jueves, 2 de octubre de 2025

Un abandono que empieza en silencio



Un gato dejado en la calle.
Una puerta que se cierra.
Una historia que se rompe de golpe.

Nos suena familiar, ¿no? Ese es el abandono que todos imaginamos: físico, evidente, cruel. Pero lo que muchas veces no vemos es que el abandono también puede empezar mucho antes de que un gato sea dejado en la calle. Puede comenzar dentro de la misma casa, en silencio, cuando sin darnos cuenta dejamos de mirar, de escuchar, de intentar comprender.

Me impresiona pensar que no es diferente a lo que pasa en las relaciones humanas. Una amistad que se enfría no siempre muere porque alguien se va, sino porque dejamos de hacer el esfuerzo de estar presentes. Un vínculo familiar se rompe no solo por discusiones, sino también por el cansancio de no saber cómo sostenerlo. Y un gato… ese ser que confía en nosotros sin reservas, también puede sentirse abandonado aun cuando siga durmiendo en nuestro sofá.

He leído en Mensajes Sabatinos (https://escritossabatinos.blogspot.com/) cómo el silencio puede ser tan fuerte como la palabra, y me doy cuenta de que en los vínculos con los animales pasa igual: el silencio pesa. Pesa cuando dejamos de interpretar un maullido como una necesidad y lo vemos como una molestia. Pesa cuando la paciencia se acaba y olvidamos que ellos también sienten miedo, ansiedad o dolor.

No es que dejemos de quererlos. Es que, como seres humanos, también nos agotamos. Nadie nos enseñó cómo manejar la frustración cuando el gato araña un mueble, cuando no se adapta a un cambio de casa o cuando enferma y no sabemos cómo acompañarlo. El abandono, entonces, no nace del odio… nace del cansancio, de la falta de herramientas, de no tener a quién preguntar cómo seguir queriendo bien.

Eso me recuerda lo que alguna vez escribí en El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo (https://juanmamoreno03.blogspot.com/): la verdadera soledad no aparece cuando estamos físicamente solos, sino cuando dejamos de sentirnos comprendidos. Un gato puede estar rodeado de gente y aun así sentirse solo, igual que nosotros en medio de una fiesta.

Quizá lo más duro es reconocer que convivir con un animal implica acompañarlo también en lo invisible. No se trata solo de llenar su plato de comida o limpiar la arena, sino de sostener un puente invisible entre su mundo y el nuestro. Un puente que requiere paciencia, empatía y, sobre todo, voluntad de escuchar aunque no hablen nuestro idioma.

¿Y si lo pensamos más allá? Ese puente es el mismo que necesitamos construir entre las personas. Con nuestros padres, hermanos, amigos, parejas… o incluso con nosotros mismos. Porque sí, muchas veces también nos abandonamos: dejamos de escucharnos, de atender nuestras emociones, de mirarnos con cariño cuando más lo necesitamos.

Por eso, creo que leer un texto como este no es solo una reflexión sobre gatos. Es un espejo. Un recordatorio de que todos, humanos y animales, pedimos lo mismo: no ser dejados atrás en lo invisible.

Y aquí hay algo que me da esperanza: el hecho de que estés leyendo esto ya es un acto diferente. Significa que todavía quieres entender, que todavía tienes la capacidad de mirar con otra intención. Eso también cuenta. Eso ya reconstruye un poquito el puente.

Lo veo como un llamado. No solo a cuidar mejor a nuestros animales, sino a cuidar mejor los vínculos en general. A atrevernos a pedir ayuda cuando no sabemos cómo seguir. A reconocer que amar no siempre es fácil, pero que siempre es posible aprender nuevas formas de hacerlo.

En Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com/), aprendí que acompañar es un acto espiritual: es estar presente incluso cuando no tenemos todas las respuestas. Esa enseñanza aplica tanto para un gato que maúlla en la madrugada como para un amigo que no encuentra sentido a sus días.

Y entonces me pregunto: ¿cuántas veces hemos sentido que alguien nos “abandonó” aun estando cerca? ¿Cuántas veces hemos sido nosotros quienes dejamos de mirar, no por falta de amor, sino por cansancio, por miedo, por sentirnos superados?

La clave, creo, está en atrevernos a volver. Volver la mirada, volver el gesto, volver al puente. No con reproches, no con culpas, sino con la humildad de aceptar que los vínculos no se sostienen solos. Se sostienen con elección diaria, con paciencia, con silencios compartidos y también con errores que se reparan.

Quizá lo más hermoso de todo esto es que siempre hay tiempo para empezar de nuevo. Un gato puede volver a confiar si volvemos a mirarlo con amor. Una relación humana puede sanar si nos damos el permiso de tender otra vez la mano. Nosotros mismos podemos rearmarnos si dejamos de ignorar lo que sentimos.

Ese es el aprendizaje más profundo: el abandono no tiene que ser definitivo. Puede convertirse en un recordatorio de lo frágiles que son los vínculos y, al mismo tiempo, de lo valiosos que son.

Hoy, mientras escribo estas palabras, pienso en todos los puentes que aún puedo reconstruir. Con mis seres queridos, con los animales que me han acompañado, conmigo mismo. Y me doy cuenta de que la vida, al final, no es otra cosa que esa constante decisión de volver a conectar.

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— Juan Manuel Moreno Ocampo
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