lunes, 11 de agosto de 2025

Cada clic deja huella: la otra cara del comercio digital



Sentir que el mundo te llama a vivir con verdad es un acto de valentía. Desde niño he reflexionado sobre el poder de nuestras decisiones cotidianas; ahora, como joven de 21 años, me detengo a pensar en algo que todos hemos abrazado con entusiasmo: el comercio electrónico. ¿Alguna vez te has detenido a pensar qué hay tras ese clic de “comprar ahora”? No hablo solo de conveniencia, sino de un impacto no inmediato, casi invisible, pero real: la contaminación generada por los envíos digitales que hoy inundan nuestro planeta.

La pandemia aceleró esta revolución. Pedidos que antes hacíamos en tiendas físicas ahora llegan a la puerta de la casa con solo pulsar un botón. Una alegría instantánea, sí, pero gobierna una doble cara: por un lado, evitamos desplazarnos —lo que en teoría reduce emisiones—, pero por otro, asume la responsabilidad de una logística compleja, empaques plásticos y una gestión de residuos cada vez más crítica en ciudades y océanos. En 2022, según Oceana, uno de los movimientos más veloces de mercado, con una cuota del 19 % del e‑commerce, desembocó en una alarmante cantidad de plásticos innecesarios que muchas veces ni siquiera se reciclan.

Imagínalo: una caja, varias capas de bolsas, piezas de poliestireno, el trajín de rutas de reparto y esa última milla que tanto celebramos. ¿Cuánto contamina en verdad? La primera vez que leí esas cifras supe que tenemos una gran deuda con nuestro planeta. No es solo un idealismo juvenil: es conciencia crítica. La energía que consume Amazon, Rappi o Mercado Libre para empaquetar, transportar y reciclar o desechar, significa CO₂ que vuela, plásticos en los mares y un incremento de residuos en nuestras ciudades. Y lo que es peor, muchas veces lo pagamos sin saberlo.

Pero no todo es oscurecer el panorama. El comercio electrónico tiene el potencial de transformarse. Si empezamos a exigir opciones —como envíos sin plástico, empaques reutilizables o compactos—, podemos, poco a poco, cambiar la industria. Legislar también es clave: como pasó en 29 estados de México y la CDMX, donde se prohibieron bolsas plásticas desechables, lo mismo debería aplicarse a los envoltorios inútiles de los envíos .

Mientras tanto, nosotros como consumidores tenemos el poder. Elegir envíos consolidados, agrupar pedidos, pedir que se evite el envoltorio sobrante. No es solo una compra: es un acto de responsabilidad con nuestro entorno. Y sí, también significa cuestionarnos ese impulso de gratificación rápida. ¿Lo necesitamos ya, o podemos esperar?

En este espacio reflexivo, resueno con mis otros rincones digitales. En El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, he escrito sobre cómo el día a día propone estas preguntas existenciales. En Mensajes Sabatinos destaco la pausa consciente; y en Amigo de… Ese ser supremo en el cual crees y confías, me conecto con una fuerza mayor que nos llama a cuidar la casa común. De verdad, te invito a revisitar algunos artículos —como el que publiqué en Bienvenido a mi blog sobre la mirada interna en decisiones cotidianas.

La urgencia de cuidar el planeta no es nueva, pero sí lo es nuestra actitud joven y comprometida. La contaminación digital —incluido este tipo de consumo— representa alrededor del 4 % de las emisiones globales de CO₂, que podrían multiplicarse por diez en una década si no actuamos. Cada clic cuenta, cada pedido iluminado o sostenido por conciencia tiene eco en el aire que respiramos.

Y no solo hablo de los plásticos físicos: también de la “contaminación digital” que supone nuestra voracidad por conexiones, aplicaciones, streaming… todo consume energía, se alimenta de infraestructuras intensivas y muchas aún dependen de fuentes fósiles . ¿Estás pensando ahora en cuántas pestañas dejaste abiertas hoy? Es señal de que podemos hacerlo mejor, desde decisiones personales hasta presionando a empresas y gobiernos por energías limpias y empaques sostenibles.

Luego me pregunto: ¿qué le diría mi yo de cinco años atrás a este momento de conciencia? “Estoy orgulloso de ti”, me diría. Porque reconocer la contradicción —entre comodidad y cuidado ambiental— es el primer paso para caminar hacia una verdadera responsabilidad colectiva.

Y aquí, amigo lector, viene el reto profundo: no se trata de renunciar a nuestros hábitos, sino transformarlos. Pedirle a las plataformas que ofrezcan opciones verdes. Apoyar leyes que prohíban envoltorios innecesarios. Elegir conscientemente. Conectarnos desde nuestra fe y nuestra conciencia con ese Ser supremo que me inspira a cuidar esta tierra que nos sustenta.


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domingo, 10 de agosto de 2025

Más allá de la pantalla: encontrando lo real en la era digital



Hay algo que he aprendido en estos 21 años, algo que no siempre es fácil aceptar: la misma herramienta que usamos para conectarnos con el mundo puede ser la que nos encierra. Hablo de las redes sociales y los videojuegos, esos lugares virtuales que a veces se sienten más reales que la vida misma, pero que también pueden convertirse en una jaula de la que no sabemos cómo salir.

Yo he estado ahí. Lo confieso sin pena. Porque creo que solo podemos cambiar las cosas cuando hablamos de ellas sin miedo. He pasado horas frente a la pantalla, deslizando el dedo una y otra vez como si mi valor dependiera de un “me gusta” o de un nuevo nivel desbloqueado. Y aunque la tecnología tiene mucho de bueno —nos acerca a quienes queremos, nos permite aprender cosas que antes eran imposibles—, también tiene un lado oscuro que nadie nos enseña a enfrentar.

En mi blog personal, El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, suelo hablar de cómo la vida real es más rica que cualquier feed de Instagram. Pero sé que no basta con decirlo; hay que vivirlo. Porque todos, de una u otra forma, hemos sentido el magnetismo de las redes sociales o el deseo casi irracional de seguir jugando “solo un rato más”. Y lo más peligroso es que muchas veces ni siquiera lo notamos.

He leído que hay tratamientos que están ayudando a quienes ya no pueden poner un límite. Programas de desintoxicación digital, terapias psicológicas, aplicaciones que controlan el tiempo de uso… pero también he leído que nada de eso sirve si no hay un deseo real de recuperar el control. Porque el verdadero cambio no empieza con una aplicación, sino con una pregunta honesta: ¿qué estoy buscando en esa pantalla que no encuentro en mí?

Esa pregunta me la hice muchas veces, y no siempre me gustó la respuesta. Porque es duro admitir que a veces buscamos en las redes un refugio de las cosas que nos duelen o nos asustan. O que jugamos sin parar porque no queremos pensar en lo que no estamos logrando en la vida real. Pero la verdad —y me gusta pensar que la vida siempre encuentra la forma de enseñárnoslo— es que lo único que llena de verdad es lo que se vive sin pantallas de por medio.

En Mensajes Sabatinos, compartí una vez cómo los silencios son más valiosos que cualquier palabra vacía. Y eso se me quedó grabado: el silencio como un espacio para volver a escucharnos, para sentirnos sin filtros. Porque cuando estamos atrapados en la pantalla, no hay silencio, no hay pausa. Solo un ruido que no deja ver lo que somos.

También lo he sentido en los espacios que comparto con mi familia y mis amigos. Cuando logramos estar juntos sin distracciones, las conversaciones tienen un sabor distinto. No hay notificaciones que interrumpan, no hay fotos perfectas que tomar. Solo estamos nosotros, con nuestras historias reales y nuestros silencios compartidos. Y eso, aunque parezca pequeño, es más poderoso que cualquier juego o red social.

No estoy diciendo que dejemos la tecnología. No soy un romántico que quiere volver a los tiempos de las cartas y los telegramas. Pero sí creo que necesitamos recuperar el equilibrio. Que tenemos que aprender a usarla como un medio y no como un fin. Porque cuando la tecnología se convierte en el centro de nuestra vida, nos alejamos de lo que realmente importa.

En Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías, siempre hablo de cómo la espiritualidad puede ser una brújula. Y en este tema no es diferente. A veces, lo que necesitamos no es otro tratamiento, sino un regreso a lo esencial: preguntarnos para qué estamos aquí y qué queremos dejar cuando nos vayamos. Porque ninguna red social, ningún videojuego, tiene la respuesta a eso.

He visto que muchos jóvenes de mi edad sienten que si no están en línea, están perdiendo algo. Pero lo que más miedo me da es que no vean que lo que realmente pierden es el presente. La risa que no se comparte por estar chateando. El abrazo que se posterga por terminar “una partida más”. La mirada que se evita porque el brillo de la pantalla parece más interesante.

Por eso, creo que más que tratamientos, necesitamos valentía. La valentía de decir “ya basta” cuando sabemos que hemos cruzado el límite. La valentía de elegir el aire libre en vez de la pantalla. La valentía de mirarnos a los ojos y recordarnos que estamos vivos.


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sábado, 9 de agosto de 2025

El rincón sagrado de tu gato: cuando cuidar el arenero es también honrar la vida”



A veces pienso en cómo los detalles más pequeños son los que le dan sentido a todo. Cómo un simple arenero para gatos, algo que muchos pueden ver como una caja sin importancia, puede convertirse en un símbolo de lo que somos como personas y de cómo elegimos vivir.

He convivido con gatos desde que tengo memoria. Esos compañeros silenciosos y misteriosos que nos enseñan, sin decir una palabra, que la dignidad y el respeto empiezan en lo más íntimo. Y lo más íntimo, para un gato, es su espacio. Su refugio. Su lugar seguro. Por eso, pensar en el arenero no es solo una cuestión de limpieza o de estética; es un acto de cuidado profundo, de amor y de conciencia.

Hace poco vi un artículo que hablaba sobre los mejores espacios para ubicar el arenero y cómo eso ayuda a mantener la casa sin malos olores. Pero, más allá de los consejos prácticos, me quedé pensando en todo lo que eso significa. Porque un arenero bien ubicado no es solo un truco para tener la casa bonita. Es también una manera de decirle a ese ser que vive contigo: “Te respeto. Este también es tu hogar”.

Yo he aprendido que los gatos son grandes maestros de la independencia. No te piden permiso para ser quienes son. No necesitan que los complazcas con grandes gestos. Lo que más valoran es la coherencia: que lo que dices con tu voz, lo sostengas con tus acciones. Y en eso, el arenero es un ejemplo perfecto. Porque es un lugar privado, donde el gato puede ser vulnerable, sin sentirse invadido. Y ese respeto, cuando lo das, se refleja en todo lo demás.

En mi blog personal, El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, suelo escribir sobre cómo la vida nos enseña a través de las cosas más cotidianas. Y hoy quiero decirte que, si tienes un gato, no subestimes la importancia de elegir el espacio correcto para su arenero. No lo pongas en un rincón oscuro solo porque “no se ve”. No lo dejes cerca de donde come o donde duerme. Piensa en lo que necesita para sentirse seguro. Piensa en su paz.

Esa misma idea la exploré hace un tiempo en Bienvenido a mi Blog, donde reflexionaba sobre cómo lo más pequeño a veces refleja lo más grande. Porque así como cuidamos el arenero, deberíamos cuidar cada parte de nuestra vida: con atención, con respeto y con conciencia.

He leído que los expertos recomiendan tener un arenero por cada gato, más uno extra. Y que se debe ubicar en un lugar tranquilo, con buena ventilación y donde el gato tenga acceso fácil pero también privacidad. Puede parecer mucho, pero es lo mínimo que podemos hacer por esos compañeros que nos enseñan a estar presentes en el ahora.

En la espiritualidad que comparto en Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías, siempre vuelvo a la idea de que la vida es sagrada. No solo la humana, sino la de todos los seres que habitan este mundo con nosotros. Y un gato, con su mirada sabia y su silencio elocuente, es un recordatorio constante de eso. De que no todo tiene que ser dicho en voz alta para ser profundo.

A veces me pregunto si no nos estamos olvidando de lo que realmente importa. Si no estamos tan ocupados buscando soluciones rápidas o trucos “infalibles” que dejamos de ver lo esencial: la conexión real que tenemos con quienes comparten nuestro hogar. Porque sí, la ubicación del arenero puede parecer un detalle menor, pero en el fondo es un reflejo de algo mucho más grande: nuestra capacidad de escuchar, de observar y de responder con amor.

Por eso, más allá de las recomendaciones técnicas, quiero invitarte a que pienses en tu gato como un ser con necesidades tan importantes como las tuyas. Dale un espacio donde se sienta cómodo, donde no tenga miedo ni sienta estrés. Observa cómo eso cambia también tu relación con él, cómo crea un lazo más profundo y más honesto.

Y si no tienes gato pero estás leyendo esto, te invito a pensar en qué otras áreas de tu vida puedes aplicar esta misma conciencia. A veces, el respeto empieza en lo invisible. En lo que no se nota pero que lo sostiene todo.


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viernes, 8 de agosto de 2025

Un futuro que empieza con lo esencial: la sal como motor de cambio energético



La vida nos enseña que a veces lo más simple es lo que puede transformarlo todo. Lo pienso cada vez que veo cómo la sal, algo que hemos tenido siempre al alcance de la mano, puede convertirse en la chispa para mover al mundo de otra forma. Las baterías de sal son un ejemplo claro de eso: un recordatorio de que, aunque vivimos en tiempos de tecnología avanzada y materiales futuristas, las respuestas más poderosas pueden estar en lo más cotidiano.

Este tema me tocó especialmente porque me hace recordar la historia de mi familia y cómo siempre me enseñaron que los grandes cambios empiezan por ver las cosas pequeñas con nuevos ojos. Cuando escuché que China está apostando por baterías de sal para almacenar energía de manera más sostenible, no pude evitar preguntarme: ¿qué otras cosas sencillas y humildes estamos ignorando, que podrían ser la clave para un futuro mejor?

En mi generación, donde la tecnología y la sostenibilidad son casi sinónimos de esperanza, estas noticias son como un faro. Las baterías de sal no solo son un avance técnico; son un símbolo de que podemos encontrar en la naturaleza, y en lo que damos por sentado, las piezas que necesitamos para reconstruir nuestro presente y nuestro mañana.

He leído que estas baterías funcionan con cloruro sódico, algo tan común como la sal de cocina, y que están marcando un camino alternativo a las baterías de litio, que aunque eficientes, tienen un impacto ambiental y social enorme. Desde la extracción hasta la disposición final, el litio y otros metales críticos han alimentado una fiebre de recursos que, en muchos casos, deja más daño que progreso. Las baterías de sal, en cambio, representan la posibilidad de un ciclo más limpio y justo, una economía que no saquea sino que reutiliza lo esencial.

Me parece inspirador que esta nueva apuesta venga de un país como China, que durante años fue visto solo como un gigante contaminante. Ahora, esa misma nación está cambiando las reglas del juego y demostrando que la innovación puede nacer de la voluntad de corregir errores y de la necesidad urgente de encontrar otro camino. Y creo que esto es algo que, como joven colombiano, me toca directamente.

Porque aquí también estamos parados en la frontera entre el pasado y el futuro. En mis conversaciones con amigos, en los textos que escribo en mi blog personal o en el espacio de reflexiones de Bienvenido a mi Blog, siempre vuelvo a la idea de que tenemos una responsabilidad: no solo criticar lo que está mal, sino crear algo mejor con lo que tenemos. Como cuando hablo en Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías sobre cómo la espiritualidad puede guiar nuestro consumo, o en Mensajes Sabatinos sobre cómo la gratitud empieza por ver lo esencial.

Las baterías de sal me parecen una metáfora viva de esa visión: no es magia, no es algo que nunca existió. Es la decisión de usar lo que ya está aquí de forma más sabia. Y me pregunto: ¿qué otras soluciones podríamos encontrar si miramos con humildad lo que nos rodea?

A veces siento que estamos atrapados en una carrera por encontrar “lo más nuevo” o “lo más impresionante”. Pero me doy cuenta de que el verdadero progreso está en simplificar, en aprender a ver el valor real de lo que parecía ordinario. Como la sal, que por siglos fue símbolo de intercambio, de riqueza y hasta de purificación. Hoy, puede ser también el símbolo de un nuevo pacto con la naturaleza.

Esto no quiere decir que sea fácil. Las baterías de sal, aunque tienen muchas ventajas, todavía enfrentan retos para escalar su producción y competir con las tecnologías dominantes. Pero incluso ahí encuentro una lección: no todo lo que vale la pena será fácil o rápido. A veces, las soluciones más sabias necesitan paciencia y la convicción de que podemos construir un futuro diferente, paso a paso.

Cuando pienso en esto, también me acuerdo de los debates que se dan en espacios como Organización Empresarial TodoEnUno.NET sobre cómo las empresas deben asumir su papel en el mundo que habitamos. Porque no basta con que las baterías sean más limpias; necesitamos que la economía que las rodea también sea ética, justa y humana.

Siento que hablar de baterías de sal no es solo un tema de tecnología. Es un tema de cómo queremos vivir. De cómo entendemos nuestra relación con el planeta. De cómo miramos hacia adelante sin olvidar que la verdadera innovación está en cuidar lo esencial. Y también de cómo podemos, como jóvenes, tomar decisiones que estén alineadas con nuestra conciencia.

A veces, cuando escribo, me gusta cerrar los ojos y pensar en cómo quiero que sea el mundo dentro de 20 años. No veo solo autos eléctricos y ciudades inteligentes. Veo comunidades que confían más en lo que tienen cerca, que no necesitan explotar la naturaleza hasta exprimirla. Veo personas que entienden que el poder no está en tener más, sino en usar mejor lo que tenemos.

Y ahí, las baterías de sal son casi un símbolo de algo más grande: que el cambio real empieza cuando dejamos de despreciar lo que está al alcance de la mano. Cuando le damos valor a lo que parecía simple. Y cuando entendemos que todo lo que somos —lo que cargamos, lo que soñamos, lo que compartimos— puede transformarse si lo vemos con respeto y con amor.

Por eso hoy quería escribir esto. Porque sé que no soy el único que se pregunta cómo hacer que el progreso no nos arrastre, sino que nos eleve. Sé que hay más voces allá afuera que están listas para apostar por lo esencial. Que están listas para ver en la sal, en el agua, en el aire, el futuro que merecemos.

Imagen para el blog:
Un joven sentado en un parque tranquilo, rodeado de naturaleza. Tiene una batería de sal en la mano y la sostiene con curiosidad y esperanza. La luz del atardecer lo ilumina, simbolizando la transición entre lo antiguo y lo nuevo, la conexión entre la tierra y la innovación. Estilo realista, con un toque cálido y emotivo.


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jueves, 7 de agosto de 2025

El arte de cuidar desde la distancia: la telemedicina veterinaria como oportunidad de negocio y humanidad



A veces me pregunto cómo nos conectamos con el mundo más allá de lo que vemos. Cómo, con cada paso que damos en el presente, también tocamos algo más grande que nosotros: la vida que late en todos los seres, incluso en aquellos que no tienen voz pero que nos miran con la misma fuerza de la vida misma.

Hace poco leí sobre la telemedicina veterinaria y no pude evitar pensar en esa conexión invisible que une nuestros corazones con los de los animales. Porque no se trata solo de un negocio o una oportunidad para ganar dinero. Se trata de aprender a cuidar de los otros, incluso a distancia, usando la tecnología como puente y no como barrera.

¿Te has detenido a pensar en cómo la vida nos está pidiendo que nos adaptemos, que escuchemos las necesidades de quienes nos rodean, más allá de nuestras ganas de acumular o de que todo sea para nosotros? Yo creo que este tema es un espejo de lo que está pasando con nuestra conciencia colectiva: nos estamos dando cuenta de que los negocios pueden ser también un acto de servicio, un acto de empatía. Y que el cuidado animal es parte de esa responsabilidad compartida que tenemos con el planeta.

Recuerdo que cuando era niño, mis abuelos me contaban historias de cómo se hacían las cosas antes. Todo era físico, todo era cara a cara. Pero ahora, a mis 21 años, vivo en un mundo que me exige moverme con rapidez y adaptarme sin perder la esencia de lo que me enseñaron. La telemedicina veterinaria me parece una de esas formas nuevas de estar cerca, incluso cuando la distancia parece decir lo contrario.

Lo más interesante es que no necesitas ser un veterinario para sentirte llamado por este mundo. Puedes ser un amante de los animales, alguien que entiende que detrás de cada ladrido o maullido hay una vida que merece respeto. Puedes ser un comunicador, un programador, o alguien que simplemente quiere darle forma a sus sueños de una manera que ayude a otros.

Porque el negocio de la telemedicina veterinaria es mucho más que videollamadas y consultas. Es una puerta a la creatividad y a la empatía. Una manera de hacer que la tecnología no nos aleje, sino que nos acerque. He visto cómo muchas personas empiezan con miedo, pensando que sin un local físico no pueden hacer nada. Pero la verdad es que hoy en día, las barreras se están cayendo. Si tienes un celular, una computadora y un corazón dispuesto a aprender, ya tienes la mitad del camino recorrido.

Me impacta también saber que este sector crece año tras año. Más de 130 millones de dólares en 2022, y se espera que pase los 750 millones en 2032. Pero para mí, más allá de los números, lo que importa es la transformación que esto trae para los animales y sus cuidadores. Imagínate la tranquilidad que siente alguien que no puede mover a su gato anciano, pero que igual puede hablar con un veterinario y encontrar soluciones reales. O la esperanza que siente alguien que adopta un perro y necesita ayuda para educarlo sin que eso implique un viaje largo o costoso.

Esa es la parte humana detrás de la tecnología. Y siento que mi generación tiene un papel muy importante aquí: no repetir los errores de los que vieron a la tecnología solo como un negocio, sin corazón. Nosotros podemos hacer las cosas de otra manera. Podemos crear plataformas que no sean solo una pantalla fría, sino un espacio para escuchar, para aprender y para acompañar. Un espacio donde los animales y sus familias se sientan vistos, aunque sea a través de un pixel.

En mi blog personal, El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, he compartido muchas veces cómo creo que la tecnología puede ser una herramienta de transformación. Y esto que estoy escribiendo hoy es un ejemplo vivo de eso. Así como lo mencioné en Bienvenido a mi blog, donde hablo de cómo cada paso que damos puede ser una forma de oración, pienso que cada consulta online es también una forma de honrar la vida.

Claro que no todo es tan fácil como suena. Hay retos. El cumplimiento legal, por ejemplo: muchos países no permiten que se receten medicamentos sin un examen físico previo. O la necesidad de cuidar la forma en que nos comunicamos, para que el calor humano no se pierda en la pantalla. Pero me parece que todos esos retos son también oportunidades para que pongamos la conciencia en el centro. Para que no nos olvidemos de que al otro lado hay alguien que confía en nosotros, y un animal que no puede decir lo que siente pero lo muestra con cada mirada.

Me gusta pensar que emprender en este sector es como una extensión de lo que somos como personas. Si eres veterinario, puedes usar tus conocimientos para dar segundas opiniones, para hacer seguimientos posoperatorios que ayuden a sanar más rápido. Si eres educador o etólogo, la teleconducta es una herramienta poderosa para evitar que las familias renuncien a sus animales por problemas de comportamiento. Y si eres como yo, un soñador que siempre quiere construir puentes, puedes pensar en crear un marketplace donde todas estas personas se encuentren y se potencien mutuamente.

El negocio veterinario online no tiene por qué ser solo un negocio. Puede ser también un movimiento. Un espacio donde las historias de transformación sean el motor y no solo el resultado. Donde cada sesión sea un acto de cuidado y de respeto por la vida. Como lo decía en Mensajes Sabatinos, a veces las soluciones más grandes vienen cuando dejamos de pensar solo en el beneficio propio y empezamos a ver cómo podemos ayudar a otros a florecer.

Quizá ahora mismo estás leyendo esto y pensando: “pero yo no tengo el conocimiento técnico, ¿qué puedo hacer?”. Y te entiendo. No todos nacimos para ser veterinarios o expertos en etología. Pero todos nacimos con la posibilidad de aprender, de unir fuerzas con otros y de aportar lo que somos. Puedes ser la persona que ayude a construir la plataforma, o el que se encargue de que la comunicación sea cercana, o el que inspire a más personas a unirse a este cambio.

La vida me ha enseñado que a veces no hay que esperar a tener todo claro para dar el primer paso. La claridad llega cuando empiezas a caminar. Si esto te llama la atención, investiga, pregunta, conecta. No tienes que hacerlo solo. Hoy más que nunca, hay comunidades como Organización Empresarial TodoEnUno.NET que ayudan a dar forma a las ideas y a hacerlas realidad. Y no estás solo: siempre habrá personas dispuestas a compartir lo que saben y a caminar contigo.

Yo me quedo con la idea de que el negocio veterinario, en esta forma digital y flexible, nos enseña mucho sobre la vida misma. Nos recuerda que no todo lo valioso tiene que ser presencial para ser real. Que el amor y el cuidado pueden viajar a través de la pantalla si lo hacemos con honestidad. Y que la tecnología, bien usada, puede ser un puente que salve vidas y construya sueños.

¿Te imaginas un mundo donde todos los que aman a los animales encuentren un espacio para ayudar y ser ayudados? Yo sí. Y quiero que tú también lo veas. Porque al final, todo lo que construimos desde el corazón termina por encontrar eco en la vida misma.


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miércoles, 6 de agosto de 2025

El turismo que late con cuatro patas



Siempre me ha parecido curioso cómo la forma en que nos relacionamos con los animales dice tanto de nosotros mismos. Desde que era niño, he sentido que los perros son algo más que compañeros de vida: son espejos, maestros, y a veces, la fuerza que nos recuerda lo que significa confiar y soltar. Ahora, cuando escucho sobre el turismo con perros en libertad, siento que no es solo un tema de viajes o de destinos: es una pregunta sobre la libertad y la conexión real que tenemos con los que amamos, y con lo que somos.

Porque viajar con perros no es solo cargar una maleta y buscar un lugar bonito. Es entender que esos seres que corren felices por la playa o la montaña no son “mascotas” en el sentido clásico, sino almas que nos acompañan en el viaje de conocernos a nosotros mismos. Ellos no entienden de destinos turísticos ni de agendas de viaje: entienden del presente, del ahora. Y cuando los vemos moverse con esa alegría casi salvaje, nos recuerdan algo que a veces olvidamos en la rutina: que la libertad no es solo un derecho, sino una forma de existir.

Hay algo que me quedó grabado de una caminata que hice con mi perro, hace unos años. Era un lugar sencillo, un sendero de tierra entre árboles, sin señales ni planes. Lo vi correr adelante, detenerse, oler cada rama, cada flor, y volver a buscarme con los ojos brillantes. En ese momento entendí que la felicidad —la de él y la mía— estaba ahí, en ese instante compartido. Sin pretensiones, sin más pretensión que respirar y sentir que estábamos vivos. Esa lección me sigue acompañando.

Hoy en día, cuando veo cómo crece el turismo con perros, pienso que es también una respuesta a un mundo que muchas veces nos pide desconectarnos de la naturaleza, de la ternura y de la simpleza. Viajar con perros en libertad no es solo un estilo de viaje: es un acto de resistencia y de amor. Porque no se trata solo de permitirles correr: se trata de darnos el permiso de correr con ellos, de recuperar la curiosidad que a veces perdemos.

Me hace pensar en algo que escribí en el blog Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías. Hablaba de cómo la espiritualidad se vive en lo cotidiano: en cada respiración, en cada mirada limpia, en cada abrazo sin palabras. Y creo que eso aplica también a cómo viajamos con nuestros perros: cuando nos quitamos la idea de “tener que” y nos entregamos al “poder ser”. Porque viajar con ellos es aprender a escuchar sin expectativas, a descubrir sin prisa, a compartir sin miedo.

Pero también siento que hay una responsabilidad que a veces olvidamos. Porque la libertad no significa hacer lo que queramos sin pensar en el otro. Significa entender que nuestros perros son seres con emociones, con límites, con miedos. Y que cuando viajamos con ellos, debemos cuidar su bienestar tanto como el nuestro. No todos los perros disfrutan lo mismo; no todos están preparados para largas caminatas o ríos helados. Escuchar su cuerpo, sus miradas, sus pausas, es tan importante como elegir el mejor sendero.

La libertad es un regalo, pero también un compromiso. Y creo que, como generación, tenemos el desafío de crear formas de turismo que no sean solo para “disfrutar”, sino para respetar. Que no vean a los perros como accesorios para fotos bonitas, sino como compañeros de vida que merecen respeto y cuidado.

Viajando con mi perro aprendí que las mejores rutas no están en Google Maps, sino en el corazón. Que los mejores paisajes son los que descubrimos cuando dejamos de lado el reloj y la señal del celular, y nos conectamos con lo que realmente importa. Y que los mejores recuerdos no siempre son los más espectaculares, sino los más auténticos.

Me emociona ver que más personas quieren compartir sus aventuras con sus perros. Porque eso significa que estamos volviendo a valorar la compañía y la naturaleza. Pero me gustaría que recordáramos siempre que la libertad no es solo para ellos: es para nosotros también. Para romper las jaulas que nos creamos con el trabajo, las preocupaciones y las apariencias. Para recordar que la vida —igual que el amor— es un camino que se disfruta más cuando se comparte con los que corren a nuestro lado, sin miedo y con el corazón abierto.

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martes, 5 de agosto de 2025

Por qué sentimos tanto y tan distinto?


Hay algo que siempre me ha inquietado y, al mismo tiempo, me ha hecho sentir profundamente humano: las emociones. No esas emociones que describen los libros o las películas, sino las que sentimos de verdad, las que se nos clavan en el pecho y nos cambian la manera de ver el mundo. Desde niño, me preguntaba por qué a veces la tristeza me parecía tan necesaria como la alegría. O por qué el miedo me obligaba a detenerme, mientras la rabia me daba fuerzas para seguir.

Hace poco volví a ver Intensamente, esa película que nos muestra de forma tan simple y tan profunda lo que pasa dentro de nosotros. Y ahora que se habla de la segunda parte, con nuevas emociones como la ansiedad y la vergüenza, me di cuenta de algo que me revolvió el corazón: somos un universo emocional que no termina nunca de expandirse. Cada día, cada momento, cada persona que nos toca o nos rompe, deja una marca invisible en nuestras emociones, que a su vez marcan nuestras células, nuestros pensamientos y hasta nuestras decisiones más pequeñas.

Lo curioso es que la ciencia está cada vez más interesada en entender cómo funciona ese universo invisible. Y aunque nos hablan de circuitos neuronales, neurotransmisores y patrones cerebrales, yo creo que lo más importante no es lo que la ciencia puede medir, sino lo que nosotros podemos vivir. Porque sentir —así, sin filtro— es lo que nos hace reales.

Me acuerdo de una vez que estaba con un amigo en un parque y me contó que siempre había sentido culpa por no poder expresar lo que siente. Me miró con esa mezcla de miedo y alivio que se siente cuando decides contar algo muy tuyo. Le dije que no estaba solo. Porque todos, de alguna forma, cargamos emociones que no sabemos poner en palabras. Y a veces lo que más necesitamos no es entenderlas, sino abrazarlas.

Las emociones no son solo descargas químicas: son la voz de lo que somos. Son la memoria de lo que hemos amado, de lo que hemos perdido, de lo que soñamos. La ciencia lo confirma cada vez que estudia cómo la tristeza nos ayuda a reflexionar, cómo la alegría nos conecta con los demás o cómo el miedo nos protege cuando algo nos amenaza. Pero también hay algo que la ciencia no puede medir del todo: el latido invisible de lo que sentimos cuando nadie nos ve.

Es loco pensar que nuestras emociones no son ni buenas ni malas. Solo son. Son señales que nos dicen qué necesitamos, qué nos duele o qué nos llena. Y, como escribí hace un tiempo en mi blog El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo, aprender a escucharlas es el acto más revolucionario y más íntimo que podemos hacer por nosotros mismos.

La verdad es que vivimos en un mundo que nos exige controlarlo todo: las notas, el trabajo, la imagen. Pero las emociones no se controlan: se escuchan, se aceptan y se transforman. Y ahí es donde está la verdadera magia: cuando entendemos que la tristeza puede ser un refugio, que la rabia puede ser un motor y que la ansiedad —esa emoción tan presente hoy en mi generación— puede ser una llamada a frenar y mirarnos sin juicio.

Yo mismo he tenido días donde la vergüenza parecía un muro imposible de saltar. O donde la alegría me estallaba en el pecho sin razón aparente. Y he aprendido que no tengo que elegir entre ellas. Que todas forman parte de mí. Que, como en Intensamente, la vida es más real cuando dejamos que todas las emociones tengan su lugar, sin pelear por expulsarlas.

Sé que para muchos de nosotros, crecer en este tiempo significa aprender a lidiar con emociones que no sabemos de dónde vienen. O que nos han enseñado a reprimir porque “no es el momento” o “no está bien visto”. Pero quiero decirte algo que me repito cada vez que me siento perdido: no hay emoción pequeña. No hay emoción sin sentido. Cada emoción es una llave que abre un pedazo de lo que somos. Y si no la escuchamos, si no la dejamos hablar, estamos negando lo más puro que llevamos dentro.

Me inspiro mucho en lo que comparto también en el blog de mi abuelo Bienvenido a mi blog, donde la sabiduría y la calma me recuerdan que todo tiene un tiempo. Que las emociones también pasan y vuelven, como las olas del mar. Y que cada vez que nos atrevemos a sentirlas sin miedo, nos hacemos un poco más libres.

Hoy, más que nunca, necesitamos espacios para hablar de lo que sentimos sin vergüenza. Necesitamos amigos que nos escuchen sin juzgar. Necesitamos momentos de silencio donde podamos preguntarnos: ¿cómo estoy de verdad? Porque la respuesta no siempre está en la cabeza. A veces está en el pecho, o en el estómago, o en esa sensación rara que no sabemos explicar.

Por eso me emociona tanto que la ciencia quiera entender las emociones. Porque significa que, como sociedad, estamos empezando a darle valor a lo que por mucho tiempo se trató de ignorar. Pero más allá de la ciencia, está la vida: esa que late en cada lágrima y en cada risa, en cada abrazo y en cada palabra que elegimos compartir.

Y si algo quiero dejarte con este blog, es la certeza de que no estás solo en lo que sientes. Que todos, en algún momento, hemos sido un mar de emociones que no sabe a dónde va. Y que está bien. Porque a veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.

Imagen sugerida:
Un joven sentado al borde de un lago en la noche, con el reflejo de la luna iluminando su rostro y pequeñas ondas de agua que simbolizan las emociones. El cielo está lleno de estrellas que representan los pensamientos y los recuerdos. El estilo es realista con un toque de arte moderno, transmitiendo introspección, conexión y energía vital.

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— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”