No es así. Yo también he sido esa persona que evita conversaciones difíciles. Yo también he preferido callar por miedo a incomodar. Y a veces, por no saber cómo encarar una situación, he dicho menos de lo que debía.

Pero mirar esta realidad de frente me ha hecho crecer.

Y en ese proceso, textos de Mensajes Sabatinos (https://escritossabatinos.blogspot.com/) me han enseñado que la verdad es un acto espiritual. Que decir lo necesario, aunque duela, libera. Que callar aquello que debe ser dicho es otra forma de mentirse a uno mismo.

Y cuando lo entiendo desde ahí, cobra sentido algo que mi familia siempre me ha repetido: las relaciones se sostienen en la comunicación honesta y oportuna.

Ser joven no significa ser ingenuo

Muchos jefes creen que la juventud es sinónimo de fragilidad. Que uno renuncia porque la vida es “muy dura”. Que uno necesita motivación constante. Pero en realidad, lo que uno necesita es simple: respeto, comunicación clara y espacio para crecer. No es un capricho generacional; es una necesidad humana.

En mi blog personal, El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo (https://juanmamoreno03.blogspot.com/), he escrito varias veces que la juventud no le huye al trabajo duro; le huye al maltrato normalizado. Y esa frase nace del corazón, del agotamiento, de conversaciones que he tenido con decenas de amigos que brillan, pero que sienten que sus talentos no son vistos.

Para liderar hay que hablar… pero también escuchar

A veces imagino cómo sería un entorno laboral donde los jefes se atrevieran a preguntar:

  • ¿Cómo te estás sintiendo con esta carga?

  • ¿Qué necesitas para avanzar mejor?

  • ¿Qué esperas que yo mejore como líder?

  • ¿Qué te ha hecho dudar últimamente?

  • ¿Qué te gustaría aprender?

Si esas preguntas existieran más seguido, las renuncias disminuirían. La cultura sería más sana. Los proyectos avanzarían con menos fricciones. Y la gente volvería a creer en lo que hace.

En el blog de Organización Empresarial Todo En Uno (https://organizaciontodoenuno.blogspot.com/), se habla del liderazgo desde la responsabilidad y la transformación consciente. Lo releo y pienso: sí, ahí está la clave. El liderazgo no es un puesto; es un servicio.

Un jefe que se comunica mal no es malo… pero necesita despertar

Creo profundamente en el cambio. En que la gente puede aprender a hacerlo mejor. En que un líder puede pasar de dirigir con distancia a dirigir con alma. En que el silencio puede convertirse en voz.

Pero ese cambio solo ocurre cuando alguien, desde adentro, se atreve a decir:
“Esto ya no funciona”.

Y ese alguien puede ser tú.
O puedo ser yo.

La verdad que quiero decirte hoy

A veces, querido jefe… cuando callas, yo escucho todo.
Escucho tu cansancio.
Escucho tus inseguridades.
Escucho que tampoco te enseñaron.
Escucho que estás haciendo lo mejor que puedes con lo que tienes.

Y tal vez, si nos atreviéramos a hablar desde ese lugar, podríamos construir un puente. Un espacio donde la jerarquía no elimine la humanidad, donde el trabajo sea un proceso mutuo de crecimiento y no una cacería de errores.

Porque al final, todos somos un poco aprendices de la vida. Y todos necesitamos, alguna vez, que alguien nos diga que vamos por buen camino.

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Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

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