A veces siento que hablar de la Generación Z es como intentar describir un río mientras estás nadando dentro de él. Sabes que te mueve, sabes que te empuja, sabes que te limpia y te contradice… pero no estás fuera como para verlo del todo. Los adultos hablan de nosotros como si fuéramos un grupo de laboratorio, un fenómeno extraño, una mezcla rara entre hiperconectados, sensibles, ansiosos, emprendedores y distraídos. Y sí, quizá lo somos. Pero también somos algo más: somos la primera generación que nació con un pie en la realidad física y el otro en la digital, y que tuvo que aprender a construir identidad en medio de una avalancha de información, crisis globales, expectativas sociales, presiones silenciosas y preguntas sin resolver.
Cuando pienso en lo que significa ser joven hoy, no puedo evitar recordar conversaciones que he tenido conmigo mismo a las tres de la mañana, esas madrugadas donde te preguntas si estás haciendo lo suficiente o si estás perdiendo el tiempo. Porque somos la generación que no solo quiere vivir, sino entender para qué vive. La generación que se cuestiona todo: la educación tradicional, la política incoherente, los trabajos sin propósito, las relaciones sin profundidad y ese discurso de “así ha sido siempre” que tanto nos desespera porque justo por eso estábamos como estábamos.
La fuente base que dio pie a este blog describe a la Generación Z como diversa, consciente, emprendedora, inconformista y profundamente digital. Y es verdad. Pero lo que no siempre se escribe es todo lo que hay debajo: el cansancio emocional de crecer comparándonos con vidas editadas; la sensación de estar “llegando tarde” a una vida que ni siquiera hemos vivido; la responsabilidad inmensa que sentimos frente al planeta, la economía, la tecnología, la salud mental y el deseo de no repetir los errores del pasado.
Somos la generación que le habla directo a sus heridas. Que se ríe de sus traumas en TikTok, pero en silencio busca sanar todo lo que la casa, la escuela, la religión, la sociedad o las noticias no supieron explicar bien. Somos la generación que entiende que romper patrones no es rebeldía sin causa, sino amor propio. Y también somos la generación que valora la espiritualidad sin necesidad de etiquetas, la tecnología sin miedo pero con conciencia, y la libertad sin la trampa de la fuga.
A veces entro a blogs como Bienvenido a mi blog (https://juliocmd.blogspot.com/) o Mensajes Sabatinos (https://escritossabatinos.blogspot.com/) y me impresiona ver cómo personas de otras generaciones dejaron pistas emocionales que hoy nos sirven para descifrar nuestras propias preguntas. Y cuando escribo en mi propio blog (El Blog de Juan Manuel Moreno Ocampo – https://juanmamoreno03.blogspot.com/), lo hago con ese mismo espíritu: dejar pequeñas huellas para quien venga detrás, así nadie las lea hoy o así no entienda quién era yo cuando las escribí.
Hay una idea que se repite mucho cuando se habla de la Generación Z: “los jóvenes de ahora no aguantan nada”. Y no, no aguantamos. Pero eso no es un defecto. Es más bien una evolución. No aguantamos trabajos mal pagos bajo la excusa de “ganarse la experiencia”. No aguantamos relaciones desgastantes “porque así toca”. No aguantamos empresas que ignoran la salud mental o políticas que creen que todavía estamos en 1980. No aguantamos que nos digan cómo vivir sin preguntarnos primero qué sentimos.
Y es justamente esa mezcla de sensibilidad y carácter lo que nos hace tan diferentes. Somos frágiles y fuertes al mismo tiempo. Nos duele todo, pero aun así avanzamos. Somos intensos, pero no por drama sino por urgencia de sentido. Queremos construir, pero no desde la ambición fría sino desde el impacto real. Muchos emprenden no solo por dinero, sino porque se cansaron de esperar que otros creen lo que ellos necesitan. Y también porque en hogares donde vimos a nuestros padres partirse en mil pedazos por darlo todo, aprendimos que el trabajo tiene que tener alma.
En medio de todo eso, también somos la generación que aprendió a hablar con Dios de formas nuevas. Algunos lo llaman “Universo”, otros “energía”, otros “destino”, otros “intuición”… pero en el fondo es el mismo diálogo silencioso que aparece cuando cierras los ojos y dices: “Que sea lo correcto”. De eso hablo mucho en el blog Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com/). No importa el nombre, importa la conexión.
A veces siento que somos una generación que está encontrando su camino a oscuras, con una linterna que se prende y se apaga según el día. Pero aun así avanzamos. Con miedo, sí. Con dudas, también. Con contradicciones, muchas. Pero avanzamos. Porque si algo tenemos claro es que no queremos repetir historias que duelen. No queremos resignarnos a un mundo roto. No queremos ser espectadores, queremos ser constructores.
Y claro que cometemos errores. Claro que nos distraemos. Claro que nos frustramos. Pero es que crecer nunca ha sido una línea recta. Y ahora menos, porque todo cambia cada tres meses. La tecnología nos acelera, las noticias nos fragmentan, las redes nos exponen. Por eso, para nosotros, aprender a respirar es tan importante como aprender a programar. Y aprender a sentir es tan necesario como aprender a emprender.
Muchos adultos dicen que somos dependientes del celular. A veces sí. Pero también es cierto que en ese celular guardamos nuestro mundo: fotos de quienes amamos, conversaciones que sanan, ideas que nacen, proyectos que soñamos, videos que nos inspiran, memes que nos salvan el día y recordatorios de que no estamos solos. Sería injusto juzgar sin entender.
Y hablando de entender, creo que una de las cosas que más nos define es el deseo profundo de autenticidad. Queremos trabajos donde podamos ser nosotros mismos. Queremos relaciones sin máscaras. Queremos conversaciones honestas, aunque incomoden. Queremos comunidades que vibren como nosotros, como las que he visto en espacios de aprendizaje dentro de la Organización Empresarial Todo En Uno (https://organizaciontodoenuno.blogspot.com/), donde el enfoque siempre termina siendo humano antes que técnico.
Al final, creo que la Generación Z está siendo un puente. Un puente entre lo que fue y lo que viene. Entre una sociedad rígida y una flexible. Entre una espiritualidad culpable y una libre. Entre una tecnología lejana y una que nos acompaña. Entre una educación estandarizada y una que se adapta a la vida real. Somos una generación incómoda, sí. Pero porque vinimos a mover fibras, no a quedarnos quietos.
A veces me pregunto qué habrán pensado de sí mismos los jóvenes de otras épocas. Tal vez lo mismo: que estaban perdidos y a la vez iluminados. Pero hoy, en 2025, lo que nos diferencia es que ya no queremos esperar a “ser mayores” para empezar a cambiar lo que no funciona. No queremos heredar un mundo roto. Queremos repararlo desde ya, aunque no tengamos todas las herramientas.
Y mientras escribo esto, pienso en quienes tienen 13, 16, 18, 20, 25 o 28 años y sienten que la vida va más rápido que ellos. Respira. No vas tarde. No estás fallando. Solo estás viviendo un tiempo que exige más conciencia, más valentía y más verdad. Y aunque duela, aunque cansa, aunque asuste, esa es también la belleza de pertenecer a esta generación: nos estamos reconstruyendo mientras avanzamos.
Somos contradicción, pero también futuro. Somos caos, pero también intuición. Somos duda, pero también impulso. Somos la generación que entendió que estar roto no es tragedia: es punto de partida.
Y eso, aunque nadie lo diga así, es una forma de libertad.
Agendamiento: Whatsapp +57 310 450
7737
Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros
grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro
Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
👉 “¿Quieres más tips como
este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario