Nunca he sido muy fan de las fiestas por obligación. No por mala vibra, sino porque a veces siento que las reuniones familiares se llenan de cosas que no decimos, pero que igual pesan en el ambiente. Somos expertos en preguntar lo obvio: “¿Cómo vas?”, “¿Y qué tal el trabajo?”, “¿Cómo sigue la salud?”, pero casi nunca preguntamos lo que realmente importa… lo que puede abrir una puerta a lo que nuestra familia nunca cuenta a menos que alguien les pregunte con genuina atención.
El New York Times publicó una reflexión sobre cinco preguntas para hacer a nuestros mayores durante las fiestas. Pero al leerlas sentí algo más profundo: no es sobre preguntas, es sobre permiso. Permiso para detener el tiempo. Permiso para escuchar sin prisa. Permiso para reconocer que quienes nos enseñaron a caminar también llevan décadas intentando entenderse a sí mismos.
Y pensé en mi familia. En los silencios de mis abuelos. En las historias de mis padres. En los fragmentos que uno aprende a juntar cuando crece y comienza a comprender que nadie es tan fuerte como parecía cuando tenías 7 años.
Pensé en lo que se escribe en Mensajes Sabatinos (https://escritossabatinos.blogspot.com), donde cada frase es una especie de recordatorio de que la vida se sostiene en la espiritualidad y en esa conexión invisible que guardamos en el alma, aunque la rutina nos la quiera borrar. Y recordé también algo que escribí una vez en mi propio blog (juanmamoreno03.blogspot.com): “La familia no es algo que uno entiende… es algo que uno honrra con presencia.”
Hoy quiero escribir sobre esas cinco preguntas, pero desde aquí: desde la mirada de un joven de 21 años que entendió —a los golpes y a la luz— que escuchar a quienes vinieron antes es también una forma de escucharse a uno mismo.
Porque, aunque suene cliché, hay respuestas que solo existen si uno se atreve a preguntar.
“¿Qué es lo que más te costó en la vida… y qué aprendiste de eso?”
Hay algo poderoso en ver a los mayores recordarse jóvenes. Cuando un adulto mayor te cuenta algo que le dolió, no solo te está narrando un hecho: te está mostrando la cicatriz, no para que la juzgues, sino para que la honres.
Cuando le hice esta pregunta a mi abuela un diciembre, me dijo algo que nunca había escuchado: “Lo más duro fue sentirme sola mientras todos creían que yo era fuerte.” Y me quedó sonando. Porque en mi generación también pasa: vivimos conectados, pero por dentro a veces nos sentimos como islas. Eso me hizo pensar en un texto de Bienvenido a mi blog (https://juliocmd.blogspot.com), donde se habla del valor de la vulnerabilidad como parte del crecimiento humano.
Esa noche entendí que los mayores no son solo los que saben más: son los que sobrevivieron más. Y en vez de preguntarles solo sobre lo bonito, deberíamos atrevernos a abrir esas puertas donde está la verdad.
“¿Qué momento de tu vida te hizo sentir que todo cambió?”
Todos tenemos un antes y un después. A veces es una pérdida, una mudanza, una enfermedad, un nacimiento, una renuncia. Son momentos que rompen y transforman. Y si uno escucha con atención, en esos momentos está oculto el ADN emocional de la familia.
Mi papá me contó que para él el día que todo cambió fue el día en que entendió que nadie iba a venir a rescatarlo. Ese día decidió hacerse cargo de su historia. Y ese relato me pegó fuerte, porque en mi generación todavía hay quienes esperan que la vida les deba algo.
Ese relato lo conecté con un artículo de Todo En Uno.NET (https://todoenunonet.blogspot.com), donde se habla sobre decisiones que marcan destinos. Me di cuenta de que cada familia tiene un punto de quiebre, pero también un punto de renacimiento.
Preguntar esto es como mirar el alma a los ojos.
“¿Qué te hubiera gustado que alguien te dijera a tu edad?”
Esta pregunta se siente como abrir un tesoro. No de joyas, sino de sabiduría que no está en Google.
Muchos mayores te hablan desde la nostalgia, pero también desde la ternura. Cuando se detienen a responder, no responden como padres o abuelos… responden como seres humanos que alguna vez tuvieron 20 años y también tuvieron miedo.
Una de mis tías me dijo: “Me hubiera gustado que alguien me dijera que no tenía que tener la vida resuelta a los 25.” Y eso me dio una paz que no sabía que necesitaba. Porque a veces creemos que si no vamos rápido estamos fallando. Vivimos con el reloj pegado al pecho, cuando en realidad la existencia es una maratón espiritual donde cada uno encuentra su propio ritmo.
Esas frases parecen pequeñas, pero reordenan la cabeza. Y el corazón.
“¿De qué te sientes orgulloso… aunque nadie lo sepa?”
El orgullo silencioso es la historia más humana que existe.
Cada persona tiene logros que nunca publicó, nunca celebró, nunca presumió. Cosas que hizo sin aplausos, como cuidar un hijo solo, salir de una depresión, construir un negocio desde cero, o simplemente resistir cuando la vida le pidió más de lo que tenía.
Preguntar esto es abrir un espacio donde los mayores se reconocen a sí mismos. A veces lloran. A veces ríen. A veces no saben por dónde empezar.
Cuando mi abuelo respondió me sorprendió. No habló de dinero, de trabajo ni de premios. Dijo: “Estoy orgulloso de haber amado bien.” Y ahí entendí que uno puede pasar décadas persiguiendo cosas que al final no importan, mientras la vida se resume en gestos invisibles.
En Amigo de ese Ser Supremo (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com) hay textos que hablan de ese amor silencioso que sostiene al mundo. Tal vez nuestros mayores, sin saberlo, han sido parte invisible de ese equilibrio.
“Si pudieras dejar un consejo eterno para la familia, ¿cuál sería?”
Uno podría pensar que esta pregunta es cliché, pero no lo es. No cuando se hace con intención. No cuando se hace para escuchar de verdad.
Pero la que más me marcó fue la de mi mamá: “Que nunca se desconecten de Dios… pero tampoco de ustedes.”
Y entendí que, con los años, el consejo que los mayores dejan no es para controlarnos… es para liberarnos. Para darnos dirección cuando sintamos que el mundo está lleno de ruido.
Por qué estas preguntas importan hoy
Estamos viviendo tiempos de desconexión emocional disfrazada de hiperconexión digital. Todos hablan, pero pocos escuchan. Todos publican, pero casi nadie se expone de verdad. Todos opinan, pero casi nadie se detiene a entender.
Por eso estas preguntas son importantes. Porque nos recuerdan que detrás de cada persona que vemos sentada en la mesa familiar hay una historia que merece ser contada. Y que si no preguntamos, se perderá.
Porque los seres humanos no se apagan de golpe: se apagan cuando nadie se interesa en lo que alguna vez los encendió.
Y porque escuchar a los mayores no es un acto de nostalgia: es un acto de evolución.
Cuando preguntas, algo se transforma en ti
Preguntar abre puertas, pero escuchar las mantiene abiertas.
Tal vez por eso escribir en mi blog (https://juanmamoreno03.blogspot.com) se convirtió en una forma de honrar la memoria emocional de mi familia. Y cada artículo de los blogs aliados — como los de Organización Empresarial Todo en Uno (https://organizaciontodoenuno.blogspot.com) o Cumplimiento Habeas Data (https://todoenunonet-habeasdata.blogspot.com) — me recuerda que las historias familiares también se conectan con la identidad, la economía emocional y el valor cultural del tiempo que vivimos.
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