A veces pienso que el mundo se parece mucho a una planta nuclear: una fuente inmensa de energía, capaz de iluminar ciudades o destruirlas si no sabemos cuidarla. Hoy quiero hablarte de una historia que me dejó inquieto, curioso y, sobre todo, reflexivo: la de la Central Nuclear de Kashiwazaki-Kariwa, en Japón, la más grande del planeta, con siete reactores y una potencia que podría abastecer a todo un país pequeño.
Después del desastre de Fukushima en 2011, esta “bestia dormida” fue desconectada, revisada y silenciada… hasta ahora. Catorce años después, el gobierno japonés y Tokyo Electric Power Company (TEPCO) están listos para reactivarla, tras años de inspecciones y mejoras en seguridad. Pero lo que más me impacta no es el dato técnico, sino el significado humano detrás.
Hay algo profundamente simbólico en esa imagen: siete reactores alineados frente al mar, esperando el permiso para despertar. Es el retrato perfecto de nuestra era: poder y fragilidad coexistiendo. Desde 2007, la planta fue golpeada por terremotos y escándalos de seguridad; y tras Fukushima, Japón decidió cerrarla, aprender, y repensar su futuro energético.
Yo nací en 2003. Crecí en un mundo donde la energía se da por sentada. Enciendo mi computador, conecto mi celular, veo videos, cargo proyectos, sin pensar en lo que hay detrás de ese clic. Pero cada voltio viene de algún lado, y no siempre es limpio, ni seguro, ni justo. Lo curioso es que, como sociedad, seguimos construyendo “centrales” —no siempre físicas, a veces emocionales o digitales— que también pueden salirse de control si las manejamos sin conciencia.
Japón ha decidido volver a confiar en la energía nuclear porque el precio de la electricidad se ha disparado y el país no puede sostenerse solo con renovables. Es un recordatorio de que la sostenibilidad no solo es ecológica, también es social y económica. A veces los dilemas son más complejos de lo que parecen: ¿cómo equilibramos seguridad, energía y progreso?
Lo mismo pasa con nosotros, con la vida personal. Cada vez que tomamos una decisión importante, generamos energía. A veces esa energía ilumina; otras veces, quema. Y ahí está la clave: tener un sistema de enfriamiento emocional, espiritual y ético, igual que una planta tiene su reactor controlado.
Quizá la verdadera “energía limpia” empieza en el alma: cuando decidimos actuar desde la conciencia y no desde el impulso.
Y yo… intento hacer lo mismo en mi propia vida.
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