lunes, 1 de junio de 2015

Soy un padre amigo?

¿Soy un padre amigo?

Hace ya más de 50 años, en las sociedades más industrializadas surgió un fenómeno nuevo en la relación padres-hijos: desde ese momento los padres han querido adoptar un rol alejado de una imagen severa y prefieren hacer de amigos generacionales.
Demuestran reticencia y temor a guardar las distancias necesarias que las relaciones con los hijos propician y les resulta difícil establecer unas reglas de juego mínimas, que limiten y a la vez orienten sobre lo que está permitido hacer, tener o dar. Hay un cierto temor a representar el papel de autoridad porque no se pueden desprender de los rasgos de severidad y rigidez trasmitidos por sus padres.

Atención: Colocarse en una relación de igualdad con los hijos no les ayuda a ubicarse en las diferencias generacionales, ni favorece que se distingan sus deseos. La uniformidad difumina los rasgos diferenciales que perfilan el estilo personal.

El reparto de papeles

Es preciso, sobre todo, que los padres no pierdan los papeles, si quieren ayudar a que sus hijos sigan las etapas sucesivas de su desarrollo y evitar crecimientos prematuros. Cuesta mucho delimitar con claridad las funciones que corresponden al padre y a la madre, pero es un trabajo de reflexión que no se puede dejar en manos del azar. De lo contrario, se producen lagunas que rápidamente los hijos captan y tratan de cubrir, usurpando atribuciones que les vienen grandes y que, por añadidura, son una carga a la hora de centrarse en sus cosas, porque les confunden y les sacan de su lugar.

La cohesión familiar no es algo que se pueda garantizar con la presencia permanente de sus miembros, pero en la adolescencia es muy necesario contar con los referentes familiares.

Necesidad y rechazo

Durante la adolescencia la ambivalencia en el joven se intensifica. Resurgen los sentimientos de desamparo, como si de un niño se tratara, y para neutralizarlos se adoptan actitudes de rechazo ante la posibilidad de dar una imagen de persona necesitada de cariño. Se rechazan las muestras de afecto que vienen de los padres porque se necesita desplazar la libido hacia otras personas.

Es el proceso que el adolescente sigue para romper las maneras del querer infantil y transformar las «viejas» ideas.

En consecuencia, conviene comprender y aceptar las distancias, las barreras que se erigen mediante el aislamiento, para que el adolescente no se sienta abandonado por sus padres. Generalmente valora mucho el sentirse querido, a poder ser por todo el mundo; por su parte, sigue queriendo mucho a sus padres aunque intente demostrar lo contrario.

Si los padres logran dominar las preocupaciones causadas por los cambios que experimentan sus hijos, y respetan el territorio físico y psíquico de los mismos, el clima de las relaciones familiares llegará a ser agradable.