A veces pienso que la vida se mide en elecciones pequeñas que parecen insignificantes, pero que tienen un eco enorme. Como cuando decides no mirar hacia otro lado, aunque sea más cómodo. Esa decisión de detenerte frente a lo que incomoda, frente a lo que duele, es lo que cambia la historia.
Leía la historia de Brigitte Bardot, aquella actriz francesa que podría haberse quedado para siempre en el pedestal de la fama. Tenía todo: belleza, éxito, reconocimiento. Pero un día se cansó de los flashes, de los aplausos y de las sonrisas fingidas. Eligió otra cosa: eligió a los gatos, a los animales olvidados, a los ojos temblorosos que casi nadie quiere ver. Eligió ensuciarse las manos en lugar de mantenerlas impecables para las cámaras.
Y ahí me pregunté: ¿qué haría yo si estuviera en su lugar? Porque a los 21 años no tengo fama mundial ni alfombras rojas, pero sí tengo elecciones todos los días. Elijo si me quedo en la comodidad de lo conocido o si me arriesgo a mirar lo que duele, lo que me reta, lo que me obliga a cambiar.
He visto cómo la gente dice “me encantan los gatos” o “amo a los animales”, pero cuando se trata de acción, de cuidar, de rescatar, de asumir la incomodidad de un compromiso, pocos se atreven. Es más fácil quedarse en la frase bonita, en el gesto superficial. Pero si lo pienso bien, ¿de qué sirve un amor que no se convierte en hechos?
En mi casa aprendí que amar no es sentir bonito, es hacerse responsable. Mi abuelo solía decirme que no se trata de cuánto dices querer, sino de cuánto te levantas cuando nadie te ve para demostrarlo. Y creo que Bardot entendió eso: que la belleza sin propósito se marchita, que el éxito sin impacto se vacía.
Hoy vivimos en un mundo obsesionado con mostrar, con acumular seguidores, con construir una imagen impecable. Pero en el fondo muchos sentimos ese vacío de lo que no tiene raíz. Y me da vueltas la pregunta: ¿qué pasaría si todos eligiéramos incomodarnos un poco más? Si en lugar de solo publicar una foto con un gatito tierno en Instagram, decidiéramos apoyar un refugio, rescatar un animal abandonado o al menos ser coherentes con nuestras palabras.
Sé que no todos vamos a fundar una ONG ni tenemos recursos millonarios. Pero también sé que no hace falta. Basta con un gesto. Con dar de comer a ese gato callejero que merodea tu cuadra, con ser voluntario en una jornada de esterilización, con no mirar hacia otro lado. Es como dice un artículo que encontré en Organización Todo en Uno: cuando la acción se vuelve un hábito, deja de ser un sacrificio y se convierte en parte de tu identidad.
Hay quienes piensan que nada cambia con un solo acto. Pero he visto cómo cambia la vida de un animal cuando alguien decide tenderle la mano. Ese gato que estaba flaco, asustado, con los ojos llenos de miedo, y que ahora duerme tranquilo en un sillón. Ese perro que ya no tiene que rebuscar en la basura porque alguien lo adoptó. Y sí, puede sonar pequeño, pero es ahí donde el mundo empieza a cambiar.
Cuando miro estas historias, me doy cuenta de que en realidad no son solo sobre los animales, son sobre nosotros. Porque elegir el camino incómodo nos transforma también a nosotros. Nos humaniza, nos recuerda que todavía podemos sentir empatía en un mundo que corre el riesgo de volverse frío y automático. Y eso conecta mucho con lo que escribo en mi propio espacio, en mi blog personal, donde hablo de cómo las decisiones simples son las que van moldeando el corazón.
Creo que Bardot giró porque entendió que no se trata de cuánto nos aplauden, sino de a quiénes tocamos con lo que hacemos. Y esa reflexión me golpea fuerte porque, aunque yo no tenga una vida pública como la suya, sí tengo un círculo de decisiones que afectan a alguien: a mis amigos, a mi familia, a los animales que cruzan mi camino, a las personas que leen lo que escribo.
La pregunta es la misma para todos: ¿vamos a quedarnos cómodos, celebrando lo que decimos amar, o vamos a elegir lo incómodo y transformar aunque sea una vida?
Yo no quiero que mis palabras se queden estériles. No quiero que mi amor por los animales o por la gente sea solo discurso. Quiero que cada día, de a poco, se convierta en acciones que incomoden, que me saquen del guion fácil, que me recuerden que vivir con verdad es mucho más que recibir likes.
Y sí, la vida a veces te pide girar. Dejar el foco, como Bardot, y entrar en ese lugar donde nadie quiere ir, pero donde realmente se te necesita. Ahí es donde está el verdadero escenario.
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