viernes, 26 de diciembre de 2025

CUANDO LA MENTE SE TE VA… PERO TÚ SIGUES AQUÍ



Hay días en los que siento que la mente se me dispersa como si fuera polvo al viento. Intento estudiar, trabajar, escribir… pero algo dentro de mí se desconecta sin pedir permiso. Me quedo mirando un punto fijo como si ese punto tuviera respuestas que yo no tengo. Y claro, afuera todo el mundo dice: “Concéntrate, hombre, es que te falta disciplina”. Como si fuera tan fácil. Como si no supieran que a veces uno carga silencios, preguntas, duelos, cansancios, y que la mente no siempre obedece al ritmo que la vida exige.

Supuestamente vivimos en la era de la atención infinita, pero cada notificación es como una mano que te jala. Cada responsabilidad es una pequeña alarma interna. Y cada pensamiento no resuelto se convierte en un nudo que aprieta. Yo he pasado por eso muchas veces, y no lo digo con dramatismo, sino con honestidad. Porque a los 21 años descubrí que la concentración no es un acto mental… es un acto emocional. No se trata solo de enfocarse, sino de reconciliarse con uno mismo.

Mi mamá siempre decía algo —cosas que también he leído después en blogs como “Bienvenido a mi Blog” (https://juliocmd.blogspot.com/) cuando hablan del silencio, del alma— que la mente se organiza cuando el corazón encuentra un sitio para respirar. Y con los años me ha hecho sentido. Cuando estoy en caos emocional, mi mente no funciona. Cuando me siento desconectado de mí, estudiar o trabajar se vuelve casi imposible. Entonces, más que preguntarme “¿por qué no me concentro?”, empecé a preguntarme “¿qué parte de mí necesita atención?”.

Porque la concentración no se pierde porque sí. Siempre tiene un origen. A veces lo ignoramos, a veces lo escondemos, a veces lo subestimamos.

Hay días en los que la vida pesa más de lo que uno admite. Y por eso quiero escribir esto, como si estuviéramos sentados en una cafetería hablando sin máscaras, sin postureo de redes, sin esa perfección falsa que uno se inventa para no mostrar que está cansado.

Una de las cosas que más me golpeó este año fue reconocer que no es que yo “tenga un problema de concentración”… es que tengo un ritmo interno que la sociedad no siempre honra. Crecí en un mundo donde todo tenía que hacerse rápido, donde equivocarse era fracasar, donde detenerse a respirar parecía pérdida de tiempo. Sin embargo, cuando leo textos de Mensajes Sabatinos (https://escritossabatinos.blogspot.com/) siento que hay otra forma de caminar la vida, una forma más humana, más honesta con lo que uno siente de verdad. Y quizás ese sea el verdadero punto: la concentración se rompe cuando uno se traiciona.

Intenté miles de técnicas: música binaural, aplicaciones de productividad, la famosa regla del Pomodoro, tés para la mente, meditación, rutinas a las 5 a.m., y sí… todas ayudan, pero ninguna funciona si no atiendo lo que realmente me está pasando. Porque no somos máquinas. Yo no soy una máquina. Y a veces me cuesta aceptarlo.

Cuando estoy disperso, mi yo interno está tratando de decirme algo. Y no siempre lo escucho a tiempo. Por ejemplo, cuando he intentado ignorar mis emociones para ser “productivo”, termino doblemente cansado. Cuando forzo mi mente, no rinde. Cuando me juzgo, me bloqueo más. Es como si la concentración fuera un puente entre mi mundo emocional y mi mundo racional, y si uno está roto, el otro no se sostiene.

Lo curioso es que, cuando empecé a leer más sobre estos temas, descubrí que la ciencia lo confirma: estrés, ansiedad, exceso de estímulos, duelos no resueltos, falta de sueño, mala alimentación, incluso falta de propósito… todo afecta la capacidad de concentrarse. Pero más allá de la evidencia, hay algo más profundo: la desconexión con uno mismo es la distracción más grande de todas.

Algo que me ayudó muchísimo fue escribir. No para publicarlo, sino para vaciar la cabeza. A veces llenamos tanto los días de pensamientos que olvidamos sacar la basura emocional. Y en esos momentos, escribir en mi blog (https://juanmamoreno03.blogspot.com/) se volvió una especie de liberación. No para que alguien lo lea, sino para que yo pueda entenderme. Y entre más me entiendo, mejor me concentro. Es como si ordenar mis emociones abriera espacio para que la mente funcione con más claridad.

Otra cosa que me marcó fue la espiritualidad. No la religiosidad rígida, sino esa conexión íntima, silenciosa, que uno encuentra en espacios como el blog Amigo de ese Ser Supremo en el cual crees y confías (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com/). Ahí entendí que la concentración también es fe… fe en que lo que hago tiene sentido, fe en que mi vida tiene dirección incluso cuando me siento perdido.

Porque sí, la concentración depende del sentido. Cuando algo no tiene propósito para mí, mi mente lo rechaza. Y no es flojera: es intuición. La intuición también habla, y a veces la mente se distrae porque el alma está incomoda. ¿Qué tal si la “falta de concentración” no fuera un defecto, sino una alerta de que estás viviendo en automático? ¿Qué tal si no fuera un enemigo, sino un mensajero?

Eso me cambió la vida.

Hay otro punto del que no se habla mucho: el cuerpo. La mente no funciona sola. Si duermo mal, como mal, o me encierro demasiado, termino disperso. Somos seres integrales. En días de baja energía, incluso leer un párrafo se siente como subir una montaña. No es que no queramos… es que no tenemos gasolina.

Me impresionó ver cómo pequeñas acciones cambian todo: tomar agua, moverme, caminar quince minutos sin celular, cerrar los ojos y respirar profundo, pedir ayuda. Y aunque suene simple, fue eso lo que me permitió volver a encontrar ese enfoque suave que no presiona, sino que acompaña.

A veces creemos que la concentración llega cuando la vida está perfecta, pero en realidad llega cuando uno está presente. Y estar presente es un trabajo emocional, no un acto intelectual.

También he aprendido a ser más compasivo conmigo mismo. Vivimos en una cultura que romantiza la productividad tóxica, esa idea de “si no te concentras es porque no quieres lo suficiente”. Pero no, no siempre es así. A veces es porque estás sanando. A veces es porque estás creciendo. A veces porque tu mente sigue procesando cosas que no te diste permiso de sentir.

Y aunque el artículo que mencionaste hablaba de técnicas para mejorar la concentración, yo hoy creo que la verdadera clave no es aprender a enfocarse… sino aprender a escucharse.

Escucharte cuando necesitas parar.
Escucharte cuando necesitas llorar.
Escucharte cuando necesitas cambiar de dirección.
Escucharte cuando necesitas pedir ayuda.
Escucharte cuando necesitas simplemente existir sin rendir cuentas.

La concentración vuelve cuando tú vuelves a ti.

Si tú que estás leyendo esto sientes que te cuesta enfocarte, quiero que sepas esto: no estás dañado. Estás vivo. Y vivir implica sentir, pensar, enredarse, perderse un poco, volver a encontrarse. La concentración no tiene que ver con ser perfecto, sino con ser honesto.

Haz algo: hoy, en vez de exigirte, siéntate un minuto contigo. Pregúntale a tu mente qué necesita. Pregúntale a tu corazón qué le pesa. Dale espacio al silencio. Respira. No te exijas claridad… déjala llegar.

Yo sigo aprendiendo, sigo fallando, sigo intentando. Y tal vez eso es lo que realmente cuenta: no dejar de caminar incluso cuando la mente se distrae por el camino.

Porque al final, concentrarse es volver a uno.

Y volver a uno… es un acto de amor.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

Agendamiento: Whatsapp +57 310 450 7737

Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo

Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo

Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos

Grupo de WhatsApp:    Unete a nuestro Grupo

Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal  

Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo

👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario