Nunca pensé que algo tan simple como darle “play” a un video de gatitas pudiera tener tanto peso en mi vida. Pero con el tiempo me he dado cuenta de que esas pequeñas pausas que parecen intrascendentes en medio del caos del día, son las que me devuelven la capacidad de respirar con calma y sentir que todavía hay ternura en un mundo que a veces se siente demasiado hostil.
Recuerdo una vez llegar a casa después de una jornada agotadora. Había discutido con alguien que quiero mucho y, para rematar, la ciudad parecía estar en su punto más ruidoso y acelerado. Entré, tiré la mochila en el sofá y lo único que hice fue abrir mi celular. El algoritmo, como si me conociera mejor que yo, me mostró un video de una gatita tratando de alcanzar un láser rojo. No fue magia, no me resolvió los problemas, pero me arrancó una sonrisa en un momento donde parecía imposible hacerlo. Ese gesto mínimo me salvó el día.
Lo interesante es que no soy el único que lo siente. Hace algunos años, la Universidad de Indiana hizo un estudio y descubrió que ver videos de gatos realmente mejora el humor y reduce la ansiedad. Y hoy, con tanta presión laboral, económica y emocional, esa conclusión tiene más sentido que nunca. Si lo pensamos bien, estamos frente a una medicina emocional que no cuesta nada y que está al alcance de cualquiera con acceso a internet.
Lo curioso es que, más allá de la ciencia, está la experiencia humana. Ver gatitas en internet activa algo profundo: la ternura. Esa emoción que los psicólogos llaman kama muta, esa sensación de calorcito en el pecho que te conecta con lo más humano de ti mismo. A veces creemos que la madurez es endurecernos, pero yo he aprendido que es justo lo contrario: la verdadera madurez está en permitirse sentir con sinceridad. Y ahí es donde un simple ronroneo digital puede derrumbar muros que cargamos por dentro.
Claro, sé que hay quienes dirán: “pero eso es perder el tiempo”. Y aquí es donde me gusta detenerme. ¿Qué es perder el tiempo? ¿Acaso no es un desperdicio más grande vivir acelerados, sin darnos un respiro, sin cuidar la mente? He visto a gente trabajar 14 horas al día, ganar dinero, pero olvidarse de sonreír. También he visto a personas simples que se regalan cinco minutos frente a un gato jugando, y logran recargar energías para seguir adelante. No es banalidad, es autocuidado.
Me gusta conectar esta reflexión con lo que escribí hace un tiempo en mi blog personal, donde hablaba de cómo los pequeños rituales diarios sostienen la salud mental más que las grandes promesas que rara vez cumplimos. Y pienso también en lo que encontré en Mensajes Sabatinos, esa invitación constante a frenar, a escuchar la voz que nos recuerda que no todo se mide en productividad. Porque la ternura es también espiritualidad.
A veces me pongo a pensar: ¿qué pasaría si en los colegios, en lugar de solo hablarnos de notas y resultados, nos enseñaran también que está bien parar y ver algo que nos conecte con la risa? Que no somos máquinas, que necesitamos estímulos que nos devuelvan humanidad. Quizás así creceríamos menos rotos y más capaces de compartir lo que sentimos.
Yo mismo he sentido el impacto físico. Después de una pausa gatuna, mi respiración cambia, el estrés baja, incluso el cuerpo se siente más liviano. Y ahí está la explicación científica: dopamina, serotonina, endorfinas… todo ese lenguaje de la biología que solo intenta traducir lo que ya sentimos en carne propia. Pero no es necesario saber de neurotransmisores para entender que algo bueno ocurre cuando una gatita hace un salto torpe y cae de forma graciosa.
Lo más valioso es cuando no lo vives solo. Compartir esos videos con amigos o familia crea lazos distintos, una complicidad que rompe la rutina. Es como decirle al otro: “oye, en medio de tanto ruido, aquí tienes una razón para sonreír”. Y esa frase implícita vale más que mil discursos. En lo personal, me recuerda que la vida no se trata solo de resolver problemas, sino también de multiplicar momentos que nos devuelven esperanza.
Creo que todos necesitamos esas pausas gatunas, y no hablo solo de videos. Hablo de cualquier cosa que despierte ternura y nos reconcilie con lo que somos. Puede ser una canción, una mirada, un recuerdo. Pero si lo más a la mano son gatitos en internet, pues bienvenidos sean. Porque al final, como escribí alguna vez en Amigo de ese ser supremo, las cosas simples también son mensajes de algo más grande que nos cuida, aunque no lo entendamos del todo.
Así que la próxima vez que alguien te diga que pierdes el tiempo viendo gatitas, solo sonríe. Quizás no lo entiendan, pero tú sabrás que en ese instante estás salvando un pedacito de tu salud emocional. Y eso, créeme, no tiene precio.
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