viernes, 15 de agosto de 2025

Lo que heredamos, lo que olvidamos… y lo que aún podemos recordar


A veces no sabemos bien de dónde venimos, pero sí sentimos cuando algo no encaja. Nos pasa a muchos. Crecimos viendo vitrinas llenas de oro en museos, escuchando que eso “pertenece a todos los colombianos”, pero a la vez sin poder tocarlo, sin saber de verdad de dónde salió ni por qué está ahí. Como si las cosas pudieran contarse solas, sin contexto, sin dolor, sin historia.

Hace poco leí la nota de El Tiempo sobre las 13.000 piezas precolombinas que están almacenadas, casi como tesoros privados, en la casa de un marqués español en Bogotá. Y no lo voy a negar: me dolió. Me dolió no solo por lo simbólico, sino por lo que revela sobre nosotros mismos. Porque no es solo el tema del patrimonio ni de la cultura robada o prestada. Es la forma en que hemos aprendido a desconectarnos de nuestras raíces mientras glorificamos lo ajeno, lo europeo, lo que parece más “importante” porque suena a historia escrita desde afuera.

Crecí escuchando a mis abuelos contar historias de resistencia, de comunidades que alguna vez vivieron con el ritmo de la tierra, que creían en los ciclos, en el espíritu del agua y en la fuerza de los sueños. Pero también crecí viendo cómo en el colegio nos enseñaban que la “historia real” era la que empezó en 1492, como si antes de eso solo hubieran vivido sombras o piedras mudas.

Hoy, esas 13.000 piezas están allí, organizadas en estanterías, algunas sin clasificar, otras sin interpretar. Y aunque están en Bogotá, lo cierto es que están lejos de nosotros. Porque no basta con tenerlas cerca si no sabemos qué significan, si no reconocemos el valor espiritual, cultural y humano de cada una. No basta con decir que “son de todos” si están bajo llave, en manos privadas, contadas desde un lente extranjero que quizás no entiende —ni pretende entender— lo que esas piezas fueron y siguen siendo para quienes nacimos en esta tierra.

Y entonces me pregunto: ¿cuánto más estamos dispuestos a dejar pasar? ¿Cuántos símbolos más entregaremos sin preguntar? ¿Cuántas veces más diremos “eso no importa”, solo porque nadie nos enseñó a valorarlo?

Sé que hay personas que dirán que lo importante es el presente, el futuro, la innovación, la inteligencia artificial, el progreso. Y no los culpo. También soy parte de esta generación que vive pegada a una pantalla, que navega entre códigos, algoritmos y redes. Pero lo que muchos no ven es que no hay innovación sin identidad. No hay avance verdadero sin raíces profundas. Y cuando uno corta sus raíces, se vuelve más fácil de mover… y de manipular.

Desde lo más íntimo siento que cada pieza de esas 13.000 es como un fragmento de nuestra memoria que alguien guardó sin preguntarnos. Y más allá de los debates legales o académicos, hay un tema espiritual que a veces nadie menciona: cuando una cultura olvida sus símbolos, empieza a vaciarse por dentro.

Yo no quiero vivir vacío.

No quiero ser ese joven que solo sabe de su historia por lo que dicen los libros oficiales. Quiero ser parte de una generación que mira hacia atrás con respeto y hacia adelante con conciencia. Que se atreve a decir: “Esto me pertenece, no porque lo quiera poseer, sino porque me construye, me recuerda, me sostiene.”

Y no, no estoy hablando de nacionalismo barato ni de irnos contra todo lo que venga de afuera. Estoy hablando de equilibrio. De justicia simbólica. De sanar el alma colectiva reconociendo lo que nos fue arrebatado, pero también lo que aún podemos recuperar si lo hacemos desde el diálogo, desde el amor por lo propio, no desde el resentimiento.

También entiendo que hay matices. Que algunos coleccionistas han cuidado lo que el Estado ha descuidado. Que a veces la institucionalidad ha sido indiferente, ineficaz o incluso cómplice. Pero eso no significa que debamos resignarnos. Significa que necesitamos nuevas formas de hacer las cosas, de abrir espacios, de educar, de integrar. Y ahí, tal vez, la clave no está solo en los abogados ni en los políticos, sino en nosotros: los que escribimos, los que compartimos, los que sembramos conciencia desde la palabra, el arte, la tecnología o la conversación.

Hoy, después de leer esa historia, sentí algo muy claro: necesitamos volver a contar lo que somos. Necesitamos devolverle la voz a esas piezas, no solo a través de exposiciones, sino a través de lo que representan en lo cotidiano: formas de ver el mundo, de relacionarnos, de entender el tiempo, de habitar el territorio con sentido.

Hay un texto en Mensajes Sabatinos que habla sobre lo invisible que nos sostiene, sobre cómo a veces lo que no vemos nos da más fuerza que lo que mostramos. Y creo que eso es exactamente lo que ocurre con nuestro patrimonio ancestral: ha estado silenciado, pero sigue latiendo. Nos mira desde el fondo de vitrinas ajenas. Nos llama sin gritar. Espera sin exigir.

Este blog no es un reclamo. Es una invitación. A ver más allá del artículo, del titular, de la polémica. A preguntarnos qué tanto conocemos de nuestra historia, y qué tanto de lo que somos ha sido moldeado por silencios heredados. A buscar respuestas en los lugares más olvidados. A hablar con los abuelos. A visitar museos, pero también territorios. A estudiar, pero también a sentir. A reconciliar lo ancestral con lo actual. A dejar de ver estas piezas como objetos, y empezar a verlas como espejos.

No quiero que esta sea solo otra historia más que se lee y se olvida. Quiero que sea un detonante. Porque cuando uno se siente parte de algo más grande, empieza a vivir distinto. Y eso, al final, también es una forma de resistencia.

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jueves, 14 de agosto de 2025

Beber con sentido: cuando la Generación Z elige conciencia sobre costumbre



Mientras camino por el parque al atardecer, mi mente hace clic: la Generación Z, nacidos entre 1997 y 2012, está cambiando la forma en que bebemos, convivimos, consumimos... y conscientemente elegimos opciones más sanas. Pero, ¿qué hay detrás de ese cambio? ¿Y por qué nos importa a todos, especialmente a nosotros, que vivimos en un mundo cada vez más acelerado?

Un reciente informe de Revista I Alimentos revela una realidad fascinante: los jóvenes lideran el mercado de bebidas RTD (Ready-To-Drink) y bebidas no alcohólicas, pidiendo sabores innovadores, empaques sostenibles y experiencias más auténtico. Y no es solo una moda pasajera: en países como México y Colombia, estos productos crecen hasta un 35 % anual.

Esta tendencia me hace pensar en mi propia vida: cuando buscaba comunidad, me unía a un café con amigos; hoy muchos prefieren un seltzer sin alcohol, que les permite compartir sin perder el control ni enfrentar resacas. Un medio para conectarse sin sacrificar conciencia ni bienestar.

Yo también he hablado de algo parecido en Bienvenido a mi blog, donde exploro cómo integrar elecciones conscientes en nuestro día a día. Y en Amigo de… Ese ser supremo en el cual crees y confías, reflexiono sobre reconectar con lo esencial; escoger estas bebidas sanas puede ser un acto de respeto hacia nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestra espiritualidad.

Pero más allá de evitar copas nocturnas, hay un cambio cultural profundo: muchos de nosotros ya no bebemos por presión social ni por buscar pertenencia, sino para sentirnos plenos en cada momento. Somos, como dicen en El País, una generación que prioriza salud, estabilidad, y ambientes controlados —algunos hasta se identifican con el movimiento abstemio de “Templanza”.

También se habla de los “sobrio-curiosos”, personas que buscan sabores complejos sin la carga del alcohol. Me hace sentido, porque nuestras reuniones no necesitan descontrol para ser memorables. En Mensajes Sabatinos escribí sobre el valor del compartir consciente: antes era una charla infinita de copas, ahora es un encuentro sincero, sin máscaras ni resaca emocional.

Este fenómeno no solo ocurre en adolescentes: estamos hablando de un cambio generacional. Según Marketing Directo, la Z está consumiendo un 20 % menos alcohol que otras generaciones y demanda bebidas más saludables. Es decir, no es coyuntura: es redefinición cultural.

Pero no todo es salud. Detrás de esta tendencia hay una invitación a mirar la industria con mirada crítica: si elegimos RTD, que tengan empaques reciclables, ingredientes limpios y producción ética. Aquí cobra sentido el trabajo de TodoEnUno.NET, donde exploramos cómo las pequeñas decisiones cotidianas pueden transformar nuestro entorno. Cada elección de bebida puede ser un voto por un mundo más sostenible.

También en micontabilidadcom.blogspot.com se habla de presupuestos conscientes: elegir bebidas 0 % no es solo salud, también puede ser ahorro (menos gasto en resacas y salud). Aprenderemos a invertir mejor en emociones, no en efectos secundarios.

Y en organizaciontodoenuno.blogspot.com vemos cómo la estructura importa: escoger un RTD saludable implica planificar salidas, organizar reuniones conscientes, evitar improvisar con opciones menos cuidadas. Es un acto de organización emocional y social.

Claro, esta transformación tiene retos: como señala El País, el afán por ser siempre productivo y evitar excesos puede derivar en una hipersensibilidad al rendimiento, la soledad y ansiedad . ¿Qué tan equilibradas son estas decisiones? La respuesta no está en abstenerse, sino en comprendernos, darnos gracia, y recordar que también somos humanos.

Por eso, cerrar este círculo consciente también requiere comunidad. En mi blog El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo he explorado cómo conectar con otros desde la autenticidad, sin filtros. Y cada vez más, nuestras reuniones son limpias, con bebidas que nos nutren sin opacarnos.

Al final, lo que me resuena es que la Z está liderando algo que trasciende la bebida: está forjando una cultura de presencia, de consumo con sentido, de salud mental, emocional y espiritual. Una cultura joven que sabe que no todo lo que se celebra tiene que doler mañana.

Y esa, querido lector, es una razón para tener esperanza. Estamos sembrando una realidad en la que compartir no duele, cuidar no cuesta, y lo auténtico prevalece sobre lo efímero. Como me legaron mis mentores espirituales y mis blogs aliados, caminar con intención es el camino hacia una juventud consciente.

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miércoles, 13 de agosto de 2025

Cuando cuidar a tu mascota también te enseña a cuidarte


Sentir cómo el silencio roto por el lamento de una mascota me despierta, es parte de vivir de verdad. Desde muy joven aprendí que a los animales no se les puede mentir: una mirada apagada, un ladrido extraño o un maullido prolongado revelan mucho más que cualquier palabra. A mis 21 años, esa intuición me ha llevado a preguntarme: ¿por qué cada vez más perros y gatos desarrollan diabetes? Y, más importante aún, ¿qué nos está pidiendo el mundo a través de ellos?

La fuente principal que me inspiró este blog es un artículo reciente de Agronegocios que señala algo que aún no sabemos digerir del todo: “la diabetes afecta al menos a cinco de cada 1.000 perros y a tres de cada 1.000 gatos”. Es decir, estamos hablando de una realidad cada vez más común, que no solo golpea a nuestras mascotas, sino que también despierta preguntas sobre nuestra forma de vivir.

Cuando leo esa cifra, pienso inmediatamente en los paseos apresurados, en las sobras que solemos compartir, en la falta de ritmo, de estructura, de conciencia. Todo eso, al final, se refleja en la salud de otro ser vivo que depende de nosotros. Y sí, la dieta y el ejercicio son parte vital del tratamiento, pero ¿y si repensamos cómo integramos estas prácticas en nuestra propia vida?

Sumado a esto, la literatura médica —como el Merck Vet Manual— nos recuerda que en los perros, la diabetes suele requerir uso de insulina dos veces al día junto con cambios en la dieta, y en los gatos se recurre a insulina basal y dietas bajas en carbohidratos, alcanzando remisión en hasta el 90 % de los casos. Sin embargo, el desafío no está solo en suministrar insulina: es sostener una rutina amorosa y consciente que nutra al cuerpo y al espíritu de nuestras mascotas.

Y ante todo, me resuena una pregunta grande: ¿cómo este cuidado solidario puede reflejar nuestra propia escucha a lo esencial? Cuando me siento ante mi cuaderno y pienso en lo que escribí en El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo sobre la conexión entre cuidado interior y exterior, me doy cuenta de que enseñar disciplina a un perro con diabetes es también aprender a disciplinar la mente y el corazón. De la misma manera que cuidamos horarios de alimentación e insulina, podríamos aprender a cuidar horarios de descanso, meditación o lectura.

La charla con mi mentor espiritual me llevó a reflexionar sobre esto. En “Amigo de… Ese ser supremo en el cual crees y confías” he hablado de cómo nos desconectamos del cuidado interno cuando vivimos atados a la inmediatez. Preguntarte cada mañana: “¿qué necesito hoy para estar bien?” es tan importante como preguntarte: “¿qué alimento necesita mi mascota para no enfermar?”

También encuentro eco en experiencias familiares. En Mensajes Sabatinos dejé un texto sobre cómo mi papá caminaba con nuestra perra cada tarde sin falta: un ritual que incluía cuidado mutuo y silencio compartido. Hoy entiendo que esos paseos no eran solo ejercicio: eran prácticas de amor cotidiano. Lo sabía mi perro, lo sé yo. Y por eso, al ver cómo cada vez más mascotas desarrollan diabetes, siento una llamada profunda a reequilibrar nuestra mirada sobre la vida.

Claro, el diagnóstico no es el final, sino el comienzo de un camino. La American Veterinary Medical Association lo confirma: perros y gatos con diabetes pueden vivir felices y acompañados por años si reciben tratamiento, monitorización y ejercicio adecuados . Pero requieren dedicación, no indiferencia. Así que la diabetes no es una condena: es una invitación a estar presentes.

En un mundo en que todo acelera, en que llenar el carro de compras parece compartir amor, en que cada clic online nos adelanta gratificación, nuestras mascotas nos recuerdan el valor de la pausa, el ritmo, la rutina sensata. Como compartí en mi otro blog de organización empresarial organizaciontodoenuno.blogspot.com, la estructura importa: es la plataforma en la que florecen las decisiones conscientes.

Y en mi espacio de contabilidad (micontabilidadcom.blogspot.com), hablamos de cómo la disciplina diaria —sea financiera, emocional o física— crea ecos en nuestra realidad. Alimentar bien a tu gato con dieta ideal, medir su peso, monitorear su glucosa… es un acto de contabilidad del cuidado. Contar no solo pesos y gastos, sino gestos cotidianos.

Hay un dato que me impactó: si el dueño de un perro tiene diabetes tipo 2, hay un riesgo mayor de que el perro también la desarrolle, lo que sugiere que los hábitos de vida compartidos importan . No es una coincidencia, sino una llamada urgente a modificar rutinas en conjunto. Como familia somos ecos, somos ambiente. Al transformar nuestras mañanas, también mejoramos su vida, y viceversa.

Con los gatos pasa algo similar: muchos logran remisión si se detecta a tiempo y se administra una dieta alta en proteínas y baja en carbohidratos. Ahí veo una lección: la oportunidad está en el tiempo justo. Tanto en salud animal, como en nuestras decisiones personales. No esperemos a que todo se desencadene para actuar.

Por eso escribo este blog: para recordarnos que la compasión empieza en detalles. Un paseo extra, una croqueta escogida, un chequeo regular. Pero también: una charla profunda, un silencio atendido, una reflexión diaria. Si así cuidamos a nuestras mascotas, podemos aprender a cuidarnos a nosotros mismos.

Hoy quiero invitarte, más que a informarte, a reconocer que tus decisiones marcan un círculo: el animal que amas, tu cuerpo, tu mente, tu casa, tu comunidad. La diabetes en ellos no es solo cuestión veterinaria: es una metáfora viva. Nos dice: “frenemos el ruido, volvamos a lo esencial”

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martes, 12 de agosto de 2025

Lo que se borra… y lo que queda para siempre



A veces me pasa que abro una conversación vieja en WhatsApp y no recuerdo por qué dejé de hablar con esa persona. O que repaso los apuntes de hace un mes y apenas si me suenan familiares. No es que no haya estado presente en ese momento. Estaba. Anoté. Escuché. Sentí. Pero aún así, se me fue.

Y es ahí cuando me entra una mezcla de susto y fascinación por cómo funciona la mente. ¿Qué tanto de lo que vivimos se queda realmente con nosotros? ¿Y qué tanto simplemente… se borra?

Leyendo un artículo en Psyciencia sobre la curva del olvido —esa teoría que demuestra cómo, en cuestión de horas o días, olvidamos gran parte de lo que aprendemos si no lo reforzamos— sentí que algo se activaba en mí. No solo por lo académico. También por lo emocional, lo espiritual, lo humano.

Porque la verdad, lo que olvidamos no es solo información: también olvidamos promesas, momentos, lecciones que nos juramos no repetir. Y a veces, incluso, olvidamos lo que somos cuando dejamos de mirar hacia adentro.

La curva del olvido, como la explica Ebbinghaus, nos dice que después de solo un día, ya habremos olvidado más de la mitad de lo que aprendimos. A los dos días, mucho más. Si no hay repaso, si no hay vínculo, si no hay emoción, el conocimiento se evapora. Pero yo me pregunto: ¿y si también aplica a las relaciones, a la fe, a los sueños?

Con los años, he aprendido que el olvido no siempre es pérdida. A veces es protección. Otras veces, es una señal de que algo no tenía el peso que pensábamos. Pero también hay olvidos que duelen, que sentimos como traiciones a nosotros mismos. Como cuando dejamos de insistir en un propósito que alguna vez nos iluminó. O como cuando olvidamos agradecer por lo que ya tenemos.

En mi blog personal, El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo (https://juanmamoreno03.blogspot.com/), alguna vez escribí sobre cómo olvidamos lo esencial cuando nos perdemos en la rutina. Esa publicación sigue siendo uno de mis recordatorios internos favoritos, porque ahí también entendí que, aunque el olvido sea natural, la atención plena es una forma de resistencia. Resistirse a vivir en automático. Resistirse a que la vida se nos vuelva solo un historial de búsquedas, tareas hechas y recordatorios vencidos.

Hoy quiero compartirte algo que aprendí de mi abuelo: él anotaba todo. No solo las cuentas o las citas, sino también las emociones. Escribía en los márgenes de los libros lo que sentía al leer. Guardaba cartas que él mismo se enviaba. Yo pensaba que era una locura. Pero ahora lo entiendo: él estaba construyendo su propia red de recuerdos. Una forma de no dejar que la curva del olvido ganara la partida.

Y sí, podemos hablar de técnicas de estudio, mapas mentales, repaso espaciado… todo eso funciona. Pero lo que realmente hace que algo se quede en nosotros, es cuando lo vivimos con intensidad. Lo que se une a la emoción, al cuerpo, al espíritu… eso no se olvida. Tal vez por eso no se me olvida el olor de la casa de mi infancia, ni la canción que cantaba mi mamá cuando me despertaba. Tal vez por eso, también, cuando leo un Mensaje Sabatino como los que están en escritossabatinos.blogspot.com, siento que hay cosas que la memoria del alma guarda más profundo que cualquier método científico.

Ahora, si esto que olvidamos incluye datos personales, claves, decisiones financieras, ahí sí la cosa se complica más. Porque no recordar compromisos o vencimientos nos puede traer problemas. Y por eso celebro lo que hace mi familia desde micontabilidadcom.blogspot.com, ayudando a personas a recordar, registrar y organizar sus finanzas para que no se queden en el limbo del olvido.

Hay cosas que podemos permitirnos olvidar. Pero otras, merecen un esfuerzo especial para recordarlas. Y no solo con la cabeza, sino con el corazón. En Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com/), he reflexionado más de una vez sobre cómo también olvidamos hablar con Dios, cuando creemos que podemos solos. Nos desconectamos. Dejamos pasar días, semanas, y luego volvemos con el corazón roto a pedir dirección. ¿Y sabes qué es lo hermoso? Que el amor divino no tiene curva del olvido. Ahí sí que no hay decremento. Él siempre recuerda.

Quizás este blog sea una forma de recordar. Para ti, para mí. Una forma de dejar constancia. Una pausa entre tanta notificación para mirar hacia adentro y preguntarnos: ¿Qué de lo que he vivido merece ser recordado? ¿Qué puedo hacer para no olvidarlo?

Escribir, compartir, orar, conversar… todo eso ayuda. Y sí, hay tecnología que también puede servir. Pero lo que más nos ayuda a recordar, creo yo, es cuando algo nos toca tan profundo que se vuelve parte de nosotros.

Hoy, más que nunca, el mundo necesita jóvenes que no olviden su esencia. Que no olviden su origen, su propósito, ni su voz. Porque la sociedad está llena de ruido, de infoxicación, de memoria fragmentada. Pero también está llena de oportunidades para dejar huella, para hacer que cada experiencia valga y que el olvido no sea más fuerte que el sentido.

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lunes, 11 de agosto de 2025

Cada clic deja huella: la otra cara del comercio digital



Sentir que el mundo te llama a vivir con verdad es un acto de valentía. Desde niño he reflexionado sobre el poder de nuestras decisiones cotidianas; ahora, como joven de 21 años, me detengo a pensar en algo que todos hemos abrazado con entusiasmo: el comercio electrónico. ¿Alguna vez te has detenido a pensar qué hay tras ese clic de “comprar ahora”? No hablo solo de conveniencia, sino de un impacto no inmediato, casi invisible, pero real: la contaminación generada por los envíos digitales que hoy inundan nuestro planeta.

La pandemia aceleró esta revolución. Pedidos que antes hacíamos en tiendas físicas ahora llegan a la puerta de la casa con solo pulsar un botón. Una alegría instantánea, sí, pero gobierna una doble cara: por un lado, evitamos desplazarnos —lo que en teoría reduce emisiones—, pero por otro, asume la responsabilidad de una logística compleja, empaques plásticos y una gestión de residuos cada vez más crítica en ciudades y océanos. En 2022, según Oceana, uno de los movimientos más veloces de mercado, con una cuota del 19 % del e‑commerce, desembocó en una alarmante cantidad de plásticos innecesarios que muchas veces ni siquiera se reciclan.

Imagínalo: una caja, varias capas de bolsas, piezas de poliestireno, el trajín de rutas de reparto y esa última milla que tanto celebramos. ¿Cuánto contamina en verdad? La primera vez que leí esas cifras supe que tenemos una gran deuda con nuestro planeta. No es solo un idealismo juvenil: es conciencia crítica. La energía que consume Amazon, Rappi o Mercado Libre para empaquetar, transportar y reciclar o desechar, significa CO₂ que vuela, plásticos en los mares y un incremento de residuos en nuestras ciudades. Y lo que es peor, muchas veces lo pagamos sin saberlo.

Pero no todo es oscurecer el panorama. El comercio electrónico tiene el potencial de transformarse. Si empezamos a exigir opciones —como envíos sin plástico, empaques reutilizables o compactos—, podemos, poco a poco, cambiar la industria. Legislar también es clave: como pasó en 29 estados de México y la CDMX, donde se prohibieron bolsas plásticas desechables, lo mismo debería aplicarse a los envoltorios inútiles de los envíos .

Mientras tanto, nosotros como consumidores tenemos el poder. Elegir envíos consolidados, agrupar pedidos, pedir que se evite el envoltorio sobrante. No es solo una compra: es un acto de responsabilidad con nuestro entorno. Y sí, también significa cuestionarnos ese impulso de gratificación rápida. ¿Lo necesitamos ya, o podemos esperar?

En este espacio reflexivo, resueno con mis otros rincones digitales. En El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, he escrito sobre cómo el día a día propone estas preguntas existenciales. En Mensajes Sabatinos destaco la pausa consciente; y en Amigo de… Ese ser supremo en el cual crees y confías, me conecto con una fuerza mayor que nos llama a cuidar la casa común. De verdad, te invito a revisitar algunos artículos —como el que publiqué en Bienvenido a mi blog sobre la mirada interna en decisiones cotidianas.

La urgencia de cuidar el planeta no es nueva, pero sí lo es nuestra actitud joven y comprometida. La contaminación digital —incluido este tipo de consumo— representa alrededor del 4 % de las emisiones globales de CO₂, que podrían multiplicarse por diez en una década si no actuamos. Cada clic cuenta, cada pedido iluminado o sostenido por conciencia tiene eco en el aire que respiramos.

Y no solo hablo de los plásticos físicos: también de la “contaminación digital” que supone nuestra voracidad por conexiones, aplicaciones, streaming… todo consume energía, se alimenta de infraestructuras intensivas y muchas aún dependen de fuentes fósiles . ¿Estás pensando ahora en cuántas pestañas dejaste abiertas hoy? Es señal de que podemos hacerlo mejor, desde decisiones personales hasta presionando a empresas y gobiernos por energías limpias y empaques sostenibles.

Luego me pregunto: ¿qué le diría mi yo de cinco años atrás a este momento de conciencia? “Estoy orgulloso de ti”, me diría. Porque reconocer la contradicción —entre comodidad y cuidado ambiental— es el primer paso para caminar hacia una verdadera responsabilidad colectiva.

Y aquí, amigo lector, viene el reto profundo: no se trata de renunciar a nuestros hábitos, sino transformarlos. Pedirle a las plataformas que ofrezcan opciones verdes. Apoyar leyes que prohíban envoltorios innecesarios. Elegir conscientemente. Conectarnos desde nuestra fe y nuestra conciencia con ese Ser supremo que me inspira a cuidar esta tierra que nos sustenta.


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domingo, 10 de agosto de 2025

Más allá de la pantalla: encontrando lo real en la era digital



Hay algo que he aprendido en estos 21 años, algo que no siempre es fácil aceptar: la misma herramienta que usamos para conectarnos con el mundo puede ser la que nos encierra. Hablo de las redes sociales y los videojuegos, esos lugares virtuales que a veces se sienten más reales que la vida misma, pero que también pueden convertirse en una jaula de la que no sabemos cómo salir.

Yo he estado ahí. Lo confieso sin pena. Porque creo que solo podemos cambiar las cosas cuando hablamos de ellas sin miedo. He pasado horas frente a la pantalla, deslizando el dedo una y otra vez como si mi valor dependiera de un “me gusta” o de un nuevo nivel desbloqueado. Y aunque la tecnología tiene mucho de bueno —nos acerca a quienes queremos, nos permite aprender cosas que antes eran imposibles—, también tiene un lado oscuro que nadie nos enseña a enfrentar.

En mi blog personal, El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, suelo hablar de cómo la vida real es más rica que cualquier feed de Instagram. Pero sé que no basta con decirlo; hay que vivirlo. Porque todos, de una u otra forma, hemos sentido el magnetismo de las redes sociales o el deseo casi irracional de seguir jugando “solo un rato más”. Y lo más peligroso es que muchas veces ni siquiera lo notamos.

He leído que hay tratamientos que están ayudando a quienes ya no pueden poner un límite. Programas de desintoxicación digital, terapias psicológicas, aplicaciones que controlan el tiempo de uso… pero también he leído que nada de eso sirve si no hay un deseo real de recuperar el control. Porque el verdadero cambio no empieza con una aplicación, sino con una pregunta honesta: ¿qué estoy buscando en esa pantalla que no encuentro en mí?

Esa pregunta me la hice muchas veces, y no siempre me gustó la respuesta. Porque es duro admitir que a veces buscamos en las redes un refugio de las cosas que nos duelen o nos asustan. O que jugamos sin parar porque no queremos pensar en lo que no estamos logrando en la vida real. Pero la verdad —y me gusta pensar que la vida siempre encuentra la forma de enseñárnoslo— es que lo único que llena de verdad es lo que se vive sin pantallas de por medio.

En Mensajes Sabatinos, compartí una vez cómo los silencios son más valiosos que cualquier palabra vacía. Y eso se me quedó grabado: el silencio como un espacio para volver a escucharnos, para sentirnos sin filtros. Porque cuando estamos atrapados en la pantalla, no hay silencio, no hay pausa. Solo un ruido que no deja ver lo que somos.

También lo he sentido en los espacios que comparto con mi familia y mis amigos. Cuando logramos estar juntos sin distracciones, las conversaciones tienen un sabor distinto. No hay notificaciones que interrumpan, no hay fotos perfectas que tomar. Solo estamos nosotros, con nuestras historias reales y nuestros silencios compartidos. Y eso, aunque parezca pequeño, es más poderoso que cualquier juego o red social.

No estoy diciendo que dejemos la tecnología. No soy un romántico que quiere volver a los tiempos de las cartas y los telegramas. Pero sí creo que necesitamos recuperar el equilibrio. Que tenemos que aprender a usarla como un medio y no como un fin. Porque cuando la tecnología se convierte en el centro de nuestra vida, nos alejamos de lo que realmente importa.

En Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías, siempre hablo de cómo la espiritualidad puede ser una brújula. Y en este tema no es diferente. A veces, lo que necesitamos no es otro tratamiento, sino un regreso a lo esencial: preguntarnos para qué estamos aquí y qué queremos dejar cuando nos vayamos. Porque ninguna red social, ningún videojuego, tiene la respuesta a eso.

He visto que muchos jóvenes de mi edad sienten que si no están en línea, están perdiendo algo. Pero lo que más miedo me da es que no vean que lo que realmente pierden es el presente. La risa que no se comparte por estar chateando. El abrazo que se posterga por terminar “una partida más”. La mirada que se evita porque el brillo de la pantalla parece más interesante.

Por eso, creo que más que tratamientos, necesitamos valentía. La valentía de decir “ya basta” cuando sabemos que hemos cruzado el límite. La valentía de elegir el aire libre en vez de la pantalla. La valentía de mirarnos a los ojos y recordarnos que estamos vivos.


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sábado, 9 de agosto de 2025

El rincón sagrado de tu gato: cuando cuidar el arenero es también honrar la vida”



A veces pienso en cómo los detalles más pequeños son los que le dan sentido a todo. Cómo un simple arenero para gatos, algo que muchos pueden ver como una caja sin importancia, puede convertirse en un símbolo de lo que somos como personas y de cómo elegimos vivir.

He convivido con gatos desde que tengo memoria. Esos compañeros silenciosos y misteriosos que nos enseñan, sin decir una palabra, que la dignidad y el respeto empiezan en lo más íntimo. Y lo más íntimo, para un gato, es su espacio. Su refugio. Su lugar seguro. Por eso, pensar en el arenero no es solo una cuestión de limpieza o de estética; es un acto de cuidado profundo, de amor y de conciencia.

Hace poco vi un artículo que hablaba sobre los mejores espacios para ubicar el arenero y cómo eso ayuda a mantener la casa sin malos olores. Pero, más allá de los consejos prácticos, me quedé pensando en todo lo que eso significa. Porque un arenero bien ubicado no es solo un truco para tener la casa bonita. Es también una manera de decirle a ese ser que vive contigo: “Te respeto. Este también es tu hogar”.

Yo he aprendido que los gatos son grandes maestros de la independencia. No te piden permiso para ser quienes son. No necesitan que los complazcas con grandes gestos. Lo que más valoran es la coherencia: que lo que dices con tu voz, lo sostengas con tus acciones. Y en eso, el arenero es un ejemplo perfecto. Porque es un lugar privado, donde el gato puede ser vulnerable, sin sentirse invadido. Y ese respeto, cuando lo das, se refleja en todo lo demás.

En mi blog personal, El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, suelo escribir sobre cómo la vida nos enseña a través de las cosas más cotidianas. Y hoy quiero decirte que, si tienes un gato, no subestimes la importancia de elegir el espacio correcto para su arenero. No lo pongas en un rincón oscuro solo porque “no se ve”. No lo dejes cerca de donde come o donde duerme. Piensa en lo que necesita para sentirse seguro. Piensa en su paz.

Esa misma idea la exploré hace un tiempo en Bienvenido a mi Blog, donde reflexionaba sobre cómo lo más pequeño a veces refleja lo más grande. Porque así como cuidamos el arenero, deberíamos cuidar cada parte de nuestra vida: con atención, con respeto y con conciencia.

He leído que los expertos recomiendan tener un arenero por cada gato, más uno extra. Y que se debe ubicar en un lugar tranquilo, con buena ventilación y donde el gato tenga acceso fácil pero también privacidad. Puede parecer mucho, pero es lo mínimo que podemos hacer por esos compañeros que nos enseñan a estar presentes en el ahora.

En la espiritualidad que comparto en Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías, siempre vuelvo a la idea de que la vida es sagrada. No solo la humana, sino la de todos los seres que habitan este mundo con nosotros. Y un gato, con su mirada sabia y su silencio elocuente, es un recordatorio constante de eso. De que no todo tiene que ser dicho en voz alta para ser profundo.

A veces me pregunto si no nos estamos olvidando de lo que realmente importa. Si no estamos tan ocupados buscando soluciones rápidas o trucos “infalibles” que dejamos de ver lo esencial: la conexión real que tenemos con quienes comparten nuestro hogar. Porque sí, la ubicación del arenero puede parecer un detalle menor, pero en el fondo es un reflejo de algo mucho más grande: nuestra capacidad de escuchar, de observar y de responder con amor.

Por eso, más allá de las recomendaciones técnicas, quiero invitarte a que pienses en tu gato como un ser con necesidades tan importantes como las tuyas. Dale un espacio donde se sienta cómodo, donde no tenga miedo ni sienta estrés. Observa cómo eso cambia también tu relación con él, cómo crea un lazo más profundo y más honesto.

Y si no tienes gato pero estás leyendo esto, te invito a pensar en qué otras áreas de tu vida puedes aplicar esta misma conciencia. A veces, el respeto empieza en lo invisible. En lo que no se nota pero que lo sostiene todo.


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✒️ — Juan Manuel Moreno Ocampo
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