martes, 17 de febrero de 2015

De la mamá tigre a la mamá elefante

Aunque los problemas de crianza son iguales en todo el planeta, las soluciones son distintas.

Todos queremos formar niños felices, resilientes, civilizados, independientes, con autocontrol y autoestima, tarea que muchos padres dudan poder llevar a cabo.
Foto: Ilustración: Miguelyein
Todos queremos formar niños felices, resilientes, civilizados, independientes, con autocontrol y autoestima, tarea que muchos padres dudan poder llevar a cabo.

La escena es real: un grupo de amigos, todos alrededor de los 40 años, se juntan a comer, pero antes se prometen no hablar de niños. El plan fracasa. Al poco tiempo, algunos revisan sus logros y frustraciones parentales, discuten sobre sus estilos de crianza y confiesan tanto sus actitudes más laissez-faire (pasivas) como sus manías hipercontroladoras, para preguntarse al final de la noche si hacen lo correcto.
Las permanentes dudas sobre cómo criar niños felices dominan nuestras conversaciones en casa, pero también foros en internet, blogs y programas de televisión especializados. De hecho, uno de los temas del libro revelación del año, la novela autobiográfica Un hombre enamorado, del noruego Karl Ove Knausgaard, es una indagación personal sobre lo que significa ser adulto y verse superado por las obligaciones familiares en Estocolmo.
Cito: “El que habláramos tanto de ellos (de los niños) no servía de nada en la vida cotidiana, en la que todo era inabarcable y estaba siempre al borde del caos” escribe Ove, 46 años, casado. Los tormentos de un papá nórdico, que cría con su esposa a tres hijos, en medio del desconcierto, han atraído a millones de lectores en el mundo. Pero ¿por qué los padres de otros países tendrían que identificarse con la intimidad parental de una familia escandinava? La respuesta la tiene otro libro, Parenting without borders (Crianza sin fronteras), de la columnista del Huffington Post y de The Wall Street Journal Christine Gross-Loh, publicado en el 2013.
Después de volver de una larga estadía en Japón, donde esta coreana-americana, doctorada en Historia en Harvard, vivió con su marido y cuatro hijos, Christine notó un interés creciente en Estados Unidos por conocer formas de crianza alejadas de la tradicional americana.
Allí existía una sensación de que las capacidades para criar estaban llegando al límite. Esto la llevó a viajar dos años por el mundo para entrevistarse con papás, académicos y expertos, para así comparar tipos de crianza en Europa y Asia.
“Las ventajas de observar la manera en la que otras culturas educan a sus niños no es otra teoría sobre parenting (crianza) –solo en diciembre aparecieron 500 títulos nuevos de autoayuda para padres en Amazon–. Implica situarse en el lugar de los hechos y ver qué funciona”, explica.
Según Christine, la gente no quiere más manuales. Quiere saber cómo se las arreglan los papás de otros países; sacar lecciones de sentido común mirando lo que hacen mamás coreanas, francesas o finlandesas en situaciones como el sueño o la alimentación, pero también en el desarrollo de la personalidad.
Este interés está ganándoles a tipologías como el papá helicóptero (sobreprotector) o la mamá free-range (que da libertad excesiva a sus hijos), consideradas tendencias pasajeras.
Dos años atrás, la periodista Pamela Druckerman, mamá de tres hijos, había descrito las ventajas de la maternidad francesa por sobre la norteamericana. Cómo ser una mamá cruasán fue un bestseller traducido a 21 idiomas.
En el mismo periodo, otra estadounidense de origen chino, Amy Chua, estrenaba un nuevo concepto en su también superventas –basado en la férrea disciplina china– Himno de batalla de la madre tigre. Ambos modelos de maternidad, a la larga, fueron criticados; el primero por esnob, el segundo por “monstruoso”.
A la nueva crianza sin fronteras que propone Christine Gross-Loh se suma el rescate de la mamá elefante, que la hindú residente en San Francisco Priyanka Sharma-Sindhar defendió en un artículo que reavivó el debate en torno a las ventajas y desventajas de los distintos modelos.
Al lado de la mirada amorosa y protectora de la madre elefante, –que busca forjar la seguridad del niño a través del cariño–, los estilos de crianza francés y chino son muy funcionales.
Crianza global
Más allá del amor que le entregamos, el hecho de que nuestro hijo se pase a la cama en la mitad de la noche, se niegue a probar pescado o una ramita de brócoli, haga una pataleta si un dibujo no le queda bien o sea incapaz de tolerar un “no” en un pasillo de juguetes, puede hacernos sentir fracasados como adultos.
Todos queremos formar niños felices, resilientes, civilizados, independientes, con autocontrol y autoestima, tarea que muchos padres dudan poder llevar a cabo. Incluso en los momentos de armonía, a nuestro lado aparece alguien que lo está haciendo mejor que nosotros. Un iluminado que conoce un secreto, una aptitud, un instinto, que a nosotros nos ha sido negado.
Y quizás porque educó a cuatro hijos en culturas tan disímiles como la norteamericana, la coreana y la japonesa, Christine Christine Gross-Lohcree que los problemas de crianza son universales, pero las soluciones, culturales. Ni las instrucciones del pediatra, los tips de expertos, los consejos de alguna ‘mamá amiga perfecta’ o un nuevo descubrimiento científico influyen tanto como nuestro contexto.
Por mucho que a una mamá europea se le explique con un gráfico que el nivel de azúcar de una bebida gaseosa no va a matar a su hijo, ella jamás cometerá el ‘crimen’ de dársela.
Así, algo que está arraigado en una cultura –tomar gaseosas–, resulta anormal en otro lugar.
En Francia, una mamá jamás va a permitir que su hijo pida un menú especial en lugar de comer lo mismo que los adultos, que haga pataletas o que no salude. Desde muy chico se le impone un comportamiento para que no se aproveche de su niñez, cultive la paciencia, supere la frustración y sea tolerante. Para esto es clave que aprenda a escuchar un “no”, un “espera” o “¡ya es suficiente!”, palabras que se dicen con tono calmo, pero firme.
Si bien los niños franceses suelen destacarse por su buena educación, Gross-Loh no cree que afrancesar la crianza deba ser una aspiración universal.
“Cualquier persona que escriba acerca de la paternidad debe recordar que ella no solo está determinada por la cultura, sino por la clase socioeconómica. Hay un cierto estilo que se practica entre los padres más ricos y educados, que aspiran a un cierto nivel para sus hijos”, opina.
La invitación de esta historiadora es a no encuadrarse en ningún modelo ‘ideal’ –como lo puede parecer la perfección francesa o la alta competencia de los niños chinos– y fusionar, combinar o adoptar diversas actitudes y mentalidades de criar según lo que para nosotros tiene sentido.
“Lo más interesante es ver qué preocupaciones existenciales coinciden con la mía. En mi caso, los valores que les quiero entregar a mis hijos, que pueden resumirse en ser bondadosos con los demás, no siempre son prioritarios en la cultura occidental. A veces, eso me hace dudar de si acaso mis hijos van a sufrir en el futuro por el hecho de que enfaticé que sean de una manera (buenos) en lugar de otra (competitivos)”, confiesa la historiadora.
‘Sé gentil, cariñosa y...firme’
Es normal que existan dudas entre las madres que priorizan el bienestar afectivo de sus hijos sobre la competencia, diferencia base entre la mamá elefante y la mamá tigre.
Los tigres cachorros son protegidos por sus madres solo seis semanas después de nacer; luego, son lanzados a competir para sobrevivir en la jungla.
La mamá elefante, en cambio, acompaña a sus hijos durante 12 años y no renuncia a protegerlos sino hasta que aprenden a ser autosuficientes.
Es la postura que defiende la escritora y periodista Priyanka Sharma-Sindhar en ‘Ser una mamá elefante en los tiempos de las mamás tigres’.
Es una respuesta a la abogada de Harvard Amy Chua, quien hace cuatro años hizo creer que el modelo de disciplina china era el mejor: una dura exigencia académica, ensayo de piano o violín cuatro horas al día y la prohibición de ver televisión y de dormir en casas de amigos.
El enfoque de Chua –que una vez la llevó a romper una tarjeta de cumpleaños hecha por su hija por encontrarla mal hecha– tenía el grave problema de ignorar gestos cariñosos.
Priyanka cree que si el mundo adulto ya es lo suficientemente competitivo, ¿para qué mostrárselo a los niños antes de tiempo? “Es una pésima manera de dotarlos de resiliencia. Los padres deben nutrir la fortaleza del niño de otra manera –opina Priyanka–. Sé gentil, consistente, cariñosa y, cuando lo necesites, firme”, dice.
Esa mamá elefante, en la que hoy se ha vuelto a creer, está convencida de que la confianza y la capacidad para superar los obstáculos se construyen con afecto y no con empujones precoces hacia la autosuficiencia.
Christine Gross-Loh también plantea que la sensación de protección es la base de la autonomía.
La prueba está en Japón, donde los bebés que duermen en la pieza de sus padres hasta que se sienten seguros son los que después, a los 6 años, son capaces de caminar solos al colegio. “Lo más importante es confiar en tu instinto. Nadie conoce mejor a tu hijo que tú”, dice Priyanka.