sábado, 18 de julio de 2015

Mi amigo el miedo

El psicólogo Walter Riso escribe hoy sobre el miedo inteligente, que intenta mantenernos vivos y nos empuja hacia lugares seguros

Si el miedo es racional, garantiza la vida; si es irracional, la complica. Tenerle miedo a un león hambriento no es flaqueza, sino prudencia saludable. Si algún incauto se acercara al félido con cariño y lo saludara: "Hola, gatito lindo, ¿qué hay?", no quedaría de él ni el recuerdo. 

Por el contrario, salir corriendo ante un diminuto hámster, no ser capaz de entrar en un cuarto oscuro o desmayarse ante un sapo muestra un temor infundado. A los miedos irracionales se los llama fobia y pueden ser causados por dos factores:

1. El primero es el aprendizaje. Las experiencias personales y culturales producen condicionamientos negativos a distintos acaecimientos. Por ejemplo, si una persona ha sido víctima de burlas y desprecios durante gran parte de su vida, podría desarrollar una fobia social, miedo a la evaluación negativa o al rechazo. Si ha tenido un accidente automovilístico, podría generar una fobia a conducir. Si el padre o la madre fueron catastrofistas, posiblemente el niño desarrolle una ansiedad generalizada. En fin, la variedad es enorme y las posibilidades, incalculables. 

2. El otro factor es lo que se conoce como preparación biológica desajustada, es decir, temores que eran adaptativos en la prehistoria, pero que han perdido su funcionalidad en el nuevo ecosistema. Por ejemplo: temerle al agua era importante para el hombre primitivo, pues éste no sabía nadar (al menos al principio); evitar las alturas quedaba justificado, porque el ser humano no sabía volar; el temor a los espacios cerrados servía para no quedar a merced del depredador, etcétera. Sin embargo, pese a que muchos de los "miedos antiguos" quedaron rezagados, algunos todavía permanecen en el banco genético de la humanidad. Hoy, en pleno auge tecnológico, los espacios cerrados no suelen ser una amenaza (las alturas, menos), las cucarachas no muerden, sabemos nadar; es decir, la cultura va demasiado rápido y la biología no ha tenido tiempo de acomodarse a su vertiginosa marcha.

Pese a todo, sin desconocer los sinsabores y la evidente incomodidad que a veces nos ocasiona, el miedo es una bendición. Sin su presencia la vida animal se hubiera acabado, porque la función biológica del miedo es protegernos ante un peligro real. Cuando estamos ante una situación amenazante, un sofisticado sistema, especialmente diseñado para estos casos, se activa y nos prepara para la lucha/huida. La fisiología dispara una sustancia llamada adrenalina, la cual activa una serie de cambios físicos como, por ejemplo: la dilatación de las pupilas (para ver mejor en la oscuridad), la taquicardia (para bombear más sangre al corazón y correr), el sudor (para enfriar el sobregasto energético y, según algunos biólogos, para escabullirse del invasor), los temblores y gritos (para avisar a otros de la amenaza), la tensión muscular (para estar más fuerte), etc. Cada uno de los componentes de la experiencia miedosa explica cómo debió haber sido la lucha por la supervivencia hace millones de años.

Cada síntoma posee un significado especial que demuestra cómo fue "pensado" por la naturaleza. 

El miedo inteligente, no fóbico, nos cuida, intenta mantenernos vivos y nos empuja hacia lugares más seguros. No estoy defendiendo la cobardía, sino señalando que en más de una ocasión el temor racional ha sido nuestro mejor consejero.