‘Influencers’, retos y viralidad: cuando lo que brilla en redes también puede rompernos por dentro
Hay días en los que abrir una red social se siente como entrar en un mundo paralelo, uno donde la vida ocurre a una velocidad imposible y todos parecen tenerlo todo resuelto. A veces pienso que crecer en esta época es como vivir en una autopista sin límite de velocidad: si te detienes a respirar, parece que te quedas atrás; si vas demasiado rápido, te pierdes a ti mismo. Y en ese punto exacto, entre el brillo de lo viral y la presión de lo inmediato, es donde muchos jóvenes empezamos a sentir algo que casi nunca se dice en voz alta: que las redes sociales no solo nos conectan, también pueden quebrarnos un poco el alma.
La noticia de Portafolio sobre los peligros detrás de los retos virales y del mundo de los influencers no exagera. De hecho, si uno revisa cómo han evolucionado las plataformas desde hace unos años, se da cuenta de que el riesgo no está solo en los contenidos extremos o en la presión por hacerse viral, sino en algo más silencioso: en lo que nos exige emocionalmente pertenecer a un ecosistema construido para consumirnos la atención y, a veces, hasta la identidad.
Yo crecí viendo cómo mis amigos empezaban a medir su valor en “likes”. Vi peleas porque alguien dejó un visto, porque otro no comentó, porque una foto no alcanzó las expectativas del grupo. Y aunque parezca una tontería, la verdad es que en la adolescencia esas pequeñas cosas duelen más de lo que uno quiere aceptar. Son heridas digitales que se sienten muy reales.
Y es curioso, porque en mi casa siempre se habló de conciencia, de espiritualidad, de equilibrio, de no vivir para los demás. Lo escuché desde niño en las reflexiones que aparecen en blogs como Bienvenido a mi Blog (https://juliocmd.blogspot.com/) o en textos más íntimos de fe y propósito, como los que hay en Amigo de ese Ser Supremo (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com/). Pero una cosa es entender algo con la cabeza y otra muy diferente es sobrevivirlo cuando te toca ponerlo en práctica en un mundo digital que te evalúa a cada segundo.
Lo que dice el artículo sobre los desafíos que viven los jóvenes—retos peligrosos, presiones de influencer, la obsesión con la viralidad—no es teoría. Yo he visto cómo muchos terminan comparándose con vidas que no existen o forzándose a hacer cosas que no quieren solo para sentirse vistos. Y lo más duro es que ese reconocimiento es tan fugaz como adictivo. Un día te aplauden y al siguiente te olvidan. Es como construir autoestima sobre arena.
A veces, cuando estoy abrumado, regreso a mi propio blog (https://juanmamoreno03.blogspot.com/). No para leerme como si yo fuera alguien importante, sino para recordar qué he aprendido cuando he estado más consciente y menos perdido. Escribir me devuelve piso. Me recuerda que la vida real sigue siendo más grande que cualquier algoritmo. Eso también lo he encontrado en Mensajes Sabatinos (https://escritossabatinos.blogspot.com/), donde cada reflexión parece decirnos lo que muchas veces olvidamos: que no todo lo que pesa es visible, y no todo lo que vale se publica.
Pero la verdad es que uno no puede negar que las redes tienen su encanto y su poder. Nos han permitido aprender, crear, conectar, expresar cosas que antes se quedaban guardadas. El problema no son las redes. Somos nosotros intentando resolver quiénes somos en espacios donde ser uno mismo nunca es suficiente.
A veces siento que los influencers viven atrapados en esa película que todos consumimos. Y aunque muchos lo manejan bien, otros se pierden en el personaje. Y si ellos, que se supone que “lo lograron”, también sufren por sostener esa imagen, ¿qué queda para los que apenas intentamos entendernos?
El artículo de Portafolio habla de los riesgos de los retos virales, y sí, hay cosas peligrosas que tristemente se han vuelto tendencia: saltar desde puentes, ingerir productos tóxicos, competir por quién se expone más. Pero también hay retos silenciosos, los que no salen en las noticias: el reto de aceptarte sin filtros, el reto de no publicar tu tristeza solo para que te validen, el reto de no desaparecer cuando tus fotos no reciben atención. Ese tipo de retos no son virales, pero construyen o destruyen mucho más.
Yo he aprendido que la viralidad no es éxito. Que la fama digital no siempre es cariño. Que la exposición excesiva puede hacer que olvides dónde termina tu vida privada. Y que, si uno no se cuida, puede terminar comparando su capítulo uno con el capítulo mil de alguien más… alguien que probablemente también está intentando sostenerse.
Justo por eso me gusta leer reflexiones más profundas en blogs como Organización TodoEnUno.NET (https://organizaciontodoenuno.blogspot.com/) o TODO EN UNO.NET (https://todoenunonet.blogspot.com/), donde se habla de conciencia digital, equilibrio humano-tecnológico y la importancia de decidir desde uno mismo. Tal vez no son espacios creados para jóvenes, pero sí ayudan a recordar algo universal: que incluso en el mundo más tecnológico seguimos siendo seres humanos intentando comprender nuestro propio rumbo.
Y no sé si alguien más lo sienta, pero creo que necesitamos aprender a usar las redes desde un lugar más sano. No para medir nuestro valor, sino para compartirlo. No para buscar aprobación, sino para construir comunidad. No para escondernos detrás de filtros, sino para mostrarnos tal como somos, incluso con las partes que no brillan.
La vida fuera del celular sigue existiendo. Las conversaciones con los amigos reales, las caminatas sin grabar historias, los abrazos sin selfies, todo eso sigue siendo más verdad que cualquier tendencia. Y si algún día las redes desaparecieran, lo que quedaría sería lo único que realmente importa: quién eres cuando nadie te está mirando.
Creo que lo más valioso que podemos hacer es aprender a distinguir entre la voz de los demás y la propia. Y esa voz propia, aunque a veces tiemble, es la única que vale la pena sostener. Porque vivir para complacer a miles es fácil; vivir para ser honesto contigo mismo es el verdadero desafío.
Yo sigo aprendiendo. Sigo cayendo en comparaciones, sigo sintiendo la presión, sigo dudando y sigo reconstruyéndome. Pero también sigo creciendo, y ese crecimiento no depende de cuántas personas me vean, sino de cuántas veces me atrevo a escucharme a mí mismo.
Al final, tal vez de eso se trata todo este tema: de recordar que detrás de cada pantalla hay un ser humano intentando no perderse. Y ojalá podamos crear espacios digitales donde cuidarnos sea más importante que divertirnos a costa del otro. Donde la autenticidad no sea una pose, sino una práctica diaria. Donde la viralidad no nos robe la paz. Y donde cada joven, sin importar la presión que sienta, pueda respirar y decirse: “No tengo que ser tendencia para ser suficiente”.
Porque la verdad es que somos más grandes que cualquier algoritmo, más profundos que cualquier like, más valiosos que cualquier comparación. Y si logramos mantenerlo presente, quizá podamos usar las redes sin perder el alma en el intento.
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