A veces me pasa que estoy hablando con alguien y, aunque escucho perfectamente, decido poner mi “modo avión mental” y simplemente… no responder. No porque no me importe, sino porque no es el momento, porque estoy en otro ritmo interno o porque necesito ese pequeño espacio para mí. Y mientras observaba a mi gata hace unos días, tuve una especie de “revelación felina”: ellas también lo hacen. No es desinterés… es otra forma de estar presentes.
Hace poco, leí sobre un estudio fascinante realizado en la Universidad de Nanterre, en París, publicado en la revista Animal Cognition (2023). Demostraron que las gatas —y los gatos, aunque aquí hablo en femenino porque crecí rodeado de ellas— no solo reconocen la voz de sus humanos entre muchas otras, sino que también pueden captar nuestras emociones por el tono en el que les hablamos. Cuando usamos esa voz dulce y casi infantil que sale naturalmente cuando les decimos “cositas lindas”, ellas reaccionan. Lo hacen sutilmente: con un movimiento de orejas, una mirada distinta, un giro de cola… señales silenciosas pero profundas.
Desde pequeños, a muchos nos enseñan que el amor verdadero se demuestra siempre “haciendo”, respondiendo de inmediato, mostrando entusiasmo visible. Pero la verdad es que no todos los seres lo expresan igual. Los perros, por ejemplo, han sido domesticados y seleccionados durante miles de años para cooperar, complacer, responder. Las gatas, en cambio, conservan una independencia ancestral. No es que no quieran, es que eligen cuándo y cómo interactuar. Y ese “elegir” dice mucho más de lo que aparenta.
Vivimos en una sociedad que quiere respuestas rápidas, likes instantáneos, mensajes leídos en segundos y contestados en minutos. Pero las gatas no funcionan así. Son un recordatorio viviente de que el vínculo se construye desde el respeto mutuo, desde dar espacio, desde no forzar. En un mundo que grita “¡responde ya!”, ellas susurran “espera… ya llegará el momento”.
Hablarle a una gata es casi como escribirle a alguien que lees con el corazón. Tu tono importa. Tu energía importa. Si estás ansioso o molesto, lo sienten. Si estás tranquilo, si tu voz es como una nana suave, entonces abren sus sentidos. Por eso, cuando les hablamos con cariño, muchas veces giran las orejitas o nos miran con esos ojos que parecen tener un universo entero dentro. Y si no responden… no es desprecio: es que están midiendo si este es su momento.
Hace poco, escribí en Bienvenido a mi Blog sobre cómo la paciencia se ha vuelto un acto casi revolucionario. Y creo que esto se aplica también aquí. Tener una gata te enseña a bajar el ritmo, a escuchar más allá del sonido, a leer gestos, a respetar tiempos ajenos sin sentirte rechazado. Es una lección emocional que muchos humanos aún estamos aprendiendo.
Y no lo digo solo por romanticismo gatuno. Lo digo porque estas dinámicas reflejan profundamente cómo nos relacionamos en general. Hay personas que, como las gatas, necesitan procesar antes de responder. Necesitan su “ventana interna” para observar, sentir, decidir. A veces, cuando alguien no responde un mensaje, inmediatamente pensamos “me ignoró” o “no le importo”. Pero… ¿y si simplemente está en su momento de introspección? ¿Y si, como Luna, solo está esperando que la noche se calme para acercarse?
Por eso, si tienes una gata y sientes que no te “pone cuidado”, te invito a hacer algo diferente: observa sin exigir, habla con ternura, ofrece espacios cómodos donde pueda retirarse sin culpa, y sobre todo, deja que ella marque el ritmo. No la llames constantemente si está en su siesta gatuna. No la fuerces a interactuar si está en modo diva. Usa tu voz como si cantaras nanas: suave, cálida, cercana. Y cuando la llames, hazlo en momentos que ella asocie con cosas buenas: su comida favorita, un juego divertido, una caricia que sabe a confianza.
Con el tiempo, empezarás a notar pequeños cambios. Vendrá cuando menos lo esperas. Te mirará diferente. Se subirá a tus piernas justo cuando estás pensando en otra cosa. Y ahí entenderás que no se trata de obediencia, sino de sincronía emocional. Eso es lo que hace tan especial el vínculo humano-gata: no está basado en la subordinación, sino en la libertad compartida.
En Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías hablo mucho de cómo la espiritualidad no siempre se manifiesta en templos o palabras sagradas, sino en gestos cotidianos llenos de verdad. Y sí, a veces esa espiritualidad tiene orejas puntiagudas y bigotes. Una gata que confía en ti, aunque no siempre responda cuando la llamas, es como una metáfora viva de la fe silenciosa: está ahí, presente, aunque parezca ausente.
También hay algo hermoso en los rituales gatunos. Las rutinas crean confianza. Horarios para comer, jugar, descansar. Ellas aman la estabilidad porque les da seguridad emocional. Es igual que en nuestras relaciones humanas: cuando construimos pequeños rituales compartidos —un saludo cada mañana, un “buenas noches” constante, un gesto único entre amigos o pareja— estamos diciendo sin palabras “aquí estoy, este espacio es nuestro”.
Y si todo falla… juega. De verdad. El juego es la llave maestra para abrir puertas que ni las palabras logran. Una simple cañita con plumas puede crear más conexión que mil llamadas. En el fondo, nuestras gatas, como nosotros, también necesitan momentos de ligereza, de risa, de movimiento sin juicio.
Quizás la próxima vez que tu gata “te ignore”, puedas ver la escena desde otro ángulo. Tal vez no te está ignorando… tal vez simplemente está enseñándote a escuchar con otros sentidos, a respetar ritmos distintos al tuyo, a amar sin exigir retorno inmediato.
Y quién sabe, en medio de ese silencio compartido, puede que encuentres una forma nueva de estar presente —una que no necesita palabras para ser entendida—.
Agendamiento: Whatsapp +57 310 450
7737
Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros
grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro
Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
👉 “¿Quieres más tips como
este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.
✒️ — Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario