domingo, 28 de junio de 2015

La actividad social del niño entre los 6 y los 12 años

La actividad social del niño entre los 6 y los 12 años

La actividad social del niño varía según su edad y sus propias experiencias. El niño afronta sus relaciones dando a cada uno un trato diferenciado. En la primera infancia sólo los padres son importantes. Más tarde, al entender que existe otro mundo más extenso aparte de su familia, se inicia en la independencia respecto de la madre y valora al resto del grupo familiar, entablando con ellos relaciones de amistad, de prepotencia, descaro o sensiblería. Pero también existen otros grupos sociales con los que el niño entrará en contacto. La escuela y los amigos le ayudarán a integrarse en una actividad social en la que, a medida que crezca, tendrá que aceptar normas, esperar turno y saber escuchar. Además, entablará relaciones de verdadera camaradería y adquirirá valores tan específicos como la lealtad y la amistad.

Una actitud intolerante a los 6 años

El niño de 6 años se mantiene en continua discusión, sobre todo con su madre. Aunque es con ella con la que mantiene un duelo más fuerte, también es a ella a quien más necesita. La madre, con una correcta actuación y sin pretender cambiar autoritariamente la conducta de su hijo, puede conseguir que desista en sus intentos y que suavice su irritabilidad. El niño capta cualquier tensión en casa y es capaz de adoptar posturas variables de dulzura o desprecio frente a problemas que puedan surgir con la madre. Frente a otras personas se puede mostrar francamente maleducado, adoptando un comportamiento insolente. En lo que respecta al padre, es bastante exigente con él y le gusta acaparar su tiempo; con él se muestra menos batallador y le gusta compartir juegos y actividades. No es extraño que el niño se muestre egoísta e intolerante, ni que quiera acaparar la atención de los demás. Le gusta ser el primero en todo y le cuesta aceptar que los demás puedan vencerle. A pesar de todo, le gusta jugar con otros niños, en grupos que suelen ser muy variables.

La colaboración aparece a los 7 años

El niño de 7 años colabora dentro del grupo familiar y cumple con las responsabilidades que se le designan, y lo hace generalmente de forma consciente. Se identifica con su familia y le gusta demostrar que él, al igual que el resto de los miembros que la configuran, tiene unas funciones y unas tareas específicas que debe realizar para garantizar que todo marche bien. No es tan testarudo como lo era el año anterior y se muestra más comprensivo y dulce en su relación con la madre. Mantiene buenas relaciones con el padre y siente admiración y cariño por el resto de la familia. No obstante, puede mostrarse celoso ante algún hermano menor y es bastante influenciable en sus relaciones. Con los amigos ya no es tan agresivo y las peleas no resultan tan constantes, aunque no desaparecen del todo. Puede jugar con compañeros del sexo opuesto sin discriminación, pero ya empieza a establecer algunas diferencias a la hora de escoger un grupo para jugar. Ya no le resulta tan necesaria la presencia del adulto, ni para jugar ni para realizar tareas concretas.

Aceptación fuera de casa a los 8 años

A los 8 años, el grado de dominio que posee el niño de gran parte del comportamiento social hace que guarde la compostura y se muestre educado y atento frente a los demás. Se comporta mucho mejor fuera de casa, y amigos y conocidos quedan encantados con las atenciones del niño y valoran su actitud. No tiene problemas para entablar nuevas relaciones. Con sus amigos, el juego empieza a ser bastante organizado, aunque es exigente con ellos y también reclama su constante atención. Le gusta salir y visitar a otros niños. Los mejores amigos suelen ser de su mismo sexo, especialmente en el caso de las niñas.

El despiste a los 9 años

A los 9 años el niño se muestra más dócil y menos exigente que a los 8 años, pero está absorto en su mundo y parece que no escuche a nadie. Aunque es francamente despistado, lo cierto es que cuando se le recuerda una tarea, la lleva a cabo sin problemas. Le gusta entablar conversaciones que le aporten información y en ocasiones desestima el juego para poder charlar.

La relevancia familiar a los 10 años

La familia adquiere una relevancia especial para el niño de 10 años. Vuelve a establecer una intensa relación con la madre, alejada de discusiones y problemas. Si el ambiente familiar es normal, el niño idealiza a su familia. No cree que exista otra familia mejor que la suya y disfruta con las salidas y actividades conjuntas. Tiene facilidad para demostrar su admiración y es cariñoso y afectuoso.

Desmitificación de los padres a los 11 y 12 años


Al llegar a los 11-12 años reduce considerablemente el tiempo que pasa junto a sus padres. Le gusta estar en casa y fuera de ella, pero con sus amigos. Se vuelve más realista y desmitifica esa familia ideal de los 10 años. La familia ya no resulta tan perfecta y empieza a criticar algunas actuaciones de sus padres. Empieza a tornar algunas iniciativas, pero sólo en temas que le interesan. Tiene muy en cuenta las críticas de sus padres, aunque ello no hace que sea más responsable.

sábado, 27 de junio de 2015

Amigos, el mejor refugio del adolescente

Amigos, el mejor refugio del adolescente

La amistad es clave en la vida del adolescente. Los amigos representan el escalón que permite saltar de la dependencia infantil a la autonomía adulta, con la consiguiente inclusión en la sociedad. Actúan como relevo de los padres, sin ser sus sustitutos, y proporcionan la compañía necesaria para afrontar esta nueva situación de independencia. Los amigos adolescentes se vuelven inseparables y no se cansan nunca de estar juntos, aunque se aburran y no sepan qué hacer. Aún así, cuando un adulto recuerda su adolescencia, las experiencias que suelen haberle quedado mejor grabadas son los momentos que pasó con los amigos. De hecho, las amistades de la adolescencia suelen convertirse más tarde en los «mejores amigos» y permanecen con el paso de los años.
En la adolescencia, los amigos ocupan un lugar preferente porque en ellos se depositan los sentimientos, las comunicaciones más íntimas, la fidelidad incondicional y los vínculos afectivos, a veces casi más profundos que con los padres. Si los padres entienden estos sentimientos y los aceptan sin sentir que su hijo ya no los quiere, los amigos no se convertirán en el único refugio al que acudir.
Uno de los factores que hace que la amistad cobre tanta relevancia es que permite al adolescente encontrarse consigo mismo y con los demás en un plano de igualdad diferenciada. Hasta entonces el adolescente no había elegido ni decidido, a título personal, con quién quería relacionarse: la familia, hermanos, primos, amigos de la escuela… todo era «obligatorio», venía dado por su inclusión genealógica o por la decisión de los padres de asistir a tal o cual lugar. La amistad del adolescente supone una elección de con quién quiere ir. Esta libertad de elección hace que sean «sus amigos» y que resulte tan difícil admitir opiniones de los padres acerca de la conveniencia o no de ellos.

La figura del líder


La amistad conlleva necesariamente un funcionamiento grupal: los componentes del grupo comparten intereses, gustos, aficiones, colegio, etc. En principio no existe una organización estructurada, ya que no existe un líder y sus lazos de unión se basan en la coincidencia de costumbres o gustos. Cuando el grupo se consolida, pueden surgir de manera espontánea ciertas reglas internas y emerge entonces también la figura del líder como representante de los intereses colectivos. ¿Qué consigue el adolescente con esta figura? Supone la autoafirmación personal del «yo soy eso», en la medida en que este «eso» es compartido por todos. La pandilla reafirma y reasegura su identidad y, retroactivamente, cada miembro aporta continuidad y estabilidad a la pandilla. Por su parte; el líder potencia la cohesión interna de la banda y la realización de sus intereses. En algunos casos, esta cohesión interna se consigue a través de una postura de provocación y de llamar la atención a la sociedad.

viernes, 26 de junio de 2015

La autoridad positiva

La autoridad positiva

Los padres, a menudo, nos encontramos con la dificultad de hallar un equilibro entre la tolerancia total y la falta de paciencia a la hora de poner límites claros a nuestros hijos. Pero es importante explorar las maneras de acercarnos a ese equilibrio para ejercer nuestra autoridad en forma positiva.
En lo cotidiano, a veces, nos encontramos con situaciones que nos exceden en lo que refiere a la educación de nuestros hijos. Parece que se nos hace difícil congeniar el desgaste que produce el trabajo, las tareas del hogar y las ocupaciones diarias con la enorme tarea de educar. Es común observar cómo en ocasiones debilitamos nuestra propia autoridad y, en consecuencia, perjudicamos el desarrollo sano y feliz de nuestros niños.

En general, los errores que cometemos todos los padres son similares, y es interesante analizarlos para poder reflexionarlos. Vamos a repasar algunos de ellos:

La permisividad excesiva

En primer término, la permisividad excesiva. Muchas veces, los niños pueden interpretar las faltas de participación por parte de los padres como una falta de estima o valoración, por lo que no es posible educar sin intervención alguna. Nuestros pequeños precisan referentes y límites para crecer felices y equilibrados.
  • Somos los adultos los que tenemos que indicarles lo que está bien, lo que está mal y lo que significa el respeto. Ellos nos necesitan para esto, porque no han nacido sabiéndolo.

El autoritarismo anula la personalidad

En el otro polo de la permisividad se encuentra al autoritarismo, que es creer que el niño debe hacer siempre todo lo que sus padres le indiquen, lo que anula su personalidad. Se trata de enseñarles a obedecer por obedecer, con el riesgo de que esto convierta a nuestro hijo en una persona sumisa, sin dominio de sus actos, esclavo de lo que otros le dicen que haga.
  • Es importante escuchar las razones de nuestros hijos, ceder cuando creemos que es conveniente que él pueda decidir determinadas cuestiones y dejar que se exprese.
Además, también es conveniente aprender a negociar con ellos, lo que no implica permisividad, sino escucha, explicaciones y comunicación constructiva entre padres e hijos.

Evitar contradicciones

Un error habitual es caer en la falta de coherencia, y esto es en varios sentidos. En primer término, la contradicción entre lo indicado por el padre y por la madre. Esto, en ocasiones, genera discusiones entre ambos frente al pequeño, que se siente indefenso ante la falta de claridad. Es importante actuar en conjunto, y conversar las diferencias en privado para poder educar en equipo.
Otra incoherencia habitual ocurre cuando decimos que no, pero luego nos retractamos y accedemos a lo que anteriormente negamos. Lo aconsejable es no dar marcha atrás cuando decimos que no, porque esto confunde a nuestros hijos. Lo mismo ocurre con no cumplir con las penitencias que decidimos llevar a cabo. Por eso conviene no negar por negar, ni amenazar con penitencias que no cumpliremos luego.

No perder la paciencia ni gritar a la mínima

Es común también en los padres y madres gritar y perder la paciencia fácilmente. Esto supone un abuso de fuerzas para el niño, y además, en caso de repetirse con frecuencia, tampoco servirá para que él mismo tome consciencia de algún hecho, sino que es probable que se acostumbre a los gritos, y ya no reaccione frente a ellos. Pero lo esencial es que gritando no se construye un hogar armónico, donde exista una comunicación afectiva y pacífica, sino que genera tanto para padres como para hijos un trato hostil, lo que corroe la salud emocional de toda la familia. Por eso, si nos sentimos desbordados podemos pedir ayuda a profesionales, a la institución educativa o a nuestros pares.

Estos errores, si tratamos de corregirlos, nos permitirán educar a nuestro hijo de una manera más efectiva. Por último, os dejamos más consejos para reforzar nuestra autoridad positiva como padres: dar ejemplo, reconocer los propios errores, valorar los intentos de nuestros hijos por mejorar, darles tiempo para incorporar aquellas cosas que pretendemos enseñarles, educar con claridad, confiar en ellos. Y, sobre todo, comprender que a veces tan sólo debemos actuar desde el amor y desde el sentido común, comprendiendo que los límites son para nuestros pequeños como las barandas de un balcón: los necesitan para no caer.

jueves, 25 de junio de 2015

Cómo hacer que tu hijo asuma responsabilidades en casa?

¿Cómo hacer que tu hijo asuma responsabilidades en casa?

Si queréis conseguir que vuestros hijos asuman responsabilidades en el hogar, organizad una asamblea en la que participe toda la familia. En ella, debéis completar una planificación que incluya las tareas que deben realizar. Para ser equitativos con vuestros hijos en el reparto de sus obligaciones, proponedles que elijan las tareas de acuerdo con la siguiente clasificación:
  •  Por preferencia. Cada uno tiene que pensar lo que le gustaría hacer o qué responsabilidad les apetecería asumir, como: sacar la basura, bajar al perro, poner y quitar la mesa, etcétera. Si optan por sus preferencias, es más probable que las cumplan.
  • Por viabilidad. Las tareas se dispondrán de acuerdo con los horarios escolares y a las actividades que tengan por las tardes o en el fin de semana, para que no entorpezcan sus planes y a la vez puedan cumplir con sus obligaciones.
  • Por destreza. De esta forma, las tareas les resultarán más cómodas y sencillas y, sobre todo, acordes con su edad.
Por supuesto, recordad que nunca debéis permitir que el reparto de tareas se realice por distinción de género, es decir, tareas de chicos y tareas de chicas. De esta manera educaréis en la igualdad. Y, por último, finalizad amablemente la asamblea dándoles las gracias por su cooperación.
Los padres y madres a menudo asumen responsabilidades que realmente no les corresponden a ellos, sino a sus hijos, pero que lo hacen con la mejor intención. Creen que es bueno para los hijos que mientras sean pequeños se dediquen únicamente a sus estudios y a sus actividades extraescolares. Los padres y madres, pensando en el porvenir de los hijos, quieren que únicamente se dediquen a estudiar, sin darse cuenta de que eximirles de ciertas responsabilidades sólo traería como consecuencia privarles del aprendizaje más importante: valerse por ellos mismos, ser capaces de tomar decisiones y responsabilizarse de ellas como personas autónomas e independientes.
Si vuestros hijos consiguen las cosas por la vía fácil, les estaréis demostrando que se puede tener todo a bajo precio y sin esfuerzo. Cuando quieran algo y no lo obtengan, desde muy pequeños, llorarán, tendrán rabietas y gritarán cada vez más alto para que les deis lo que piden. Con esta forma de actuar provocaríais en ellos que generen muy poca tolerancia a la frustración, por lo que buscarán hasta límites insospechados cualquier argucia para conseguirlo. Si optáis por darles todo, les estaréis proporcionando una educación que les convertirá en seres con comportamientos egocéntricos y en pequeños tiranos, que para satisfacer sus propias exigencias habrán aprendido actitudes y comportamientos de amenaza y desafío tanto frente a vosotros como frente a sus profesores, educadores e incluso amigos y compañeros.
Ya se trate de niños o de adolescentes o incluso de algunos de esos inquilinos treintañeros que aún viven con sus padres y siguen chupándoles la sangre y vaciándoles el monedero, el hecho es que cada vez asumen menos responsabilidades. Tienen todos los derechos y muy pocas obligaciones. Parece que, de un tiempo a esta parte, ellos ya no tienen que aportar tanto dentro de la familia, sino que les da todo hecho, no como en épocas anteriores en las que cada uno de los hermanos se responsabilizaba de sus tareas cotidianas desde pequeño y sin rechistar.

Si lo tienen todo desde niños, ¿existe algún motivo por el cual al llegar a la adolescencia quieran renunciar a esos beneficios? ¿Querrán dejar de seguir teniéndolo todo? Obviamente, no. Si no delegáis en ellos responsabilidades y tampoco les enseñáis ni les motiváis para que cooperen en casa, seguiréis siendo el mayordomo de vuestros hijos. Invertid tiempo en educar con firmeza y cariño para que cumplan con sus obligaciones y la batalla no estará perdida.

miércoles, 24 de junio de 2015

Qué hacer y qué no para educar en valores a nuestros hijos

Territorio SP | Qué hacer y qué no para educar en valores a nuestros hijos

Educar a nuestros hijos y transmitirles los valores necesarios para encarar la vida de la mejor manera posible no es fácil. Como padres, queremos ofrecer a nuestros pequeños todos los recursos que estén a nuestro alcance para que tengan una vida feliz y plena. Pero, a veces, no sabemos por dónde empezar, cómo hacerlo o si lo estamos haciendo bien.
En este sentido, Bernabé Tierno, psicólogo, psicopedagogo y asesor de Superpadres.com, nos ofrece algunas pautas de comportamiento para que los padres sepamos cómo tenemos que actuar si queremos plantar y ver florecer en nuestros hijos la semilla de los valores. Son éstas:
  • Respetar la individualidad de cada niño. Nuestro hijo ha de sentirse único, independiente y libre para tomar sus decisiones. Como padres, no podemos obligarlo a ser lo que nosotros queremos que sea, ni intentemos encauzar su futuro. Nuestra función es educarle y apoyarle, pero siempre respetar su vocación y sus decisiones.
  • Descartar las etiquetas y los juicios negativos. Las comparaciones nunca son buenas, mucho menos si se trata de nuestros hijos. Si les comparamos con otros niños o les ponemos etiquetas, aunque puedan sonarnos positivas, les podemos hacer sentir mal consigo mismos.
  • Reforzar lo positivo. A los niños, como a los adultos, les influye el humor y estado de ánimo de la gente que les rodea. Por eso, si queremos hijos alegres y positivos debemos serlo nosotros también. Las formas a la hora de decir las cosas son determinantes, por eso si les hablamos en positivo y destacamos lo que hacen bien en lugar de lo que hacen mal, les motivaremos mucho más.
  • No halagar constantemente nuestro hijo. Aunque no seamos conscientes de ello, el hecho de repetir una y otra vez lo bien que hacen las cosas puede transmitirles la sensación de que los estamos juzgando constantemente.
  • No premiarles con regalos cuando hacen bien las cosas. La verdadera motivación para ser buenos y actuar correctamente debe ser que nos sintamos orgullosos de ellos. Es importante que el niño se sienta a gusto y satisfecho con el simple hecho de saber que está haciendo bien las cosas o que se ha esforzado al máximo para que las cosas salgan bien.
  • No fingir lo que no somos. Desde el principio debemos contar a los niños la realidad de nuestra familia, sea la que sea. Siempre con palabras acordes a su edad para que las puedan entender pero nunca hay que mentirles. Esto les hace fuertes y les enseña que no deben avergonzarse de quien son.
  • Ponernos de acuerdo padre y madre. No siempre será fácil, pero debemos intentar mostrar el máximo consenso delante de los hijos. La táctica del “poli bueno y el poli malo” no funciona. Y si no es posible llegar a un acuerdo, en algunas ocasiones se pueden someter a votación las decisiones y dejar participar también al niño. A partir de los 7 años los niños ya pueden opinar y participar en la toma de decisiones.
  • Manifestarnos como somos. No se trata de ser padres perfectos, sino de ser padres humanos. Si nos equivocamos, debemos reconocerlo y disculparnos si la situación lo requiere. Con esta actitud estamos enseñándole al niño que no pasa nada por cometer errores siempre que nos responsabilicemos de ellos y hagamos lo posible por solucionarlos.
  • No poner demasiadas normas. Es mucho mejor tener pocas normas y que sean claras. Además, no debemos olvidar que la mejor manera para que el niño aprenda a comportarse como debe y adquiera una buena educación en valores es que los padres prediquemos con el ejemplo.

martes, 23 de junio de 2015

Cómo evitar gritar a tus hijos

Cómo evitar gritar a tus hijos

Hasta el padre o la madre más centrados pueden tener un mal día. Hasta el niño más obediente puede hacer alguna vez una travesura que nos saque de las casillas. Pero reaccionar frente a un conflicto con violencia no es la manera de hacernos respetar por nuestros hijos.
Los padres somos las personas más importantes y las figuras a imitar en la vida de nuestros hijos. Tenemos la capacidad de construir en ellos la confianza en sí mismos y hacer que respeten las normas para convertirse en personas de bien. Pero también tenemos el poder de dañarlos profundamente con nuestras palabras, así como con el modo en que se las decimos. ¿Cómo podemos evitar los gritos, los insultos y frases hirientes cuando un niño se comporta mal?
Lo primero es comprender que los gritos resultan contraproducentes. En lugar de enseñarles a nuestros hijos disciplina, terminan por volverlos más rebeldes. A medida que los gritos se convierten en algo habitual para el niño, se vuelve necesario elevar aún más el tono de voz y las palabras negativas o amenazantes. Nuestra autoridad se va debilitando progresivamente, y la relación con los hijos se resquebraja. Además, los niños a los que se les grita o se les maltrata aprenden a gritar y a maltratar a los demás. Por supuesto, que frente a nuestros hijos debemos mandar nosotros, pero la nuestra debe ser una autoridad positiva, que marque las malas conductas sin estigmatizarlos como personas. Así, en lugar de decirles “siempre tan desordenado, tu cuarto es una pocilga”, deberíamos optar por una frase como “es necesario que ordenes tu cuarto, así podrás encontrar los juguetes en su lugar cuando quieras volver a jugar con ellos”.
Claro, que si hemos tenido un día difícil en el trabajo o con la pareja y, para colmo de males, el niño nos espera con la casa revuelta, es difícil contenerse en decir algo inadecuado o hiriente. Para ello, lo mejor es no decir nada, respirar hondo y contar hasta diez. Estos pocos segundos nos ofrecen la perspectiva real del problema y nos ahorran gritar frases de las que después nos arrepentiremos. Es preferible que sea el mismo niño el que reconozca lo que hizo mal. Si lo llamamos y le decimos “ven aquí, observa tu cuarto, ¿cómo se encuentra? ¿Qué me prometiste que ibas a hacer después de jugar?” es más probable que el niño termine ordenando que si le gritamos y lo amenazamos con un castigo.
Para lograr una comunicación fluida con nuestros hijos, donde prime el respeto y el entendimiento mutuo, es necesario que nosotros los adultos, aprendamos a ponernos en su lugar. Una escucha activa al niño, en la cual le demos importancia a sus sentimientos, nos ayudará a comprender los motivos detrás de aquellas conductas que encontramos reprobables. En lugar de regañarle diciendo que es un holgazán, que no quiere ir al colegio, preguntemos qué le ocurre. Tal vez tenga dificultades con algún área de estudios, o se haya peleado con su compañero de pupitre. Entonces estaremos en condiciones de ayudarle.
Tampoco debemos ser permisivos. Marcar hábitos y normas también es dar amor. Por eso, cuando pongamos un límite a nuestros hijos o señalemos una conducta reprobable, debemos transmitirles que de ningún modo está en juego el cariño que sentimos por ellos. Finalmente, si, pese a todo, tenemos un arranque de ira y soltamos gritos e improperios al niño, podemos reparar, en parte, el daño reconociendo nuestro error y pidiéndole disculpas. A todo padre le puede ocurrir alguna vez, y aceptar que somos seres humanos falibles no nos debilita frente a nuestros hijos, sino todo lo contrario.

De todas maneras, como suele pasar casi siempre, es mejor prevenir que curar. Así pues, para evitar estos momentos de tensión y enfado con nuestros hijos es importante que les enseñemos lo qué pueden hacer y lo que no, y cómo deben hacerlo.

lunes, 22 de junio de 2015

Cómo inculcar las pautas de conducta al niño

Cómo inculcar las pautas de conducta al niño

Los padres somos los que iniciamos al niño en las normas de comportamiento y conducta social. Es importante que éste vaya adquiriendo unas pautas de conducta que le sirvan de indicativo en sus actuaciones y a la vez le ayuden a deducir las respuestas que puede obtener de ellas. Mediante la constancia y la regularidad de los padres, el niño se crea unos hábitos, que le dan seguridad y confianza. Debido a la gran dificultad que para él supone variarlos, es importante que, sea quien sea la persona que le cuide en casa, los respete. De otro modo, se verá perdido y no sabrá cómo actuar. En estas edades, de 1 a 3 años, el niño necesita de la ayuda de los padres para superar su ambivalencia entre necesidades y limitaciones. De ahí la importancia de la coherencia en nuestra actitud. Para ayudar al niño, debemos mostrarle unos límites con tolerancia y comprensión, entendiendo que acceder sin normas a todas sus demandas no es la mejor forma de favorecer su desarrollo. La oposición del niño ante estas exigencias del adulto es inevitable para la formación de su personalidad. El niño establece retos con los padres para averiguar hasta dónde puede llegar su imposición. Ante avisos y advertencias, continúa con su postura de oposición, expectante a la actuación de los adultos, que deberemos aclarar los motivos de nuestra negativa.
Para que pueda asimilar las normas, debemos imponerlas de igual forma ambos padres. El niño capta con facilidad si existen discrepancias en la manera de actuar de los padres. Si actuamos desde diferentes posiciones, nuestro hijo creará un tipo distinto de relación con cada uno. Esto debe evitarse para que no pueda parecer que uno es mejor que el otro.

Cuidado con… compensar la falta de tiempo con permisividad

Actualmente, por cuestiones laborales y de horarios, los padres tenemos poco tiempo para dedicar a nuestros hijos. Durante el día no tenemos muchas horas para poder jugar y por ello podemos llegar a sentirnos culpables. Este sentimiento puede generarnos la sensación que al llegar a casa debemos acceder a todas las demandas del niño, como acto de gratificación, y darle una total permisibilidad, aunque en ocasiones veamos con claridad que su conducta es errónea. El querer subsanar la falta de tiempo tomando una postura de total anarquía en casa es un error por parte de los padres. Lo que importa verdaderamente en la relación con el niño no es la cantidad de horas que se le puedan ofrecer, sino la calidad de relación que exista en ellas. Compartir actividades concretas, jugar de forma sincera, sin pensar en otros quehaceres y hacerse un poco cómplices en sus actuaciones es lo que enriquece y favorece al niño en su desarrollo. Por eso es importante demostrar al niño que sus juegos nos interesan y que queremos ser partícipes de ellos. En muchas ocasiones, para encontrar el tiempo necesario, se tendrán que crear una serie de prioridades compartidas entre la pareja.

Aprender a vivir en sociedad es fundamental en el desarrollo del niño, ya que adquirir una buena base le asegurará buenas relaciones con su entorno.