domingo, 17 de agosto de 2025

Qué pasa cuando los jóvenes ya no son “ninis”?



Una reflexión sobre lo que sí estamos construyendo, aunque no se vea.

Hace poco leí una noticia que decía que el número de “ninis” en Colombia (jóvenes que no estudian ni trabajan) bajó a 2,51 millones en abril. Al principio, lo tomé como una estadística más, de esas que pasan de largo en la pantalla del celular. Pero algo en esa cifra me hizo detenerme. No por lo que significa numéricamente, sino por lo que implica humanamente.

Porque hablar de “ninis” siempre ha sido una forma de etiquetar desde la falta: lo que no hacemos, lo que no producimos, lo que no aportamos. Como si toda nuestra existencia pudiera resumirse en una casilla vacía del sistema. Como si dejar de estudiar por un tiempo o no tener trabajo fijo fuera sinónimo de fracaso. Como si la pausa fuera sinónimo de pereza.

Pero… ¿y si no es así? ¿Y si este descenso de 3,7% en el número de “ninis” —como lo reportó La República— nos invita a ver algo más profundo que las cifras del DANE? ¿Y si, detrás de eso, hay una generación que empieza a pararse diferente frente a su vida?

Pienso en amigos míos que no estudian “formalmente”, pero aprenden todos los días en YouTube, en cursos gratuitos, en grupos de Telegram donde se comparten ideas sobre criptomonedas, edición, política o espiritualidad. Pienso en chicas que dejaron la universidad porque no las llenaba, pero hoy lideran emprendimientos que transforman su barrio. O en ese compañero que no ha conseguido un contrato laboral, pero dedica su tiempo a cuidar a su abuela, mientras arma un portafolio de diseño que probablemente lo saque del país.

A ellos —a nosotros— nadie nos está preguntando qué sí estamos haciendo. Solo miden lo que falta.

Pero yo quiero escribir desde el otro lado. Desde lo que sí existe. Porque aunque no esté en el Excel del DANE, hay un movimiento interno, silencioso, que no para de crecer.

Hay jóvenes sanando heridas familiares.
Hay jóvenes descubriendo que su espiritualidad no es herencia sino decisión.
Hay jóvenes que decidieron dejar el alcohol, volver a su cuerpo, probar la agricultura, abrir un canal de YouTube para hablar de salud mental.

Y sí, también hay jóvenes que están rotos, tristes, adictos, solos. Pero eso no los convierte en “nada”. Lo que pasa es que esta sociedad confunde “ser útil” con “estar ocupado”.

Yo no quiero que nos glorifiquen por trabajar 14 horas o tener cinco diplomas. Yo quiero que nos pregunten si estamos felices. Si nos sentimos acompañados. Si nos estamos escuchando. Porque es muy distinto sobrevivir a vivir. Y lo segundo no siempre se ve en las cifras.

Hace unos días, escribí en mi blog El blog de Juan Manuel Moreno Ocampo algo que ahora vuelve a tener sentido:
"No es que no tengamos sueños. Es que no nos los permiten soñar con calma."
Y a veces, para construir un sueño, uno necesita parar. Respirar. Replantearse. Salirse del molde. Irse a vivir al campo, o volver a casa. Abrazar a la mamá que uno no entendía. Enfrentarse al espejo. Y eso no se mide con una tasa de ocupación.

También es cierto que muchas veces sí hay abandono, desmotivación, falta de oportunidades reales. La deserción no siempre es voluntaria. Pero cuando bajan las cifras de “ninis”, ¿estamos hablando de que hay más empleos de verdad o solo más informalidad? ¿Más oportunidades o más necesidad?

El reto no es solo que haya menos jóvenes sin estudiar ni trabajar. Es que esos que sí estudian y sí trabajan lo hagan en condiciones humanas, con propósito, con respeto, sin explotación.

Desde este rincón del internet también quiero decir que la respuesta a esto no es solo técnica ni económica. Es profundamente relacional y espiritual. Porque si el sistema no nos ve como personas, ¿cómo vamos a vernos entre nosotros con dignidad?

A mí me han salvado los abrazos, los libros, las conversaciones profundas, las caminatas en silencio, la oración en mi cuarto cuando el mundo me queda grande. Me han salvado las palabras de mi papá en Bienvenido a mi blog, las reflexiones de los sábados en Mensajes Sabatinos, y la certeza de que hay un ser superior que no me mide por mi productividad sino por mi corazón.

Me han salvado personas reales. No cifras.

Y también me han salvado los proyectos. Como Todo en Uno.NET, donde se habla de tecnología con propósito, y Organización Todo en Uno, que busca empoderar a las empresas con herramientas humanas. Porque no todo joven está perdido. Muchos estamos intentando reinventar las reglas del juego.

Así que la próxima vez que alguien diga “ese es un nini”, respira. Tal vez no sea que no hace nada. Tal vez está haciendo algo muy importante… pero invisible.

Porque no estudiar ni trabajar no significa no vivir. Y vivir, de verdad, no siempre se hace desde un escritorio.


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sábado, 16 de agosto de 2025

Sanar no debería ser un lujo: el trauma infantil y el derecho a una vida con sentido


Desde hace un tiempo me viene rondando una pregunta que no se va fácilmente: ¿qué tanto silencio puede cargar una persona antes de romperse por dentro?

En mi generación se habla más de salud mental que nunca, pero a veces siento que se habla más que se escucha. Se crean hashtags, campañas, frases tipo “no estás solo”, pero muy pocas veces nos atrevemos a mirar de frente lo que en verdad duele. Lo que no solo incomoda, sino que confronta. Y de todas las heridas que arrastramos como sociedad, hay una especialmente silenciada: el abuso sexual infantil.

Sé que no es un tema cómodo. Y sé también que no es algo que uno suela tratar en una conversación entre amigos o en redes, al menos no sin incomodar. Pero por eso mismo hay que hablarlo. Porque cuando callamos lo que duele, permitimos que siga ocurriendo.

Hace poco leí un artículo en Psyciencia sobre los avances en la terapia cognitivo conductual centrada en el trauma (TCC-CT) para niños víctimas de abuso sexual. Y aunque el artículo era técnico, sentí que había algo más profundo detrás de lo que explicaba: una esperanza real, científica y humana de que sanar sí es posible, incluso cuando la herida ocurrió en la infancia y dejó una marca difícil de describir.

En palabras simples, esta terapia se enfoca en ayudar a niños y adolescentes a procesar el trauma a través de una combinación de herramientas cognitivas, emocionales y conductuales. Es una especie de acompañamiento donde se les enseña a nombrar lo que pasó, a entender que no fue su culpa, y a construir nuevas formas de relacionarse con ellos mismos y con el mundo.

Pero más allá de la técnica, lo que me conmovió fue entender que detrás de cada caso hay un niño o una niña que, por un instante, sintió que el mundo se rompía. Y que aún así, dentro de ese caos, todavía es posible volver a sentirse seguro. Volver a confiar. Volver a jugar sin miedo.

Yo no soy terapeuta. No soy psicólogo. Pero soy humano. Y he crecido rodeado de personas que cargan historias que nadie más conoce. He escuchado relatos que me han dejado con un nudo en la garganta, de amigos, de conocidos, de gente que simplemente necesitaba que alguien no los mirara con lástima, sino con respeto. Y por eso escribo esto. No para dar lecciones, sino para recordarnos que todos tenemos algo que sanar. Que todos podemos ser un espacio seguro para alguien.

El abuso sexual infantil no distingue estrato, ciudad, nivel educativo o religión. Y lo más triste es que, muchas veces, ocurre en entornos cercanos: familias, escuelas, comunidades religiosas. Lugares donde se supone que debería existir cuidado. Y cuando ese cuidado se rompe, no solo se pierde la inocencia. Se quiebra algo más profundo: la posibilidad de confiar en lo que debería protegerte.

En uno de los blogs que más me ha influenciado —Mensajes Sabatinos— leí una vez que el alma también necesita abrazos que no se ven, pero se sienten. Y eso es precisamente lo que creo que puede ofrecer una terapia bien hecha: un espacio donde el alma pueda respirar otra vez. Donde no se le exija al niño que “supere” lo ocurrido, sino que se le permita reconstruirse a su ritmo.

Lo que no debería pasar es que esa oportunidad solo esté al alcance de quienes pueden pagarla. Porque sanar no puede ser un privilegio. Sanar debería ser un derecho.

Imaginen cuántas vidas cambiarían si cada colegio, cada barrio, cada comunidad, tuviera acceso real a psicólogos formados en TCC-CT. No solo para intervenir cuando ya todo explotó, sino para prevenir, para educar, para enseñar a los niños que su cuerpo es suyo, que su voz tiene valor, que el amor no duele ni confunde.

Una sociedad que no cuida a su infancia está destinada a repetir su dolor en generaciones futuras. Y en un país como Colombia, donde tantas heridas vienen del silencio y del abuso de poder, sanar desde la infancia no es solo un acto de compasión. Es una revolución.

En mi propio blog El blog Juan Manuel Moreno Ocampo, he hablado de cómo muchas veces la espiritualidad se convierte en refugio para lo que no entendemos. Pero también he aprendido que el cuerpo guarda lo que el alma no puede procesar. Y por eso necesitamos ambas cosas: un lenguaje que nos conecte con lo invisible, pero también herramientas concretas que nos ayuden a reconstruir lo visible.

Sé que esto no es un tema fácil de digerir. Y está bien si necesitas procesarlo. Lo importante es que no lo ignores. Que si conoces a alguien que ha vivido algo así, no le pidas que “siga adelante” como si nada. Escúchalo. Cree en su historia, aunque no tengas pruebas. Abrázalo con presencia, no con pena.

Y si tú, que me estás leyendo, viviste algo parecido en tu infancia y aún no lo has contado… este es un recordatorio suave pero firme: no estás solo. No estás rota. No es tu culpa. Y sí, mereces sanar. A tu tiempo, a tu modo, con ayuda o sin ella… pero mereces vivir una vida donde tu historia no sea una condena, sino un punto de partida.

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viernes, 15 de agosto de 2025

Lo que heredamos, lo que olvidamos… y lo que aún podemos recordar


A veces no sabemos bien de dónde venimos, pero sí sentimos cuando algo no encaja. Nos pasa a muchos. Crecimos viendo vitrinas llenas de oro en museos, escuchando que eso “pertenece a todos los colombianos”, pero a la vez sin poder tocarlo, sin saber de verdad de dónde salió ni por qué está ahí. Como si las cosas pudieran contarse solas, sin contexto, sin dolor, sin historia.

Hace poco leí la nota de El Tiempo sobre las 13.000 piezas precolombinas que están almacenadas, casi como tesoros privados, en la casa de un marqués español en Bogotá. Y no lo voy a negar: me dolió. Me dolió no solo por lo simbólico, sino por lo que revela sobre nosotros mismos. Porque no es solo el tema del patrimonio ni de la cultura robada o prestada. Es la forma en que hemos aprendido a desconectarnos de nuestras raíces mientras glorificamos lo ajeno, lo europeo, lo que parece más “importante” porque suena a historia escrita desde afuera.

Crecí escuchando a mis abuelos contar historias de resistencia, de comunidades que alguna vez vivieron con el ritmo de la tierra, que creían en los ciclos, en el espíritu del agua y en la fuerza de los sueños. Pero también crecí viendo cómo en el colegio nos enseñaban que la “historia real” era la que empezó en 1492, como si antes de eso solo hubieran vivido sombras o piedras mudas.

Hoy, esas 13.000 piezas están allí, organizadas en estanterías, algunas sin clasificar, otras sin interpretar. Y aunque están en Bogotá, lo cierto es que están lejos de nosotros. Porque no basta con tenerlas cerca si no sabemos qué significan, si no reconocemos el valor espiritual, cultural y humano de cada una. No basta con decir que “son de todos” si están bajo llave, en manos privadas, contadas desde un lente extranjero que quizás no entiende —ni pretende entender— lo que esas piezas fueron y siguen siendo para quienes nacimos en esta tierra.

Y entonces me pregunto: ¿cuánto más estamos dispuestos a dejar pasar? ¿Cuántos símbolos más entregaremos sin preguntar? ¿Cuántas veces más diremos “eso no importa”, solo porque nadie nos enseñó a valorarlo?

Sé que hay personas que dirán que lo importante es el presente, el futuro, la innovación, la inteligencia artificial, el progreso. Y no los culpo. También soy parte de esta generación que vive pegada a una pantalla, que navega entre códigos, algoritmos y redes. Pero lo que muchos no ven es que no hay innovación sin identidad. No hay avance verdadero sin raíces profundas. Y cuando uno corta sus raíces, se vuelve más fácil de mover… y de manipular.

Desde lo más íntimo siento que cada pieza de esas 13.000 es como un fragmento de nuestra memoria que alguien guardó sin preguntarnos. Y más allá de los debates legales o académicos, hay un tema espiritual que a veces nadie menciona: cuando una cultura olvida sus símbolos, empieza a vaciarse por dentro.

Yo no quiero vivir vacío.

No quiero ser ese joven que solo sabe de su historia por lo que dicen los libros oficiales. Quiero ser parte de una generación que mira hacia atrás con respeto y hacia adelante con conciencia. Que se atreve a decir: “Esto me pertenece, no porque lo quiera poseer, sino porque me construye, me recuerda, me sostiene.”

Y no, no estoy hablando de nacionalismo barato ni de irnos contra todo lo que venga de afuera. Estoy hablando de equilibrio. De justicia simbólica. De sanar el alma colectiva reconociendo lo que nos fue arrebatado, pero también lo que aún podemos recuperar si lo hacemos desde el diálogo, desde el amor por lo propio, no desde el resentimiento.

También entiendo que hay matices. Que algunos coleccionistas han cuidado lo que el Estado ha descuidado. Que a veces la institucionalidad ha sido indiferente, ineficaz o incluso cómplice. Pero eso no significa que debamos resignarnos. Significa que necesitamos nuevas formas de hacer las cosas, de abrir espacios, de educar, de integrar. Y ahí, tal vez, la clave no está solo en los abogados ni en los políticos, sino en nosotros: los que escribimos, los que compartimos, los que sembramos conciencia desde la palabra, el arte, la tecnología o la conversación.

Hoy, después de leer esa historia, sentí algo muy claro: necesitamos volver a contar lo que somos. Necesitamos devolverle la voz a esas piezas, no solo a través de exposiciones, sino a través de lo que representan en lo cotidiano: formas de ver el mundo, de relacionarnos, de entender el tiempo, de habitar el territorio con sentido.

Hay un texto en Mensajes Sabatinos que habla sobre lo invisible que nos sostiene, sobre cómo a veces lo que no vemos nos da más fuerza que lo que mostramos. Y creo que eso es exactamente lo que ocurre con nuestro patrimonio ancestral: ha estado silenciado, pero sigue latiendo. Nos mira desde el fondo de vitrinas ajenas. Nos llama sin gritar. Espera sin exigir.

Este blog no es un reclamo. Es una invitación. A ver más allá del artículo, del titular, de la polémica. A preguntarnos qué tanto conocemos de nuestra historia, y qué tanto de lo que somos ha sido moldeado por silencios heredados. A buscar respuestas en los lugares más olvidados. A hablar con los abuelos. A visitar museos, pero también territorios. A estudiar, pero también a sentir. A reconciliar lo ancestral con lo actual. A dejar de ver estas piezas como objetos, y empezar a verlas como espejos.

No quiero que esta sea solo otra historia más que se lee y se olvida. Quiero que sea un detonante. Porque cuando uno se siente parte de algo más grande, empieza a vivir distinto. Y eso, al final, también es una forma de resistencia.

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jueves, 14 de agosto de 2025

Beber con sentido: cuando la Generación Z elige conciencia sobre costumbre



Mientras camino por el parque al atardecer, mi mente hace clic: la Generación Z, nacidos entre 1997 y 2012, está cambiando la forma en que bebemos, convivimos, consumimos... y conscientemente elegimos opciones más sanas. Pero, ¿qué hay detrás de ese cambio? ¿Y por qué nos importa a todos, especialmente a nosotros, que vivimos en un mundo cada vez más acelerado?

Un reciente informe de Revista I Alimentos revela una realidad fascinante: los jóvenes lideran el mercado de bebidas RTD (Ready-To-Drink) y bebidas no alcohólicas, pidiendo sabores innovadores, empaques sostenibles y experiencias más auténtico. Y no es solo una moda pasajera: en países como México y Colombia, estos productos crecen hasta un 35 % anual.

Esta tendencia me hace pensar en mi propia vida: cuando buscaba comunidad, me unía a un café con amigos; hoy muchos prefieren un seltzer sin alcohol, que les permite compartir sin perder el control ni enfrentar resacas. Un medio para conectarse sin sacrificar conciencia ni bienestar.

Yo también he hablado de algo parecido en Bienvenido a mi blog, donde exploro cómo integrar elecciones conscientes en nuestro día a día. Y en Amigo de… Ese ser supremo en el cual crees y confías, reflexiono sobre reconectar con lo esencial; escoger estas bebidas sanas puede ser un acto de respeto hacia nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestra espiritualidad.

Pero más allá de evitar copas nocturnas, hay un cambio cultural profundo: muchos de nosotros ya no bebemos por presión social ni por buscar pertenencia, sino para sentirnos plenos en cada momento. Somos, como dicen en El País, una generación que prioriza salud, estabilidad, y ambientes controlados —algunos hasta se identifican con el movimiento abstemio de “Templanza”.

También se habla de los “sobrio-curiosos”, personas que buscan sabores complejos sin la carga del alcohol. Me hace sentido, porque nuestras reuniones no necesitan descontrol para ser memorables. En Mensajes Sabatinos escribí sobre el valor del compartir consciente: antes era una charla infinita de copas, ahora es un encuentro sincero, sin máscaras ni resaca emocional.

Este fenómeno no solo ocurre en adolescentes: estamos hablando de un cambio generacional. Según Marketing Directo, la Z está consumiendo un 20 % menos alcohol que otras generaciones y demanda bebidas más saludables. Es decir, no es coyuntura: es redefinición cultural.

Pero no todo es salud. Detrás de esta tendencia hay una invitación a mirar la industria con mirada crítica: si elegimos RTD, que tengan empaques reciclables, ingredientes limpios y producción ética. Aquí cobra sentido el trabajo de TodoEnUno.NET, donde exploramos cómo las pequeñas decisiones cotidianas pueden transformar nuestro entorno. Cada elección de bebida puede ser un voto por un mundo más sostenible.

También en micontabilidadcom.blogspot.com se habla de presupuestos conscientes: elegir bebidas 0 % no es solo salud, también puede ser ahorro (menos gasto en resacas y salud). Aprenderemos a invertir mejor en emociones, no en efectos secundarios.

Y en organizaciontodoenuno.blogspot.com vemos cómo la estructura importa: escoger un RTD saludable implica planificar salidas, organizar reuniones conscientes, evitar improvisar con opciones menos cuidadas. Es un acto de organización emocional y social.

Claro, esta transformación tiene retos: como señala El País, el afán por ser siempre productivo y evitar excesos puede derivar en una hipersensibilidad al rendimiento, la soledad y ansiedad . ¿Qué tan equilibradas son estas decisiones? La respuesta no está en abstenerse, sino en comprendernos, darnos gracia, y recordar que también somos humanos.

Por eso, cerrar este círculo consciente también requiere comunidad. En mi blog El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo he explorado cómo conectar con otros desde la autenticidad, sin filtros. Y cada vez más, nuestras reuniones son limpias, con bebidas que nos nutren sin opacarnos.

Al final, lo que me resuena es que la Z está liderando algo que trasciende la bebida: está forjando una cultura de presencia, de consumo con sentido, de salud mental, emocional y espiritual. Una cultura joven que sabe que no todo lo que se celebra tiene que doler mañana.

Y esa, querido lector, es una razón para tener esperanza. Estamos sembrando una realidad en la que compartir no duele, cuidar no cuesta, y lo auténtico prevalece sobre lo efímero. Como me legaron mis mentores espirituales y mis blogs aliados, caminar con intención es el camino hacia una juventud consciente.

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miércoles, 13 de agosto de 2025

Cuando cuidar a tu mascota también te enseña a cuidarte


Sentir cómo el silencio roto por el lamento de una mascota me despierta, es parte de vivir de verdad. Desde muy joven aprendí que a los animales no se les puede mentir: una mirada apagada, un ladrido extraño o un maullido prolongado revelan mucho más que cualquier palabra. A mis 21 años, esa intuición me ha llevado a preguntarme: ¿por qué cada vez más perros y gatos desarrollan diabetes? Y, más importante aún, ¿qué nos está pidiendo el mundo a través de ellos?

La fuente principal que me inspiró este blog es un artículo reciente de Agronegocios que señala algo que aún no sabemos digerir del todo: “la diabetes afecta al menos a cinco de cada 1.000 perros y a tres de cada 1.000 gatos”. Es decir, estamos hablando de una realidad cada vez más común, que no solo golpea a nuestras mascotas, sino que también despierta preguntas sobre nuestra forma de vivir.

Cuando leo esa cifra, pienso inmediatamente en los paseos apresurados, en las sobras que solemos compartir, en la falta de ritmo, de estructura, de conciencia. Todo eso, al final, se refleja en la salud de otro ser vivo que depende de nosotros. Y sí, la dieta y el ejercicio son parte vital del tratamiento, pero ¿y si repensamos cómo integramos estas prácticas en nuestra propia vida?

Sumado a esto, la literatura médica —como el Merck Vet Manual— nos recuerda que en los perros, la diabetes suele requerir uso de insulina dos veces al día junto con cambios en la dieta, y en los gatos se recurre a insulina basal y dietas bajas en carbohidratos, alcanzando remisión en hasta el 90 % de los casos. Sin embargo, el desafío no está solo en suministrar insulina: es sostener una rutina amorosa y consciente que nutra al cuerpo y al espíritu de nuestras mascotas.

Y ante todo, me resuena una pregunta grande: ¿cómo este cuidado solidario puede reflejar nuestra propia escucha a lo esencial? Cuando me siento ante mi cuaderno y pienso en lo que escribí en El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo sobre la conexión entre cuidado interior y exterior, me doy cuenta de que enseñar disciplina a un perro con diabetes es también aprender a disciplinar la mente y el corazón. De la misma manera que cuidamos horarios de alimentación e insulina, podríamos aprender a cuidar horarios de descanso, meditación o lectura.

La charla con mi mentor espiritual me llevó a reflexionar sobre esto. En “Amigo de… Ese ser supremo en el cual crees y confías” he hablado de cómo nos desconectamos del cuidado interno cuando vivimos atados a la inmediatez. Preguntarte cada mañana: “¿qué necesito hoy para estar bien?” es tan importante como preguntarte: “¿qué alimento necesita mi mascota para no enfermar?”

También encuentro eco en experiencias familiares. En Mensajes Sabatinos dejé un texto sobre cómo mi papá caminaba con nuestra perra cada tarde sin falta: un ritual que incluía cuidado mutuo y silencio compartido. Hoy entiendo que esos paseos no eran solo ejercicio: eran prácticas de amor cotidiano. Lo sabía mi perro, lo sé yo. Y por eso, al ver cómo cada vez más mascotas desarrollan diabetes, siento una llamada profunda a reequilibrar nuestra mirada sobre la vida.

Claro, el diagnóstico no es el final, sino el comienzo de un camino. La American Veterinary Medical Association lo confirma: perros y gatos con diabetes pueden vivir felices y acompañados por años si reciben tratamiento, monitorización y ejercicio adecuados . Pero requieren dedicación, no indiferencia. Así que la diabetes no es una condena: es una invitación a estar presentes.

En un mundo en que todo acelera, en que llenar el carro de compras parece compartir amor, en que cada clic online nos adelanta gratificación, nuestras mascotas nos recuerdan el valor de la pausa, el ritmo, la rutina sensata. Como compartí en mi otro blog de organización empresarial organizaciontodoenuno.blogspot.com, la estructura importa: es la plataforma en la que florecen las decisiones conscientes.

Y en mi espacio de contabilidad (micontabilidadcom.blogspot.com), hablamos de cómo la disciplina diaria —sea financiera, emocional o física— crea ecos en nuestra realidad. Alimentar bien a tu gato con dieta ideal, medir su peso, monitorear su glucosa… es un acto de contabilidad del cuidado. Contar no solo pesos y gastos, sino gestos cotidianos.

Hay un dato que me impactó: si el dueño de un perro tiene diabetes tipo 2, hay un riesgo mayor de que el perro también la desarrolle, lo que sugiere que los hábitos de vida compartidos importan . No es una coincidencia, sino una llamada urgente a modificar rutinas en conjunto. Como familia somos ecos, somos ambiente. Al transformar nuestras mañanas, también mejoramos su vida, y viceversa.

Con los gatos pasa algo similar: muchos logran remisión si se detecta a tiempo y se administra una dieta alta en proteínas y baja en carbohidratos. Ahí veo una lección: la oportunidad está en el tiempo justo. Tanto en salud animal, como en nuestras decisiones personales. No esperemos a que todo se desencadene para actuar.

Por eso escribo este blog: para recordarnos que la compasión empieza en detalles. Un paseo extra, una croqueta escogida, un chequeo regular. Pero también: una charla profunda, un silencio atendido, una reflexión diaria. Si así cuidamos a nuestras mascotas, podemos aprender a cuidarnos a nosotros mismos.

Hoy quiero invitarte, más que a informarte, a reconocer que tus decisiones marcan un círculo: el animal que amas, tu cuerpo, tu mente, tu casa, tu comunidad. La diabetes en ellos no es solo cuestión veterinaria: es una metáfora viva. Nos dice: “frenemos el ruido, volvamos a lo esencial”

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A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad. 

martes, 12 de agosto de 2025

Lo que se borra… y lo que queda para siempre



A veces me pasa que abro una conversación vieja en WhatsApp y no recuerdo por qué dejé de hablar con esa persona. O que repaso los apuntes de hace un mes y apenas si me suenan familiares. No es que no haya estado presente en ese momento. Estaba. Anoté. Escuché. Sentí. Pero aún así, se me fue.

Y es ahí cuando me entra una mezcla de susto y fascinación por cómo funciona la mente. ¿Qué tanto de lo que vivimos se queda realmente con nosotros? ¿Y qué tanto simplemente… se borra?

Leyendo un artículo en Psyciencia sobre la curva del olvido —esa teoría que demuestra cómo, en cuestión de horas o días, olvidamos gran parte de lo que aprendemos si no lo reforzamos— sentí que algo se activaba en mí. No solo por lo académico. También por lo emocional, lo espiritual, lo humano.

Porque la verdad, lo que olvidamos no es solo información: también olvidamos promesas, momentos, lecciones que nos juramos no repetir. Y a veces, incluso, olvidamos lo que somos cuando dejamos de mirar hacia adentro.

La curva del olvido, como la explica Ebbinghaus, nos dice que después de solo un día, ya habremos olvidado más de la mitad de lo que aprendimos. A los dos días, mucho más. Si no hay repaso, si no hay vínculo, si no hay emoción, el conocimiento se evapora. Pero yo me pregunto: ¿y si también aplica a las relaciones, a la fe, a los sueños?

Con los años, he aprendido que el olvido no siempre es pérdida. A veces es protección. Otras veces, es una señal de que algo no tenía el peso que pensábamos. Pero también hay olvidos que duelen, que sentimos como traiciones a nosotros mismos. Como cuando dejamos de insistir en un propósito que alguna vez nos iluminó. O como cuando olvidamos agradecer por lo que ya tenemos.

En mi blog personal, El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo (https://juanmamoreno03.blogspot.com/), alguna vez escribí sobre cómo olvidamos lo esencial cuando nos perdemos en la rutina. Esa publicación sigue siendo uno de mis recordatorios internos favoritos, porque ahí también entendí que, aunque el olvido sea natural, la atención plena es una forma de resistencia. Resistirse a vivir en automático. Resistirse a que la vida se nos vuelva solo un historial de búsquedas, tareas hechas y recordatorios vencidos.

Hoy quiero compartirte algo que aprendí de mi abuelo: él anotaba todo. No solo las cuentas o las citas, sino también las emociones. Escribía en los márgenes de los libros lo que sentía al leer. Guardaba cartas que él mismo se enviaba. Yo pensaba que era una locura. Pero ahora lo entiendo: él estaba construyendo su propia red de recuerdos. Una forma de no dejar que la curva del olvido ganara la partida.

Y sí, podemos hablar de técnicas de estudio, mapas mentales, repaso espaciado… todo eso funciona. Pero lo que realmente hace que algo se quede en nosotros, es cuando lo vivimos con intensidad. Lo que se une a la emoción, al cuerpo, al espíritu… eso no se olvida. Tal vez por eso no se me olvida el olor de la casa de mi infancia, ni la canción que cantaba mi mamá cuando me despertaba. Tal vez por eso, también, cuando leo un Mensaje Sabatino como los que están en escritossabatinos.blogspot.com, siento que hay cosas que la memoria del alma guarda más profundo que cualquier método científico.

Ahora, si esto que olvidamos incluye datos personales, claves, decisiones financieras, ahí sí la cosa se complica más. Porque no recordar compromisos o vencimientos nos puede traer problemas. Y por eso celebro lo que hace mi familia desde micontabilidadcom.blogspot.com, ayudando a personas a recordar, registrar y organizar sus finanzas para que no se queden en el limbo del olvido.

Hay cosas que podemos permitirnos olvidar. Pero otras, merecen un esfuerzo especial para recordarlas. Y no solo con la cabeza, sino con el corazón. En Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com/), he reflexionado más de una vez sobre cómo también olvidamos hablar con Dios, cuando creemos que podemos solos. Nos desconectamos. Dejamos pasar días, semanas, y luego volvemos con el corazón roto a pedir dirección. ¿Y sabes qué es lo hermoso? Que el amor divino no tiene curva del olvido. Ahí sí que no hay decremento. Él siempre recuerda.

Quizás este blog sea una forma de recordar. Para ti, para mí. Una forma de dejar constancia. Una pausa entre tanta notificación para mirar hacia adentro y preguntarnos: ¿Qué de lo que he vivido merece ser recordado? ¿Qué puedo hacer para no olvidarlo?

Escribir, compartir, orar, conversar… todo eso ayuda. Y sí, hay tecnología que también puede servir. Pero lo que más nos ayuda a recordar, creo yo, es cuando algo nos toca tan profundo que se vuelve parte de nosotros.

Hoy, más que nunca, el mundo necesita jóvenes que no olviden su esencia. Que no olviden su origen, su propósito, ni su voz. Porque la sociedad está llena de ruido, de infoxicación, de memoria fragmentada. Pero también está llena de oportunidades para dejar huella, para hacer que cada experiencia valga y que el olvido no sea más fuerte que el sentido.

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lunes, 11 de agosto de 2025

Cada clic deja huella: la otra cara del comercio digital



Sentir que el mundo te llama a vivir con verdad es un acto de valentía. Desde niño he reflexionado sobre el poder de nuestras decisiones cotidianas; ahora, como joven de 21 años, me detengo a pensar en algo que todos hemos abrazado con entusiasmo: el comercio electrónico. ¿Alguna vez te has detenido a pensar qué hay tras ese clic de “comprar ahora”? No hablo solo de conveniencia, sino de un impacto no inmediato, casi invisible, pero real: la contaminación generada por los envíos digitales que hoy inundan nuestro planeta.

La pandemia aceleró esta revolución. Pedidos que antes hacíamos en tiendas físicas ahora llegan a la puerta de la casa con solo pulsar un botón. Una alegría instantánea, sí, pero gobierna una doble cara: por un lado, evitamos desplazarnos —lo que en teoría reduce emisiones—, pero por otro, asume la responsabilidad de una logística compleja, empaques plásticos y una gestión de residuos cada vez más crítica en ciudades y océanos. En 2022, según Oceana, uno de los movimientos más veloces de mercado, con una cuota del 19 % del e‑commerce, desembocó en una alarmante cantidad de plásticos innecesarios que muchas veces ni siquiera se reciclan.

Imagínalo: una caja, varias capas de bolsas, piezas de poliestireno, el trajín de rutas de reparto y esa última milla que tanto celebramos. ¿Cuánto contamina en verdad? La primera vez que leí esas cifras supe que tenemos una gran deuda con nuestro planeta. No es solo un idealismo juvenil: es conciencia crítica. La energía que consume Amazon, Rappi o Mercado Libre para empaquetar, transportar y reciclar o desechar, significa CO₂ que vuela, plásticos en los mares y un incremento de residuos en nuestras ciudades. Y lo que es peor, muchas veces lo pagamos sin saberlo.

Pero no todo es oscurecer el panorama. El comercio electrónico tiene el potencial de transformarse. Si empezamos a exigir opciones —como envíos sin plástico, empaques reutilizables o compactos—, podemos, poco a poco, cambiar la industria. Legislar también es clave: como pasó en 29 estados de México y la CDMX, donde se prohibieron bolsas plásticas desechables, lo mismo debería aplicarse a los envoltorios inútiles de los envíos .

Mientras tanto, nosotros como consumidores tenemos el poder. Elegir envíos consolidados, agrupar pedidos, pedir que se evite el envoltorio sobrante. No es solo una compra: es un acto de responsabilidad con nuestro entorno. Y sí, también significa cuestionarnos ese impulso de gratificación rápida. ¿Lo necesitamos ya, o podemos esperar?

En este espacio reflexivo, resueno con mis otros rincones digitales. En El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, he escrito sobre cómo el día a día propone estas preguntas existenciales. En Mensajes Sabatinos destaco la pausa consciente; y en Amigo de… Ese ser supremo en el cual crees y confías, me conecto con una fuerza mayor que nos llama a cuidar la casa común. De verdad, te invito a revisitar algunos artículos —como el que publiqué en Bienvenido a mi blog sobre la mirada interna en decisiones cotidianas.

La urgencia de cuidar el planeta no es nueva, pero sí lo es nuestra actitud joven y comprometida. La contaminación digital —incluido este tipo de consumo— representa alrededor del 4 % de las emisiones globales de CO₂, que podrían multiplicarse por diez en una década si no actuamos. Cada clic cuenta, cada pedido iluminado o sostenido por conciencia tiene eco en el aire que respiramos.

Y no solo hablo de los plásticos físicos: también de la “contaminación digital” que supone nuestra voracidad por conexiones, aplicaciones, streaming… todo consume energía, se alimenta de infraestructuras intensivas y muchas aún dependen de fuentes fósiles . ¿Estás pensando ahora en cuántas pestañas dejaste abiertas hoy? Es señal de que podemos hacerlo mejor, desde decisiones personales hasta presionando a empresas y gobiernos por energías limpias y empaques sostenibles.

Luego me pregunto: ¿qué le diría mi yo de cinco años atrás a este momento de conciencia? “Estoy orgulloso de ti”, me diría. Porque reconocer la contradicción —entre comodidad y cuidado ambiental— es el primer paso para caminar hacia una verdadera responsabilidad colectiva.

Y aquí, amigo lector, viene el reto profundo: no se trata de renunciar a nuestros hábitos, sino transformarlos. Pedirle a las plataformas que ofrezcan opciones verdes. Apoyar leyes que prohíban envoltorios innecesarios. Elegir conscientemente. Conectarnos desde nuestra fe y nuestra conciencia con ese Ser supremo que me inspira a cuidar esta tierra que nos sustenta.


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— Juan Manuel Moreno Ocampo
A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.