Desde muy pequeño me acostumbré a convivir con animales. En mi casa siempre hubo perros, gatos, aves, y aunque a veces eran “mascotas”, siempre sentí que eran algo mucho más grande que eso. No solo habitaban un espacio físico, también se metían en la energía de la casa, en las conversaciones silenciosas, en la tristeza y en la alegría. Uno puede creer que se acostumbró al pelo en la ropa, al sonido de las uñas sobre el piso o a esa mirada que parece entenderlo todo. Pero en realidad lo que está pasando es mucho más profundo: los animales nos están enseñando a observar, a sentir, a ser conscientes.
Hace poco me encontré con una reflexión muy interesante: ¿por qué algunos perros botan más pelo que otros? Y aunque a simple vista parece un tema doméstico —una preocupación por la limpieza, el sofá, la cama o la ropa negra—, cuando uno lo observa con más calma, descubre algo que va más allá del simple pelo: hay un proceso natural, un ciclo, una transformación constante que se conecta con la vida misma.
Los perros, como todos los seres vivos, están en cambio permanente. Su piel es un órgano vivo que responde al clima, a la alimentación, al estrés, al entorno emocional, a la luz solar, a las hormonas y a la calidad de su relación con quienes los cuidan. Algunos sueltan mucho pelo, otros casi nada. Razas como el husky siberiano, el pastor alemán, el golden retriever, el labrador, el akita o el malamute de Alaska mudan grandes cantidades de pelaje varias veces al año, especialmente cuando cambia la temperatura. Mientras que otros como el caniche (poodle), el schnauzer, el yorkshire, el bichón frisé o el shih tzu tienden a soltar menos pelo, aunque eso no significa que requieran menos atención.
Pero aquí viene la parte que muchos no dicen: no es solo una cuestión de “raza”. Es una cuestión de ambiente, de cuidado, de vínculo y de respeto.
Un perro también se estresa. Un perro también se deprime. Un perro también siente abandono, miedo, cambios energéticos en la casa, discusiones, silencios pesados, tristeza. Y todo eso se refleja en su cuerpo. He visto perros que cuando una familia se separa o cuando su humano favorito se va, comienzan a perder mucho más pelo, como si el cuerpo también intentara soltar algo que no entiende pero que le duele. Como si su alma estuviera desordenándose un poco.
Hoy existen estudios veterinarios que confirman que la caída del pelo también puede estar relacionada con:
Y, aunque no todos quieran aceptarlo, también está relacionada con la calidad del vínculo humano-animal.
He observado que los perros que reciben cariño real, respeto, paseos, conversaciones suaves, rutinas claras y una alimentación adecuada, suelen tener un pelaje más sano, más brillante y más estable. Es como si el amor también se reflejara en cada uno de esos pelitos que crecen.
Nos enseñaron que el pelo del perro es “sucio”, “incómodo” o “una molestia”, pero nadie se detuvo a decirnos que ese pelo también es una huella de vida, una señal de existencia, una prueba de que no estamos solos. A veces me gusta pensar que dejar pelos por la casa es su forma de decir: “Aquí estuve. Aquí pertenezco. Aquí te cuido”.
En un mundo que intenta controlar todo, incluso el crecimiento natural de un animal, tal vez la presencia de esos pelos en la ropa, en la cama o en el sofá es una pequeña rebelión de la vida, recordándonos que no todo se puede ordenar, clasificar o limpiar completamente. Hay cosas que simplemente se sienten… y se respetan.
También debemos hablar de la obsesión moderna por lo “higiénico” llevado al extremo. Hay personas que cambian de perro o los abandonan solo porque “suelta mucho pelo”. Y eso, más que una cuestión de limpieza, habla de desconexión, de falta de empatía y de una cultura que quiere seres vivos “perfectos” sin aceptar procesos naturales.
Es increíble cómo un tema aparentemente simple, como el pelo de un perro, puede abrir puertas a conversaciones más profundas sobre nuestra humanidad, nuestra paciencia, nuestra tolerancia y nuestra capacidad de amar sin condiciones.
Y si ya tienes uno a tu lado, y ves que suelta mucho pelo, tal vez no sea un fastidio. Tal vez sea una invitación. Una invitación a revisar tu entorno, tu rutina, tu forma de relacionarte, tu nivel de presencia y tu capacidad de cuidado consciente.
Porque al final, el pelo que cae también es parte del ciclo. Como las hojas que caen de los árboles cuando cambia la estación. Como las etapas que terminan en la vida para dar paso a otras. Como las versiones viejas de nosotros mismos que también, poco a poco, van quedando atrás.
Y quizás, mientras recoges esos pelos del piso o de tu ropa, puedas recordar que amar también es aceptar lo imperfecto, lo abundante, lo cambiante… lo vivo.
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