sábado, 18 de octubre de 2025

Tu perro entiende lo que le dices o solo finge?



A veces pienso que la comunicación más pura no tiene palabras.

Que lo que realmente nos conecta con otro ser —humano o animal— no pasa por el idioma, sino por algo mucho más silencioso: la energía, la intención, la coherencia entre lo que decimos y lo que sentimos.

Y sí, lo confieso: durante años me pregunté si mi perro realmente entendía lo que yo le decía o si solo reaccionaba al tono, a mis gestos, o simplemente al sonido de su nombre.
Hasta que un día me di cuenta de que no era solo él quien aprendía de mí. Yo también estaba aprendiendo su lenguaje.

La ciencia dice que los perros pueden reconocer entre 100 y 200 palabras, y que procesan nuestro lenguaje de forma similar a como lo hacemos los humanos: el hemisferio izquierdo entiende las palabras, el derecho capta la emoción. Pero más allá del dato curioso, hay algo más profundo detrás de eso: la comprensión no depende solo de lo que se dice, sino de la verdad con la que se dice.

He notado que mi perro no responde igual cuando le hablo desde la impaciencia que cuando lo hago con calma. Es como si su instinto supiera leer mis emociones antes que mis frases.
Y ahí es cuando todo se vuelve una lección: el perro no solo aprende a escucharte, sino que te enseña a hablar desde la verdad emocional.

Entre ciencia y alma

Leí hace poco sobre Chaser, una Border Collie que aprendió más de mil palabras. No era solo una hazaña de entrenamiento, era la prueba de que los animales no están tan lejos de nuestra conciencia como creíamos.
Cuando veo a mi perro mirarme con esa mezcla de ternura y atención absoluta, entiendo que la inteligencia no se mide por el número de palabras aprendidas, sino por la capacidad de conexión.

Tal vez lo que nos une con ellos no es el lenguaje verbal, sino el lenguaje del alma.
Ese que no se traduce, pero se siente.

En un mundo donde los humanos se pierden en discusiones digitales, en mensajes malinterpretados o en emojis para suplir emociones, nuestros perros siguen enseñándonos algo esencial: que la presencia vale más que cualquier palabra.
Puedes decir “te quiero” mil veces, pero si no lo sientes, tu perro no moverá la cola.

Comunicación real en tiempos artificiales

Hoy vivimos rodeados de algoritmos que “entienden” nuestras palabras, pero no nuestras emociones.
Los asistentes virtuales responden a comandos, las redes sociales completan frases, y los traductores instantáneos nos permiten hablar con personas de todo el mundo.
Pero ¿quién nos enseña a entender sin juzgar, a escuchar sin interrumpir, a mirar sin dominar?

A veces pienso que nuestros perros —y en general, los animales— conservan esa inteligencia emocional que nosotros estamos olvidando entre pantallas.
Ellos no fingen. No sonríen por compromiso. No contestan mensajes con frialdad.
Solo sienten. Y actúan desde lo que sienten.

Esa pureza debería inspirarnos.
Porque si ellos pueden entendernos sin palabras, ¿por qué nosotros, con tanto lenguaje y tecnología, nos entendemos tan poco?

Lo que tu perro te enseña de ti mismo

Cada palabra que dices, cada gesto que haces, deja una huella en tu perro. Pero también te revela algo sobre ti.
Cuando le hablas, ¿lo haces con autoridad, con ternura o con cansancio?
¿Esperas obediencia o comprensión?

He aprendido que los perros no obedecen solo por entrenamiento. Obedecen por vínculo.
Ese lazo invisible se fortalece cuando hay coherencia entre lo que piensas, sientes y haces.
Y es ahí donde aparece la verdadera comunicación: cuando no hay máscara, cuando tu voz y tu energía dicen lo mismo.

Quizás por eso, cuando regresas a casa después de un día difícil, tu perro no te juzga, no te pregunta, no te pide explicaciones. Solo se acerca y te recibe.
Y en ese gesto, sin palabras, hay una compasión que a veces los humanos olvidamos practicar entre nosotros.

La palabra “Ven” y todo lo que contiene

Parece una simple palabra.
Pero en realidad, es una invitación a la confianza.
Cuando le dices “Ven” a tu perro, no solo estás ordenando una acción. Le estás diciendo: “confía en que no te haré daño”, “confía en que estar a mi lado es seguro”.

Si él viene, no es porque entienda las letras V-E-N. Es porque entiende tu vibración, tu coherencia, tu historia con él.
Y si alguna vez no viene, quizás no es desobediencia, sino duda.
Una duda que también nosotros sembramos sin darnos cuenta cuando actuamos con miedo, enojo o impaciencia.

La relación con un perro es una metáfora constante de nuestras relaciones humanas.
Nos muestra cuántas veces pedimos algo que nosotros mismos no estamos dispuestos a dar.

Una mirada más allá del adiestramiento

He visto videos donde se enseña a “educar” perros con técnicas de refuerzo, pero creo que educar no es imponer, sino conectar.
Y conectar exige humildad.
Porque no se trata de ser el líder del grupo, sino de aprender a convivir en armonía.

Mi perro no es mi mascota: es un compañero. Un espejo.
A veces pienso que, si los humanos nos tratáramos entre nosotros con la misma paciencia y respeto con que muchos tratamos a nuestros perros, el mundo sería menos agresivo.
Y si tratáramos a los animales con la misma empatía con que exigimos que nos traten a nosotros, quizás entenderíamos de verdad lo que significa ser humanos.

Palabras que no necesitan traducción

Hay cosas que tu perro entiende sin necesidad de lenguaje.
Un silencio prolongado.
Una lágrima contenida.
Un gesto pequeño de ternura.

No necesita saber de gramática para sentir tu tristeza, ni de semántica para celebrar tu alegría.
Él percibe el cambio de tu respiración, el movimiento de tus hombros, la energía que desprendes.
Y responde desde un lugar donde la comunicación es pura, honesta y sin filtros.

Por eso, cuando alguien me pregunta si los perros entienden lo que decimos, mi respuesta es simple:
Sí, pero entienden incluso más de lo que creemos. Entienden lo que callamos.

Entre humanos, perros y conciencia

Vivimos en un planeta compartido, pero actuamos como si fuéramos los únicos dueños del lenguaje y la razón.
Sin embargo, los animales —especialmente los perros— nos recuerdan que la comprensión no siempre viene del intelecto, sino del corazón.

Esa conexión entre especies no es casualidad: es un reflejo de la evolución de nuestra conciencia colectiva.
Y tal vez ahí esté la lección más grande: si aprendemos a comunicarnos mejor con quienes no hablan nuestro idioma, podríamos aprender también a escucharnos mejor entre nosotros.

Al final, los perros no fingen.
Son leales a su naturaleza.
Los que fingimos, a veces, somos nosotros: cuando decimos “todo bien” con la voz quebrada, cuando sonreímos por educación, o cuando callamos lo que de verdad sentimos.

Quizás por eso nos hacen tanto bien: porque su autenticidad nos devuelve a la nuestra.

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— Juan Manuel Moreno Ocampo
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