jueves, 2 de junio de 2016

El colegio de los 10 libros al año por estudiante

En el colegio Villas del Progreso, de Bosa, los menores alcanzan esa cifra de textos.

Suena el timbre y los jóvenes van por los libros para la clase.
Suena el timbre y los jóvenes van por los libros para la clase.
Basta cruzar la puerta del colegio Villas del Progreso, en Bosa, para advertir de inmediato dos hechos inusuales. El primero tiene que ver con que entre las 8 y las 9 de la mañana, en todos los rincones del edificio hay un silencio rotundo, como si las aulas estuvieran desiertas.
El segundo, relacionado con el primero, es que en una de las localidades con menores niveles de lectura por persona de Bogotá, los estudiantes leen más libros que en cualquier colegio de Colombia: un promedio de 10 textos al año por estudiante, igualando los promedios de países como Corea o España. (En Colombia, el promedio nacional es de dos libros por cada persona.)

Más extraño aún resulta el hecho de que, a pesar de no tener biblioteca, no obstante venir en muchos casos de ambientes conflictivos, los estudiantes leen hoy en día por el placer de hacerlo, sin luchar por alcanzar una buena nota, con la posibilidad abierta de aburrirse y cambiar de texto.

Incluso pueden compartir, al final de la jornada, un pasaje o una reflexión con sus compañeros sin ser sometidos a la burla general.
Parece mentira, pero superar el escepticismo inicial no fue fácil. En el año 2013, los profesores, entre ellos Andrés Peña, Óscar Quintero y Alfonso Camargo, detectaron que los estudiantes no estaban aprendiendo por “las limitaciones en sus habilidades comunicativas”.
“La idea surgió en charlas de cafetería. Nos preguntamos por el nivel académico de los estudiantes y sobre qué tipo de impacto puede tener la lectura. Comenzamos con fotocopias y luego pasamos a la colección de libros gratis de Libro al Viento, por falta de presupuesto”, cuenta Óscar, uno de los abanderados del proyecto.
“Había que empezar desde lo básico: siéntese derecho, coja el libro así. Los enamoramos, los habituamos, les dolió pero ya están del otro lado”, agrega.
La idea de enamorarlos de los libros mediante un programa diario de lectura silenciosa sostenida estaba atravesada por dos elementos principales.
El primero, como cuentan los profesores que se montaron en la iniciativa, era esa completa libertad para elegir que no suelen tener los estudiantes en otros colegios. “El momento de lectura silenciosa vale por sí mismo, sin importar qué tipo de libro lean: hay desde clásicos de la literatura universal hasta libros de cocina y de mecánica”.
La segunda tiene que ver con el aspecto lúdico. “Hacemos una analogía con los videojuegos: cada libro que el estudiante lee es como una misión que el joven realiza. Cada uno lleva una ficha de seguimiento en la que recibe un sello (token) por cada 15 minutos de lectura. Cuentan incluso con niveles de energía, pero al final de todo ninguno pierde la materia”.
Esa casi completa libertad, a la que solo se le exige el silencio, no resulta gratuita si se tiene en cuenta que, como decía Foster Wallace, lo que verdaderamente importa para su educación no gira en torno a su capacidad para pensar, sino en resolver sobre qué deciden pensar.
Esa determinación la han experimentado estudiantes como Sebastián Galvis, que quiere estudiar mecánica.
“Los libros de mecánica que me han conseguido son magníficos. En la casa también leo, y en las tardes realizo unas prácticas como mecánico donde un amigo. Es un cambio, porque uno aprende cosas que no sabía y que puede aplicar en la vida real”, cuenta el estudiante.
Ahora que las secretarías de Cultura y de Educación van a lanzar conjuntamente el plan de lectura y escritura Leer es volar para promover el disfrute de la lectura y escritura y para fortalecer el sistema de bibliotecas, el caso de 10 libros al año es un ejemplo radical que demuestra que incluso sin recursos es posible construir lectores críticos y constantes, y desafiar las condiciones de su entorno.
Hoy en día, después de superar la etapa de las donaciones, el proyecto ya ha tomado forma y muestra unos resultados tan sorprendentes que parte del presupuesto de la institución se dedica a la adquisición de libros.
“Antes de comprar los libros nuevos, llevamos a cabo una encuesta entre los estudiantes y así seleccionamos qué tipo de libros traer”, termina Andrés, quien todavía sueña con implementar la metodología en todo el Distrito Capital y luego, más adelante, en el resto del país.